viernes, 25 de marzo de 2011

Otra vez Quito como Ecuador (un libro más de los intelectuales del centralismo)

[Reproduzco aquí un comentario que escribí para H-LatAm]

Carlos de la Torre, Steve Striffler, eds.  The Ecuador Reader: History, Culture, Politics.  The Latin America Readers Series. Durham, Duke University Press, 2008.  437 pp.  $89.95 (cloth), ISBN 978-0-8223-4352-3; $24.95 (paper), ISBN 978-0-8223-4374-5.

Reviewed by Fernando Iturburu (SUNY Plattsburgh)
Published on H-LatAm (December, 2010)
Commissioned by Dennis R. Hidalgo

¿Ecuador o Quito?

Para entender la composición del libro "The Ecuador Reader", editado por Carlos de la Torre y Steve Striffler, hace falta una introducción histórica. Cualquier estudioso de Latinoamérica sabe que en nuestros países, a partir del período colonial, se desarrolló un sistema centralista de administración de las políticas y los recursos del estado pro-peninsular, el mismo que, en el siglo XIX, pasó a servir los afanes de las élites criollas, herederas de las europeas. Por este motivo y paralelamente, las historias de dichos países se escribieron desde círculos capitalinos en el contexto que Ángel Rama denominó "ciudad letrada." En el caso ecuatoriano, el centralismo también alcanzó las esferas intelectuales, sobre todo gracias al respaldo de la dictadura militar de los años setentas del siglo XX, que buscó eliminar la competencia interna de los grupos que se disputaban el poder nacional y desarrollar un discurso y una ideología que justificaran el centralismo, muchas veces negándolo, en detrimento de hacer de Ecuador un país democrático y diverso. En este contexto se puede realizar una lectura menos tradicionalista de "The Ecuador Reader".

El volumen hace gala de variedad temática y autorial, y se prestigia gracias a la inclusión de algunos eruditos, como Norman Whitten, Frank Salomon, Blanca Muratorio (cuyos trabajos traen a la luz a los negros de la costa, versan en profundidad sobre los habitantes de la Amazonía o el afán por anular algunos mitos nacionales), así como de nuevos investigadores que visitan Ecuador y traen a la luz capítulos desdeñados por la historiografía oficial (Ronn Pineo, con un texto en Guayaquil y la costa), o vistos desde nuevos ángulos (A. Kim Clark), o que desafían el mundo académico al introducir corpus no valorados por la academia (Dorothea Scott Whitten). En este sentido, es claro que hay un interés editorial por captar la atención de lectores especializados. A un nivel diferente, que se mueve entre la promoción turística y la repetición de hechos ya demostrados, podemos incluir el del llamado "Panamá hat" (original del pueblo costeño Montecristi), el que trata sobre Otavalo (Rudi Colloredo-Mansfeld), el de la emigración (Brad Jokish y David Kyle), el infaltable texto sobre la arquitectura colonial de Quito (Susan V. Webster) y el de las mujeres andinas (Mary J. Weismantel ).

A partir de éstos últimos se empieza a notar el sesgo informativo en la percepción e interpretación de la historia ecuatoriana porque afianzan la idea de que Ecuador, nace, crece y concluye en o alrededor de Quito o en los Andes (interesante que Ronn Pineo hace una rápida referencia a esta misma complicación [p.145]). Para demostrarlo, bastaría ver la foto de portada (cuatro mujeres indígenas de colorido atuendo) y las incluidas en el libro. Pero este problema de perspectiva editorial, como se lo enmarca en el párrafo anterior, es el resultado de un proceso ideológico de alineamiento de grupos intelectuales que se benefician del y favorecen el centralismo capitalino mientras generan un aparato crítico e interpretativo que busca dar cuerpo y justificar dicho centralismo y visión parcializada de la historia nacional. En esta revisión del sesgo subyacente al libro hay que partir anotando las grandes ausencias informativas de lo que supuestamente "offers a deep understanding of Ecuador" cuyo material, se espera, "provides a broad introduction to a country rich in diversity" (pp.1,  3).

Por ejemplo, de las tres regiones principales (Costa, Sierra y Amazonía), se investiga mayoritariamente la segunda. De la Amazonía, hoy por hoy el territorio más problemático de Ecuador, pues ahí convergen intereses de compañías petroleras multinacionales, grupos armados regulares e irregulares (de Ecuador y Colombia), y habitantes naturales que viven bajo amenaza de extinción, se dice muy poco para lo que representa. De las Galápagos, no obstante su lugar geopolítico estratégico, por razones de turismo y ecología apenas incluyen breves páginas. De la Costa, la región más poblada del país, en la cual crecen el segundo producto y tercer producto de importación nacional (el banano y el camarón de piscina, siendo el primero el petróleo de la Amazonía), se dice menos aún (Striffler), a pesar de que la Costa tiene una exuberante historia tanto urbana como rural de la cual los archivos históricos y la literatura nacional dan buena fe. De Guayaquil, la ciudad más poblada y de mayor empuje económico en el país, tampoco se dice nada (salvo el estudio de Pineo y una narrativa sobre Pancho Jaime, un periodista y personaje popular percibido como "negativo" que fue asesinado en los años ochentas, pero escrito a cargo de un investigador quiteño; o de Julio Jaramillo, el gran cantante guayaquileño, nuevamente, escrito por alguien también de Quito). A la par que se evidencia la selectividad regional de los editores, encontramos textos que resultan "curiosos," cuestionables en su representatividad, o "exóticos," por decir lo mínimo (quizá porque, tal como lo anuncia un comentario que acompaña al libro, éste es para "travelers" y "students").

Pertenecen al grupo de textos de cuestionable representatividad los de Friedrick Hassaurek, Albert Franklin, Salomon Isacovici y Juan Manuel Rodríguez, pues son ofrecidos para que su experiencia personal sea leída como general. Al mismo tiempo, nos enteramos de las vidas de estos autores (desconocidos en Ecuador) solamente cuando hablan de los Andes y no del resto del país. Algo similar se puede decir de la selección que hicieron los editores del diario de viaje Ecuador, del poeta francés Henri Michaux, en el cual se escribe de la Costa y Guayaquil y se incluye unos poemas sobre Quito, pero estratégicamente olvidados en "The Ecuador Reader". En los poemas que descartan los editores se encuentran estos versos: "Petit village de Quito, tu n'es pas pour moi. / J'ai besoin de haine, et d'envie, c'est ma santé. / Une grande ville, qu'il me faut. / Une grande consommation d'envie." (Pueblecito de Quito, tú no eres para mí / Yo tengo necesidad de odio, de envidia, es mi salud / Una gran ciudad es lo que me falta / Un gran consumo de envidia).[1]

Entre los textos "exóticos" se puede incluir el que trata de montañismo, deporte inexistente en Ecuador, practicado sólo por extranjeros, guías de turismo y alguno que otro viajero (Rob Rachowiecki); también el de cocina "a la quiteña" (léase, al estilo andino) de Noemí Espinosa, quien perdió la oportunidad de rendir honor a la cocina popular de Quito con recetas de alto consumo de cuy (guinea pig) [2], tripa mishqui (tripa dulce), variedades de caldos, fritada, hornado de cerdo o estofado de borrego, en vez de apropiarse de lo que es característico de la Costa y provincias como Manabí (lugares en donde se captura y disfruta el camarón, no en las montañas andinas). También pertenecen a este bloque los discursos y viñetas del dictador y cinco veces presidente Velasco Ibarra, pues su gala retórica, en los tiempos actuales, tiene menos importancia que los discursos del ex-presidente Jaime Roldós, sospechosamente fallecido a principios de los ochenta (ver libro "Confessions of an Economic Hit Man", (2005) de John Perkins) también excluido de este libro.

Entre los textos prescindibles se incluyen los resúmenes históricos de Andrés Guerrero y Adrián Bonilla, la crónica de viaje de Pablo Cuvi y el corto ensayo de Tamara Bray. Los tres primeros son evitables por constituir repeticiones de visiones ya recicladas de la historia, siempre centradas en el protagonismo de Quito sin cuestionamientos o dudas de la información que presentan. Y el último de ellos es insustancial porque su tesis le quita importancia al tema y a su relación a la historia nacional. Efectivamente, la cultura costeña pre-hispánica Huancavilca es una de las más antiguas del continente y ha dejado muchos artefactos y sitios arqueológicos que han sido objeto de estudio de grandes arqueólogos, como Betty Meggers, su esposo Clifford Evans y Olaf Holm, todos injustamente excluidos de "The Ecuador Reader". Lo que hace Bray en este texto es inclinarse a probar el lado "andino" de esta civilización a través de una concha costeña (Spondylus Princeps) usada con fines rituales en la Sierra.

Aunque "The Ecuador Reader" se propone como un libro a favor de la diversidad, es más llamativa la exclusión de autores especializados que la bondad selectiva de los editores. De hecho, hay autores que se repiten innecesariamente. En su lugar, habría resultado mejor dar paso a especialistas que han trabajado toda su vida sobre Ecuador y cuya obra es un pilar de conocimiento, muchas veces relegado. Incluyo
como lamentables olvidos los nombres de John Leddy Phelan, pionero en la investigación de la historia de Ecuador. Justino Cornejo, quien escribió hace muchos años varios libros sobre las culturas afro-ecuatorianas (incluyendo la de Guayaquil, la ciudad con más habitantes afros del Ecuador) y cultura oral del campo del Litoral, concretamente del "amorfino." La investigadora Regina Harrison, quien dio a la luz la inmensa obra manuscrita (auto)biográfica de la clarisa quiteña Getrudis de San Ildefonso (siglo XVII) y está a la vanguardia de la investigación de la poderosa cultura colonial femenina (escandalosamente relegada de este volumen, así como de las historias nacionales "oficiales," aunque supuestamente alternativas, como la de Enrique Ayala Mora) y del mundo simbólico de los Andes. Jorge Martillo Monserrate, escritor y periodista cultural, autor de más de cinco libros de crónicas de viajes en Ecuador que son indisputables testimonios etnológicos. El antropólogo Hugo Benavides, director del Programa de Maestría en Antropología de la Universidad de Fordham, autor de dos libros ejemplares sobre la cultura popular de Quito y Guayaquil, respectivamente. Michael Handelsman, quien más ha hecho por y mejor conoce la literatura del Ecuador y pudo presentar una lista más representativa y ajustada al consenso que los lectores y escritores de Ecuador, y no como ocurre
en el "Reader" (con la salvedad de Pablo Palacio). Laura Hidalgo Zamora, establecida investigadora quien, al igual que Justino Cornejo, conoce perfectamente la cultura oral esmeraldeña, andina y costeña, y entiende los procesos culturales e ideológicos de manera global y no sólo en el detalle coyuntural o del paper que se debe
escribir. Hernán Rodríguez-Castelo, fecundo crítico y consulta obligada en todo lo que se refiere a literatura y cultura del Ecuador.

Ecuador, un país de poco más de diez millones de habitantes, de los cuales aproximadamente una cuarta parte ha emigrado al exterior, de geografía variada y recursos naturales, una nación complicada y políticamente inestable, sigue esperando el momento en que un cuerpo democratizado de editores y autores ofrezca fuentes informativas balanceadas, actualizadas y verificables, que vean más allá de Quito o de las montañas andinas. La edición de "The Ecuador Reader" nos recuerda claramente que estos deben ser los principios rectores de la intelectualidad "de la ciudad letrada" de un país latinoamericano, cuando se expone como representante de un conglomerado plural y quiere cumplir con un requisito básico de justicia cultural: dejar que esas voces se expresen desde sí mismas y no a través de filtros de censura, de la tradición o de la predominante ausencia de auto-crítica, como nueva y lamentablemente ha ocurrido en dicho libro.

pd: para los curiosos: los escritores incluído, a más de Pablo Palacio, son de Quito: Vásconez (de quien se afirma algo descabellado: que es el escritor -o uno de los- más influyente de América Latina), Oñate y la poetisa que fue Canciller, María Fernanda Espinosa, esposa del músico de Pueblo Nuevo, también entroncado en el PAIS "de la revolución de las manos limpias" (nada de Hugo Mayo, Humberto Salvador, César Dávila, etc, ¡prioridad a los amigos de los editores señores, a los viajeros internacionales!)

Notes

[1]. Henri Michaux, _Ecuador: Journal de voyage_ (Paris: Gallimard,
1968), 94.

Citation: Fernando Iturburu. Review of de la Torre, Carlos; Striffler, Steve, eds., _The Ecuador Reader: History, Culture, Politics_. H-LatAm, H-Net Reviews. December, 2010.URL: https://www.h-net.org/reviews/showrev.php?id=31451

[2] La semana anterior leí en un diario de Quito que la capital cuenta ahora con un servicio de entrega a domicilio de cuyes cocinados. Un claro ejemplo de la alta demanda que tiene el animal andino y que por sectarismo ni siquiera se nombra en The Ecuador Reader

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viernes, 18 de marzo de 2011

De los escritores que dicen más de lo necesario

Cuando leo los diarios, me sorprende la facilidad que tienen muchos escritores para tratar de temas sin la preparación formal requerida, no se diga profesional o académicamente sólida. De los tantos, el tema favorito resulta la política. Así, aparecen dándonos clases de dinámicas partidistas, comparaciones de algún personaje del libro que esa semana les tocó leer con el rival (o los rivales) que los anima en sus solitarios debates o nos llevan a geografías y problemas que aparecen en los suplementos dominicales de las ciudades en donde viven. De esta vanidad pecan tanto los Vargas Llosa como los García Márquez, los Reynaldo Arenas como los Fernando Vallejo, no se diga escritores menores, locales o anónimos.
¿Por qué lo hacen? Porque son especialistas en "la palabra". Y asumen que la palabra es su mismo contenido y que la oración (como el papel) aguanta todo. Entonces, el procesamiento informativo y análisis que todo especialista debe hacer -digamos un economista que escribe de economía- en la mano de los escritores se vuelve en un hábil manejo de palabras y términos que se visten de "interesantes" sólo por estar "bien escritos" (no discuto ahora la trampa de esta última expresión).
Para compensar, otros que también escriben en los diarios sin ser escritores, se aventuran sin problema en las avenidas del arte verbal porque, risiblemente, asumen que cualquiera puede hacerlo. Para ellos tampoco hace falta tener entrenamiento en crítica literaria. Es, después de todo, un "asunto fácil", casi/cosa de vagos.  Así, el abogado escribe la reseña literaria, el amigo del dueño o el jefe de sección opina sobre las próximas elecciones, el cura se vuelve especialista en la lucha de clases y el sabelotodo (siempre hay de esos, por lo general a cargo de la página editorial) sobre lo que le venga en gana.
Esta crisis no es de ahora, por supuesto. Se inaugura con el poder que da la retórica clásica a quien la sabe manejar (hay que leer aquí a los Cicerones, sobre todo) y se redefine con los llamados Enciclopedistas, que abordaron de manera seductora diversas áreas del acontecer humano. Obviamente, en nuestro medio, sin la calidad de los fundadores.
Lamentablemente, hay una trampa: la aceptación y la promoción de la mediocridad de pensamiento vías escritura empírica de unos y otros. Cuando eso se vuelve la norma, como ocurre con los diarios de Ecuador (y otros países), es imposible pensar en una producción intelectual de primer orden, y todos se vuelven meros "intelectuales de a gamba", como decía Clos Yeah, una blogera altamente crítica y pornográfica que dejó de escribir hace mucho tiempo y sobre la cual diré algo posteriormente.