martes, 30 de mayo de 2017

20 años en Plattsburgh, New York

Llegué a Plattsburgh en Agosto del 98. Pronto vino el otoño y después el largo, frío y temible invierno con nieve y ventarrones, y el lago Champlain se convirtió en una inmensa estepa de hielo en donde, cercanos a la orilla, algunos pescadores hacían un hueco y se sentaban a esperar que mordieran el anzuelo. En estos casi veinte años he visto cómo el tiempo pasa y cómo se detiene. Por ejemplo, en los días cálidos el cielo azul y el escurridizo sol me llevaban al trópico de mi infancia. En los primeros años en Plattsburgh sentía que estaba solo pero conmigo, de alguna manera atrapado en un eterno pasado con los patriotas del sur. Lo recreaba mientras caminaba descalzo por las limpias veredas y el cesped del pueblo.



Quizá por ello, con el paso de los años, Plattsburgh se convirtió también en un espacio literario: poemas personales, crónicas y cuentos reproducen vivencias y personajes que he visto, vivido o imaginado: la Guereja, por ejemplo, una mujer albina con un niño en un coche, que recorría las calles a pié y aparecía en los lugares y momentos menos esperados, vivía cerca de casa. Ahora habita mucho más lejos y su niño ha crecido. Pero ella aún camina las calles. Igual me pasaba con un hombre alto y gordo, de lentes, de piel bronceada, que caminaba todo el año sin mirar a nadie y luego se hizo muy delgado y dejé de ver hace un par de años. Alguna vez me dijeron que estaba enfermo. Lo mismo debería decir de otro hombre, éste muy bajo de estatura, de barba, callado, de quien sé no puede dejar de caminar porque comienza a escuchar voces y se pierde. Extrañamente, ahora también cruza por mi casa en las mañanas.


En estos años de Plattsburgh también ha ocurrido algo extraño que no disputo: en la calle o en algún almacén, a veces me saludan afectuosamente y con familiaridad, me preguntan algo y contesto de la manera más natural posible. Pero sé que me han confundido con alguien porque una vez un ex-estudiante (ahora maestro del colegio de mi Fabia) se acercó sonriente y me dijo: "profesor, muchos saludos, pero sepa que lo confundí con mi amigo Mike Bruso" (he logrado dar con la imagen de Bruso y, efectivamente, nos parecemos)... Así, cuando saludan a quien imaginan saludar, simplemente, como Borges, me dejo ser otro sin disputar identidades, sin aclarar lo innecesario.
No ha cambiado nada en Plattsburgh pero ha cambiado mucho: con mis ladies la vida es otra y con el paso del tiempo ese cambio se acentúa. He pensado escribir la historia de Plattsburgh, de su gente, de lo aquí pasa o no pasa (dice Fabia que algún día hará una película de Plattsburgh, algo como mi "Los patriotas del sur"). He pensado, por ejemplo, entrevistar a los veteranos de guerra. Debe haber alguno que otro de la segunda Guerra Mundial, con seguridad varios de la guerra con Corea, muchos de la guerra con Vietnam y muchos más que hicieron su carrera en el Medio Oriente. Para ellos, los nombres de Afaganistán e Irak son comunes. Pero no estoy seguro de que sea una obra apreciada, publicable.



El deseo de escribir esas historias aparece cuando recuerdo a Bob, un mecánico graduado en Filosofía que fue a Vietnam y a su regreso tomó su Harley Davidson y con su esposa recorrieron los EEUU. O cuando pienso en el mismo presidente de la universidad, quien un día me dijo: "Hace tanto de eso... Justamente el otro día, mientras viajaba en un avión, supe que el hombre que iba a mi lado también había sido piloto de bombardero. Fuimos a Vietnam porque no quedaba otra, sin pensarlo. Yo era muy joven..." En esa misma línea de vida testimonial está el papa de Anna, una amiga de mi Fabia, quien peleó en Afganistán y quedó lisiado. Vivía en el campo pero, para estar más cerca de sus hijas, se compró un departamento en el pueblo. Pienso en Lee, mi vecino, indio Mohawk de la reservación de Messina, al norte del estado de New York. Ex-marine, ocho años en servicio. Lee es callado y servicial y trabaja en lo que venga y con orgullo también sale en su ruidosa Harley Davidson.
A veces, Lee se pone de acuerdo con Phil.



Phil era bombero y ahora, luego de muchas tribulaciones con su salud y los trámites médicos, se ha jubilado. Tiene un permanente dolor en la espalda que esperamos haya terminado con su última operación. Abre su garage y se pasa horas de horas limpiando y arreglando. Tiene todas las herramientas para reparar cualquier cosa. A veces, mira los altos árboles del barrio y con nostalgia dice: "de joven los subía muy rápido". Lee y Phil, como buenos y típicos yankees, arreglan casi todo lo que se dañe en casa: "Si no lo haces tú, te va a costar muy caro". Les pregunto qué cervezan beben y me dicen que Bud Light y me les río. Esa cerveza mala y barata es para solteros, replico. ¿Richard bebe? le pregunto a Phil. Claro, dice con seriedad, le gusta la misma mierda amarga esa que tú tomas, esos ales. Y ahí nos ponemos a pelear sobre quién canta qué canción que suena en la radio o me cuenta cómo los Dire Straits escribieron Money for nothing.


Hay días de lluvia en el verano y me entristecen porque nuevamente me envían a las vacaciones escolares del trópico. Hay tantas historia aquí y en cualquier parte del mundo, es asunto de descubrirlas y valorarlas, como la de Steve o la de Beverly y Jack... Hay tantas historias como la vida misma.
Así han pasado y pasan los años en Plattsburgh, New York. Pero, como digo a todos: de aquí ya no me muevo.