martes, 21 de mayo de 2019

Adiós "Juego de Tronos", regreso a Jorge Luis Borges



Pasada la 4ta temporada de esta serie de TV que conquistó a millones en todo el mundo, empezaron los problemas con la notoria baja calidad del entramado, el guión y la concepción general del proyecto: hasta esos momentos, todos se habían basado en los 5 libros publicados por el escritor George RR Martin; pero luego no tendrían la materia prima para seguir sacando ideas y libretos para la adaptación. Así, como es de esperar, las nuevas temporadas fueron un paso al abismo al crear expectativas no satisfechas, reducir la importancia de los personajes más fuertes (como Tyrion Lannister), negar el peso de lo que ellos mismos crearon y dejar al descubierto inconsistencias básicas. Empecemos por el final.

En un episodio, uno de los compañeros le dice a Jon Snow: "Si lo matas a él, matas a todos" (se refería al Caballero de la Noche). Y Snow le contesta: "No comprendes", suguriendo que el asunto era mucho más complejo, que aunque matándolo los zombies y su guardia militar no iban a morir, etc. Pero al final, en un sorpresivo ataque, Arya mata al Caballero de la Noche con una daga y, así, destruye a todos los que estaban bajo su mando.  ¿Entonces? ¿Por qué Jon Snow hizo esa categorical afirmación?

En las últimas temporadas, la serie creó dos polos de irremediable enfrentamiendo: Jon Snow vs el Caballero de la Noche. Inclusive se elucubraba de que el enfrentamient era entre el joven héroe y un ancestro. Pero, al final, no es el héroe vs el anti-héroe sino resolución del conflictoa través de un tercer personaje (Aryia). ¿Para qué? La respuesta parece ser: facilismo, pues era mucho más difícil lograr que, en condiciones coherentes con la batalla, el joven venciera a la leyenda. Así, optaron por una especie de "deus ex-machina". Este recueso, imposible en la lógica de muchos, sin embargo, aparece en el cuento de Borges "El hombre de la esquina rosada" y supongo en pocos más.

En la temporada final, en el episodio 4, Bran, aquél que sentado en una silla de ruedas es una especie de "Funes, el memorioso", "Libro de arena" y "Aleph" (otra vez Borges), al proponérsele ser el Rey de los 7 Reinos afirma no estar interesado en eso. Pero, en el capítulo siguiente, en otra de las tantas forzadas escenas, se le propone nuevamente el reinado y afirma esta vez: "¿Por qué crees que estoy aquí? Hay muchos otros ejemplos de inconsistencias y descuidos inclusive en la edición final de los capítulos, como aquel vaso de café de Starbucks que aparece sobre la mesa, cerca de la Madre de los dragones; o la botella de agua detrás de la pierna de Samuel Tarly. ¿Dos años de espera para esto? Es la pregunta de todos.



Quizá el absurdo narrativo mayor de la temporada final fue crear dos guerras entre tres ejércitos, una luego de otra, cuando la contradicción (guerra) principal ya había sido resuelta. O sea, luego de la Gran Guerra entre vivos y muertos, una guerrita más entre vivos ambiciosos. Veamos.

En otra pirueta narrativa, esta guerrita la presentan ahora como la verdadera Guerra de Guerras (vivos vs vivos) en la cual los vencedores podrían ser destruídos, dada la organización militar y estratégica que Cersei (la reina mala) había mostrado. Del lado de los buenos se reune el Consejo de Guerra con Jon Snow y la Madre de los dragones y, en una mesa con mapa frente a ellos, evaluan las fuerzas del enemigo (Cersei), establecen quiénes y en dónde están pero, de la manera más precipitada, quien hasta ese momento había sido el personaje femenino más fuerte y atractivo (la Madre de dragones), decide exponer sus diezmadas fuerzas a una nueva guerra. Pero eso no es lo peor.

Lo peor es que sale inmediatamente al frente de batalla sin guardias, sin tanteo del terreno, metiéndose en la boca del lobo. Uno se pregunta, ¿cómo pudo haber obtenido victorias militares una persona así? Ya, debido a otra clara falta de previsión militar, había perdido a un dragon a manos del poderoso Caballero de la Noche. Ahora, en el mar abierto, pierde al segundo dragón por un ataque sorpresivo con gigantes flechas. Obviamente, para estas alturas, la decepción mundial era notoria y la petición para que HBO filmara nuevamente la última temporada se había formalizado (¡ya ha pasado más del millón de firmas!). No se trata de que el público no reciba lo que quiere, pues el de GOT (Game of Thrones, en su nombre original) sabe desde hace años que no son historias felices las que se cuentan. Pero también sabe lo que es calidad artística y lo que es apresuramiento, superficialidad y falta de rigor en el detalle. Alejado el autor George RR Martin de la producción, la responsabilidad cayó y cae en David Benioff y D. B Weiss.

Preguntados éstos dos últimos sobre este error, uno de ellos respondió: "Ella -la Madre de los dragones- como que más o menos se olvidó de que el enemigo la podía estar esperando". Frase que ha sido motivo de decenas de videos y miles de burlas en el internet. Las inconsistencias y los errores de la úutliam temprada simplemente consolidan la decandencia de la serie a manos de dos inexpertos. Y ya es muy tarde para cambiar la historia.



El episodio final de "Juego de Tronos" no fue tan malo. "Pudo haber sido peor", como muchos dicen. Para el recuerdo quedan las magistrales actuaciones del elenco, algunos diálogos certeros y tremendos y la combinación de motivos medievales en una trama que nos recuerda el presente: el sentido del honor y la importancia de la familia (Ned Stark), el tener todo y perder todo, el cambio de vida, el rechazo al poder y el deseo de poder, etc. Los recursos técnicos y la cinematografía tuvieron largos momentos de esplendor y delicadeza. Algunos personajes se quedarán con nosotros (Arya, Tyrion... cada uno tiene su propia lista). Para el olvido quedan el apresuramiento, el crear y desarrollar expectativas que al final fueron mandadas al tacho de basura. Pero eso ya es problema de HBO y de los que se animen a contratar a Benioff y Weiss, quienes claramente demostraron que no son capaces de continuar o mejorar una obra ya establecida en el imaginario del público.

En lo personal, prefiero olvidarme de la caída, volver a Borges y esperar que no suceda lo mismo con mi querida "Deadwood", vieja y corta serie de TV que al fin se concretó en una película (HBO, estreno a fines de Mayo). Por suerte, en esta ocasión, han mantenido a David Milch, su autor original.





viernes, 3 de mayo de 2019

¿Quién era Lady Ballesteros?

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Cuando salió el buque me despedí nuevamente. Mi viejo me hacía de la mano y mi madre sonreía, igual Efraín. Ir a las Galápagos era un escape para mí y un alivio para ellos. Efraín, que había crecido en el Cerro con mi viejo, para pagar una tarifa baja declaró que yo era su sobrino. Era marino, de los viejos. Llegaba a casa cada sábado en su bicicleta a visitarnos. No sé cómo salió la idea del viaje. A lo mejor porque no era caro o porque andaba triste esas semanas. ¿Qué hace este muchacho en vacaciones? Debe haberse preguntado mi madre. Yo, que había pasado el año anterior religiosamente dedicado a los estudios, al deporte y a estar con ella, de repente me vi solo y con el corazón partido. Olvídala, anda con otro, por ahí la vieron del brazo, se me reían en la esquina. Oh dolor, me dije. Galápagos, ahí vamos.
Iba recreando en mi mente lo que había pasado mientras el buque empezaba a navegar lento por el estuario rumbo a las Islas Encantadas. ¿Cuántos íbamos en el barco? La tripulación y una extraña fauna: cuatro aniñados del Javier, un colombiano de Manizales que vestía con ropa folklórica. La Madama, una señora muy mayor, blanca, rubia y de ojos azules, que pronto se convirtió en la abuela de todos. Tres enfermeras (una de ellas con un cuerpo de diosa), tres noruegos fotógrafos y un gringo de bigote largo y ensortijado en las puntas, de esos del siglo pasado, que sonreía a todos. Iban también varios estudiantes de la Universidad Luis Vargas Torres, de Esmeraldas, comandados por Bonelli, un profesor argentino, sin duda huido por la violencia política de su país y, con ellos Lady Ballesteros, que se robaba las miradas de todos.
Al llegar al estuario, en pronta salida al mar,  íbamos montados en los cañones, mirando invencibles desde la proa el horizonte. El sol golpeaba y todos, sin conocernos, habíamos aceptado tácitamente un pacto de silencio. Eramos inmóviles bucaneros viendo la espuma del mar y otros barcos que saludaban a la distancia.
A la hora del almuerzo, algunos comenzaron a sentir los estragos del mareo. Sentados frente a frente, en la larga mesa de acero, veía los platos deslizarse  de un lado a otro con el vaivén de las olas. La Madama, sin embargo, parecía inmune y conversaba lentamente con El Paraguayo, uno de los marinos que ya se había declarado su hijo y guardián. Paraguayo, le decía ella en firme tono matriarcal, debes portarte bien con tu novia. Claro Madama, contestaba afanoso.
Antes de terminar el primer día, para sorpresa de todos. sonaron repetidos cañonazos y vimos a los marinos vestirse de guerra, apertrecharse detrás de los cañones y disparar al cielo y a las olas.


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[Te escribo esta carta porque es la primera vez que estoy lejos de ti. El mar abierto es hermoso y la olas que estallan en la proa son como tu sonrisa. Hace sol pero no quema y no hay corriente del Niño. Llegaremos en dos días a las Galápagos. Me traje el librito que una vez te mostré: De vuelta al paraíso. El año pasado, cuando el profesor de literatura se enfermó, envió a Velasco Mackenzie de reemplazo. Cuando llegó no nos dio la clase que debía pero nos habló de James Joyce, de Leopoldo Bloom, Dublín y el Ulises. Y al poco rato, emocionado ya de su propia historia, contaba que Bloom, que era el Ulises de Joyce y estaba en una cantina, se había amarrado no al palo mayor del barco sino a un barril de cerveza porque las mujeres de la vida lo llamaban con sus cantos. Otro día, Velasco llevó sus libritos en un paquete. Lo abrió y nos lo vendió. Firmó autógrafos y todos nos quedamos contentos. Pero se fue como apareció y luego tuvimos al mismo profesor de siempre. Nunca aprendimos nada con el mismo profesor de siempre. ]