jueves, 11 de febrero de 2021

Fragmentos de un diario inexistente

 ¿Cuántos tipos de nieve hay? Cae ligera toda la noche, se acumula en los rincones empujada por el viento. Al día siguiente, es una capa que cubre la ciudad, los casas marginales, el campo. Por la tarde todos salen a limpiar casi con gusto los senderos. Sus figuras van detrás de las máquinas y parecen figuras de un daguerrotipo, vestidos de oscuro, perdiéndose en la llegada de la noche.  Pero luego llueve y cae más nieve, esta vez pesada, sólida y persistente. (No es la nieve de las postales, que también existe). El suelo se congela y debajo de la capa blanca hay hielo. La gente se cuida ahora de no caer, los niños buscan con emoción los juegos, el placer de resbalarse cuesta abajo en planchas, desplazarse libres por la colina ahora tomada por el invierno. No hay peste que venza la alegría de los niños, su descomunal despreocupación en pos de la aventura.

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Escala, composición, espacio pictórico, forma, línea, color, luz, tono, textura, patrón, etc. Cuando lea una crítica de pintura, una introducción con un vocabulario acorde a esa manifestación artística, tomaré en serio a los críticos de pintura. Hasta mientras, sigo pensando en los cuadros de Servio Zapata, en ese único cuadro que viene pintando desde niño y en el cual cabe todo lo que es su recuerdo, imaginación y temor. La selva que es la vida misma, donde trazo y color son la desesperación de abarcar la quietud y misterio, aunque también el temor. La oscuridad de los recovecos de ramas y follaje, de los inexistentes senderos que marcan el límite humano, que es el de la misma incapacidad de comprender la selva, no se diga la jungla (ese trauma de traumas), acaso el mismo árbol solitario en una vereda de la ciudad...

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Después de cuatro visitas al servicio de Emergencia del hospital, luego de reconocerme incapaz de detener el sangrado interno de mi nariz (que me obligaba a tragar sangre y mucosa mientras respiraba por la boca), tuve miedo de morir y dejar a mis hijas solas. Ese sentido de impotencia fue nuevo y también espantoso.

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¿Brodsky o Estuchenko? Me aburren y molestan los largos y herméticos poemas del primero. Hasta que se vuelve humano y, en pocos textos, labra finamente emociones, ideas y recuerdos. El segundo es un poeta conocido en su decir y hay una grata calidez y tranquila sabiduría en muchas de sus líneas. Lo que llamamos vida o experiencia.

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¿Cómo son mis clases en época de pandemia? ¿Qué aporto? ¿Cómo sostengo el aprendizaje de los estudiantes? ¿Qué sacrificios y adaptaciones aseguran una buena inversión?

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Pienso en un viaje a Guayaquil, quizá pronto, quizá lejano, quizá imposible. Pero pienso en ese viaje. Sabiendo que las personas cercanas con quienes me veía han muerto, me pregunto si las otras aún estarán disponibles para unas cervezas, una maratón de diálogo y música, acaso el comentario de un libro que muchos desconocen o una idea ya caducada. A veces pienso que mi hora allá pasó hace mucho. Ni siquiera sé en dónde mismo me gustaría que botaran mis cenizas. 

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Como tantos muertos queridos, Fernando Nieto Cadena a veces me visita en sueños. Pienso en él, en sus poemas memorizados desde que yo era un adolescente. (Ahora mismo puedo declamarlos junto a unos pasillos y tangos si la memoria no me traiciona. Ahora mismo digo). Fernando, que fue siempre un poeta mucho mejor que yo, fue también olvidado mucho antes que yo. A veces alguien lo nombra y en alguna tertulia hasta cuentan anécdotas de lo que dijo, hizo o escribió, como se cuentan anécdotas de Julio Jaramillo en una cantina. Pero Fernando murió y luego lo olvidaron. Si no fuera así sus libros habrían sido reeditados y los colegiales andarían por las calles gritando sus versos porque esa la única manera de mantenerlo vivo. En ese sentido, no tiene objeto vivir, lidiar, depender de burócratas culturales. Después de todo, si Fernando pasó al olvido, junto a Agustín Vulgarín y tantos otros, es justo que yo también quiera decorar mi pecho con la medalla del que ya no está presente.

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"Un héroe de nuestro tiempo" es la novela que leí hace poco. Lermontov describe en ese diario de viajes a cosacos y chechenes, que son más o menos el temido otro. Y ahí el personaje se despoja de sí mismo, entra a duelos y emboscadas existenciales, amores no logrados e ironías. La novela aparece en una película de Bergman, dos a lo mejor; y en otra que no recuerdo. pero ese título... Lermontov también escribió poesía y de ella solo recuerdo uno de sus versos.

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¿Escribirá Fabia algún día su historia, la de sus amigas de colegio y estos meses de encierro? Hace dos años, una niña se mató. No se sabe cómo ni por qué. Escondieron los detalles. Pero ya sido olvidada. Solo queda breve mención de que se pasaba solitaria, leyendo libros en la biblioteca, mientras los demás hacían bromas a la hora del almuerzo. No le pregunto a Fabia del asunto. Mi hija, que se puso a llorar luego de leer "El viejo y el mar" no está preparada aún para terremotos y laberintos. Y esa historia terrible no me toca a mí contarla.

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"Genealogía de la moral" de Nietzsche. ¿La había leído? No recuerdo. El resto de sus obras sí, con toda claridad. Así mismo, vi varias veces "Más allá del bien y del mal" de Liliana Cavani. Hay cientos de libros escritos sobre este filósofo. No lluevo sobre mojado. Pero leerlo me devolvió la nostalgia de las primeras lecturas y el entusiasmo que aún despiertan sus relecturas. Me queda Freud, por ejemplo, por lo conocido y lo aún por conocer. Las poesía completa de Góngora y Hernández, la de Lorca (cuántas veces me salvaron del aburrimiento y la ignorancia). Quiero perderme siempre en ese detallar humano e interminable que es la poesía, en la construcción y destrucción de imaginarios mentales y sentimientos. Y también la prosa, la de Joyse y Tolstoi, por ejemplo.