viernes, 28 de abril de 2017

MEMORIAS DEL HOMBRE CALVO


El hombre que se está quedando calvo, para despistar usa sombrero, se deja crecer la melena (como caricatura de Quino), la barba, las cejas y hasta los pelos de las orejas.




Sentado en su casa, mira a través de la ventana y con nostalgia recuerda sus años mozos, cuando tenía una leónica cabellera que incitaba las más bajas pasiones en las damiselas de su barrio y mataba de envidia a los otros, esos que ya se le habían adelantado en el camino calvil.




Cuando notó los primeros síntomas de su calvicie aún era joven, no llegaba a los treinta. Reacio como aquel que no quiere aceptar el cruel destino, empezó a usar viseras, pañoletas de pandillero (esas que llaman bandanas) y hacía como que manejaba una Harley-Davidson a todo vapor por las carreteras de su campo, engalanado su rostro con unas gafas Ray-Ban y acaso un chaleco de cuero.




Frente al espejo, mientras con cuidado se afeita los pelos de la cara para no desbalancear la barba, como al descuido toma un pequeño espejo y lo pone sobre la coronilla. Lleno de valentía mira la claridad que se perfila debajo de la rala cubierta. Se peina echando los mechones hacia adelante mientras lucha por ocultar, al mismo tiempo, las entradas de la inobjetable frente de playa que tiene consagrada. Vencido por el tiempo y la ausencia de pelaje, dice: "qué chucha, no soy el primero ni el último". Y sale del baño perfumado, casi heroico...

En sus mensajes anota también lo que le cuentan al compartir sus preocupaciones con amigos y allegados. Así, le dice Patricia León que puede peinarse con gel, pero Francisco Oliva replica que no hace falta porque los calvos somos cabezas brillantes.

Luego de bregar consigo mismo, el tiempo, la peinilla y el pelo ralo, recuerda haber leído que a las mujeres les gustan los hombres calvos, que son sexis, muy varoniles, maduros. Envalentonado con esta última memoria, busca afanoso el diario. Llama por teléfono, le dan los horarios y anotan su nombre. Desde el lunes, alzar pesas y caminar desaforado por las calles para combinar calvicie con cuerpo de Adonis, como sale en los videos.





 





miércoles, 5 de abril de 2017

Dos viejos poemas


mi padre y yo caminábamos

hacia un terreno baldío y abierto al campo

como si fuera una película de Fellini

a la izquierda había un circo inmenso

a la derecha, un sendero que se transformaba

en un largo camino cubierto de árboles

vamos por el bosque, me dijo

y a la entrada del mismo, en una pequeña habitación

nos encontramos con un hombre ya mayor y otro muy joven

que nos preguntaron cómo mismo era la letra de una canción

¡ah! ¡Benedicto! ¿recuerdas cómo era? le pregunté

y mientras tarareaba la melodía

nos pusimos a cantar a todo pecho:

ayer era tu amante enternecido

ahora soy tu amigo de ocasión

tú quieres que yo vuelva arrepentido

y yo jamás iré a pedir perdón

y así, abrazados y cantando

nos metimos por ese sendero protegido de árboles

como el viejo león y el hombre de lata

que se pierden por el camino de ladrillos amarillos

 
 
* * *

En el 2002 éramos otros

En el sueño los mismos

Miguel Donoso Pareja

Era también el mismo

Con nosotros jugaba desaforadamente fútbol

En medio del polvo y la ventisca

(¡Oh! ¡Nublado y hermoso día del verano guayaquileño!

¡Cuántas buenas sorpresas nos trajiste!)

En el sueño nos habíamos reconciliado:

Mario Campaña se reía

Y Juan Moreno y Ricardo Maruri

Corrían en lo alto de la colina

Como en una escena de Bergman

Mientras entonaban cantos infantiles

Pero sin ser llevados de la mano por la muerte

Y también estaba Hugo Salazar Tamariz y Agustín Vulgarín

Que me hablaba de su Cuadernos de Bantú

Eramos los que siempre quisimos ser

Luego, cansados ya de tanta lucha y competencia

Bajamos pequeñas elevaciones y cruzamos el Puente 5 de Junio

Eramos tres grupos e íbamos uno detrás del otro

Junto a mí iba Jorge y otro amigo del Colegio Eloy Alfaro

(a quien nunca más vi y que era todos a quienes nunca más vi)

Detrás venían el gordo Páez, el negro Jaén, el cholo Cepeda

Mi querido sobrino Germán Simisterra, mis hermanos y mi padre

Y contentos caminábamos esa mañana de nuestra vida