martes, 21 de abril de 2015

Viaje ida y vuelta a Friedrich Nietzsche en Guayaquil

La más grande virtud de Nietzsche es hacer creer y sentir a sus lectores que están "más allá del bien y del mal", pues los empodera con frases brillantes, fructíferas y oportunas que asumen con rápido gusto. Anoto abajo algunas líneas de mi experiencia bajo ese síntoma de juventud intelectual.
Igual que mis contemporáneos de la universidad, yo también devoré varios libros del filósofo alemán. A veces de manera inmediata y feroz, como nos gustaba y fueron escritas; a veces en repetición, al salto, de aforismo en aforismo, encontrando en el fértil terreno de su intelecto e imaginación las ideas, frases y originalidad con las que cotejábamos nuestros propios deseos y desvaríos. Fue una época feliz, en ese sentido.
Recuerdo gratamente que, acaso como punto climático del destierro que sentíamos, con Jorge Martillo vimos varias veces la película de Liliana Cavani: Más allá del bien y del mal. La última ocasión fue en el cine pornográfico Astor (creo se llamaba, cerca a la Comisión de Tránsito), cuando Abdalá de Intendente había prohibido cintas de ese género y obligaba a los morbosos espectadores y dueños de locales a las más estrafalarias maniobras con tal de complacer el instinto. Llevábamos algunas cervezas en la cabeza, el mundo se nos había caído en pedazos y no nos interesaba ya nada. Antes de empezar la película pasaron trailers propiamente pornos. A los pocos minutos de ver en escena a Paul Ree, Lou-Salomé y Nietzsche, al percatarse el público de que no habría más acción, claramente fastidiado empezó a gritar: "trailer, trailer...". Pero la película siguió heróica con algún esporádico y rancio insulto que se perdía en la oscuridad. Aceptando su triste destino, los asistentes se calmaron.... hasta que se vio la escena en la que Andrea Salomé (marido de Lou) aparece medio desnudo, dejando ver su diminuto pipí. La reacción no se hizo esperar y se oyeron chiflidos, risas, insultos y burlas por largo rato, seguidas de la petición multitudinaria inicial: "trailer, trailer...". Así terminó el ciclo Nietzsche de 1980-1982.

Con los años volví a leer algunos clásicos del filósofo alemán (Zaratustra, Mas allá del bien y del mal, Aurora, La gaya ciencia, Humano, demasiado humano, etc), descubrí otros y dejé pendientes nuevos. Pero tal ha sido el paso del tiempo, los trancos espaciales y las desordenadas lecturas que, hoy por hoy, no estoy seguro de cuándo los leí por primera vez (salvo Zaratustra y Más allá..., cuyas ediciones recuerdo perfectamente). Esto, acompañado del hecho de que en tres ocasiones vendí gran parte de mi biblioteca, sobre todo los libros que pensaba no volvería a leer: la primera vez fue en 1984, poco antes de ir a Paris; la segunda en 1990, antes de venir a EEUU, y la tercera en 1995, a mi regreso final al norte. Muchos libros que compré en Francia, New York y Guayaquil aún están en el puerto y ya pertenecen a mis hijas, aunque no estoy seguro de que vean esos volúmenes como una herencia intelectual cuanto como tiempo perdido de su padre. (Es una nueva generación). Los más queridos me acompañan desde 1995, están en mi oficina y se suman a una moderada cantidad de nuevas obras. Entre éstas, varias de Nietzsche vertidas al inglés.
He vuelto a revisarlas, leerlas, darles atención, incluyendo las páginas de Walter Kauffman, acaso quien más lo ha estudiado. Mi emoción ha sido inmensa pero silenciosa. Ha pasado el tiempo y reconozco que el mérito mayor en mis lecturas fue gozar de ese espíritu juvenil de gran creatividad que caracteriza toda la obra de Nietzsche y que coincidió y coincide con cualquier joven lector que busca ampliar sus horizontes. Es el mérito que hace su obra permanente. Añado que el greco-libanés Taleb lo cita mucho (aunque sólo en la dicotomía apolíneo-dionisíaco) y fue quien me recordó los beneficios de volver a este material conocido pero lejano. (Algo similar me ocurrió a los 30 años con La Dorotea, la obra magna del "monstruo de naturaleza" Lope de Vega: la leí y disfruté a mis treinta años, pero la obra estaba más allá de mí, pues difícilmente a esa edad se puede entender la profundidad de un autor de más de cincuenta. Ahora que he cruzado ese umbral, sé que me espera una nueva lectura de La Dorotea -revisar y mejorar acaso ese ensayo que escribí hace 25 años sobre el tema- quizá también (re)leer Persiles y Segismunda, del gran Cervantes).

Estoy por terminar mi revisión de Nietzsche y quizá iniciar la lectura de Ecce Homo, que muchos asumen como su autobiografía. Los grandes autores son un viaje ida y vuelta al pasado sin quedarse pregonando que es "prohibido olvidar". (En realidad, prohibido es quedarse en el pasado).
Agradezco el tiempo vivido y leído, pero también el que vivo y leo. Quiere mi ímpetu de lector empedernido que todo buen libro es una vida que se extiende.