A Nelly, Augusto, Kakoko, Bryan, viejo Mario, Benigno y mis patriotas
del sur
Hace tres días jugaron Real
Madrid y Cruz Azul: ganaron los españoles 4-0. Fue un partido entre una máquina
futbolística de primer nivel (pases precisos, goles, estado físico asombroso,
tácticas flexibles pero bien definidas) versus un segundo equipo que hizo lo
posible dentro de sus explícitas y limitadas posibilidades técnicas. Ambas
escuadras corrieron todo el tiempo. Los mexicanos dejaron todo en la cancha
pero perdieron. Nadie los podrá acusar de no haber tenido “garra, honor,
corazón”. Pero no fue suficiente.
Hace poco, Barcelona y Emelec
empataron 1-1 su primer encuentro de la final de fútbol ecuatoriano. A los que
comentan no les importa la performance, ni la disposición técnica, física o
mental de los jugadores, su preparación, disciplina táctica o nerviosismo. No
les interesa el desarrollo de la dinámica interna del partido, cuando “los
jugadores dejan que el juego llegue a ellos para ser uno con el juego” (la
frase es del gran Michael Jordan) o cuando “empiezan a sentir que las cosas
ocurren en cámara lenta” (la frase es de Master Boise, mi maestro de karate). Lo que se comenta hoy está encuadrado
en los conceptos de “garra, honor o corazón”, y evidencia los límites de la
mentalidad (sobre todo masculina) del ecuatoriano. Mi propósito es enlazar este
episodio deportivo culminante -pero también de la vida cotidiana- con esos tres
conceptos porque dejan ver parte de nuestra identidad. Primero algo de
contexto.
La anécdota quizá más famosa de
la historia imperial española es la del rey Carlos V quien, en un momento de
arrojo, invitó a pelear solos, uno a uno, a su contraparte francesa. La leyenda
le ha dado los colores de caso: “donde quiera y cuando quiera”, “que escoja las
armas”, etc. Este concepto del hombre bravío (un superhombre/rey), del “fiero
león español” que refiere el Himno Nacional, fue heredado e impuesto en el
imaginario hispanoamericano durante el período colonial como característica de
los conquistadores. Con iguales o mayores atributos se habla de Aguirre,
aquel que anduvo perdido en la región amazónica, y de tantos otros aventureros, muchas veces fundadores de ciudades hace más de
cuatrocientos años.
Para el siglo XIX, ya en la
sociedad criolla (de descendientes de españoles), la idea de "garra, honor y
corazón", es heredada por la naciente sociedad independentista que la deja también
como atributo clave de “la hombría” (braveza) de “los próceres” y sus nuevas
mitologías nacionalistas. Hábilmente y para ganar adherentes entre los
marginados, los nuevos dueños del estado mantuvieron sus privilegios pero
hicieron figurativamente a los indígenas parte de su identidad (en menor
medida a los negros) . Por ello, en las canciones y poemas populares del siglo
XIX encontramos a Atahualpa, Rumiñahui, Moctezuma,
Lautaro -y a un
territorio/Tahuantinsuyo perdido- retratados como aguerridos, fervientes,
honorables, etc.
El deporte, particularmente el fútbol
latinoamericano y ecuatoriano, no ha estado a salvo de este juego ideológico y
ha elaborado sus mitologías a medio camino entre lo barrial y lo empresarial.
Si al inicio el escenario deportivo fue la esquina, la calle, la canchita, el
callejón del barrio, ahora el espacio es el estadio, con sus consecuentes
historias y biografías ensalzadas por los cronistas románticos o postmodernos.
En esta construcción de identidad cultural que le toca a Ecuador, que va del
pre-capitalismo a la modernización del Estado (incluyendo la presidencia de
Correa), los conceptos de
“garra, honor o corazón” son usados utilitariamente para explicar el triunfo o
pérdida de una actividad humana (el partido de fútbol). Con estas palabras,
hinchada, dirigentes, periodistas y directores técnicos racionalizan lo que
ocurre en el terreno de juego (sic) y le dan sentido a los resultados. Es
decir, promueven la mitología como explicación material, al mismo tiempo que se excluyen de toda responsabilidad en caso de pérdida.
Posiblemente, el episodio más
famoso en el que se comprueba la secuela negativa de ver la performance
deportiva como resultado de “garra, honor o corazón” (y no de la preparación y atributos
físico-técnicos-psicológicos del jugador) es la del conocido “maracanazo”,
cuando Uruguay venció a Brasil en su propio estadio. Hay ya alguna bibliografía
escrita sobre este evento, volviéndolo batalla; otras páginas,
de más actualidad y realismo, examinan esas trampas. De manera brutal y
aleccionadora, se cuenta que el arquero brasileño Barbosa demoró muchos años en
superar la derrota (la cual asumió como personal) mientras que quien hizo el
gol, Ghiggia, terminó sus días siendo un vendedor de feria (ver en internet
artículo “La garra charrúa : fútbol, indios e identidad en el Uruguay
contemporáneo").
En estos días de cierre de
campeonato de fútbol ecuatoriano, estas tres palabras (en realidad conceptos)
han estado en boca de muchos: Nemeb, el presidente de Emelec, mencionó “el
honor” como atributo principal para obtener el campeonato. Pocos días antes,
Vanessa Arauz, la flamante y joven directora técnica de la selección de Ecuador
(clasificada al Mundial) afirmó que su selección había ganado porque tuvo
“corazón” (a pesar de las connotaciones femeninas de la palabra elegida, se
refería a lo mismo que Nemeb con aquello del “honor”). Luego del primer partido
jugado en el estadio de Barcelona, la prensa y las redes sociales abundaron en
apreciaciones, con la fuerte tendencia a concluir que Emelec es mejor
técnicamente pero Barcelona tiene más “garra” (sinónimo de "hombría", otra palabra del devaluado machismo).
Es peligroso, por decir lo menos, que seguidores de un deporte tan popular y atractivo como el fútbol empujen a los actores de la cancha -los únicos reales- a sufrir el embate y acoso de frentes mediáticos y emocionales, resultantes de las distorsiones analíticas de esos mismos seguidores. Uno de los dos equipos va a perder, y no es bueno hundir en la tragedia humana a profesionales que brindan lo mejor de sí, tampoco a la hinchada, que juega siempre a hacerse un hara-kiri, o por lo menos a regodearse en una tragedia digna de procesión de Semana Santa.
No habría problema si todo
fuera un circo, un carnaval, un acto en el que participamos sonrientes y
actuamos de buena gana, un escenario al cual entramos y dejamos luego de la
función y al día siguiente continuamos la vida porque hay cosas más
importantes. No. Mucho me temo que el fervor haya enceguecido ya a decenas de
miles. Y ese sufrimiento emocional, esa desesperación, angustia y fatiga
psicológica en muchos, termina siendo frustración social. He ahí el problema
mayor de ver las cosas desde las ideologías y las mitologías: una pérdida del
gozo y una entrada al umbral y al silencio.
Si preguntan cómo se podría expresar lo mismo sin ser hiriente, la respuesta no es sencilla; quizá diciendo: “si están en igualdad de condiciones, ganará el que
tenga mayor deseo y necesidad de ese triunfo”, que es más o menos lo que se
escucharía en Estados Unidos en circunstancias similares.
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