martes, 23 de diciembre de 2014

Ring Lardner: ideas para escribir nuevos cuentos

La calefacción hace un ruidito medio extraño. Hay mucha nieve aún aunque cae un poco de agua. Las diablas se quedaron jugando en casa con una amiga. No me han llamado. Querían deslizarse en la nieve desde una lomita. Pero no me han llamado. Mejor. Mucho peligro. Debajo de la nieve está el hielo y una caída te rompe un hueso o la cabeza. Suena el teléfono. Es la García Moreno. Que le compre algo a la amiguita, que le trajo un regalo a la diabla mayor y hay que ser recíprocos. Veremos, le dije. Me llamas si se te ocurre algo. Está bien, contestó resignada. 

Terminé el libro de Ring Lardner. Magistral. Es un periodista deportivo que escribía excelentes cuentos, la mayoría muy cortos. Argumentos novedosos pero más me lleva su estilo: suelto, sin pelos en la lengua, con música y humor. Es al final una cuestión de gustos, admito. Pero me aburre la literatura seria tanto como los escritores (en realidad, me aburren más los escritores), me causan bostezo sus puerilidades y su mundo. Y cuando agarran el micrófono, pore favore (dijo Bonafont) no paran de hablar güevadas. Qué manera. Y cuando ganan premios, es peor todavía. Por eso siempre preferí leer a los periodistas deportivos y de crónica roja que los del periódico cultural.

Creo que el teléfono no va sonar por un buen rato. Detrás de mí está el libro de Piketty, Capital in the Twenty First Century. Ahí lo veo parqueado en la biblioteca, con el rabito del ojo nomás. No te entusiasmes Piketty que ya te di brisa. A estas alturas, todo el mundo lo comenta pero dudo que lo hayan leído completo. En estos días de vacaciones agarré el impulso para terminarlo. Gran libro, pero se corre el peligro de que una mano salga con un garrote de las páginas y te deje soñado. Hay que tener mucha valentía y fuerza para terminarlo. ¿Y qué dice? Nada nuevo: que estamos en la damier.  Lo diferente es que tiene prueba en mano: el 1% de la humanidad se lleva el 70% de la riqueza del mundo. Usa declaraciones de impuestos y propiedades de Francia, Inglaterra y Estados Unidos. Algo dice de Asia pero cuando llega a América Latina se topa con la graciosa sorpresa de que no hay información. El pobre, recién se entera de que allá nadie paga impuestos, y si los pagan es como que les arrancaran las extremidades. Luego de unas páginas, y en un caballeroso y muy francés tono acepta que más o menos la gente hace lo que le da la regalada gana por esos rumbos. Y cuando encuentra información de Colombia y México, simplemente desconfía, huele que algo flota sobre el wáter. Los esquemas, figuritas y fórmulas abundan grafican la condición económica actual para la mayoría mundial: estuvimos, estamos y estaremos en la mierda por algunos cientos de años más, a no ser que todo el mundo pague sus impuestos, que estos sean más altos para los que más tienen y que haya una central mundial que concentre la información para que nadie saque ese dinero de un lado para esconderlo en algún huequito del mundo. Ajá. Esperemos sentados. ¿Chao Piketty? No todavía.

Mientras devoraba el libraco  de Piketty terminaba otro: Tales of Two Cities. Más o menos lo usé, ya en las páginas finales, para comprobar lo que Piketty dice: que el robo es planificado y que en la tan famosa Revolución Francesa hubo cambios sociales, políticos y filosóficos, pero que el dinero, el tuco, el guayabo y la guanábana se quedaron en las mismas manos de antes. Por ahí alguna ratita guillotina en mano logró su tajadita pero el resto nanay.  Piketty es un genio. Cuando leía, en el libro de Dickens, las alegres ceremonias de separación de la cabeza del resto del cuerpo, gracias a la afilada cuchilla que se venía en picada, empecé a imaginarme las escenas como la historia misma. Y terminé deprimido. A mi auxilio vino otro libro, esta vez una novela detectivesca del londinense Mark Billingham (In the Dark). Pero entre toda la vivacidad de los diálogos de los pandilleros asesinos y de los policías, en medio de la descripción de lugares, veía desde Piketty las calles del Londres que caminé hace como treinta años. Fue un día radiante que no describiré. Me preguntaba ¿para qué vivir si al final la miseria será la misma? Ya no importa la respuesta: con las diablas no me puedo dar ese lujo. Hasta ahí llega el existencialismo y la tristeza de ser pobre.


Leyendo a Lardner vienen ideas nuevas y caminos de desarrollo porque toda lectura buena estimula la creatividad. Y estoy seguro de que cualquier persona, por más ignorante, poco educada y hasta medio bestia que sea (que hay muchos de esos) puede terminar escribiendo un gran cuento, a lo Lardner. Sólo es de sentarse, escribir, ordenar las ideas, corregir, volver a darle, pulir la vaina.  Pero eso no es serio, dirán algunos. Eso es plagio. Para nada, les digo. Hay que ir solamente a la calle, encontrar los hechos y escribirlos de manera personal, captar el tufito que hace que los lectores digan: así escribe tal persona (cosa que, en la actualidad, solamente se le puede reconocer al conde Martillo). Hay un payaso longuito que escribe en El Perverso, se hace el cómico los domingos y a la peluconería le gusta porque ridiculiza al mashi (es decir, a Correa, del que dicen anda prendido del poder como garrapata en oreja de vaca). Bueno, este longuito de a risa no tiene estilo, sólo imita lo que se imagina la gente habla en la calle… Como ven, la imitación verdadera es un arte. El plagio es otra cosa. Por ejemplo: plagio es lo que escriben los poetas “malditos” (que el mismo conde Martillo califica de “malitos). Esos agarran un libro famoso y le dan vuelta, se inventan una contra-respuesta, se pegan sus malabares y pajareos verbales y ya: listo el cadáver y agarra lo que puedas.

Con Lardner es diferente: hay buen humor, tragedia, música, realidad literaria (esa hermosa invención de la ficción), hasta unas obritas de teatro y crónicas se hacen posibles leyendo a Lardner. Llegados a este punto, confieso que es mucha mi envidia y falta de tiempo por escribir como Lardner. Así que mejor escribo unas ideas al apuro, a ver si alguien las recoge, antes de que suene el teléfono para que compre algo que las diablas quieren:

1-      Escribir cuentos de personajes secundarios del deporte, la música o la crónica roja, pero desde su punto de vista: el masajista, el médico, el guardián del gimnasio, el que riega la cancha y le pone la cal a las rayas, el que limpia el camerino, el que reproduce cds, el que los vende, el que viaja a una feria de pueblo a vender sus cachivaches… Cualquiera de ellos convertido en voz narrativa o personaje porque tiene una posición privilegiada: tiene acceso a información que otros no, y desde ahí se puede ver la miseria humana. No hay que abrir libros ni cuentas bancarias. Estas ideas salen de “Caddy”, un cuento de Lardner.

2-      Escribir cuentos de personajes callejeros relacionados con la autoridad pero puestos en una situación extraordinaria: Una historia de un Dj que pone música en una salsoteca en  la cual pasa lo bueno y lo malo (te recuerdo querido Camareta del Cabo), conoce amores infieles y sabe quién y cuándo llegan a transar operaciones ilegales (el barman también puede ser usado como personaje, el guardián de carros, el vendedor ambulante). Recuerdo a organizador de ligas barriales, de partidos en canchas polvorientas. Era un viejo y gordo ya mayor, de bigotito. Tenía un amate que lo mató y hasta ahí llegó el cuento. Hay muchas historias así pero nadie las ha escrito con dignidad, a lo más burlándose de las debilidades humanas. Estas ideas salen directo de “Haircut” y de “There are Smiles” de Lardner.

3-      Escribir cuentos de pelucones (pero hay que ser pelucón de verdad o tener acceso a la peluconería para hacerlo). Describirlos en su complejidad y sin resentimientos sociales, que un cuento de amargura personal del autor es siempre una porquería literaria. Cuentos de pelucones y de peluconas. Si lo hace una mujer periodista de crónica roja o deportiva, mucho mejor: entre ladies se conocen mejor los truquitos, no importa la clase social. Hay millares de historia pero son tabú en el medio. De joven me contaron varios casos de peluconcitas que practicaban el libertinaje sexual pero, antes de casarse, se hacían coser el clítoris para pretender ser vírgenes al llegar matrimonio, lo cual en sí es de admirar (la presión del machismo es muy fuerte y hay tantos cerebros masculinos talla small que aún se preocupan de esa pendejada). Cualquiera que sea parte de ese grupo, lea a Lerdner y tenga la verraquera de escribir sobre la trágica ruindad de su propia clase social, venderá más libros que Jaime Bayly, lo cual es un mérito a todas luces (leer a este peruano nunca está de más).

La calefacción nunca dejó de hacer ese ruidito medio extraño. Sigue cayendo agua pero creo que mañana nevará otra vez. Nunca se sabe. La García Moreno no me ha llamado.  Ya está oscureciendo. A ver si a las diablas no se les ocurre ahora querer deslizarse en esa lomita que, como dije, se pueden romper el mate.

Y bueno, por ahí andaría la cosa deportiva y de crónica roja si leen a Lardner y se dejan influir por él de manera actualizada, aplicando su experiencia escritural y su estilo hasta que hallen el suyo propio. O a lo mejor también se aventuran por el lado musical (la literatura ecuatoriana, salvo poquísimas excepciones, no tiene música, aunque el pueblo siempre canta y baila). Lardner también lo hizo. Anoto su “Night and Day”, una deliciosa crónica basada en un juego de palabras sobre la letra de la canción de Cole Porter Despido el año con un abrazo a todos y una de las versiones de Sinatra:

jueves, 18 de diciembre de 2014

Barcelona y Emelec: Las trampas llamadas “garra, honor o corazón”





A Nelly, Augusto, Kakoko, Bryan,  viejo Mario, Benigno y mis patriotas del sur

Hace tres días jugaron Real Madrid y Cruz Azul: ganaron los españoles 4-0. Fue un partido entre una máquina futbolística de primer nivel (pases precisos, goles, estado físico asombroso, tácticas flexibles pero bien definidas) versus un segundo equipo que hizo lo posible dentro de sus explícitas y limitadas posibilidades técnicas. Ambas escuadras corrieron todo el tiempo. Los mexicanos dejaron todo en la cancha pero perdieron. Nadie los podrá acusar de no haber tenido “garra, honor, corazón”. Pero no fue suficiente. 

Hace poco, Barcelona y Emelec empataron 1-1 su primer encuentro de la final de fútbol ecuatoriano. A los que comentan no les importa la performance,  ni la disposición técnica, física o mental de los jugadores, su preparación, disciplina táctica o nerviosismo. No les interesa el desarrollo de la dinámica interna del partido, cuando “los jugadores dejan que el juego llegue a ellos para ser uno con el juego” (la frase es del gran Michael Jordan) o cuando “empiezan a sentir que las cosas ocurren en cámara lenta” (la frase es de Master Boise, mi maestro de karate).  Lo que se comenta hoy está encuadrado en los conceptos de “garra, honor o corazón”, y evidencia los límites de la mentalidad (sobre todo masculina) del ecuatoriano. Mi propósito es enlazar este episodio deportivo culminante -pero también de la vida cotidiana- con esos tres conceptos porque dejan ver parte de nuestra identidad. Primero algo de contexto.

La anécdota quizá más famosa de la historia imperial española es la del rey  Carlos V quien, en un momento de arrojo, invitó a pelear solos, uno a uno, a su contraparte francesa. La leyenda le ha dado los colores de caso: “donde quiera y cuando quiera”, “que escoja las armas”, etc. Este concepto del hombre bravío (un superhombre/rey), del “fiero león español” que refiere el Himno Nacional, fue heredado e impuesto en el imaginario hispanoamericano durante el período colonial como característica de los conquistadores. Con iguales o mayores atributos se habla de Aguirre, aquel que anduvo perdido en la región amazónica, y de tantos otros aventureros, muchas veces fundadores de ciudades hace más de cuatrocientos años.

Para el siglo XIX, ya en la sociedad criolla (de descendientes de españoles), la idea de "garra, honor y corazón", es heredada por la naciente sociedad independentista que la deja también como atributo clave de “la hombría” (braveza) de “los próceres” y sus nuevas mitologías nacionalistas. Hábilmente y para ganar adherentes entre los marginados, los nuevos dueños del estado mantuvieron sus privilegios pero hicieron figurativamente a los indígenas parte de su identidad (en menor medida a los negros) . Por ello, en las canciones y poemas populares del siglo XIX encontramos a Atahualpa, Rumiñahui,  Moctezuma, Lautaro  -y a un territorio/Tahuantinsuyo perdido- retratados como aguerridos, fervientes, honorables, etc.

El deporte,  particularmente el fútbol latinoamericano y ecuatoriano, no ha estado a salvo de este juego ideológico y ha elaborado sus mitologías a medio camino entre lo barrial y lo empresarial. Si al inicio el escenario deportivo fue la esquina, la calle, la canchita, el callejón del barrio, ahora el espacio es el estadio, con sus consecuentes historias y biografías ensalzadas por los cronistas románticos o postmodernos. En esta construcción de identidad cultural que le toca a Ecuador, que va del pre-capitalismo a la modernización del Estado (incluyendo la presidencia de Correa),  los conceptos de “garra, honor o corazón” son usados utilitariamente para explicar el triunfo o pérdida de una actividad humana (el partido de fútbol). Con estas palabras, hinchada, dirigentes, periodistas y directores técnicos racionalizan lo que ocurre en el terreno de juego (sic) y le dan sentido a los resultados. Es decir, promueven la mitología como explicación material, al mismo tiempo que se excluyen de toda responsabilidad en caso de pérdida.

Posiblemente, el episodio más famoso en el que se comprueba la secuela negativa de ver la performance deportiva como resultado de “garra, honor o corazón” (y no de la preparación y atributos físico-técnicos-psicológicos del jugador) es la del conocido “maracanazo”, cuando Uruguay venció a Brasil en su propio estadio. Hay ya alguna bibliografía escrita sobre este evento, volviéndolo batalla; otras páginas, de más actualidad y realismo, examinan esas trampas. De manera brutal y aleccionadora, se cuenta que el arquero brasileño Barbosa demoró muchos años en superar la derrota (la cual asumió como personal) mientras que quien hizo el gol, Ghiggia, terminó sus días siendo un vendedor de feria (ver en internet artículo “La garra charrúa : fútbol, indios e identidad en el Uruguay contemporáneo"). 

En estos días de cierre de campeonato de fútbol ecuatoriano, estas tres palabras (en realidad conceptos) han estado en boca de muchos: Nemeb, el presidente de Emelec, mencionó “el honor” como atributo principal para obtener el campeonato. Pocos días antes, Vanessa Arauz, la flamante y joven directora técnica de la selección de Ecuador (clasificada al Mundial) afirmó que su selección había ganado porque tuvo “corazón” (a pesar de las connotaciones femeninas de la palabra elegida, se refería a lo mismo que Nemeb con aquello del “honor”). Luego del primer partido jugado en el estadio de Barcelona, la prensa y las redes sociales abundaron en apreciaciones, con la fuerte tendencia a concluir que Emelec es mejor técnicamente pero Barcelona tiene más “garra” (sinónimo de "hombría", otra palabra del devaluado machismo).

Es peligroso, por decir lo menos, que seguidores de un deporte tan popular y atractivo como el fútbol empujen a los actores de la cancha -los únicos reales- a sufrir el embate y acoso de frentes mediáticos y emocionales, resultantes de las distorsiones analíticas de esos mismos seguidores. Uno de los dos equipos va a perder, y no es bueno hundir en la tragedia humana a profesionales que brindan lo mejor de sí, tampoco a la hinchada, que juega siempre a hacerse un hara-kiri, o por lo menos a regodearse en una tragedia digna de procesión de Semana Santa.

No habría problema si todo fuera un circo, un carnaval, un acto en el que participamos sonrientes y actuamos de buena gana, un escenario al cual entramos y dejamos luego de la función y al día siguiente continuamos la vida porque hay cosas más importantes. No. Mucho me temo que el fervor haya enceguecido ya a decenas de miles. Y ese sufrimiento emocional, esa desesperación, angustia y fatiga psicológica en muchos, termina siendo frustración social. He ahí el problema mayor de ver las cosas desde las ideologías y las mitologías: una pérdida del gozo y una entrada al umbral y al silencio.

Si preguntan cómo se podría expresar lo mismo sin ser hiriente, la respuesta no es sencilla; quizá diciendo: “si están en igualdad de condiciones, ganará el que tenga mayor deseo y necesidad de ese triunfo”, que es más o menos lo que se escucharía en Estados Unidos en circunstancias similares.

Los interesados pueden revisar también:



martes, 9 de diciembre de 2014

Humanismo de ojos verdes



"Profesor, yo no voy a estudiar en la universidad porque tengo mucho dinero"
(estudiante del Liceo Panamericano de Guayaquil)

Ciertamente, la política da cabida al comentario cultural. El último episodio mediático que han construido esta semana se debe a Rafael Correa, presidente de Ecuador, y Doménica Tabacchi, vice-alcaldesa de Guayaquil.
Esta, en un acto del gobierno a José Mujica, en representación del Municipio de Guayaquil -desde hace veinte años en manos de la derecha oligárquica- muy suelta de palabras, fue más o menos a demostrar lo desubicada, virulenta e hipócrita que es la derecha guayaquileña. Con un discurso preparado -con conocimento de Cancillería, dice ella- dio clases de moral y buen comportamiento, de cómo se debe ser en política y en la vida privada (humilde, perdonador y sabio). Todo en nombre de la coincidencia que tienen, dicen ellos, con Mujica: su humanismo.
A renglón seguido Correa tomó la palabra y, como era de esperarse, arremetió contra la derecha y lo dicho por Tabacchi, la misma que decidió abandonar la sala en medio de silbidos y reclamos de las barras, y ante la mirada atónita de los invitados.
En el Enlace sabatino siguiente, Correa recordó el episodio y lo glosó con un comentario despectivo a los ojos verdes, el pelo claro y la tez blanca de Tabacchi, concluyendo que ella no representa a la mujer guayaquileña (se refería obviamente a la mayoría de la población, mestiza y mulata). A los pocos días, Tabacchi, acompañada del alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, cuestionaron al presidente y lo fueron tildando de psicópata, acomplejado social, etc, tópicos siempre utilizados en las redes por la derecha contra él.
Hoy, Tabacchi dice que se está en contra de una vice-alcaldesa de ojos verdes pero no de un presidente de ojos verdes (risas aquí), lo cual complejiza el tema político con especulación antropológica, la inmigración europea y su representatividad y derechos sociales en Guayaquil y Ecuador (temas de extrema fragilidad para la izquierda ecuatoriana porque no sabe qué decir, es un tema muy nuevo aún). Pero deja de lado el centro del conflicto: el humanismo del que se apropia la derecha. (Vale abordar este asunto porque ocurre también en toda América Latina). Veamos.
Hace muchos años, en un escrito titulado "Marxismo y Humanismo", Louis Althusser, estableció el humanismo como una ideología burguesa que se basa y fomenta una entidad abstracta (la humanidad) para encuadrar y comprender problemas históricos, sobre todo la explotación capitalista. Al disolver dichos problemas, lo que hace, en realidad, es ocultar la lucha de clases.
El humanismo, al ser una ideología ambigua, da cabida a muchas interpretaciones, manipulaciones y orientaciones. Y ese sigue siendo el problema de los marxistas que se preocupan por el prójimo: no haber asimilado a su plataforma de lucha un humanismo por el necesitado, por el pobre o la persona en desventaja, diferenciándolo del "humanismo burgués" predicado por sus rivales. Más aún, cuando, en el caso ecuatoriano y en el mundo entero, en nombre del Humanismo, la derecha ha organizado y organiza tanto obras de caridad como invasiones a países, masacres y golpes de estado, al mismo tiempo que le roban al estado y estafan al pueblo a través de otros medios (leyes bancarias, congelamiento de salarios, aumento del costo de la vida y de los bienes -casas, educación, transporte, etc).
El problema de la izquierda es que no puede diferenciar su humanismo del de la derecha, y tampoco impedir que ésta, abierta, personal o privadamente, se identifique con el humanismo de voluntariado. La izquierda tampoco puede pretender que la única trinchera de servicio al prójimo sea desde un puesto o cargo burocrático, pues no es su patrimonio.
Tabacchi y la derecha pueden reivindicar como suyo ese humanismo capitalista y religiosón que atribuyen a Mujica. Correa y la izquierda también, sobretodo porque no han salido de balbuceos ideológicos al rescatar un humanismo (abstracción e ideología burguesa, según el prestigioso aunque lamentable Althusser) pero sin puntualizar sus diferencias epistémicas con el contrincante.
¿Y Mujica? Seguirá siendo la piedra de la discordia por sus propios actos y palabras: él sí cree en la caridad, en dar limosna (todo el mundo lo vio hacerlo hace unas semanas) ofrece albergues (¿no es acaso lo mismo que hace la Teletón?) pero también un programa social agresivo e incluyente, lo cual está más cerca del Socialismo Moderno que del Socialcristianismo. Es decir, no es del todo descabellado que Tabacchi reclame como verdadera esa coincidencia con el mandatario uruguayo, le moleste a quien le moleste, pero tampoco es de cuestionar el que Correa lleve esa agua para su molino.
Paralelamente, a Correa no le queda mucho margen para aclarar las cosas, pues él mismo es un confeso católico curuchupa, de domingos en la iglesia, confesado y comulgado, opuesto al aborto, etc, algo con lo cual sus más acérrimos enemigos de la ultra-derecha concuerdan.
El problema del humanismo continuará siendo lo que es: una ideología, un programa y un sentimiento de los que se adueñan tirios y troyanos. (No creo necesario volver al Renacimiento, que es el período en el cual empieza a formarse). Y Mujica seguirá siendo apropiado por diferentes grupos, después de todo, ¿a quién no le gusta un viejito campechano, humilde, ex-presidiario "sabio" y sin rencor?
Queda ver en qué pararán los subtemas de los ojos verdes, su simbolismo social (si Doménica Tabacchi se volverá Dominga Tabacos para ser "verderamente guayaquileña"), la relación de estética y política, el proceso de inmigración europeo en tierra de indios y negros, etc.
Tal parece, Dominga Tabacos (concedamos) y el Mashi Correa (richarichi richarichi) tienen unos rounds más a los cuales, sin duda, se van a sumar las no menos bellas: Cynthia Viteri y Viviana Bonilla, con lo cual, esperemos, el presidente dejará que sean las damas las que se aclaren entre ellas.... A ver si aparece Nebot (el instigador que empuja para que otros peleen) quien, como dijo un amigo, "prefirió no dar la cara y mandó a pelear a su hermana".

domingo, 7 de diciembre de 2014

La película "Prometeo deportado" de Fernando Mieles


Hoy, finalmente, pude verla.  Es la primera vez que encuentro representado al Ecuador como una entidad fragmentada, en discusión y proceso, pero con la mayor honestidad y valentía del caso; es decir: sin esconder taras, errores, grietas humanas y culturales, complejos raciales y regionales, retrasos políticos e ideológicos.
La trama en sencilla y simbólica: un grupo de ecuatorianos llega a un aeropuerto pero no los dejan entrar al país y son retenidos en una sala. Luego llegan nuevos grupos de inmigrantes y la sala se va llenando. Así, empiezan a desarrollarse los personajes: el empresario ladrón, la madre de familia, las viejas religiosas, el deportista, el escritor anónimo, los falsos líderes, los embaucadores, los estafadores, el matutero, los líderes improvisados, la puta, el "mago", etc. Todos quieren salir de ahí pero no regresar al Ecuador, país del cual salieron derrotados y traicionados, y han tejido una imagen de sí mismos que es una mentira. Un traficante de animales muere desde el inicio (alusión al tráfico de drogas) y se lo ve divagando por el aeropuerto sin que nadie conteste sus llamados. Esta temprana intromisión de un rasgo fantástico en el cine realista nos recuerda que en la cultura hispanoamericana ocurre con normalidad la fusión de los opuestos, algo que en Estética se conoce como "lo grotesco".
Simbólicamente, los personajes representan los estamentos, clases sociales y étnias de Ecuador, incluyendo indios amazónicos, colorados y andinos. En la sala todos se cruzan, se conocen, se atacan, se niegan y viven en una especie de antropofagia ecuatoriana progresiva que sólo por un breve lapso se detiene: cuando hacen fila para comer o para ocupar los servicios higiénicos.  No faltan apelaciones al origen nacional a través de comidas, colores patrios, slogans, ropa, maneras de hablar, humor, etc.
Cinematográficamente, "Prometeo deportado" me recuerda algunas películas mexicanas, cubanas y del ex-bloque socialista de los 70, con su barroquismo, religiosidad y despliegue de cultura popular (una herencia de la España de la Contrarreforma, tema común de análisis en los Estudios Peninsulares, Coloniales y Culturales), también la inmersión de su arte en las aguas de la historia social. Encuentro también mucho de Fellini, por su sobrecarga de motivos, la largura de algunas escenas y tomas, la exposición abierta de lo que hay a la mano, como ocurrió con los neorealistas italianos cuando salieron a las calles destruídas de Italia, luego de la Segunda Guerra Mundial.
No hay -largo respiro de alivio aquí- por suerte, los errores en los que siempre incurre el incipiente cine ecuatoriano: jugar a ser europeo, a querer hacer un cine de autor que más refleja un triste complejo tercermundista por querer ser más papistas que el papa. No. Acá aparece lo que nunca fue retratado en ningún fresco nacional ni en el cine ecuatoriano, pero todos querían ver.
Actorialmente, "Prometeo Deportado" es una filmación engrandecida del "Guayaquil Superestar" (lo que hicieron los del grupo El Juglar en los 70 y 80). De hecho, el excelente casting se preocupó por incluir a lo mejor de las viejas y nuevas generaciones del teatro nacional, y ahí aparecen muchos rostros conocidos. (Creo la mejor actuación la de las tres viejas religiosas, de dicción fresca, espontánea y 100% verosímil, y al joven que hace de Prometeo, opuestos al naciente Andrés Crespo que deberá esperar a un Sebastián Cordero para superar la dicción de principiante, el fastidioso "dejo" para hablar sin convencer).
La película tiene tres partes y creo que pudo habérsele escapado de las manos a Mieles hacia el final, aunque el director aceptó su propio desafío y triunfó: Empieza con la posibilidad de la deportación, luego viene el desarrollo de los personajes, encerrados en la sala y, al final, se integran los conflictos individuales en el contexto de la crisis nacional (que es de identidad, pobreza, saqueo bancario, corrupción  política, caos institucional y destrucción de Estado ecuatoriano, aumentados por "la triste noche neoliberal"). El momento climático es cuando todos bailan al son de una banda de pueblo, para luego pelearse: unos mueren, otros se separan, todos se rebelan y, en masa, quieren derrumbar la puerta de la sala siendo repelidos por la policía con chorros de agua.

Lentamente, Mieles reagrupa los motivos, símbolos y temas más importantes de la película, hasta ese entonces, para darle coherencia a la narracíón visual y proponer una solución: las escenas posteriores al chorro de agua retoman una conversación entre el mago (Prometeo) y la puta (Afrodita) quienes, juntos, deciden regresar (quizá) a un Ecuador idealizado, escapándose por un baúl de magia que funciona de puerta a la utopía. Advertido esto por los demás, el baúl se convierte en la alternativa al encierro. Todos se organizan nuevamente y hacen fila, esta vez para huir de la sala y de ese Ecuador de pacotilla, de identidades falsas, complejos y caos.
Hay muchas escapadas fantásticas en el arte: la de "La autopista del sur", de Julio Cortázar, me viene a la mente. Pero otros también lo hicieron antes: Moises separa las aguas del mar para liberar a su pueblo, y Prometeo (el griego) entrega libera a la gente de la ignorancia, aunque eso le cueste la vida. Reynaldo Arenas también huye de Cuba, en "El Mundo alucinante" en una torre de botellas (Mier, el personaje) y en la película "Antes que anochezca" en un globo, como un Julio Verne caribeño que pocos querían en esos años en la isla (hablo del libro, no de Mariel). Y así huyeron también, luego de vivir su calvario de purificación, Cabeza de Vaca y Estebanico, acaso el mismo Aguirre (el de "La Cólera de Dios", de Kinski-Herzog) perdido en la Amazonía.
Hay también mucho de barroco en "Prometeo deprtado" que se podría ver, por ejemplo, desde la óptica del Auberbach que en "Mímesis" escribe sobre "el mundo en la boca de Gargantúa", o Bajtin y sus conceptos de carnaval, cronotopo y dialogismo, sin olvidar a Curtius, Huzinga, Zumthor, Caillois, entre otros.
"Prometeo deportado" es una gran película: honesta, valiente, ambiciosa, tierna y dolorosa. Su nivel de actuación, admitiendo las pocas disparidades, es preponderantemente muy bueno. Su guión, idem. No he visto mejor film de Ecuador (luego de "Ratones", Sebastián Cordero no ha vuelto a hacer nada interesante o llamativo), aunque sospecho que "Mejor no hablar de ciertas cosas" también va a gustarme. (A mi edad, la pretensiones de querer ser europeo siendo medio indio y medio negro ya no funcionan).
Espero con ansias ver "Descartes", otra película de Mieles, para muchos, lo mejor que ha hecho. O verlo a él mismo en escena porque, a más de guionista y director, es también un excelente actor.