lunes, 12 de octubre de 2015

Caravaggio y Villon en La Habana


"Trilogía sucia de la Habana" es una larga serie de crónicas, historias, estampas, cuentos o episodios de una novela incompleta, como se la quiera llamar. Desfilan en sus páginas desempleados, vagabundos, prostitutas, chulos, vecinos de solares y edificios por caer, pordioseros, basureros, policías. Todos ellos unidos por la hambruna, el exceso sexual, el voyerismo y la pornografía, acaso también la desesperación por el tiempo vacío y la falta de alternativas de ocio. Encuadrados en humor picaresco, los personajes, sus acciones y la urbe, acaso el mar, sucumben a la pluma desaforada de Pedro Juan Gutiérrez.
Su prosa sencilla, austera, de diálogos apropiados y cautivadores, rechaza el tosco sentido de "profundidad" que buscan los lectores hipócritas (no los que refería Baudelaire ni Benjamin, sino los que mienten y se mienten) y los autores sin personalidad, tan de moda en nuestras débiles democracias tercermundistas.
Gutiérrez deja hablar a la gente, deja que el tiempo pase y se abran las puertas de un Paraiso al revés, donde lo divino es lo más terrenal que queda: el insulto en la conversación, la soledad de un paseo, la masturbación en ausencia de compañía, una pelea, un robo, acaso un asesinato... En esta poética del exceso encontramos la herencia de Caravaggio, por su realismo salvaje y la elección de seres humanos pobres, reales, a los que viste de modelos para sus cuadros. Gutiérrez es Caravaggio por pantagruélico, pero siendo fiel a su tropicalidad blanca y santera de habanero de cepa. Y también es Villon porque sus personajes, de alguna manera, ya han muerto, se acaban de colgar y sus almas errantes no pueden alcanzar el cielo.


En esa poética del desperdicio, en ese festival y homenaje humano al desarraigo de una Cuba que nos llega también vías Reynaldo Arenas y Virgilio Piñera (quizá también, aunque más tibiamente, Cabrera Infante), veo el mejor aporte de Gutiérrez a las letras. Lo creo tan firme y sincero como Rubem Fonseca, como Cervantes, Lope de Vega y una larga lista de escritores que hoy son pan apetecido de jovencitos (y no tan jovencitos) que se afanan en jugar a ser marginales.
Como cualquier lector del Puerto, leyendo a Gutiérrez he recordado los tugurios de Guayaquil, que a lo mejor ya no existen, no son los mismos de antes o ya son cosa del pasado, pero todavía forjan nuestra identidad porque vienen de un tiempo antiguo llamado "pobreza", la inextinguible, la eterna.
Leyendo sus páginas, lo que menos me resulto interesante fue el corte hipersexual que se le endilga, porque fui viendo todo como un teatro, una tremenda y triste comedia de enredos en la que cada uno solo trata de subsistir y, de paso, tirarle de las orejas al lector pequeño-burgués, tan acostumbrado a quedarse en la superficie de las cosas. Ese lector (o autor), confundidísimo, en realidad cree que la obra de Gutiérrez trata de sexo, y se esfuerza en copiar, en adaptar, en ver su propia sexualidad como rasgo distintivo de lo que escribe... pero sin verse al espejo.
Así, Pedro Juan, el personaje y narrador de "Trilogía sucia de la Habana", devoto de Ogún, es rebajado a categoría de lamentable reality show que cualquier confundido cree que puede copiar, pues no hay que ser actor para ser mejor que las Kardashians.
He terminado mi segunda lectura de la Trilogía De Gutiérrez (imposible olvidar la "Crucifixión en Rosa" de Henry Miller) y me pregunto, hoy, cuál es mi Habana imaginada, en mi pueblo del norte, donde el hermoso otoño tiene las hojas secas corriendo las calles vacías este día de feriado.