sábado, 9 de octubre de 2021

Opciones para escribir


Hay muchas, casi infinitas.

Uno puede optar por el diario (intimista o no), cualquier otro género literario, o publicar lo que investiga o se le cruza por cabeza. Para hacerlo puede, igualmente, acudir a incontables tácticas: ser serio, ser payaso, decir la verdad, decir una mentira, fabricarse una verdad (solo el que fabrica su verdad tiene miedo de su propia realidad), creer que propone algo, etc. ¿Por qué hacerlo? Esta pregunta es, en realidad, el filtro del empeño. Me explico abajo.

Las razones muestran por qué una persona hace algo. No hay nada más. El resto es invento o, como decía mi querido Fernando Nieto: "paja a dos manos". ¿Qué hace que uno escriba de una u otra manera? ¿Qué hace que uno elija tal o cual material? Los réditos personales. Nada más. Si estos son económicos, psicológicos, espirituales, políticos, etcétera, es lo de menos. Aquella idea que tanto venden los artistas, sobre todo los escritores, esa frase manida y estúpida que repiten siempre: "es lo único que sé hacer", solo demuestra su pobre y muy bajo nivel de desarrollo mental. ¡Es mentira! Uno hace lo que hace porque recibe a cambio algo que necesita. En nuestras repúblicas tercermundistas, puesto que allí un artista siempre vive en la poquedad, ese algo se llama seguridad personal, reconocimiento, sentido según los otros o, como diría algún bolero: que me quieran un poquito.

No conozco a un solo escritor, a un solo artista que, siendo sincero y maduro, niegue esto que digo. Obviamente, la mayoría de los actuales, jóvenes que copan redes sociales, creen que han descubierto el oro de los alquimistas, viven mareados en la gloria conseguida con amarres personales y mediáticos. Asumen con sinceridad que son diferentes, mejores que los demás porque escriben de lo que nunca se escribió (risas aquí). ¿Y qué es aquello nuevo? Nada. Literalmente, nada. Lo que se hace en arte desde hace muchos años, quizá desde que Kafka, Joyce y Borges (y similares) dejaron de existir, es prescindible, aburridos afanes por bailar en una fiesta a la que llegaron tarde. 

Peco de injusto, dirían algunos, porque no estuve ni aquí ni allá, ni entre los grandes ni entre los chicos, ni entre los de antes ni los de ahora. Tienen razón. Pero ni la injusticia es ciega ni lo que digo es de ahora. De hecho, si me preguntan o presionaran a la voz de a ver, qué mismo escribes, muestra, les diría que no escribo nada, que ya me aburrí, que no tengo tiempo, que mis inseguridades han sido satisfechas con la vida que llevo (que en realidad no da tiempo para perder). Así, me perdono de mis caídas y mala calidad literaria (si es que algo queda). Nunca de una inseguridad que no existió pues desde siempre pagué el precio de no ser conectado, ni lameculo de periódicos, peor de presidentes. No he andado vendiéndome en Ecuador como extranjero y ni en el extranjero como ecuatoriano.

Respeto aún a los que quedan. Me aburren los nuevos. No los leo. A lo mejor un par de poemas hace años de una mujer talentosa de la cual su nombre ya no recuerdo. Me aburren tanto que se llenen la boca de poses y discursos sobre lo buenos/as que son, tanto como las palancas y los amarres de los que viven.

En música: dos hermanos del Carchi que tocan pasillos (un requinto bárbaro), Okan Yoré en salsa y la gran Karla Kanora. 

En pintura rescato a un joven negro que me gustó hace algunos años, lo que hacía Velarde y los cientos de árboles que son uno solo de Servio Zapata, de quien asumo tiene la película clara.