domingo, 7 de diciembre de 2014
La película "Prometeo deportado" de Fernando Mieles
Hoy, finalmente, pude verla. Es la primera vez que encuentro representado al Ecuador como una entidad fragmentada, en discusión y proceso, pero con la mayor honestidad y valentía del caso; es decir: sin esconder taras, errores, grietas humanas y culturales, complejos raciales y regionales, retrasos políticos e ideológicos.
La trama en sencilla y simbólica: un grupo de ecuatorianos llega a un aeropuerto pero no los dejan entrar al país y son retenidos en una sala. Luego llegan nuevos grupos de inmigrantes y la sala se va llenando. Así, empiezan a desarrollarse los personajes: el empresario ladrón, la madre de familia, las viejas religiosas, el deportista, el escritor anónimo, los falsos líderes, los embaucadores, los estafadores, el matutero, los líderes improvisados, la puta, el "mago", etc. Todos quieren salir de ahí pero no regresar al Ecuador, país del cual salieron derrotados y traicionados, y han tejido una imagen de sí mismos que es una mentira. Un traficante de animales muere desde el inicio (alusión al tráfico de drogas) y se lo ve divagando por el aeropuerto sin que nadie conteste sus llamados. Esta temprana intromisión de un rasgo fantástico en el cine realista nos recuerda que en la cultura hispanoamericana ocurre con normalidad la fusión de los opuestos, algo que en Estética se conoce como "lo grotesco".
Simbólicamente, los personajes representan los estamentos, clases sociales y étnias de Ecuador, incluyendo indios amazónicos, colorados y andinos. En la sala todos se cruzan, se conocen, se atacan, se niegan y viven en una especie de antropofagia ecuatoriana progresiva que sólo por un breve lapso se detiene: cuando hacen fila para comer o para ocupar los servicios higiénicos. No faltan apelaciones al origen nacional a través de comidas, colores patrios, slogans, ropa, maneras de hablar, humor, etc.
Cinematográficamente, "Prometeo deportado" me recuerda algunas películas mexicanas, cubanas y del ex-bloque socialista de los 70, con su barroquismo, religiosidad y despliegue de cultura popular (una herencia de la España de la Contrarreforma, tema común de análisis en los Estudios Peninsulares, Coloniales y Culturales), también la inmersión de su arte en las aguas de la historia social. Encuentro también mucho de Fellini, por su sobrecarga de motivos, la largura de algunas escenas y tomas, la exposición abierta de lo que hay a la mano, como ocurrió con los neorealistas italianos cuando salieron a las calles destruídas de Italia, luego de la Segunda Guerra Mundial.
No hay -largo respiro de alivio aquí- por suerte, los errores en los que siempre incurre el incipiente cine ecuatoriano: jugar a ser europeo, a querer hacer un cine de autor que más refleja un triste complejo tercermundista por querer ser más papistas que el papa. No. Acá aparece lo que nunca fue retratado en ningún fresco nacional ni en el cine ecuatoriano, pero todos querían ver.
Actorialmente, "Prometeo Deportado" es una filmación engrandecida del "Guayaquil Superestar" (lo que hicieron los del grupo El Juglar en los 70 y 80). De hecho, el excelente casting se preocupó por incluir a lo mejor de las viejas y nuevas generaciones del teatro nacional, y ahí aparecen muchos rostros conocidos. (Creo la mejor actuación la de las tres viejas religiosas, de dicción fresca, espontánea y 100% verosímil, y al joven que hace de Prometeo, opuestos al naciente Andrés Crespo que deberá esperar a un Sebastián Cordero para superar la dicción de principiante, el fastidioso "dejo" para hablar sin convencer).
La película tiene tres partes y creo que pudo habérsele escapado de las manos a Mieles hacia el final, aunque el director aceptó su propio desafío y triunfó: Empieza con la posibilidad de la deportación, luego viene el desarrollo de los personajes, encerrados en la sala y, al final, se integran los conflictos individuales en el contexto de la crisis nacional (que es de identidad, pobreza, saqueo bancario, corrupción política, caos institucional y destrucción de Estado ecuatoriano, aumentados por "la triste noche neoliberal"). El momento climático es cuando todos bailan al son de una banda de pueblo, para luego pelearse: unos mueren, otros se separan, todos se rebelan y, en masa, quieren derrumbar la puerta de la sala siendo repelidos por la policía con chorros de agua.
Lentamente, Mieles reagrupa los motivos, símbolos y temas más importantes de la película, hasta ese entonces, para darle coherencia a la narracíón visual y proponer una solución: las escenas posteriores al chorro de agua retoman una conversación entre el mago (Prometeo) y la puta (Afrodita) quienes, juntos, deciden regresar (quizá) a un Ecuador idealizado, escapándose por un baúl de magia que funciona de puerta a la utopía. Advertido esto por los demás, el baúl se convierte en la alternativa al encierro. Todos se organizan nuevamente y hacen fila, esta vez para huir de la sala y de ese Ecuador de pacotilla, de identidades falsas, complejos y caos.
Hay muchas escapadas fantásticas en el arte: la de "La autopista del sur", de Julio Cortázar, me viene a la mente. Pero otros también lo hicieron antes: Moises separa las aguas del mar para liberar a su pueblo, y Prometeo (el griego) entrega libera a la gente de la ignorancia, aunque eso le cueste la vida. Reynaldo Arenas también huye de Cuba, en "El Mundo alucinante" en una torre de botellas (Mier, el personaje) y en la película "Antes que anochezca" en un globo, como un Julio Verne caribeño que pocos querían en esos años en la isla (hablo del libro, no de Mariel). Y así huyeron también, luego de vivir su calvario de purificación, Cabeza de Vaca y Estebanico, acaso el mismo Aguirre (el de "La Cólera de Dios", de Kinski-Herzog) perdido en la Amazonía.
Hay también mucho de barroco en "Prometeo deprtado" que se podría ver, por ejemplo, desde la óptica del Auberbach que en "Mímesis" escribe sobre "el mundo en la boca de Gargantúa", o Bajtin y sus conceptos de carnaval, cronotopo y dialogismo, sin olvidar a Curtius, Huzinga, Zumthor, Caillois, entre otros.
"Prometeo deportado" es una gran película: honesta, valiente, ambiciosa, tierna y dolorosa. Su nivel de actuación, admitiendo las pocas disparidades, es preponderantemente muy bueno. Su guión, idem. No he visto mejor film de Ecuador (luego de "Ratones", Sebastián Cordero no ha vuelto a hacer nada interesante o llamativo), aunque sospecho que "Mejor no hablar de ciertas cosas" también va a gustarme. (A mi edad, la pretensiones de querer ser europeo siendo medio indio y medio negro ya no funcionan).
Espero con ansias ver "Descartes", otra película de Mieles, para muchos, lo mejor que ha hecho. O verlo a él mismo en escena porque, a más de guionista y director, es también un excelente actor.