sábado, 30 de octubre de 2021

Kafka y lo que hacemos al regreso


Beber, a veces desconsoladamente, por el tiempo que ya se fue o por los amigos que nunca más volveremos a ver. Llorar por los familiares que se nos adelantaron. Visitarlos quizá en donde duermen sin temor a molestarlos, poco menos que deseando despertarlos. Conversar con ellos nuevamente, seguir ese diálogo que se quedó trunco la última vez que se vieron. 

Cuando uno regresa, en verdad no regresa. Solo visita. Se sabe con un pie aquí y otro allá por unos días. Escucha a veces las voces de los otros como distantes, como si las dijeran desde el otro lado de la calle, a lo mejor más lejos aún, como si fuera un eco.

Uno trata de ponerse el día y van saliendo chismes, anécdotas, recuerdos, ocurrencias, alguna imagen se reactiva en la mente. A veces un dato nuevo reafirma lo sabido, otras veces lo cambia y altera la percepción de las cosas, porque siempre se puede cambiar el pasado.

Las formas de volver y hundirse en la geografía original que uno ya perdió ocurre de varias formas: Unos van a su casa (o lo que queda de ella) o a la de sus parientes o amigos, que son con quienes vivió un gran tramo de su vida. Otros se pierden en aventuras de cantinas o pueblos lejanos, en vecindarios clandestinos que los demás ignoraban o simplemente se van de viaje a alguna localidad pequeña en pos del descanso o las alegres vacaciones. 


A veces, los que regresan esconden esa llamada del pasado en la excusa de fiestas patrias o un  cumpleaños familiar, el aniversario del fallecimiento de un ser querido o el tan dulce y cruel mes de diciembre, con la calidez de las luces de colores, el arbolito del barrio, los muñecos gigantes que replican desde España, los cohetes y el nuevo año que pronto llega.

Y a veces, esa llegada es también una implosión de muchos sentimientos, tantos que cualquier vocabulario queda corto para describirlo. Acompañan la ceremonia comidas típicas, cervezas heladas, bailes, gritos, abrazos y llanto.

El regreso al otro lugar es siempre callado, quizá de calmado respiro, y posiblemente cerrado con la promesa de volver. Tal es el vaivén de los millones que dejaron sus tierras y se fueron a otro lado. 

Oro por aquellos que nunca pudieron volver al lugar donde nacieron para cerrar el libro de sus días.





martes, 12 de octubre de 2021

Crítica del libro "Galápagos. Imaginarios de la evolución textual en las islas encantadas" de Esteban Mayorga

[Publicada en Revista Iberoamericana. Vol. LXXXVII, Núm. 276, julio-septiembre 2021]



Este libro de 208 páginas es originalmente una tesis doctoral. Consta de una introducción llamada “Narrativas insulares”, siete capítulos, conclusión, anexo, notas, obras citadas, índice alfabético y dos páginas en inglés y español acerca de la publicación y su autor.

Las preocupaciones centrales son la manera en la que se han construído diferentes percepciones de la islas Galápagos y el lugar que éstas ocupan en “el imaginario” internacional y ecuatoriano. Son recurrentes las nociones de modernidad, nation building e identidad nacional en la relación archipiélago-Ecuador y viajeros.  El libro “propone que los textos que intentan representarlas responden a intereses que no se manifiestan de modo evidente en una primera lectura. La intención no es mostrar estas relaciones, sino trazar vínculos entre ellas y los textos que viajeros, exploradores y escritores compusieron” (1). Este libro es fundacional dentro y fuera de Ecuador y, como es lógico, está expuesto a falencias e inacabados aciertos propios de todo debate nuevo y rico en variaciones.

Para “trazar vínculos” se analizan obras de varios períodos, géneros y objetivos; colonial: Cartas a su majestad de Tomás de Berlanga (c. 1535) e Historia de los Incas de Sarmiento de Gamboa (c. 1572); siglo XIX: The Voyage of the Beagle de Charles Darwin (1839), The Encantadas, or The Enchanted Isles de Herman Melville (1854) y El pirata del Guayas de Manuel Bilbao (1855); siglo XX: Galápagos a la vista de Bolívar Naveda (1952); siglo XXI: Galápagos: huellas en el paraiso del cantautor Hugo Idrovo (2005). Esta variedad extrema en los textos seleccionados pondrá a prueba la destreza en la aplicación teórica desplegada en el libro. 

El punto de vista analítico se desprende, principalmente, de algunos conceptos provenientes de los “estudios culturales”. El lenguaje utilizado se caracteriza por abstracciones y elucubraciones metatextuales que, sobre todo en los primeros tres capítulos generan una sintaxis hermética que desvirtúa el propósito original de mostrar lo que no es evidente en el diálogo que se busca entre textos canónicos y locales sobre las Galápagos. Por lo tanto, este rasgo estilístico, familiar en publicaciones de teoría postmoderna, en Galápagos Imaginarios de la evolución textual en las islas encantadas será una virtud y una limitación.

Como virtud tenemos: a- la inclusión de un tema inexistente en la crítica ecuatoriana y poco estudiado en la literatura internacional, b- el esfuerzo por hacer uso de teorías y críticos relevantes en la investigación académica contemporánea, c- la heterogenidad de los textos comentados que claman por un abordaje interdisciplinario, d- el deseo de establecer un diálogo entre escritura literaria y la  importancia geopolítica de las Galápagos y el ecoturismo, e- el esfuerzo por darle  coherencia y sistematización a la contrucción imaginaria de las Galápagos en situaciones discursivas que desafían los límites entre ficción y realidad, tiempo pasado y tiempo presente, nacional e internacional, f- medir los alcances y la recepción de textos sobre las Galápagos, establecidos internacionalmente (los de Darwin y Melville) que se oponen a textos menores, coincidentemente escritos en español.  

La primera limitación del libro es la falta de descripciones detalladas de los textos y autores que analiza, lo cual dificulta lo que se trata de establecer. Esto, a ratos se quiere compensar con citas que, en realidad refuerzan estratégicamente las tesis del autor mas no ayudan con la comprensión del análisis.

La preferencia por el lenguaje abstracto, acaso vago, que domina la primera parte del libro y pasa a segundo plano en la segunda, reaparece en la larga conclusión. Un ejemplo: “La enunciación del postulado evolutivo sugiere más de una conexión a considerarse con la filosofía de Berkeley, especialmente con relación a la cualidad primaria como grado de diferenciación en cuanto a la posibilidad de describir un objeto que se deba a la impresición de, por dar ejemplos, el sentido de la vista confrontado con el del tacto, o el auditivo con el olfativo, en cuyo caso la experiencia vuelve  a configurarse” (51). El mensaje cifrado y la autoreferencialidad reducen el número de lectores potenciales del libro y desvía la atención de las ideas centrales.

La orientación teórica y el afán investigativo del libro se hacen sobre dos grandes ausencias. La primera es del corpus literario y las convenciones retóricas del período renacentista y sus estudiosos (Siglo de Oro, sobre todo) que es el macrocosmos de la literatura colonial, pues temas como utopía, diastopía, el salvaje, viajes hacia lo desconocido, naufragios, nunca son puestos con contacto con la tradición a la que se deben. Se omite también la novela Robinson Crusoe de Daniel Defoe (publicada en 1719) referencia necesaria en todo relato de viajes, así como se ignora la voluminosa bibliografía sobre las obras de Darwin y de Melville. Algo similar ocurre con la obra de Julio Verne. No queda claro tampoco por qué, por ejemplo, la novela Galapagos de Kurt Vonnegut, no es analizada, siendo un referente literario mundial sobre las islas y cuyo argumento y estilo están en coordenadas de la globalización, y corresponden directamente a la preocupación del libro de dar cuenta de cómo viajeros internacionales han impuesto su visión de las Galápagos.

La segunda gran ausencia es la información histórica, tan necesaria en el mundo hispano cuando se estudia obras anteriores al siglo XX. Esto se desprende del uso meramente táctico de las citas bibliográficas y conceptos -que se confirma la lista final utilizada- algunos sacados de fuentes secundarias (como ocurre con de Certeau, Derrida y Kristeva). El libro menciona a algunos historiadores de Quito que han publicado sobre las islas, pero se ignora por completo la obra de especialistas en los períodos analizados, como Las ambiciones internacionales por las islas Galápagos (1985) de Jorge W. Villacrés Moscoso. Se incluye el nombre de Margret Witmer en la bibliografía (¡en alemán!), pero no se analiza su libro Floreana, lista de correos. Una familia Robinson en las islas Galápagos”, publicado en 1976, referencia frecuente en la información del archipiélago. Los límites de la información histórica se explican también en la falta de investigación en archivos, bibliotecas y hemerotecas de Guayaquil (el mayor puerto ecuatoriano de intercambio con el archipiélago) o de archivos de Quito, abundantes en datos marinos e información sobre el intercambio entre el continente y las islas.  

La conclusión del libro recoge algunos aciertos del análisis, pero introduce nuevos nombres y citas de críticos y abraza el estilo de metaescritura de los capítulos iniciales: “la diferenciación entre la impostada estabilidad o su ausencia, tanto en el nivel imaginario como en el de la identidad política, está asociada a varios de los niveles discursivos que subyacen al discurso hegemónico dominante” (141). 


Galápagos. Imaginarios de la evolución textual en las islas encantadas, como todo nuevo esfuerzo, abre camino para una discusión más detallada y con mayor conocimiento tanto de las tradiciones literarias y sus “imitaciones” (de imitatio), como del contexto histórico en las que fueron producidas. Así, ese deseo de “trazar vínculos”, anunciado en la introducción (“Narrativas insulares”), unido a un sistema teórico menos atomizado, podría traducir en el texto la madurez intelectual que el objeto de estudio reclama. 

[MAYORGA, ESTEBAN. Galápagos. Imaginarios de la evolución textual en las islas encantadas. West Lafayette, Purdue UP, 2019].





sábado, 9 de octubre de 2021

Opciones para escribir


Hay muchas, casi infinitas.

Uno puede optar por el diario (intimista o no), cualquier otro género literario, o publicar lo que investiga o se le cruza por cabeza. Para hacerlo puede, igualmente, acudir a incontables tácticas: ser serio, ser payaso, decir la verdad, decir una mentira, fabricarse una verdad (solo el que fabrica su verdad tiene miedo de su propia realidad), creer que propone algo, etc. ¿Por qué hacerlo? Esta pregunta es, en realidad, el filtro del empeño. Me explico abajo.

Las razones muestran por qué una persona hace algo. No hay nada más. El resto es invento o, como decía mi querido Fernando Nieto: "paja a dos manos". ¿Qué hace que uno escriba de una u otra manera? ¿Qué hace que uno elija tal o cual material? Los réditos personales. Nada más. Si estos son económicos, psicológicos, espirituales, políticos, etcétera, es lo de menos. Aquella idea que tanto venden los artistas, sobre todo los escritores, esa frase manida y estúpida que repiten siempre: "es lo único que sé hacer", solo demuestra su pobre y muy bajo nivel de desarrollo mental. ¡Es mentira! Uno hace lo que hace porque recibe a cambio algo que necesita. En nuestras repúblicas tercermundistas, puesto que allí un artista siempre vive en la poquedad, ese algo se llama seguridad personal, reconocimiento, sentido según los otros o, como diría algún bolero: que me quieran un poquito.

No conozco a un solo escritor, a un solo artista que, siendo sincero y maduro, niegue esto que digo. Obviamente, la mayoría de los actuales, jóvenes que copan redes sociales, creen que han descubierto el oro de los alquimistas, viven mareados en la gloria conseguida con amarres personales y mediáticos. Asumen con sinceridad que son diferentes, mejores que los demás porque escriben de lo que nunca se escribió (risas aquí). ¿Y qué es aquello nuevo? Nada. Literalmente, nada. Lo que se hace en arte desde hace muchos años, quizá desde que Kafka, Joyce y Borges (y similares) dejaron de existir, es prescindible, aburridos afanes por bailar en una fiesta a la que llegaron tarde. 

Peco de injusto, dirían algunos, porque no estuve ni aquí ni allá, ni entre los grandes ni entre los chicos, ni entre los de antes ni los de ahora. Tienen razón. Pero ni la injusticia es ciega ni lo que digo es de ahora. De hecho, si me preguntan o presionaran a la voz de a ver, qué mismo escribes, muestra, les diría que no escribo nada, que ya me aburrí, que no tengo tiempo, que mis inseguridades han sido satisfechas con la vida que llevo (que en realidad no da tiempo para perder). Así, me perdono de mis caídas y mala calidad literaria (si es que algo queda). Nunca de una inseguridad que no existió pues desde siempre pagué el precio de no ser conectado, ni lameculo de periódicos, peor de presidentes. No he andado vendiéndome en Ecuador como extranjero y ni en el extranjero como ecuatoriano.

Respeto aún a los que quedan. Me aburren los nuevos. No los leo. A lo mejor un par de poemas hace años de una mujer talentosa de la cual su nombre ya no recuerdo. Me aburren tanto que se llenen la boca de poses y discursos sobre lo buenos/as que son, tanto como las palancas y los amarres de los que viven.

En música: dos hermanos del Carchi que tocan pasillos (un requinto bárbaro), Okan Yoré en salsa y la gran Karla Kanora. 

En pintura rescato a un joven negro que me gustó hace algunos años, lo que hacía Velarde y los cientos de árboles que son uno solo de Servio Zapata, de quien asumo tiene la película clara.