sábado, 20 de junio de 2015

De la necesidad de "saber venderse"

Esta es otra de mis flaquezas: no saber venderme, aunque debería especificar: no me gusta venderme. Saberlo hacer es relativamente fácil. Como ejercicio social lo he hecho sólo para comprobar que no es imposible: basta sonreir, alabar a los demás, mostrarse interesado en lo que otros hacen, visibilizarse, reaccionar públicamente frente a todo, sobre todo las cosas que atraen la atención, etc. Pero no me gusta hacer cabildeo (lobby), sacar provecho de alguna situación. No va conmigo. Soy mojigato o tengo integridad, depende de quién lo vea. En el mundo académico de Estados Unidos y otros países, para venderse, "hacerse ver", hay que viajar a congresos (hay centenas anualmente y me llegan invitaciones a participar siempre), hacer nuevos "amigos" y colegas, establecer relaciones con gente preponderante, pues son los puentes del intercambio, la puerta para las invitaciones a nuevos congresos, el recurso de palanqueo para ser publicado y hasta ser contratado o becado.
Pero siempre he sido reacio a participar en esos juegos. No me parece que mi condición humana tenga que caer tan bajo como para substituir el trabajo honrado por las afectividades personales, la disciplina investigativa por el amarre institucional. Y no me ha ido bien; al menos, no tan bien como a los demás.
Conozco muchos casos de gente que practica fielmente la consigna de "el que no llora no mama", acompañada inclusive de consenso a su favor: eso es lo que hay que hacer. Lo he vivido como estudiante y profesor, como simple asistente a eventos y como invitado especial, como ciudadano y académico. Y siempre me deja un mal sabor en la boca por ver y testimoniar cómo las relaciones personales reemplazan el trabajo bien sudado.

Estuve hace un par de años en esas andanzas por sugerencia (que interpreté como un mandato, pues vino de una estructura superior), y los resultados fueron los que esperaba: una persona con un curriculum menos relevante ganó ese "concurso". Me hicieron otra vez la invitación a que participara al año siguiente, con un leve indicio de que el resultado sería diferente. Obviamente, no lo hice, preferí dar un paso al costado. Dije que ya había seguido el consejo.
En estos meses, estoy a puertas de hacer algo similar. No es determinante, pero se me presenta como algo que debo enfrentar. He sido advertido que debo pensar en el tipo de lectores de mi carpeta (a quienes no conozco y no me conocen, lo cual es resultado de mi falta de "vida social" en el trabajo). Un colega, con toda la honestidad y buena intención del mundo, luego de revisar mi CV y leer mi auto-evaluación, me dijo: "no sabes venderte, a lo mejor es cultural, pero en este país (EEUU) todos se venden fácil. Debes venderte mejor pues sabes y haz hecho mucho más de lo que dices en tu carta. He visto cómo gente incompetente logra las cosas y lo tuyo es muy superior".
Así, pienso en las aguas que aún debo navegar en el mundo, en el límite de lo que considero apropiado y justo en la vida, en el mismo legado para mis hijas: lo que llamo dignidad o lo que otros llaman "saber usar las reglas del juego". A lo mejor es un asunto cultural, a lo mejor es decisión personal. Pero, hoy por hoy, mi conclusión sobre la necesidad de venderme es mantenerme distante. No soy yo. Me cuesta mucho hacer algo que va contra mis principios. Es una lástima que mis hijas tengan un padre así, les podría costar caro. Cuando les llegue la hora a lo mejor ellas tomarán otro camino. A mí me seguirá costando.
Y es igual en Ecuador o en cualquier otro país. Lastimosamente.
Esto que cuento, sin embargo, tiene muy poco que ver con las destrezas profesionales necesarias para dirigir un Departamento. Es verdad que se deja el mundo puramente académico (centrado, autónomo, solitario, de manuscritos, privado, estable y austero) para salir a otro que es justamente lo contrario (social, de memorandums, fragmentado, de rendir cuentas y ver a los demás, público), pero también es cierto que uno no se somete a juicio sobre lo hecho. En el cargo de Director departamental se establecen relaciones concretas y diarias de trabajo y evaluación. Algo que, sin duda, en todos los que tienen que pasar por este filtro profesional, deja huellas que a veces llaman "de madurez", a veces "de fracaso".
Ya he contado mi resistencia a ser "cabildeador" (amarrador). La experiencia de ser Director de mi Departamento, algo que nunca he deseado, empieza desde el 1ro de Septiembre. Luego de un año volveré a tocar el tema y veremos los resultados.