domingo, 27 de diciembre de 2015

Historias de fin de año

1- A los tres años, para que no le arrebataran la comida, rodeaba el plato con un brazo mientras se llenaba la boca hasta tener las mejillas hinchadas. Como un roedor, la masticaba poco a poco. Cuando lo trajimos, cada vez que estaba contento y quería más, solo se frotaba rápidamente las manos. Tenía un agujero en el paladar que le causaba infección. Ahora está bien. No se acuerda de nada de esto.

2- Mi padre me iba a ver a casa los domingos. Yo era una niña pero recuerdo claramente que salíamos de Brooklyn hacia el Central Park. Ahí nos sentábamos todo el día en la misma banca, religiosamente, mientras él bebía vodka de su botella escondida en una funda de papel. Conocíamos a todos los que pasaban. Hasta les habíamos puesto nombres.  Así me acostumbré a ver a la gente, creo que así comenzó todo.

3- Luego que supe la historia, era comprensible que dejaran que la casa se destruyera.
Siempre hay algo inconcluso en el sótano que tiene que ver con la limpieza, el orden, el exceso de juguetes, ropa o utensilios. Lo he pintado, está muy claro y se ve agradable. Pero aún no me gusta su olor y hay mucho por hacer. Cuando no quiero algo lo pongo afuera de la casa y se lo llevan. Funciona algunas veces, otras no: puse dos televisores (de los viejos) y nadie se los llevó. Tengo aún en el patio el trampolín, desmantelado por suerte, en el cual saltaban las muchachas desde el techo. También sus palos de jugar jockey, los patines de hielo y una caja con decenas de pelotas viejas y sucias. Además de sus trofeos y posters, dejaron prendas de vestir, botellas de vodka y tarros de cerveza. Asumo que el gato era el que tenía pulgas.

4-   El 25 se batió record de calor: 69 o 70 y pico de grados Fahrenheit. Las nenas estaban contentas con los regalos. Me pasé viendo películas y deportes en la televisión. Oyendo música. Hace mucho que dejé la literatura. No tengo tiempo ni ganas. Vincent me enseñó sus últimos artículos y entusiasmado me dijo: los escoceses peleaban con el sonido de las gaitas de fondo, con falda y sin calzoncillo, cuchillo en mano. Ya no escribo ni publico, le comenté. Me miró extrañado. Rumbo al Coliseo hablamos de los hijos, la familia, el divorcio. Siempre terminamos hablando de lo mismo con Vincent. Fuimos los primeros en llegar. La ceremonia empezó con un breve retraso pero la banda de gaiteros sonaba espléndida.

5- Hacía tiempo que no veía a Erin. Estaba sentada junto a un profesor de Historia. Conversamos. Es muy amena, directa y con un buen sentido de humor. Desde que murió Rick me he pasado oyendo a Sinatra, le dije. Es mi favorito, contestó. Conozco toda su obra. Creo que la única persona a la que no le gusta es a Sinead O'Conner. "Si fuera hombre le sacaba la cresta" dijo Sinatra cuando ella rompió una foto del Papa. Conversamos un rato más y luego salí. Era temprano pero ya estaba oscuro, oscuro y frío. Era domingo. Recorrí las calles y vi algunas casas iluminadas con luces de colores. Compré unas cervezas y regresé a casa a seguir oyendo a Sinatra.

lunes, 12 de octubre de 2015

Caravaggio y Villon en La Habana


"Trilogía sucia de la Habana" es una larga serie de crónicas, historias, estampas, cuentos o episodios de una novela incompleta, como se la quiera llamar. Desfilan en sus páginas desempleados, vagabundos, prostitutas, chulos, vecinos de solares y edificios por caer, pordioseros, basureros, policías. Todos ellos unidos por la hambruna, el exceso sexual, el voyerismo y la pornografía, acaso también la desesperación por el tiempo vacío y la falta de alternativas de ocio. Encuadrados en humor picaresco, los personajes, sus acciones y la urbe, acaso el mar, sucumben a la pluma desaforada de Pedro Juan Gutiérrez.
Su prosa sencilla, austera, de diálogos apropiados y cautivadores, rechaza el tosco sentido de "profundidad" que buscan los lectores hipócritas (no los que refería Baudelaire ni Benjamin, sino los que mienten y se mienten) y los autores sin personalidad, tan de moda en nuestras débiles democracias tercermundistas.
Gutiérrez deja hablar a la gente, deja que el tiempo pase y se abran las puertas de un Paraiso al revés, donde lo divino es lo más terrenal que queda: el insulto en la conversación, la soledad de un paseo, la masturbación en ausencia de compañía, una pelea, un robo, acaso un asesinato... En esta poética del exceso encontramos la herencia de Caravaggio, por su realismo salvaje y la elección de seres humanos pobres, reales, a los que viste de modelos para sus cuadros. Gutiérrez es Caravaggio por pantagruélico, pero siendo fiel a su tropicalidad blanca y santera de habanero de cepa. Y también es Villon porque sus personajes, de alguna manera, ya han muerto, se acaban de colgar y sus almas errantes no pueden alcanzar el cielo.


En esa poética del desperdicio, en ese festival y homenaje humano al desarraigo de una Cuba que nos llega también vías Reynaldo Arenas y Virgilio Piñera (quizá también, aunque más tibiamente, Cabrera Infante), veo el mejor aporte de Gutiérrez a las letras. Lo creo tan firme y sincero como Rubem Fonseca, como Cervantes, Lope de Vega y una larga lista de escritores que hoy son pan apetecido de jovencitos (y no tan jovencitos) que se afanan en jugar a ser marginales.
Como cualquier lector del Puerto, leyendo a Gutiérrez he recordado los tugurios de Guayaquil, que a lo mejor ya no existen, no son los mismos de antes o ya son cosa del pasado, pero todavía forjan nuestra identidad porque vienen de un tiempo antiguo llamado "pobreza", la inextinguible, la eterna.
Leyendo sus páginas, lo que menos me resulto interesante fue el corte hipersexual que se le endilga, porque fui viendo todo como un teatro, una tremenda y triste comedia de enredos en la que cada uno solo trata de subsistir y, de paso, tirarle de las orejas al lector pequeño-burgués, tan acostumbrado a quedarse en la superficie de las cosas. Ese lector (o autor), confundidísimo, en realidad cree que la obra de Gutiérrez trata de sexo, y se esfuerza en copiar, en adaptar, en ver su propia sexualidad como rasgo distintivo de lo que escribe... pero sin verse al espejo.
Así, Pedro Juan, el personaje y narrador de "Trilogía sucia de la Habana", devoto de Ogún, es rebajado a categoría de lamentable reality show que cualquier confundido cree que puede copiar, pues no hay que ser actor para ser mejor que las Kardashians.
He terminado mi segunda lectura de la Trilogía De Gutiérrez (imposible olvidar la "Crucifixión en Rosa" de Henry Miller) y me pregunto, hoy, cuál es mi Habana imaginada, en mi pueblo del norte, donde el hermoso otoño tiene las hojas secas corriendo las calles vacías este día de feriado.



martes, 15 de septiembre de 2015

DESCARTES y LISBON STORY: De Fernando Mieles a Wim Wenders, ida y vuelta

Tan pronto como empezó “Descartes”, me di cuenta de que no era un documental sino una historia de los que hemos caminado las calles de Guayaquil y mirado los ojos de su gente. Es un testamento a la memoria urbana, al arte y la imaginación y a un pasado rotundamente personal: Gustavo Valle, un hombre joven, que somos todos, derrochaba talento en sus películas mínimas, pero Guayaquil, una ciudad marginal en forma y fondo, lo iba a tratar de la manera en que ha tratado a sus mejores hijos: con desdén y olvido, dándole la pobreza como estandarte (hace años conté el caso de mi ex-compañero de colegio, Francisco Cañola, destinado a ser un gran poeta). En su documental, Fernando Mieles rescata a ese hombre joven (el Passolini criollo) de la sepultura artística. Pero ese desentierro ocurre en una fantasía que el director quiere verificar en la realidad, cual personaje derrotado de literatura popular. Así, Mieles se lanza a la aventura de adivinar en trazos y líneas breves un contexto imposible.

He meditado varias veces sobre la mejor forma de escribir un párrafo inicial para contar lo que sentí viendo “Descartes” y he abandonado el intento por falta de tiempo, concentración o palabras, o por insensibilidad para abordar tan delicada materia. Pero anoche, viendo “Lisbon Story” (Wim Wenders), mientras mis ladies dormían, pude acercarme a la poética de Mieles, a los brochazos con los que pinta su lienzo fílmico, cual Diego Velázquez de “camera oscura”, lo que llamamos “obra de arte”. En la película de Wenders el personaje se afana en captar los sonidos que subyacen a la vida diaria de Lisboa. Busca lo ignorado, lo no celebrado: la respiración humana y animal y los mismos silencios de lo inerte. Va por calles, parques y rincones grabando el lejano sonido del tranvía, de un barco, de unos pájaros, de las hojas que se mueven con el viento. Al final de “Lisbon Story” aparece el director de la supuesta película, mostrándonos los cassettes de un film en retazos, logrados con una cámara sobre su espalda. En esa película se incluyen lo no pensado, todos los planos imaginables, lo importante y lo desvirtuado. Y así quedan los fragmentos: apilados, de acceso solo para los iniciados. Es el mismo proyecto de novella de Morelli en la “Rayuela” de Cortázar, y es el mismo concepto de “palimpsesto” que manejara Derrida, o “el perspectivismo por incongruencia” del desconocido Kenneth Burke. “Descartes” de Mieles va por el mismo derrotero.



Fernando Mieles en “Descartes” es el mismo Wim Wenders en “Lisbon Story”: Una recuperación de planos abandonados, de recuerdos poco importantes que son el sentido mismo de la vida. Después de todo, ¿qué puede tener de importante su personaje, Gustavo Valle, un simple fotógrafo de cumpleaños? ¿Qué artista es ese que vive en una habitación con una mujer de fondo que, sin embargo, es tan o más hermosa que el “Oleo de mujer con sombrero” de Chagall? Lo digo también desde el margen que es la noche: Wenders me llevó de la mano a Mieles y el guayaquileño fue el mismo alemán, y confirmé que no existe para mí ni “cine ecuatoriano”, ni siquiera “alemán”, sino cine personal, íntimo (aunque sea de guerra) que celebro una vez al año como si fuera el día de mi nacimiento: en silencio y apartado.



Luego de “Lisbon Story”, escuché unas piezas de piano de Poulenc, Rachmaninov, Grieg, Debussy y Duckworth, y mi espíritu se quedó intranquilo junto al hamster de mi hija que rodaba a toda velocidad dentro de la bola de plástico por la cocina. Y vinieron a mi mente las imágenes a dos colores del final de “Descartes”: ahí, en ese tiempo suspendido, todos estábamos jóvenes y los muertos estaban vivos, y los que ya no hablan contaban historias deslumbrantes. Vi en “Descartes” a Juan Hadatty y era el mismo sonido del tren de Wenders, y Gerard Raad parecía el sonido del barco llegando desde el mar, y Jorge Suárez, a quien Guayaquil y Ecuador le deben tanto, era más versátil porque era el mismo viento que mecía las hojas de Lisboa, y el director de cine de ambas obras eran tanto Wim Wnders (¿o era Fellini?) como Gustavo Valle que es Mieles que es Fellini y sus personajes en un viaje de ida y vuelta.

Hoy, para hablar de “Descartes” propongo el Cementerio de Guayaquil como metáfora del arte universal: con sus labrados y rústicos niveles, con sus misteriosos pasillos de clases sociales, con la risa interminable y los crímenes atroces o el sexo vedado. Para entender “Descartes” propongo una rockola abastecida de pasillos y boleros, casas de construcción mixta, también bebidas de colores (jugos, sodas, licores y perfumes), y la puesta en perspectiva de espejos sucesivos con los rostros de Valle, Wenders, Mieles, Bauchau, Fellini, Vogler…. Como si fueran el mismo hombre multiplicado, cual Orson Wells en su “Citizen Kane”.

miércoles, 19 de agosto de 2015

Adiós Guayaquil

a Kakoko, el Cabezón Freddy, doña Ana, Aleja, la Dama del Pantano, Llamará, el Cuervo, Cuerito, Caretopla, Cusini y toda la gente del barrio que vive en el norte... a la Jimula que desde Paris pone valses peruanos...

Dice el Conde Martillo, caminando por una parte del centro: esta es la zona de los travestis. Paran aquí, acá y allí. Ahí están los moteles. Le pregunto de otras zonas de Guayaquil, la de los drogos: Barrio Garay, me dice; hay también la de los cachineros, está ahora en el suburbio y es inmensa. Le cuento del Mercado de Pulgas de Paris, antes de llegar a la fuente de soda en donde el Conde vegetariano comprará no sé cuántos vasos de jugo.
Mientras esquivamos carros y ganamos las veredas, aparece la imagen de mi viejo, de espaldas, sentado en la silla de ruedas en su cuarto en Chongón, carretero adentro. Mi viejo con su cabeza cana inclinada hacia la derecha, en silencio, escuchando canciones con las que crecimos.... 
Ya no escribo poesía, me digo, pero hago en mi mente, en ese mismo momento, un verso que pronto olvido.
He estado en mi ciudad y nunca la sentí tan lejana. Y, sin embargo, a pesar de lo poco placentero de este viaje, en unos momentos volvió a ser mi ciudad, volví a sentirla al ver su gente pelear la única vida que les ha tocado, al escuchar sus reclamos y frustraciones, su breve optimismo. Volví a mi Guayaquil en las conversaciones con los taxistas, en esos vinos que nos tomamos con Wilman, Angel Emilio, Pepe y María José, en mi paseo por el Barrio del Astillero y la isla Santay desde donde vi mi amado sur y la otra orilla, la planta de hojas que se cierran con un leve toque en medio del manglar y la vegetación del trópico. 

Volví a Guayaquil cada martes, mientras pasé horas con mis hermanas (tia Leti y tia Lupe) matando el frágil tiempo. Volví a Guayaquil como desde hace treinta años: para no quedarme.
Hay imágenes imborrables, palabras, expresiones, fragmentos de conversaciones que aflorarán poco a poco, cuando sea necesario. No ahora.
Desde el avión veré nuevamante la ciudad empequeñecerse y desaparecer... Los que se van recuerdan este pasillo: "Todo lo que quise yo, tuve que dejarlo lejos..." Pero con mis hijas y mi esposa junto a mí solo hay futuro, quizá no tan incierto o desafiante pero sí inevitable. Sé que la suerte de estos años fue echada hace tiempo. No hay vuelta atrás ni otras opciones.
Es normal el amor, es normal el dolor, me digo. La palabra y el silencio son normales. El mismo temido odio es normal. Me queda la insatisfacción de volver y no poder quedarme (en Guayaquil, un Ph.D. necesita conexiones, no un Ph.D.). Pero, en realidad, se trata de la insatisfacción de no poder regresar al pasado. 
Adiós entonces Guayaquil, barrio y casa de Bellavista, adiós pasado que visito cada cierto tiempo, que duerme en mí, que llevo en mí,



domingo, 26 de julio de 2015

Guayaquil, Julio del 2015

Los muchachos del frente están en la terraza de su casa, oyen Jim Morrison mientras cae el sol de la tarde. Desde aquí veo otras casas de las colinas y también otras colinas que han escapado al asedio urbano. Al fondo está Guayaquil, magnífico y brutal, hermoso y salvajemente real. Esta panorámica de mi casa -Bellavista Alto- la he anotado ya en algunas páginas del Cholo Cepeda, a veces como fondo de diálogo, a veces como protagonista, porque es el lugar al cual llegan las palabras. Han crecido mucho las veraneras y el mes de Julio ha sido de un clima frustrante, inmensamente caluroso, no el fresco mes del verano tropical que buscaba con afan. Me ha costado regresar en cuerpo y alma a mi ciudad. De hecho, quizá no logre hacerlo del todo y deba conformarme con el temido recuerdo de años irrecuperables. Los muchachos siguen escuchando buen rock.


Esta mañana terminé apresuradamente This Side of Paradise, de Scott Fitzgerald. Una novela que debió interesarme mucho quizá hace treinta años, limitada por el mundo universitario de los jóvenes acomodados de Estados Unidos. El Gran Gatsby quizá sea las tribulaciones de uno de esos personajes, quizá sea un proceso paralelo y deba meterse en el bajo mundo de la naciente mafia licorera de esos años para surgir en la vida. Quizá no. Insatisfecho, fui al cuartito que había pensado como estudio y tomé varios tomos de la vieja colección Salvat. El primero que abrí fue El Diablo Sobre las Colinas, de Cesare Pavese. Nuevamente el pasado me acosa: es una historia de jóvenes que buscan con empeñoso la vida en el campo turinés, en la playa, en la noche y en la luna... Noches antiguas, como dice uno de los protagonistas. Ahora los muchachos han cambiado a un rock más pesado y hermético.


Es domingo y ayer no pude ir al barrio. (Mis diablas enfermaron y tuve que quedarme en casa. Aún están enfermas). Pero me contaron que había tres campeonatos de índor jugándose simultáneamente en las calles. Recuerdo que Julio cerraba el primer trimestre escolar. Luego venía Octubre y al final Diciembre (una canción de Shing02 habla de esto). Esa era la estructura del año, las vacaciones, la distribución del tiempo y el ocio. Ayer jugaron y, desde mi casa y los libros de Caillois y Huizinga que estaba leyendo, solo intenté imaginar quién habría dicho el insulto más sonado o hecho la broma más colorida, o lanzado el más hiriente desafíio en el incesante duelo verbal que se juega en las bocas de todos. Julio terminará pronto.

Regresaremos a fines de Agosto a la que llamo ahora "casa" (Plattsburgh, New York). No sé aún lo que me toque hacer con este tiempo fraguado en el trópico que amenaza con desvanecerse. No adivino a saber cuál será mi relación con Guayaquil, aunque ya se me va apareciendo en sueños aún estando aquí. Los muchachos han cambiado a reggae y se oye una risa femenina... A lo mejor van a organizar la parranda, en este domingo en que se bebe a escondidas bajo el calor de la indomable Guayaquil.





miércoles, 8 de julio de 2015

he vuelto a soñar con paris



he vuelto a soñar con paris. me ocurre con relativa frecuencia. la última vez estaba en una taberna, un bistrot de segundo piso al cual había llegado luego de pasar un sendero diminuto y empedrado, acaso la calle balzac, cerca de l'ile de france, en donde vivía francois miterrand (la crucé una noche de nieve incesante). recuerdo que subí las escaleras, noté la algarabía, vi rostros conocidos y pedí una cerveza guinness. el sueño que acabo de tener ocurre en una calle de guayaquil, también breve, situada en algún punto detrás de la vieja casona, en la intersección de un callejón sucio resultante de las cinco esquinas y la nueva estación de la metrovía que llaman troncal sur. he estado ahí y sé que existe. lo anoto rápidamente porque el sueño es más atroz que su recuerdo. viré la esquina y al caminar la calle diurna vi sus alegres vitrinas y su gente, las palabras poco a poco iban dejando el idioma de cervantes 
y siendo más el de victor hugo, porque el paris que viví estaba más cerca de "los miserables": lleno de episodios de gente olvidada. al cruzar la calle supe que era paris (borges llegaba al sur al cruzar la rivadavia), y que tenía que contarles a todos que lo lejano ya estaba a la mano, acaso porque "el mejor vino está por venir", como dijo el santo padre. le pregunté a una elegante señora qué calle era y no me supo contestar. busqué su nombre y en cada señal solo se adivinaban pocas letras que podrían ser rumichaca o esmeraldas, las cuales están muy lejos de ese paris de guayaquil. corrí y tomé una bicicleta pedaleando hacia al sur, saliendo detrás de la caja de registro (estaba en el guayaquil previo). 
noté los barrios, sus edificios de dos pisos y residencias nacidas en los años cincuenta... pero luego vino la ingrata noche y afanosamente quise volver a la calle de paris por la parte trasera, la menos limpia. pero vi mendigos apilados. traté de encontrarla y todo estaba oscuro, cerrado y sin dignidad. me persiguieron los mendigos. corrí por salvar mi vida y acabo de despertarme. he escrito todo porque, como dije, el sueño es como el agua entre los dedos.... así es ese paris que me asalta de vez en cuando, solo que ahora ha venido a acosarme en mi propia ciudad, una ciudad que ya no siento mía... la primera vez que soñé con paris terminaba refugiado en una celda de clausura, acostado, la única posición física permitida por el reducido espacio, con el techo contra mi rostro. otro sueño me llevó por barrios inconclusos, viajando en el metro aéreo, viendo casas desde lo alto, como ocurre por barbes-rochechouart antes de llegar a la estación république. este nuevo sueño también será del olvido o de algún violento recuerdo... queda así, en bruto. pero tibio como la noche.


sábado, 20 de junio de 2015

De la necesidad de "saber venderse"

Esta es otra de mis flaquezas: no saber venderme, aunque debería especificar: no me gusta venderme. Saberlo hacer es relativamente fácil. Como ejercicio social lo he hecho sólo para comprobar que no es imposible: basta sonreir, alabar a los demás, mostrarse interesado en lo que otros hacen, visibilizarse, reaccionar públicamente frente a todo, sobre todo las cosas que atraen la atención, etc. Pero no me gusta hacer cabildeo (lobby), sacar provecho de alguna situación. No va conmigo. Soy mojigato o tengo integridad, depende de quién lo vea. En el mundo académico de Estados Unidos y otros países, para venderse, "hacerse ver", hay que viajar a congresos (hay centenas anualmente y me llegan invitaciones a participar siempre), hacer nuevos "amigos" y colegas, establecer relaciones con gente preponderante, pues son los puentes del intercambio, la puerta para las invitaciones a nuevos congresos, el recurso de palanqueo para ser publicado y hasta ser contratado o becado.
Pero siempre he sido reacio a participar en esos juegos. No me parece que mi condición humana tenga que caer tan bajo como para substituir el trabajo honrado por las afectividades personales, la disciplina investigativa por el amarre institucional. Y no me ha ido bien; al menos, no tan bien como a los demás.
Conozco muchos casos de gente que practica fielmente la consigna de "el que no llora no mama", acompañada inclusive de consenso a su favor: eso es lo que hay que hacer. Lo he vivido como estudiante y profesor, como simple asistente a eventos y como invitado especial, como ciudadano y académico. Y siempre me deja un mal sabor en la boca por ver y testimoniar cómo las relaciones personales reemplazan el trabajo bien sudado.

Estuve hace un par de años en esas andanzas por sugerencia (que interpreté como un mandato, pues vino de una estructura superior), y los resultados fueron los que esperaba: una persona con un curriculum menos relevante ganó ese "concurso". Me hicieron otra vez la invitación a que participara al año siguiente, con un leve indicio de que el resultado sería diferente. Obviamente, no lo hice, preferí dar un paso al costado. Dije que ya había seguido el consejo.
En estos meses, estoy a puertas de hacer algo similar. No es determinante, pero se me presenta como algo que debo enfrentar. He sido advertido que debo pensar en el tipo de lectores de mi carpeta (a quienes no conozco y no me conocen, lo cual es resultado de mi falta de "vida social" en el trabajo). Un colega, con toda la honestidad y buena intención del mundo, luego de revisar mi CV y leer mi auto-evaluación, me dijo: "no sabes venderte, a lo mejor es cultural, pero en este país (EEUU) todos se venden fácil. Debes venderte mejor pues sabes y haz hecho mucho más de lo que dices en tu carta. He visto cómo gente incompetente logra las cosas y lo tuyo es muy superior".
Así, pienso en las aguas que aún debo navegar en el mundo, en el límite de lo que considero apropiado y justo en la vida, en el mismo legado para mis hijas: lo que llamo dignidad o lo que otros llaman "saber usar las reglas del juego". A lo mejor es un asunto cultural, a lo mejor es decisión personal. Pero, hoy por hoy, mi conclusión sobre la necesidad de venderme es mantenerme distante. No soy yo. Me cuesta mucho hacer algo que va contra mis principios. Es una lástima que mis hijas tengan un padre así, les podría costar caro. Cuando les llegue la hora a lo mejor ellas tomarán otro camino. A mí me seguirá costando.
Y es igual en Ecuador o en cualquier otro país. Lastimosamente.
Esto que cuento, sin embargo, tiene muy poco que ver con las destrezas profesionales necesarias para dirigir un Departamento. Es verdad que se deja el mundo puramente académico (centrado, autónomo, solitario, de manuscritos, privado, estable y austero) para salir a otro que es justamente lo contrario (social, de memorandums, fragmentado, de rendir cuentas y ver a los demás, público), pero también es cierto que uno no se somete a juicio sobre lo hecho. En el cargo de Director departamental se establecen relaciones concretas y diarias de trabajo y evaluación. Algo que, sin duda, en todos los que tienen que pasar por este filtro profesional, deja huellas que a veces llaman "de madurez", a veces "de fracaso".
Ya he contado mi resistencia a ser "cabildeador" (amarrador). La experiencia de ser Director de mi Departamento, algo que nunca he deseado, empieza desde el 1ro de Septiembre. Luego de un año volveré a tocar el tema y veremos los resultados.

lunes, 1 de junio de 2015

Juan León Mera y el sectarismo intelectual en Ecuador



El segundo volumen de su "Ojeada histórico-crítica sobre la poesía ecuatoriana" revela a un Mera lúcido, actualizado, exigente y americanista. Los capítulos incluídos son una revisión de "Lira ecuatoriana", una antología de poesís que le sirve para desarrollar sus posturas ideológicas y estéticas. Creo fundamental remitirse a este libro para entender a su autor y, al mismo tiempo, desmontar algunos estereotipos sobre las ideas hegemónicas que el "liberalismo" y "el marxismo" vulgares le han endilgado. Veamos.

El primer capítulo del libro es sobre Dolores Veintimilla de Galindo. En éste, Mera la juzga desde una postura ambivalente o, por lo menos, dicotómica: por un lado critica su "tono, firmeza y defectos" en el arte, desde una perspectiva anti-sentimentalista y elimina la comparación que algunos hicieron de ella al considerarla una "Safo ecuatoriana". Por otro lado, ataca el sistema de educación familiar al que se vieron sometidas las mujeres para devenir en "ideales" (casables). Menciono que no hay una contradicción de fondo en la ideología anti-femenina de Mera, pero la tomo también como expresión de su frutración, porque su ataque baja de tono y pasa a ser queja de las malas condiciones de vida de las mujeres. En este sentido, proponge leer lo que Mera anota como forma pasiva de rebelión por el destino femenino. Al final de este capítulo -cuando incluye un soneto de Dolores Sucre y lamenta la falta de material disponible para entusiasmarse más aún por las letras femeninas- Mera se muestra como un crítico de mente abierta y solidaria. Esta forma limítrofe de su queja/rebeldía, combinada con un naciente entusiasmo, aparece con más claridad en capítulos posteriores y se sintetiza en una excelente crítica al sistema educativo del Ecuador de entonces.



El capítulo siguiente es de inmersión en la poesía del gran Gonzalo Zaldumbide, hecha desde la comparación de su asumida literatura greco-latina, con énfasis en los tópicos del "beatus ille" de Horacio y "la descansada vida" de Fray Luis de León, pasando por flores a la gran formación intelectual del poeta y, nuevamente, incluyendo el tema de la mujer, como construcción social/histórica en la literatura y sus efectos en la poesía nacional. Por su falta de atención e importancia, ste capítulo merece el interés de algún candidato al doctorado en letras o algún investigador ya establecido en el medio.

El tercer capítulo del tomo  II es una espléndida muestra de lo que el siglo XX llamará "lectura textual" (o close reading) en la cual Mera deja ver sus dotes y exigencias de crítico sobre la poesía del "doctor Miguel Riofrío", pero sin llegar jamás a la petulancia, tan en boga en países poco desarrollados. Aquí, le basta con ir línea a línea, verso a verso, tema a tema, contraponiendo lógica gramatical con caídas poéticas de Riofrío, El capítulo siguiente, de alguna manera continuación del anterior, es sobre "el doctor Rafael Carvajal", poeta al que rescata del olvido. Incluye Mera una traducción de Carvajal de Lord Byron, para ilustrar la influencia inglesa y empezar a cuestionar la importancia de la traducción y el apego a las letras europeas, en vez de enfatizar en el color local, en lo nuevo y diferente en las nacientes sociedades latinoamericanas. Su mención a Olmedo se puede entender dentro del esfuerzo de Mera por ensamblar diferentes poéticas americanistas en su proceso de transición entre el pasado de imitación y el futuro de originalidad, ambos conceptos fundamentales en su reflexión.

El siguiente capítulo, llamado XIII (por seguir el orden desde el tomo I, de Mera, no comentado aquí), ya lo usé para mi entrada de poesía ecuatoriana, incluída en la voluminosa  "The Princeton Encyclopedia of Poetry and Poetics", edición de Roland Greene. Incluye material sobre la poesía picaresca y epigramática (dos géneros de gran robustez en la tradición latina) de Julio Castro y López Moncayo. Al comparar a Castro con el español Trueba, Mera lo critica pero también realza mientras recuerda las virtudes de "Un matrimonio en mi barrio") se vuelve costumbrista y pinta fidedignamente cuadros de la vida popular quiteña. Nuevamente, la lectura cerrada y la gramática del texto le permiten a Mera establecer las contradicciones internas básicas de poemas que él considera mal logrados.

El capítulo llamado XIV es sobre Vicente Piedrahita, Ignacio C. Roca, Joaquín Córdova y José Matías Avilés. Nuevamente, Mera ajusta cuenta a excesos, contradicciones, facilismos y confusiones que constata en los poemas de estos autores. En la parte final, incluye como alternativa a Olmedo, pero en realidad se trata de tomarlo como ejemplo, por oposición, para, en el capítulo siguiente,  escribir sobre los "vicios principales de la poesía americana en la actualidad, especialmente en Ecuador".

Capítulo XVII: Mera anota y desarrolla: 1- la falta de originalidad de los autores; 2- los manierismos afrancesados y españoles; 3- el problema de la imitación que, en realidad, es plagio; 4- la ausencia del contexto histórico real en los poemas (lo que Bajtin llamaría "cronotopo"); 5- la adopción de autores europeos de dudosa calidad (en oposición al esfuerzo de Chateubrian, Byron y Lamartine quienes, aunque desde lo exótico, forjaron una percepción más sincera de una geografía imaginada); 6- la verbosidad, falta de rigor y de lo que ahora se denominaría "economía de lenguaje". Lo que escribe Mera es, en gran parte, un llamado de atención para ver con ojos americanos (o ecuatorianos) la nueva sociedad, su cultura, su antropología, su identidad misma. Así, al respecto escribe: "Si es verdad que la lectura de un pueblo es la expresión de su caracter y estado moral, nuestra literatura tiende a ser falsa y mentirosa porque está pintando lo que ni se ve ni se siente en América" (p. 152).

Hasta este capítulo todo en Mera ha sido un prepararse para establecer la hoja de ruta de la superación poética en Ecuador: mencionó los errores, mostró la evidencia y resumió la cuestión: el problema de fondo es la educación, las malas y obligatorias lecturas de la naciente clase americana. Por ello, en el penúltimo capítulo escribe una crítica al sistema educativo de Ecuador y se lanza, sobre todo, contra los jeusitas quienes, según afirma, estaban más dedicados a dar fiestas y trofeos que a educar creativamente. Es tan importante lo que dice Mera que, se podría decir, ese capítulo debe ser parte de la aún no escrita "Historia de la educación en Ecuador"

El capítulo final, así como el Apéndice de poemas y notas, son parte del esfuerzo de Mera por compilar, examinar y establecer situaciones textuales. Evaluarlas y diagnosticar el estado del paciente. Como intelectual orgánico de su tiempo y no conservador (como el vulgo literarizado y sectario de Ecuador lo considera) mera propone también el tratamiento para mejorar a ese paciente.



Es escandaloso que el rico andamiaje intelectual de Mera no haya formado parte de los estudios obligatorios de los ecuatorianos, ni siquiera en su "clase letrada", más tirada al prejuicio que a la auto-crítica. A lo máximo, se lo menciona en alguna rivalidad política o como autor de "Cumandá". Mera queda como otro de los tantos pensadores lúcido, complejo y bien informado, que no ha merecido el justo reconocimiento ni del Ecuador de ayer ni del de hoy. Asumo, resultado de la proverbial ignorancia de nuestra "élite" literaria y porque Mera aún resulta un escritor de vanguardia en el medio políticamente sectario y provinciano del Ecuador de hoy. Incluyo a la "izquierda" y a la "derecha" en esta linea final.




martes, 21 de abril de 2015

Viaje ida y vuelta a Friedrich Nietzsche en Guayaquil

La más grande virtud de Nietzsche es hacer creer y sentir a sus lectores que están "más allá del bien y del mal", pues los empodera con frases brillantes, fructíferas y oportunas que asumen con rápido gusto. Anoto abajo algunas líneas de mi experiencia bajo ese síntoma de juventud intelectual.
Igual que mis contemporáneos de la universidad, yo también devoré varios libros del filósofo alemán. A veces de manera inmediata y feroz, como nos gustaba y fueron escritas; a veces en repetición, al salto, de aforismo en aforismo, encontrando en el fértil terreno de su intelecto e imaginación las ideas, frases y originalidad con las que cotejábamos nuestros propios deseos y desvaríos. Fue una época feliz, en ese sentido.
Recuerdo gratamente que, acaso como punto climático del destierro que sentíamos, con Jorge Martillo vimos varias veces la película de Liliana Cavani: Más allá del bien y del mal. La última ocasión fue en el cine pornográfico Astor (creo se llamaba, cerca a la Comisión de Tránsito), cuando Abdalá de Intendente había prohibido cintas de ese género y obligaba a los morbosos espectadores y dueños de locales a las más estrafalarias maniobras con tal de complacer el instinto. Llevábamos algunas cervezas en la cabeza, el mundo se nos había caído en pedazos y no nos interesaba ya nada. Antes de empezar la película pasaron trailers propiamente pornos. A los pocos minutos de ver en escena a Paul Ree, Lou-Salomé y Nietzsche, al percatarse el público de que no habría más acción, claramente fastidiado empezó a gritar: "trailer, trailer...". Pero la película siguió heróica con algún esporádico y rancio insulto que se perdía en la oscuridad. Aceptando su triste destino, los asistentes se calmaron.... hasta que se vio la escena en la que Andrea Salomé (marido de Lou) aparece medio desnudo, dejando ver su diminuto pipí. La reacción no se hizo esperar y se oyeron chiflidos, risas, insultos y burlas por largo rato, seguidas de la petición multitudinaria inicial: "trailer, trailer...". Así terminó el ciclo Nietzsche de 1980-1982.

Con los años volví a leer algunos clásicos del filósofo alemán (Zaratustra, Mas allá del bien y del mal, Aurora, La gaya ciencia, Humano, demasiado humano, etc), descubrí otros y dejé pendientes nuevos. Pero tal ha sido el paso del tiempo, los trancos espaciales y las desordenadas lecturas que, hoy por hoy, no estoy seguro de cuándo los leí por primera vez (salvo Zaratustra y Más allá..., cuyas ediciones recuerdo perfectamente). Esto, acompañado del hecho de que en tres ocasiones vendí gran parte de mi biblioteca, sobre todo los libros que pensaba no volvería a leer: la primera vez fue en 1984, poco antes de ir a Paris; la segunda en 1990, antes de venir a EEUU, y la tercera en 1995, a mi regreso final al norte. Muchos libros que compré en Francia, New York y Guayaquil aún están en el puerto y ya pertenecen a mis hijas, aunque no estoy seguro de que vean esos volúmenes como una herencia intelectual cuanto como tiempo perdido de su padre. (Es una nueva generación). Los más queridos me acompañan desde 1995, están en mi oficina y se suman a una moderada cantidad de nuevas obras. Entre éstas, varias de Nietzsche vertidas al inglés.
He vuelto a revisarlas, leerlas, darles atención, incluyendo las páginas de Walter Kauffman, acaso quien más lo ha estudiado. Mi emoción ha sido inmensa pero silenciosa. Ha pasado el tiempo y reconozco que el mérito mayor en mis lecturas fue gozar de ese espíritu juvenil de gran creatividad que caracteriza toda la obra de Nietzsche y que coincidió y coincide con cualquier joven lector que busca ampliar sus horizontes. Es el mérito que hace su obra permanente. Añado que el greco-libanés Taleb lo cita mucho (aunque sólo en la dicotomía apolíneo-dionisíaco) y fue quien me recordó los beneficios de volver a este material conocido pero lejano. (Algo similar me ocurrió a los 30 años con La Dorotea, la obra magna del "monstruo de naturaleza" Lope de Vega: la leí y disfruté a mis treinta años, pero la obra estaba más allá de mí, pues difícilmente a esa edad se puede entender la profundidad de un autor de más de cincuenta. Ahora que he cruzado ese umbral, sé que me espera una nueva lectura de La Dorotea -revisar y mejorar acaso ese ensayo que escribí hace 25 años sobre el tema- quizá también (re)leer Persiles y Segismunda, del gran Cervantes).

Estoy por terminar mi revisión de Nietzsche y quizá iniciar la lectura de Ecce Homo, que muchos asumen como su autobiografía. Los grandes autores son un viaje ida y vuelta al pasado sin quedarse pregonando que es "prohibido olvidar". (En realidad, prohibido es quedarse en el pasado).
Agradezco el tiempo vivido y leído, pero también el que vivo y leo. Quiere mi ímpetu de lector empedernido que todo buen libro es una vida que se extiende.


domingo, 5 de abril de 2015

De Nassim Nicholas Taleb: "Fooled by Randomness"

Nassim Nicholas Taleb (1960), escritor libanés-estadounidense de ascendencia griega, formado en ciencias matemáticas, lógica, filosofía, literatura y lenguas clásicas, es un eminente pionero de teorías del riesgo en finanzas, comercio, bolsa de valores e incertidumbre. Una muy buena entrada personal da abundante información de él, junto a un sitio que él mismo estableció con su estilo de hombre de letras escéptico y estoico: http://en.wikipedia.org/wiki/Nassim_Nicholas_Taleb, y también: http://www.fooledbyrandomness.com/

Me interesé en Taleb luego de haber leído el libro de David Kahneman "Thinking Fast and Slow", una brillante aplicación y ajuste de cuentas desde la psicología a la estructura de operaciones mentales en las personas, sobre todo cuando se dedican al volátil mundo de compra-venta de acciones, bonos y otras transacciones comerciales que han dominado la economía mundial en la era del hiper-desarrollo capitalista. Ya escribí mis comentarios sobre Kahneman y el gran libro de Taleb "The Black Swan", una aclaradora disertación sobre la impredictibilidad de los momentos de crisis económicas mundiales y las falacias de premoniciones en general, pero sustentada desde la lógica de las probabilidades y contra el aberrante mundo de Wall Street, que tanto daño le ha hecho al mundo.
He terminado la lectura de otro libro de Taleb: "Fooled by Randomness", compuesto a base de pequeños textos que evidencian a varios niveles su esfuerzo en mandar al traste la petulancia y vanidad profesional de aquellos "economistas" y "matemáticos" que apuestan y juegan con el dinero de los otros (no me refiero al presidente Correa sino a los agentes de bolsa y banqueros, etc). Esto, contado a través de casos hipotéticos, situaciones de la vida real, reflexiones personales y comentarios estéticos y filosóficos de apoyo. Su objetivo: evitar que nosotros, las personas, seamos "tonteados", engañados por el azar y los cantos de sirenas de los que quieren manejar nuestra plata.
No es un libro fácil pero tampoco imposible de seguir: para los lectores literarios hay cierta familiaridad en las citas de poemas de Cavafis, referencias a Borges, Proust y Kafka, la influencia de obra de Karl Popper y, en menor medida, de textos menos celebrados de Séneca, Descartes, Pierce y Keynes, entre otros.
Hay también otro rasgo claro en la prosa de Taleb: su rechazo a toda forma de conocimiento "total", con lo cual va echando al traste también a los filósofos "difíciles", puramente abstractos, como el Hegel de la "Fenomenología del Espíritu", o Sartre en una de sus tantas insoportables muestras de oscurecimoento del discurso (ese truquito viejo para auspiciarse frente a una audiciencia con complejo de inferioridad).
El subtítulo del libro de Taleb es: "El escondido papel de la suerte en la vida y en los mercados" y se emparenta con su ya promovida imagen del "cisne negro", que representa esos momentos que han producido crisis económicas mundiales que nadie, nadie en lo absoluto, fue capaz de predecir, pues simplemente era/es imposible hacerlo. Obviamente, Taleb se burla de los muchos que se dan y dieron el honor de decir que ellos sí habían advertido las crisis, cosa que se ha vuelto a reactivar ahora que los países que dependen del petróleo ven mermados sus ingresos.
Los libros de Taleb y Kanheman pertenecen a la lista de nuevas perspectivas que empiezan a calar en el pensamiento crítico de Estados Unidos. Sería una pena que Latinoamérica deba esperar hasta que se pongan de moda para, recién en esos momentos, prestarles atención a estos autores. Pero eso depende más de una combinación de elementos incontrolables que de una autocrítica de dicha intelectualidad, huérfana de ideas creativas desde hace décadas y siempre de luna de miel con sus propias manos.



lunes, 16 de marzo de 2015

Descansa en paz Miguel Donoso Pareja

El Papa Francisco: Un pié en el cielo y otro pié en la tierra

El título no es mío: es una frase latina que se usa para caracterizar a los santos de la Iglesia Católica, siempre buscando a Dios pero anclados en la práctica social, en la ayuda al pobre. La uso porque resume lo dicho por Jorge Bergoglio (antes de ser Papa) en el libro de entrevistas "El jesuíta" (2010), y retrata también las páginas de Austen Ivereigh en su "The Great Reformer. Francis and the Making of a Radical Pope" (2014), una biografía y estudio del nuevo Papa.

El primer libro es una secuencia muy amena y certera de entrevistas hechas en varios tiempos por Sergio Rubin y Francesa Ambrogetti sobre: familia, emigración, nacimiento, infancia, adolescencia, tango, fútbol, amor, militancia religiosa y ayuda social, su encuentro con Jorge Luis Borges, problemas con el gobierno de Kichner y rumores de colaboracionismo con la dictadura militar argentina. Al final del libro, se incluye un largo e inteligente análisis literario de Bergoglio sobre "Martin Fierro", en el cual reflexiona sobre la argentineidad, el sentido de patria y el futuro del pueblo. De formación jesuíta (férrea, enciclopédica, actualizada y profunda) y con un regusto por el arte (alto y bajo), Bergoglio es un personante fascinante y, sobre todo, real, verdadero: dice las cosas de manera directa, sincera y oportuna. No hay sombra de petulancia, pero tampoco de cobardía. 

Luego de leer este libro, resulta obvio que Bergoglio estaba listo para devenir en una figura mundial preponderante, de impacto, pues su sabiduría es la de los grandes, aquellos que generalmente son solo patrimonio de períodos y países. Aquí, para felicidad de millones, es un hombre de Dios con una clara opción por el pobre desde la Biblia, sin necesidad de entrar en radicalismos izquierdistas. Si se quiere conocerlo, entender su estilo (su humor, su jerga o su radical argentinismo, por ejemplo), o verlo en la dimensión más cercana y sin mediaciones, este libro es lo mejor (se lo puede bajar y gratuitamente en el internet). Si se quiere entender los estragos del cambio de Argentina por el Vaticano, quizá el libro de Ivereigh sea más oportuno. Veamos.

"The Great Reformer. Francis and the Making of a Radical Pope" apareció hace pocos meses. Su autor es un especialista en estudios religiosos (su tesis doctoral es una historia de la Iglesia Católica en Argentina) y conoce muy bien el tema. El libro, superbamente escrito y documentado, permite entender al hombre en su medio, su desarrollo, sus temores y fortalezas teológicas e intelectuales. Se distribuye en capítulos que corresponden de las áreas o períodos vitales en los que se podría estructurar la vida y obra del nuevo Papa. Sin embargo, más allá de las bondades de toda biografía de famosos, ésta apunta, está abalada por una herencia de miles de años, tanto en estilo como en concepción. Así, de repente, nos encontramos con el hecho de que el discurso hagiográfico se filtra y genera ramas, subtemas, tópicos y párrafos enteros que van haciendo de la figura de Bergoglio la de un Papa y comienzan a coincidir con la de un posible santo.

Una excelente entrada en italiano, en el no siempre apropiado sistema de Wikipedia (tipear agiografia), incluye varios géneros y subgéneros que alimentan o construyen la figura de un santo desde la hagiografía. Esta realidad cobra sentido y fuerza si recordamos que los religiosos devotos de la piedad, como lo es Bergoglio, buscan "imitar a Cristo", lo cual conlleva una fuerte carga de sufrimiento, sacrificio, paciencia y madurez en el entorno. Y en esta vida que quieren moldear según el canon, será normal -y necesario para todo procesos de santificación- pasar por algunos requisitos:

1- venir de familia humilde o renunciar a las riquezas mundanas,
2- escuchar el llamado a la vida religiosa desde edad temprana,
3- pasar por pruebas de duda o renuncia de la fe;
4- ser marginado por la comunidad que lo acoge (incomprendido);
5- ser falsamente acusado;
6- mantener un activismo social constante;
7- reivindicarse en la fe;
8- morir en Dios;
9- hacer milagros port-mortem; entre otros

Los dos libros mencionados se nutren de la tradicion de la escritura religiosa, pues sus testimonios se emparentan con la llamada "vitae" o vida de santos (ver los dos oportunos volúmenes de la Vorágine). Quizá, algún día, el mismo Papa Francisco nos dé por escrito sus propias "Confesiones", a lo San Agustín. Por ahora, luego de leer lo que ha vivido en Argentina, en su amado Buenos Aires, es comprensible verlo sonriendo en el Vaticano, libre de las ataduras de los compromisos y las tensiones que debió enfrentar durante años en su tierra natal, sobre todo desde la política. Y es comprensible también escucharlo decir con humor una cosa y la otra (la gente que no lo ha leído no lo ha entendido, y de esos hay muchos, sobre todo cuando no quieren reconocer su calidad humana), expresar su nostalgia por volver a su casa (porteño, al fin al cabo, del San Lorenzo) y aventurarse a expresar su deseo por volver al relativo anonimato de antes, a manera de predicción divina: "Dos o tres años más".... porque uno idealiza el pasado, el lugar de origen, sobre todo cuando debe recomponer el gran deterioro institucional de la Iglesia Católica (corrupción a todo nivel, pedofilia, mafia, dinero robado, cuentas bancarias y gastos exagerados, etc), y lidiar con los burócratas que, de repente, ven su terreno mermado en el Vaticano.

Volviendo: los dos libros son una invitación para cualquier interesado en el Papa, en su palabra en directo. Son también una iniciación en sus escritos, pues hay un material abundante que aún no ha recibido la atención que merece, pues se trata de un hombre que llega a las mismas conclusiones desde un camino diferente, pero con la sabiduría que a todos nos falta a la hora de la hora.






miércoles, 4 de febrero de 2015

Historia subjetiva de la miseria en Cuba

En estas últimas semanas he leído mucho de Pedro Juan Gutiérrez, el escritor cubano.

Mi primer encuentro con su literatura fue en Arizona, hace mucho ya. Me prestaron la "Trilogía sucia de la Habana". La leí prontamente y con fastidio me quedé con la certeza de que era una copia, adaptación tropical, de Henry Miller, el maestro de la literatura porno-existencial. Recuerdo que aparecía mucho la palabra: asere (pana, yunta, man, bróder, panelia, ñero). Y es es todo lo que recuerdo.



Hace un par de años, en una de mis visitas de verano a Guayaquil, sin entusiasmo me llevé prestados dos libros de Gutiérrez. Los leí y tuve una impresión similar: un mundo que estaba a la mano y de la mano de Henry Miller llegaba al mismo cubano y a los lectores que lo veneran. Pero reconocí, al final, algo de coherencia del protagonista: por su escepticismo renunció a todo espejismo y se fue a vivir con una mujer amada, en un bohío. Pero mi entusiasmo no cambió la percepción de Arizona. (Dice mi maiztra Asuncion Lavrin que es dificil ser original en un país donde no existe libertad. Se refiere a Cuba y ella conoce muy bien el asunto. Imposible discutirle).

En mis lecturas recientes me he topado con un escritor que se repite a sí mismo, una y otra vez (lo cual ya hizo Miller). Y, en ese estilo que forja en su adapción tropical, aparece el tiempo histórico revisado, criticado y amargo hasta la locura en los 50 años de revolución. El mensaje es obvio: Cuba es una isla de zombies, de gente muerta de hambre que sólo tiene sexo, tabaco y ron como únicas agarraderas de vida. Ni siquiera huir le interesa. La putería zumba, la homosexualidad está a la vuelta de la esquina y el militarismo se junta con la corruptela. Un país sin esperanza.



Por otro lado, tratando de hacer justicia y contra-balancear mi primera impresión, me parece que la obra de Gutiérrez está bien escrita. Esta construída a base de frases cortas, lenguaje coloquial, acciones que se amontonan a punta de diálogos chispeantes, combinados con alguna referencia literaria, humor político negro y ligero, y tres obsesiones: sexo, ron y tabaco. Todo escrito el primera persona, en una interminable y circular autobiografía y crónica de una sociedad, un país que se cae a pedazos desde el mismo día en que llegó Fidel al poder. Todos los libros van resultando testimonios de un voyerista, un caminante y viajero urbano o rural que se debate entre erecciones y autopromoción del tamaño de su pene a través de la masturbación, la penetración o la contemplación. Tal es el mundo de Henry Miller en el Paris de la entre-guerras y tal es el mundo de la Habana desde los años sesentas.

En mis lecturas a destiempos de Gutiérrez varias ideas me han venido a la cabeza: 1- copiar su estilo, cosa aparentemente fácil; 2- hacer una lista de cómo hacerlo; también asunto aparentemente fácil (de hecho, ya hay por ahí algunos despistados que juegan a ser "sucios", a lo Pedro Juan) porque creen que del dicho al hecho no hay mucho trecho... 3- tratar de responder la pregunta: ¿Por qué no se han rebelado los cubanos ante tanta miseria? que es la única pregunta que se me ocurre con sentido cuando el "realismo sucio" tiene asidero en un país latinoamericano; 4- escribir un ensayo sobre los dilemas de una figura masculina que vive enamorada de su propio pene; o sobre cómo son descritas las mujeres; o sobre el papel que juega la música en la poética de Gutiérrez...

Otra idea que se me cruzó fue, y con el ánimo de desofender al autor cubano; reconocer que la brevedad, el mensaje directo, el humor y el dato mordaz con pinceladas poéticas, existen en la gran literatura de Cuba (y a pesar de Fidel) antes de que la fiebre henrymilleriana fuera puesta nuevamente en boga por Gutiérrez. Así lo demuestran Guillermo Cabrera Infante (en su "Habana para un Infante difunto"), Virgilio Piñera (en "La carne de René") y el deslumbrante Reynaldo Arenas (desde "Antes que anochezca" hasta "El color del verano"). No es justo entonces, creer que todo es influencia de Miller en Gutiérrez.

Pero esos ya son temas de vago.... Seguiré llenando esta páginas mientras siga leyendo.






miércoles, 28 de enero de 2015

Un hermoso soneto de Nicolás Guillén con música de Amaury Pérez



Cerca de ti, ¿por qué tan lejos verte?
¿Por qué noche decir, si es mediodía?
Si arde mi piel, ¿por qué la tuya es fría?
si digo vida yo, ¿por qué tú muerte?

Ay, ¿por qué este tenerte sin tenerte?
Este llanto ¿por qué, no la alegría?
¿Por qué de mi camino te desvía
quien me vence tal vez sin ser más fuerte?

Silencio. Nadie a mi dolor responde.
Tus labios callan y tu voz se esconde.
¿A quién decir lo que mi pecho siente?

A ti, François Villón, poeta triste,
lejana sombra que también supiste
lo que es morir de sed junto a la fuente.


viernes, 16 de enero de 2015

Mi experiencia con el Proyecto Prometeo (o Joseph K frente al castillo)

El Proyecto Prometeo del gobierno de Ecuador busca captar profesionales con Ph.D. o Maestrías que trabajen en el extranjero para que ayuden a mejorar la calidad de la educación. Es un muy buen esfuerzo... en teoría. Pero, en lo personal: ¿Por qué dejaría mi cátedra titular en EEUU para ir a Ecuador a ganar menos trabajando cuatro veces más? ¿Por qué cambiaría la excelente educación pública de mis hijas en EEUU por la de escuelas caras y/o de dudosa calidad en Guayaquil? Dos fuertes razones determinaron que tratara de participar en este Proyecto hace ocho meses: 1-Me gusta aceptar un desafío si puedo ayudar a mejorar la educación. 2- Mi esposa no se siente cómoda en Plattsburgh, New York: no le gusta el frío, extraña e idealiza Ecuador y su actual gobierno, quiere estar entre sus amigas, en su linda casa del sur. Lo que escribo a continuación es la crónica de un fracaso frente a la burocracia con la que tuve que lidiar. Mis objetivos son ayudar a que los interesados no repitan mis errores y esquiven las taras administrativas del sistema implantado.

En Mayo del 2014 llené el formulario en línea para inscribirme en el Proyecto Prometeo. Luego de tres meses fui contactado para "aclarar" detalles que, en realidad, ya estaban en el formulario pero no fueron leídos por los encargados. Fines de Julio, tres meses solo para eso.


En Septiembre del 2014 me escribieron desde Yachay. Hablé con un coodinador y el rector, ambos muy educados, cálidos y directos en su propuesta para que trabajara desde Octubre. Esto me sorprendió gratamente. Sin embargo, tuve que dejar pasar la oportunidad. Habría sido irresponsable abandonar mi trabajo repentinamente. Les agradecí y manifesté que estaría encantado de hacerlo el año siguiente, de ser comunicado con la debida anticipación. (En EEUU, generalmente, se hace una propuesta de trabajo en firme muchos meses antes de empezar las clases).  Me gusta la gente profesional que hace bien su trabajo. Lamentablemente, semanas después se inició otro proceso que fue sufrir el infierno de trámites interminables: a fines de Septiembre del 2014, los encargados del Proyecto Prometeo, por su cuenta, decidieron ubicarme en la Universidad Estatal de Guayaquil (UG).

En esta crónica usaré letras, en vez de nombres, para no auspiciar una cacería administrativa (esa es tarea de la policía o el mismo gobierno, si es que les interesa mejorar el personal de servicio) o servir a los que se oponen irracionalmente a la actual administración.

La persona de Prometeo que me escribió fue Y, diciéndome que debía ponerme en contacto con X, quien me guiaría en este proceso. X  era "la parte técnica" encargada de que los documentos estuvieran tal como lo querían los que tomaban decisiones en Quito (una "parte técnica" que, como se verá, jamás hizo bien su trabajo). De entrada, X me envió un formulario con errores que luego tuvo que corregir; y semanas después otro. Me puso en contacto con XX, un docente de una carrera diferente a la mía para que trabajaramos juntos la Propuesta que se debía enviar al Proyecto (a través de Y). Luego de varios días de mensajes que tanto X como yo le enviamos a XX, nos dimos cuenta de que nunca nos contestaría. En Octubre, X me puso en contacto con XXX, otro docente que tampoco era de mi área. Este, al igual que XX, tampoco contestó nuestros mensajes. Los días pasaban. Al final, nombraron a Z para producir la Propuesta de trabajo. Por suerte, yo conocía a Z y sabía que la información fluiría entre ambos.




Z me contó que estaba fuera de lo administrativo pero que me ayudaría. Z tuvo que bregar para encontrar a X disponible. X debía explicarle a Z lo que debía hacer, pues Z era "el contacto académico". Z asistió a charlas y cursillos en donde iluminaban a los asistentes en la oculta ciencia de la formulogía. Cuando Z tuvo la información cumplió su labor con eficacia y paciencia. Listo todo, lo enviamos a X quien, a su vez, lo enviaba a Y. A pesar de que lo hacíamos con Z, y luego X lo "revisaba", los de"arriba" devolvían lo enviado porque tal cosa estaba mal. A veces, el mismo X nos decía poner algo y luego que no, que había estado bien. Incluyo las varias veces en que los formularios enviados no fueron aceptados por las computadoras de mi universidad, protegidas por el sistema de potenciales virus; y las varias veces en que no pudieron ser "guardados" e hicieron que se cayera el sistema. Así se fueron Octubre y parte de Noviembre.

Completar los dos documentos, incluyendo consultas, borradores, revisiones y resultado final, no toma más de diez horas.... si es que dan instrucciones claras y detalladas de antemano y una sola persona tiene el conocimiento y poder para definir las cosas. Pero en este caso ocurrió justamente lo contrario. Anoto abajo una breve descripción de los dos formularios.

El Cronograma es un documento de una página en Excel que debe contener números de clases, semestre, años y porcentajes de actividades, todo lo cual debe obviamente completar un 100% de tiempo trabajado.  La Propuesta es un documento de cinco páginas en PDF de contenidos de clases, actividades administrativas y académicas. ¿Cuál es el problema entonces? Los intermediarios, "filtros" y "Comités" de Prometeo nunca dicen qué quieren encontrar con precisión. (Este es otro mal del mundo académico ecuatoriano: la falta de previsión y especificidad). Algunas categorías y ventanillas del PDF son de contenido obvio (por ejemplo: datos personales), otras ambiguas por la ausencia de instrucciones; o sea, se puede poner lo que uno crea conveniente pero nunca acertar.

La Propuesta fue el problema mayor del proceso y, a su vez, el símbolo del burocratismo prometeico porque hay que llenarlo jugando a la adivinanza. Z y yo nunca supimos, hasta hoy, exactamente lo que "los fitros" esperaban encontrar. Hacer perder el tiempo a los ciudadanos es la razón de ser, la justificación principal de los burócratas. Lo supieron Kafka y Kundera. (Cualquiera que haya leído "El Proceso" o "El Castillo", la misma "En la Colonia Penitenciaria" o "La insoportable levedad del ser" sabe a qué me refiero). ¿Mala fe de los funcionarios? No creo. ¿Sentirse importantes por el poder de decidir sobre otros? A lo mejor, es parte de su estilo de vida.  ¿Centralismo? Es la regla en Ecuador. Pero, como diría el mismo Correa hablando de los pelucones: "Es normal para ellos. Así son, así crecieron. No son personas malas. Posiblemente ni siquiera se dan cuenta del daño que hacen". A pesar de que Z y yo hicimos todo el trabajo siempre, la Propuesta aparecía firmada por X.

En uno de nuestros tantos cruces de documentos, de repente, apareció un nuevo "filtro". Recibimos a través de Y reparos a la Propuesta de la mano de Y2. Ya no éramos el triángulo de siempre (X,Z y yo), tampoco el cuadrado de a veces (Y, X, Z y yo). Ahora, desde los márgenes, en ventanillas amarillas, aparecía la voz de Y2 que nos decía aquí está mal, a empezar de nuevo. Esto, obviamente, ya nos tenía cansados y creó molestias. Ni yo ni Z teníamos tiempo para perderlo pues no vivimos de la tramitología ni del reunionismo. No es nuestro trabajo. No nos pagan por eso. A veces, X se desaparecía durante varios días y era otro tiempo perdido. Una vez le escribí a Y sobre el asunto y medio le tiraron de las orejas. Pero, sabiduría burocrática ante todo, sotto voce X me pidió que no le informara a Y de lo que hacía sin primero comunicárselo. Entiendo, repliqué, pero Y me pidió que lo hiciera. X replicó que, de hacerlo así, Y podría mandar al traste la Propuesta para siempre. Sí, tales fueron, a grandes rasgos, las idas y venidas de esas semanas de Octubre a Diciembre. Veamos otros detalles que provocan risa de lo absurdo.



Recordemos nuevamente que Z me está haciéndo un favor y no puedo pedir caridad con escopeta. Pasamos días produciendo, puliendo, aclarando y definiendo la Propuesta, armando la bibliografía, los cursos, elaborando ideas para el cambio de la malla curricular o la Certificación de la UG. En medio de esto, ocurrían cosas extrañas. Por ejemplo, una vez recibí de X, quizá por error, una lista de más de cien nombres de ingenieros, con sus números de cédulas ¿Para qué? Ni idea. Cuando le pregunté no hubo respuesta. Otra vez, supongo por error también, Y me envió una lista de unos cuarenta Prometeos a quienes les pedía que apresuraran sus Propuestas porque se acercaba la fecha tope. Noté que algunos tenían más de tres meses de atraso, lo cual me dio tranquilidad porque supe no era el único que no podía entrar al castillo kafkiano. Eso incluyó varias veces el mandato de Y de cambiar todo y aplicarlo a un nuevo formulario, siempre un día antes de la fecha límite (borra y va de nuevo por enésima vez). Un día Y me informó que yo no era un Prometeo sino un Ateneo (categoría creada por ellos días antes), es decir, era un docente no-investigador (aunque, en la Propuesta, Y2 me exigió que incluyera una investigación). Por ser ahora Ateneo tenía que cambiar nuevamente el formulario. Ahí me dije a mis adentros: "Prometeos: mejor ateneos".

En Noviembre del 2014, en mi universidad (SUNY-Plattsburgh) me pidieron que definiera el asunto, pues de quedarme tendría que asumir la Dirección del Departamento o, en caso de irme, ellos contratar mi reemplazo y buscar un nuevo Director. Me dieron hasta el 15 de Enero del 2015 para hacerlo (recuerden, esto empezó en Mayo del 2014), y así se lo comuniqué a Y quien, inmediatemente, se desentendió del problema diciendo que no podía darme fechas, que había filtros, que esto y lo otro y que a lo mejor yo no obtendría nada (recuerden que ellos fueron los que me pusieron en la UG). O sea, Y no tenía el "sentido de urgencia" que Correa tanto reclama a los burócratas. Mi deseo de hacer lo posible para que mi esposa viviera un año en Guayaquil estaba en pié, pero nunca dependió de mí. Prometeos: no prometais si no está en vuestras manos cumplir, mejor ateneos.

Para principios de Diciembre estaba ya fundido y harto de todo esto. Mi paciencia se terminó y también mis deseos de servicio o trabajo en circunstancias adversas. Pero gracias a un esfuerzo grande de Z (había una circunstancia personal muy dura con la que tuvo que bregar) hicimos el último envío el 11 de Diciembre, con la esperanza de que lo revisaran el 15 de Diciembre  y tener una respuesta en firme antes de mediados de Enero del 2015. Luego del envío no volví a saber nada de Y ni de X, ni de los filtros, ni los Comités, tampoco de Y2. Llegó el fin de año y le dije felíz navidad y próspero año a Z.

El 8 de Enero del 2015, solo para cerrar oficialmente el proceso, le pregunté a Y sobre el estatus de la Propuesta. Luego de varios mensajes admitió que ni siquiera la había enviado ni discutido, pues, ¿qué creen? estaba "pasando por filtros de corrección" y que a lo mejor se la discutiría a fines de Enero, o sea después del límite dado por Plattsburgh. Ese "a lo mejor" que Y anunció no era el momento final del proceso sino, a lo más, el paso a otros "filtros" y "Comités de revisión". Es decir, la cosa podía seguir quién sabe hasta cuándo. No son malos funcionarios, simplemente trabajan así, es el estilo made in Quito-Ecuador, debería decir Correa.

A todo esto: ¿Qué hizo X, como "parte técnica" y responsable de que la Propuesta llegara a los filtros ya corregida? Simplemente nada. X nunca hizo su trabajo. Su presencia fue innecesaria porque su labor fue de simple intermediario. De hecho, una vez descubrí que había enviado una versión con varias fallas ortográficas, las mismas que Y2 tampoco había revisado en la devolución. O sea, la versión "final", cada vez que pasó por X, era mandaba con nuevos errores que ni Z ni yo descubrimos a tiempo.

Hoy es 16 de Enero y se ha vencido el plazo dado por Plattsburgh. No sé nada más del Proyecto Prometeo y ya no importa. Lo único bueno es que he terminado estos largos e inútiles meses de tiempo perdido, todo por ser coherente con mi palabra como esposo.

Pero, como se dice en la calle: las cosas ocurren por algo. De pronto, es mejor quedarse aquí en vez de ir a Guayaquil a tener que lidiar con X,Y, Y2, los filtros, el "Comité" y el otro "Comité", aunque solo sería una cyber-molestia porque los reyes de la tramitología y el reunionismo son de o viven en Quito, aunque resuelvan los destinos de la Universidad de Guayaquil. Como siempre hay alguien que me dirá que no hice todo lo que podía haber hecho, informo que contacté a ZR, una persona en la UG que estaba en posición de ver qué mismo ocurría con mi situación. ZR me dijo que me contestaría a la semana siguiente pero nunca lo hizo. Nunca fui buen diplomático ni amarrador, está claro. No volví a buscar la "influencia" de ZR.

Ahora mi esposa está frustrada con lo ocurrido, un poco molesta, pero no conmigo (dice ella). Sigue creyendo en Correa y la Revolución Ciudadana, piensa que en Ecuador todo es lindo y mejor que acá. El calor, que en Guayaquil nadie soporta, ella lo ve como bendición, comparado con el frío de aquí. Por el contrario, para mí, a estas alturas de mi vida y con dos niñas que criar, lo único que cuenta es tener trabajo para pagar las facturas. Pienso en los meses perdidos y me doy cuenta de que a pesar de no ser el típico militante de derecha, ni empresario ni del MPD, a pesar de que no ser de la Conaie ni de los partidos políticos de oposición, no tengo un lugar en el Ecuador de La Revolución Ciudadana. Tampoco estoy afiliado a Alianza País, no he tenido cargo ni trabajo directo o indirecto por/con ellos y mi posición personal ha sido crítica o de apoyo, según, Tengo un lugar en EEUU, mi país adoptivo, pero no en Ecuador. A lo mejor más que antes, muchos, todos tienen nuevas oportunidades, pero yo no: el centralismo nunca me favoreció, tampoco la derecha. Siempre hay un precio que pagar en la vida y, en mi caso, este es uno de ellos. Asumo que, hasta que me jubile, mi residencia seguirá en Plattsburgh, NY. Aquí nacieron mis hijas y aquí son felices a su manera.

Espero que este largo recuento sirva para que otros puedan sortear el burocratismo que me tocó vivir en el Proyecto Prometeo. Como siempre, en todas partes hay gente valiosa y pragmática (como Z en Guayaquil y los de Yachay, que me trataron tan bien), pero también hay gente lamentable, como X, o Y con su auto-exclusión de problemas que ellos crean. Ambos son prescindibles en este trámite. Los llamados "filtros", "Comités", o personas como Y2, viven jugando a la adivinanza y corrigiendo una cosa y otra no sin decir de antemano qué mismo es lo que quieren. Propician lo que se llama: PERDER EL TIEMPO. El peligro de fondo es que gente así decide los rumbos de la educación en Ecuador, una burocracia mal preparada y entrampada en superficialidades. ¿Por qué no dan instrucciones específicas desde el principio? Porque no las tienen o no saben el ABC de la metodología más elemental. Como ocurre en la obra de Kafka, personas así tienen el poder de decisión sobre otros sin ninguna justificación ética. Juegan con un fuego que no conocen, y no es el fuego de Prometeo, tampoco la sabiduría de Atenea.

Por lo demás, me toca ahora ser el nuevo Director del Departamento de Culturas y Lenguas Modernas en SUNY-Plattsburgh. En mis funciones, espero no lidiar nuevamente con futuros X o Y, o Y2 para no convertirme en "un monstruoso insecto", como ocurrió con Gregorio Samsa (otra vez Kafka en "La Metamorfosis"). Después de todo, la incompetencia burocrática y la evasión de responsabilidades son problemas universales, aunque la culpa de los errores siempre cae solo sobre el ciudadano.



atte: Joseph K




lunes, 5 de enero de 2015

Los Ensayos de Montaigne y el marxismo de Terry Eagleton



La edad y el tiempo siguen siendo benignos conmigo y mantienen vivo mi interés por la lectura: he terminado, luego de varios años de ir de tranco en tranco, el Volumen II de los Ensayos de Montaigne, en la antigua edición de Garnier Hermanos (quiero pensar que el Volumen I, en la edición original francesa de Garnier, descansa en mi biblioteca en Guayaquil). La apretada y menuda letra en tan reducido espacio nunca fue atractiva pero siempre secundaria comparada con la pluma del gran autor. El resultado es constatación, asombro, interrogación personal y, de alguna manera, recordatorio.
Constato el tremendo peso del clasicismo greco-latino en la obra de los renacentistas: todo es citas y reflexión sobre lo escrito por Homero, Séneca, Tucídedes y Tácito. Todo es ellos ya lo dijeron y yo, acaso, lo amplifico de manera innovadora (Teoría de la preponderante Imitatio), si el destino lo resuelve de esa manera. Constato que Montaigne conocía al dedillo a esos autores y cotejaba sus enseñanzas con la vida diaria del siglo que le tocó. Es en ese diálogo entre su presente y la herencia de siglos que se fragua, construye y estructura la identidad del "hombre de letras", abierto a la diversidad y buscando siempre, afanosamente, llegar a nuevo puerto. Los Ensayos abrazan todo tema y se muestran como guías de vida, lecciones a seguir o a tomar en cuenta. Y, como dije al principio, a mi edad eso se vuelve mucho más importante que hace treinta años, época en la que tomé en serio la lectura de los clásicos.
El asombro como lector ocurre a diferentes niveles: me abruma tanta sabiduría y facilidad de palabra de Montaigne, su flexibilidad bibliográfica y puesta en escena del conocimiento almacenado. Me asombra que aborde de manera enciclopédica tantos temas y resuelva incógnitas y reflexione meta-teóricamente sobre cómo se originan las preguntas en un texto. En realidad, la abundancia de detalles crea, en determinados momentos, un vértigo intelectual que encuentra sosiego solo cuando cambia de tema o se detiene ex profeso para armar una transición.
Los Ensayos interrogan a cualquier lector de manera doble: directamente, la actualidad de sus temas resulta avasalladora (de alguna manera, seguimos siendo hijos de la Modernidad que inauguró su tiempo); indirectamente, la profundidad de sus reflexiones genera un proceso de aceptación para el procesamiento del material intelectual. Sin embargo, es justo decirlo, sus interrogantes van más allá de lo personal y lo privado y llegan a la discusión social propiamente, no sólo la de su tiempo o la que ocurrió dos o tres siglos más tarde, sino la de hoy, la de estos nuevos días del año 2015.
Leer los Ensayos de Montaigne es un recordatorio de "la insoportable levedad del ser": cuando aparece la llamada de la vida y de la muerte y el francés se interroga sobre el sentido de ambas, de cómo debemos vivir la vida y prepararnos para la muerte. Esto no debería ser mayor dilema si mi lectura (o relectura) no ocurriese ahora, hoy, en estos días, porque a partir de cierta edad se empieza a reflexionar no en el futuro, ni en el pasado, sino en el límite del camino y en el final del viaje. Y a este respecto, sólo incluyo una doble coincidencia: mi lectura de un libro de Taleb (sobre el cual ya escribí algo) y su confesión de que Séneca lo acompaña a todas partes; y el hecho de que en mi oficina los libros de Séneca ya fueron subrayados por un joven ambicioso de conocimiento hace más de treinta años. Así, es como si las coincidencias dejaran de ser tales y todo fuera agarrando forma, sentido, coherencia.

El primer libro que leí este año fue Why Marx Was Right, de Terry Eagleton. Para asombro de muchos, el autor deja su tono sobrio y árido (predominante en su The Ideology of Aesthetics, que empecé hace pocas horas) para captar lectores que se decepcionaron del marxismo o se quieren iniciar en dicha teoría, y ubica su lectura como parte de un esfuerzo idealista -acaso también oportunista, revisionista- aunque intelectualmente honesto. Eagleton debate diez estereotipos endilgados por la derecha, los capitalistas y los ultraizquierdistas (entre otros grupos) a Marx y, a partir de referencias bibliográficas, hechos, circunstancias y anécdotas, nos muestra un marxismo vivo, cercano, disciplinado pero también flexible en sus bases epistémicas que se muestran dispuestas al cambio y a la reinterpretación (algo que vienen haciendo los teólogos del cristianismo desde que éste existe y la teoría civil conoce como Hermenéutica. No rechacemos entonces ese esfuerzo de Eagleton). Pero, ya que escribiendo sobre el renacentista francés di paso a una perspectiva más personal y subjetiva, es legítimo preguntarme: ¿Qué tiene que ver Eagleton con Montaigne salvo el capricho de mi elección como lector?
Mi profesión demanda un mínimo de lecturas actualizadas en el campo de trabajo, es cierto. Pero en ese cumplimiento de tarea trato de relacionar un aspecto con otro: personalmente, Eagleton revisa un cuerpo establecido y asumido de diferentes maneras por millones de personas, muchas de ellas ahora padeciendo de un deprimente desencanto político, mientras que Montaigne hace exactamente lo mismo pero desde el camino opuesto: ambos atacan el tema central pero desde tradiciones opuestas: lo de Eagleton es desde Marx, lo de Montaigne desde muchos autores.
Sin embargo, en ambos se nota un profundo y respetable amor por lo que escriben, un respeto al lector (lo que se llama: solidaridad) porque el autor es, a fin de cuentas, el mismo lector y viceversa. Los dos escritores se ven enfrentados a una distorsión que, de seguir así, entrañará viejos y nuevos peligros, y, por lo tanto, hay que corregir de manera inmediata.
Irónicamente, para hacerlo, Eagleton integra, aunque tardíamente, el concepto del "cuerpo" (muy a la moda desde Barthes y Foucault) y la idea de Dios (un Dios que jamás fue atacado o negado por Marx cuanto la fuerza opresiva de las religiones, "el opio del pueblo", en una sociedad en la cual éstas eran básicamente refuncionalizadas por los poderes de explotación al pobre). Ambos conceptos, en un marxista confeso, llaman la atención pero se explican en los nuevos vientos que se respiran en el mundo.
Montaigne, en cambio, conectado con el poder real (de realeza) y lo más elevado de las autoridades intelectuales de su tiempo, lo hace desde un reposicionamiento de sí mismo no como "autoridad" sino como distribuidor, intermediario, repartidor de ideas, como un ser limítrofe entre el lector de sus años y el pasado remoto que activaba de manera apasionada en sus páginas.
Así, en esta doble lectura singular, tanto Eagleton como Montaigne me devuelven al intercambio informativo y a plantearme nuevamente la idea de que es hora de volver a leer mis libros de Séneca y Tucídedes, tal como lo hice hace más de treinta años. Tal como lo hace Taleb, pues siempre sentimos que nos va llegando la hora de recoger los bártulos.