viernes, 11 de marzo de 2022

el hombre que caminaba junto a su mujer y el celular con música country




el hombre que caminaba junto a su mujer y el celular con música country,

se entusiasmó cuando le pregunté quién cantaba.

elvis presley, contestó.

¿no es ray charles? 

la esposa, que avanzaba delante de nosotros

afirmando con la cabeza exclamó: ese no es presley, suena más a ray charles.

el hombre revisó la lista y confirmó que era el pianista y me conversó

de las canciones que su hija le ponía en la lista.

mientras caminábamos me hablaba de su dieta,

de que antes hacían ejercicios en casa pero que les resultaba aburrido.

abajo, en las improvisadas canchas de raqueta, jugaban con entusiasmo.

eran los mismos desde que abrieron el gimnasio luego de dos largos años de epidemia

parejas que se reían y desafiaban con los golpes.

el hombre al despedirse me dijo: disculpe, yo sé que hablo mucho.

sonreímos y nos hicimos adiós con las manos mientras bajaban las escaleras.

me quedaba mucho aún.

la mujer obesa que iba delante de mí levantaba los brazos

y hacía movimientos circulares con las muñecas

tenía el pelo corto y rubio, ojos azules diminutos y una mirada tímida.

saludé también con otro caminante del tiempo ido

un hombre delgado y bajo, acaso mayor que yo, pero veloz

que a veces daba vueltas conversando con larry.

larry, el que tiene un hijo que vivió en guayaquil y luego se fue a puerto rico

y ahora está en new orleans. solo espero que consiga algún título universitario.

es lo único que le pido, me confesó

mientras su esposa nos dejaba atrás, preparándose para la maratón de la primavera.

éramos los últimos sobrevivientes del siglo de las máquinas

ellos y yo y los que jugaban raqueta y el hombre negro que nos pasó callado

con su gorra de veterano de guerra de vietnam.

y también las dos mujeres mayores que siempre conversan y saludan

y parece que viven su mejor edad.

por la tarde, en casa ya, esperamos a edgar

que vino para lo de la cocina.

todo era asunto de saludos, medidas de anaqueles y consejos para que luciera mejor

hasta que, sin darnos cuenta, nos empezó a conversar de su hija

que había fallecido al poco de dar a luz y ahora ellos cuidaban al niño.

un amigo que sabía lo ocurrido le dijo que si quería dejar de trabajar,

dejar las cosas a medio talle, podía hacerlo

abandonarlo todo en ese momento e irse a casa, si le daba la gana

porque necesitaba tiempo para pensar en lo que había ocurrido.

lo escuchamos callados y un dolor se me fue armando en el pecho

uno de esos dolores rebeldes que aprietan desde adentro y desde adentro llaman

un dolor de voces y sollozos que solamente oyen los sordos.

he pensado en todo lo que nos contó y recordado a la gente que va al gimnasio

a sacarle tiempo al tiempo y el último soplo a la vida.

es como si todo se estuviera cayendo, me digo

(de alguna manera el mundo siempre se anda cayendo)

porque las muertes no cesan y el temor crece y también la sonrisa y la incredulidad.

por suerte, me digo, por costumbre o por pereza frente a la derrota.

¿qué hago escribiendo un poema? (yo que dije que ya no escribiría poemas).

no es un poema, me contesto, es solo una llamada de atención

la postal en blanco y negro de una ciudad que no conocí

que me acaba de llegar en el correo de la tarde.








domingo, 6 de marzo de 2022

¿A favor o en contra de Ucrania?


Estados Unidos vive una división más sobre si apoyar a Putin y su estúpida invasión o a los ucranianos que la resisten. El resto del mundo también está dividido.

Por un lado, el argumento que se escucha es que si tanto nos importa la destrucción de Ucrania deberían importarnos por igual las que ocurren en Africa o el Medio Oriente. A este radicalismo infantil (todo radicalismo lo es) subyace la dicotomía del todo o nada, del blanco o negro, o como diría el siempre desacertado Bush: "están a favor de Estados Unidos o en contra de Estados Unidos". Sálvense los que puedan si están rodeados de gente así, pues la realidad es más compleja y los matices cambian cualquier conclusión apresurada.

Por otro lado, en la misma zona de guerra, los ciudadanos rusos, bombardeados por años acerca de supuestas masacres de los ucranianos contra las poblaciones ruso-parlantes que viven en Ucrania- se hacen de la vista gorda y apoyan a Putin en la heroica defensa de sus compatriotas que viven en otro país (aunque ya empiezan a sentir el error en sus bolsillos). Al mismo tiempo, más de millón y medio de ucranianos -mujeres y niños en su gran mayoría- huyen de Ucrania a países vecinos mientras las tropas rusas bombardean ciudades y poblados en el sur. 


Como siempre, calamidades como ésta hacen que la gente saque lo mejor y lo peor de sí misma, de lado y lado y en todas las latitudes del planeta. Una pobre Rusia, cuyo GDP es extremadamente inferior al de China, cree que China es su aliada incondicional (los ecuatorianos sabemos cómo son los negocios y "las inversiones" de China) mientras ésta, poco a poco, se va dando cuenta de que un vecino pobre no es el mejor aliado cuanto un sirviente rebelde. La India juega a la diplomacia de la conveniencia, en parte por supervivencia (sus vecinos China y Pakistán no le permiten otra cosa), en parte por fidelidad a Rusia y en parte por pescar a rio revuelto. Europa, Japón y EEUU están firmes en el boicot económico y militar a Putin. El resto del mundo se mueve en las coordenadas de América Latina, en donde Cuba, Nicaragua y Venezuela apoyan fieramente al reptilineo dictador aspirante a zar. Brasil con Bolsonaro y México con esa flor de mediocridad de presidente se debaten entre jugar a ser duros y sonar inteligentes mientras le hacen el juego a Putin. ¿Y Lasso? Ese no cuenta ni para lavar los platos de los de sicarios de las cárceles de Ecuador.

La primera pregunta frente a este panorama es ¿cuán bien informado está el público para opinar y tomar una posición? Hay la falsa creencia tercerista de que "hay que escuchar los dos lados", como si hiciera falta escuchar a Hitler para concluir que las 6 millones de judíos que mató de alguna manera, aunque sea en un mínimo porcentaje, son culpables de su destino. Ese tercerismo de que la verdad está en el medio es un invento de los perdedores que promueven mala información para generar un equilibrio de fuerzas. 

Hoy por hoy hay una sola realidad: un ejército de casi 200 mil soldados ha invadido un país que no lo ha atacado ni puede defenderse. Disparan a civiles, bombardean sus casas y destruyen la infraestructura para que nadie pueda vivir ahí o les cueste mucho reconstruirla. Como siempre, lo hacen en nombre de las causas más nobles, esas que cree cualquiera o se pueden escuchar en labios de Rafael Correa, el que deja que sus amigos roben. Sí, Correa, el cómico que anda contando chistes amargos en TikTok. 

En Estados Unidos quienes apoyan a Putin y están en contra de los ucranianos (que deben rendirse, que no son valientes, que ellos tienen la culpa, que nunca van a ganar) son Trump, los republicanos, los neo-Nazis y la ultra-derecha en general. El resto apoya al pequeño país, sin esconder sus propios errores, como el dejar que el neo-Nazismo haya crecido, pero sin olvidar tampoco que el presidente de Ucrania es judío (para desgracia de Putin). 





domingo, 27 de febrero de 2022

Un toque de bembé para Fernando Nieto Cadena

 


I.                  “Nieto, dales algo de leer a los muchachos”

A fines de los setenta Ecuador vivía los últimos años de la dictadura militar. Estábamos por terminar la secundaria cuando apareció Gaitán Villavicencio a dictar un seminario de Metodología. Gaitán había llegado recién de Louvain y su tio, que contradictoriamente era el rector del colegio puesto por la dictadura con un sobrino comunista, tuvo el acierto de confiar más en los beneficios académicos que en sectarismo político.

Gaitán, que había leído nuestros poemas en el periódico mural del curso, nos invitó a una reunión de Sicoseo, taller literario del que él formaba parte. Yo tenía dieciseis años y empezaba a vivir el fascinante mundo de las letras. Contentos pero con temor, esperamos pacientemente el sábado para ir a Sicoseo.

Cuando llegamos nos presentaron a los integrantes. El mayor era Hugo Salazar Tamariz, hombre de gran experiencia política, inteligente y de sorprendente calidez, con una voz baja y profunda que impactaba a cualquiera, uno de los mejores poetas de su generación (podría ahora mismo recitar muchos de sus versos).  Entre los demás, la memoria destaca con afecto a Solón Villavicencio, “un hombre hermoso”, como lo describían las mujeres, muy diestro en el comentario y el humor. Gaitán, su hermano y anfitrión. Jorge Velasco, a quien ya había conocido en el colegio Eloy Alfaro, cuando reemplazó al profesor de literatura y vendió con nuestra ayuda algunos ejemplares de su primoso libro de cuentos De vuelta al paraiso. Fernando Artieda y Edwin Ulloa, que escribían usando un lenguaje literario con fuerte basamento en el habla guayaquileña; Héctor Alvarado, cuyo humor y chispa en la conversación contagiaban a cualquiera. Estaba ese día, creo, también uno de los tantos visitantes que aparecían intermitentes por Sicoseo: Hipólito Alvarado.

Sentado en una esquina de la sala se encontraba Fernando Nieto Cadena, el gordo, como le decían. Usaba ya gruesos lentes y un poco de melena. Era rápido, sencillo y creativo en la conversación. Habló brevemente con nosotros algo que ya no recuerdo y preguntó, concitando el interés de todos por la respuesta, qué escritores leíamos. Nos pusimos pálidos, nos quedamos callados y desde la derrota inquisitorial contestamos casi aullando: David Ledesma, El Conde de Montecristo, Los que se van. Gaitán, que se dio cuenta de por dónde iba la cosa, solamente dijo: “Nieto, dales algo de leer a los muchachos”. Y, partir de ese momento, empezaron a caernos libros nunca imaginados que devoraba con impaciencia.

Las reuniones de Sicoseo, del cual ya era miembro, ocurrían cada sábado, a las 6 de la tarde. Luego de conversaciones, debates y planes para el siguiente número de la revista, caminábamos todos hacia la Casa de la Cultura y el pequeño bar que quedaba junto al parqueadero. El notable impacto que tuvieron esas reuniones, la amistad iniciada con aquellos escritores que nos dieron fraternalmente su mano y el acceso a un mundo letrado diferente, cambiaron mi vida. En cada una de esas conversaciones, reuniones, fiestas y tertulias que ocurrían con frecuencia, siempre estaba Fernando Nieto Cadena. Era él quien realmente articulaba a Sicoseo y le daba filosofía, identidad, organicidad. Su poesía y personalidad imponían el estilo pero de manera callada, sutil, sin proclamas ni vanguardismos.

Siendo Hugo Salazar Tamariz el mayor y poeta más consolidado de Sicoseo, era tratado por Nieto y todos con admiración, cariño y respeto. Seguíamos su dirección afectiva, la cual nunca fue en desmedro de la orientación del grupo ni de las expresiones poéticas más diversas, privadas y personales que se mostraban en las reuniones. Pero era Nieto el que con su poesía, calidad humana, ideas y empatía concentraba al grupo. Y por eso mismo, resultaba aleccionadora su tranquilidad y sencillez, su gran sentido de humor y su profundo conocimiento literario, siempre a la mano, ausente de poses y de la vanidad que tanto daño le han hecho a escritores e intelectuales de América Latina.

Los “demonios interiores” de Nieto, acaso secretos o privados, aparecían no obstante con furor en el mundo construido en su poesía, en ese Guayaquil que tanto amaba y conocía y que nutría su palabra. Sus dilemas, crisis y esperanzas se contextualizaban socialmente en sus obras. De alguna manera, para mí, el Nieto de los 70s era la continuación de la leyenda del Medardo Angel Silva de arrabales, tugurios y lecturas abundantes. Por ejemplo, sus libros a la muerte a la muerte a la muerte y de buenas a primeras no solo abrieron el lenguaje de los guayaquileños a la poesía (y viceversa) sino que le dieron a Ecuador un gran empuje en términos del desarrollo de la lengua poética de ese país y región (es sabido que el habla tropical de Guayaquil se nutre de varios contribuyentes nacionales e internacionales) y la ponía al día con sus similares latinoamericanas.


Ya he publicado varias páginas sobre la poesía de Nieto, a la cual siempre consideré de la más alta calidad expresiva, emocional, intelectual y humana. Y no creo equivocarme ahora al decir que su valor como artesano del lenguaje va de la mano con su valor como amigo y maestro (los buenos amigos siempre son nuestros maestros a su manera). De hecho, de su generación hasta el presente, no conozco en poesía otra voz más original, mejor, más sincera y real que la suya, acaso compitan con él los llorados Agustín Vulgarín o Hipólito Alvarado. Pero volvamos a Sicoseo y a los 70s para ilustrar esta afirmación.

Trabajamos mucho en esos meses contra la dictadura y en puertas a las nuevas elecciones. Pintamos carteles y escribimos poemas cuando asesinaron a los indios en el ingenio azucarero Aztra. Empecé, sin el permiso de Nieto, una militancia de izquierda que ahora la veo como un tiempo perdido. Pero seguí leyendo y escribiendo lo que salía del alma. Personalmente, me sentía un Fernando Nieto Cadena a mi manera, haciendo poemas que buscaban el lenguaje de la calle, aunque a veces eso terminaba en panfleto por la interferencia del izquierdismo en arte.  Yo quería ser él. Era a lo mejor el mismo romántico colegial, pero esta vez estaba más cerca de mí mismo. Y andaba con sus libros por todos lados. Me sabía de memoria sus poemas. Puedo decir que otros empezaron también el juego de escribir como Nieto pero sin leerlo, solo porque tenía su público. Pero puedo decir también que otros sí se encontraban, se reconocían en sus líneas. Mi hermano, por ejemplo, tan alejado de las letras como yo del cielo, andaba enamorado de una hermosa mulata de Esmeraldas y cada viernes se llevaba mi librito de poemas de Nieto para leerlo en el autobus mientras iba a los brazos de su amada. El primer amor que tuve fuera del colegio leía conmigo los poemas de amor de Nieto (tengo una novela inacabada sobre el tema). Un amigo, que ahora vive en Puerto Rico, en el colegio se salvó de repetir el año gracias a haber declamado en público uno de sus poemas. O sea, Nieto se iba regando de a poco en momentos concretos de la vida de la gente, casi como los santos, para satisfacer deseos concretos.

Mas, a esa etapa de ilusión en pos de la democracia ecuatoriana, la siguió el vacío. El Guayaquil de esos años -que acaso la película Roma (Cuarón) reproduce con fidelidad aunque se deba a otra geografía- empezó a cambiar, es decir a morir en muchos sentidos.

Después de haber compartido conversaciones y recitales con Nieto (hay uno muy gracioso que ocurrió en Yaguachi: cuando él leía sus poemas de putas y cantinas, en una sala llena de gente del campo, al fondo uno de los asistentes, semioculto, decía: “esha e la plena, esha e la plena” mientras hacía amagues y fintas de fútbol), después de haber conocido el Villa Cariño y sus vedettes y sentir que pertenecía a un grupo, que tenía amigos, hermanos mayores en la poesía, de repente ese mundo desapareció: Nieto se fue a México y Sicoseo se acabó.

Recuerdo con extrema claridad el día en que lo hizo. El durante y el después. Me veo aun corriendo con Martillo, Ulloa y Alvarado hacia la terraza del aeropuerto, a ver el avión que se llevaba al que tanto queríamos. Ahora que lo escribo, siento que quien se fue era nuestro hermano mayor. Así, nos quedamos solos. Imagino ahora el mismo avión, la misma mañana de sábado y el mismo aeropuerto que ya no existen.

A esa pérdida que no entendía y para la cual estaba muy ocupado (recordar: un militante nunca tiene tiempo), la sucedió, de pronto, un descanso, una sorpresa: Nieto regresaría por breves días a Guayaquil a un encuentro de escritores. Mi hermano (el que leía sus poemas en el bus) tenía ya funcionando la primera salsoteca de  Guayaquil, El pez que fuma, en homenaje a la película venezolana. Cuando nos vimos nuevamente con Nieto, nos fuimos allá a beber y a escuchar salsa dura. Luego de las primeras cervezas y chismes, me preguntó, como retándome: ¿a qué hora vas a poner a los clásicos? Lo cual me obligó a hacer sonar Para componer un son, Yiri Yiri Bom, Todo tiene su final, entre tantas otras que bebimos con cariño y entusiasmo. Esta anécdota se cierra de dos maneras: cuando mi hermano (el dueño de la salsoteca) entró y le presenté al gordo y se abrazaron como si se hubieran conocido toda la vida; y cuando regresamos al centro de la ciudad -él tenía que asistir a una mesa redonda- solo para que Nieto, mientras se mecía detrás de una mesa, le preguntara a Fernando Artieda: “¿Ronco, en dónde la seguimos?”.

En ese regreso de pocos días, Nieto fue el mismo de siempre. Navegó  vestido de blanco una noche en los bravos barrios del sur. Bailó y enamoró a una negra alta y hermosa en el cabaret El King, y grabó el último cassette para alguno de sus amigos con música de Bola de Nieve.

Pero hay otro tiempo y espacio, a lo mejor imaginario para muchos, en el cual siguió transcurriendo su existencia intelectual. Veamos.


II.              Castellano, qué bueno baila usté 

Celebrado en ausencia, tanto Nieto como su poesía se hicieron famosos en el medio. En Quito, ciudad irremediablemente centralista y polo opuesto a Guayaquil, lo miraban con recelo, a la distancia, derrotados por su creatividad y originalidad. A veces, para no ser apabullados, solo decían que Nieto había nacido en la capital, cosa que él detestaba porque lo entendía como un mero accidente (como decir que Calvino era cubano) ya que, varias veces lo comentó: su fuero de hombre era de guayaquileño, del trópico, del Caribe y, luego, obviamente mexicano, pero de Villahermos o ciudad del Carmen, que es también una isla.

Entre amigos, en Guayaquil su poesía era citada, sus libros nombrados, pasados de mano en mano porque ya no había dónde encontrarlos. Se los fotocopiaba. Los literatos hablaban de Nieto como si lo conocieran. Contaban anédotas ciertas, inventadas o modificadas, cual Julio Jaramillo barrial y poeta. Yo me seguía valiendo de sus poemas para enamorar damas de clase media. Y entre tanta lectura a la que estaba  sometido, Nieto se me iba pareciendo cada vez más a Cabrera Infante. Así, pasé de su poesía a la militancia política ida y vuelta, cosa que él no veía con buenos ojos aunque la respetaba. A veces, en el fragor del activismo, pintábamos carteles mientras escuchábamos la voz de Cortázar en la Rayuela y los poemas de Nieto en un LP de la Universidad de Babahoyo. Ambos eran de ambientación perfecta para el activismo y los afanes amatorios con las compañeras.

En una larga aunque desconocida entrevista que le hice en mi casa, ya estando de U Católica (1981 acaso), desarrolló ampliamente sus conceptos sobre literatura y habla popular. Mientras su poesía ganaba adeptos, su discurso teórico propiamente era una incógnita, salvo generalidades referidas a la política. Hasta hoy, no se conoce un texto ejemplar que él haya escrito al respecto. La razón quizá es que sus líneas teóricas se funden y confunden con las poéticas, sobre todo a partir de los 90s, en que hay frases, definiciones e interpretaciones metalinguísticas incrustadas en sus poemas o asumidas por su hablante lírico, muchas veces para burlarse de ellas o mantenerlas como referencias importantes de su  identidad. Así, nombres como Lacan o Marx aparecen junto a Celia Cruz o la Fania. Menciones a Ezra Pound o Allen Ginsberg no se contradicen con comentarios sobre Olimpo Cárdenas o Benny Moré, pues son lo que los eruditos llaman “unión de alta y baja cultura”, tan solo que en el caso de Nieto se trata de un solo signo, unidad indisoluble, imagen fundida en la moneda.

Una vez que Nieto puso en contacto e intercambio todas sus voces poéticas, llegó al lugar que tanto había buscado. Desde ese momento, su sólida y muy personal base filosófica para interrogarse sobre otras áreas del acontecer humano, estarán maduras y con sello de estabilidad enciclopédica junto a una saludable duda metódica. Nieto será un maestro, a su manera y desde su sitial, para seguir entendiendo el  mundo. ¿El resultado? Sus nuevos poemas comienzan a parecerse a los poemas que ya había escrito y publicado. Se repite a propósito, sin verguenza. Su obra va conviertiéndose en un largo poema. Busca los entornos del mismo tema, hurga en algunos detalles, acaso posibles dudas sobre sí mismo (esa vieja manía), a lo mejor un intento de reafirmación, pues el sentido de la vida debe ser más allá de lo que uno vive o se imagina. Nieto, cual agnóstico terrenal, explicará este momento cumbre de su vida y su persona de la manera siguiente:

“La verdad es que desde Los des(entierros) lo que escribo es un solo texto con algunas estaciones para hacer una pausa en pos de apoyo logístico. Quienes dicen que me repito tienen razón; sí, me repito, ¿y qué?”. 

Para fines de 1984 yo estaba en Paris. Nos escribimos varias veces para ponernos al día, siempre con el mismo tono y la misma frescura del inicio. Sus cartas eran deliciosas, agradables, chispeantes, sentimentales. En ellas respondía mis preguntas y aclaraba incógnitas (evito repetición de mucho de este material pues ya lo he publicado y es de libre acceso en el internet).

Nieto siempre estaba escribiendo un libro, siempre. Ahora sabemos que esos varios libros, incluyendo los que quedaron inéditos, son en realidad la unidad de su vida literaria, acaso la única que vivió a plenitud. Su caso es como el de otros artistas (pintores, directores de cine) que siempre giran en torno al mismo cuadro y a los mismos actores. La primera parte de su poesía (hasta fines de los 80s) es un proceso vertical, por así decirlo, de su búsqueda, y va desde sus primeros poemas hasta Los (des)entierros del caminante. La segunda etapa, es un proceso horizontal de escritura, pues para ese momento él ya tiene el dominio artesanal de la palabra que trabajó y la erudición almacenada de tanta vida y lectura. Nieto es ya, para ese libro y los posteriores, una especie de Zaratustra de sí mismo (Nieto-Nietszche), contemplando desde lo alto la vida que yace.

Desde la despedida en Guayaquil, allá por 1982, nunca más volví a ver a Fernando Nieto. Estuve a punto de visitarlo por el 2003, pues tenía dinero, tiempo y papeles en regla para ir a México (cosa que siempre he querido hacer; además, ya prometí que nacería mexicano en mi próxima reencarnación), pero el destino me llevó por otros rumbos y luego ya las cosas cambiaron.

Me escribí siempre con él. Cuando no lo hice fue por esos olvidos o distanciamientos, también frecuentes entre los amigos. Hasta el día en que supe nos había dejado para siempre.

De manera íntima, si le abro las puertas al recuerdo, me duele su muerte. Pero me alegro más de haberlo conocido, haber leído y vivido su poesía, tenerlo aún como una gran influencia. Me molesta que él siempre haya estado abierto a todos, al menos en Ecuador, pues la burocracia literaria extrae todo lo que puede de los artistas sin nunca dar nada. Y a él nunca lo trataron como se merecía. Por ejemplo, debería ser un escándalo que todavía no exista una re-edición de su poesía completa, ni en Quito ni en Guayaquil. (He visto hace poco una antología de la PUCE, antojadiza en comentarios, sesgada, queriendo meter gato por liebre). Pero nada pasa. Nadie dice nada en tierras del nuaymás. Me molesta que quienes no lo conocieron, ahora se llenen la boca nombrándolo y publiquen sus obras (no las de Nieto) refiriéndose a él. Los mismos que viven del usufructuo literario que él tanto aborreció, se aprovechan de su imagen y su nombre. Me molesta no tener dinero y publicar yo mismo una edición completa de su poesía (yo, que ahora tengo prioridades familiares).

Pero lo que es hoy, digo firme: Fernando Nieto Cadena, presente en mi mente y mi corazón.



 

 

jueves, 6 de enero de 2022

¿Qué pasó hace un año en Estados Unidos?


Trump perdió las elecciones, pero organizó a sus huestes para un conato de golpe que le permitiera quedarse en el poder. Para ello, el lema más repetido era que las elecciones presidenciales fueron fraudulentas, solo las presidenciales. Las demás, que ocurrieron el mismo día y que los republicanos también perdieron, no importaban. (El culto personal es tan evidente y vulgar que no hace falta repetirlo). Obviamente, no importó que nunca se haya demostrado fraude, a pesar de los desafíos legales y recuentos (inclusive en zonas en las que ganó Trump) que se atendieron. En Estados Unidos, desde que Trump llegó al poder, la mentira se ha institucionalizado. De hecho, el descaro se ha convertido en virtud y los insultos en forma de valentía.

Así, los fanáticos se tomaron el Congreso, sacaron en quema y bajo amenazas a los congresistas, se tomaron fotos, saquearon oficinas, defecaron, ocasionaron las muerte de varios policías y se llevaron de botín algunos recuerdos. La policía y la guardia del lugar no estaban preparadas y poco le importó a la oficialidad poner cosas en orden desde el principio (sí, algo ya olía mal). Quizá, aunque lo hubieran querido, la multitud los habría de todos modos arrasado. 

De un año a hoy se han divulgado cientos de imágenes del fatídico día, y cientos más puestas por los mismos golpistas en sus páginas personales de facebook, twitter, etc. De un año a hoy, el FBI ha apresado a más de 600 personas, pero solo con la invalorable ayuda de anónimos expertos en computación que, de manera gratuita, se dedican a rastrear a los más de dos mil enmascarados y encubiertos agentes del desorden.

Para estándares latinoamericanos, lo que ocurrió fue solo un conato de golpe, pues no contaban con el necesario aparato militar que garantiza el poder a quien lo arrebata. Para parámetros estadounidenses, esto ha sido una advertencia de lo que se puede venir. La comisión del Congreso que investiga los pormenores del fallido golpe, ha descubierto a los organizadores, y éstos van desde el mismo Trump y congresistas republicanos hasta profesionales y gente común, fanática, ignorante y reacia a aceptar la derrota. Se espera, sin embargo, que ni Trump ni sus congresistas y agentes vayan a la cárcel. 

En términos de la lección histórica, vemos cómo la polarización de los apoyan a Trump y los que votaron por Biden se ha ampliado a otros segmentos de la vida nacional, como la vacuna contra el Covid. A pesar de la apabullante evidencia científica y empírica a favor de las vacunas, los trumpistas rehusan a ponérsela. Si se trata de deportes, las carreras de carros y las peleas de MMA son baluartes del gusto de la ultra-derecha. Si de debate intelectual se trata, enarbolar la ignorancia y la irracionalidad son las herramientas de ataque más útiles y comunes (el no dejar hablar, como decimos en el barrio). 


Torpedear y minar la función del estado nacional hoy, en lucha con opositores locales, como los gobernadores DeSantis de la Florida y Abbort de Texas, subordinar el partido republicano al "movimiento" populista de Trump (sus seguidores, no necesariamente afiliados al partido), sobre todo de sus congresistas, y presionar a las hasta ahora neutrales Fuerzas Armadas de EEEUU, son tres elementos que van a determinar el tipo de democracia que se vivirá en los próximos años en este país. ¿Se impondrá el modelo fascistoide pan-europeista, anti-judío, anti-hispano, anti-negro y anti-femenino de Trump, o se volverá a la "democracia representativa" de los últimos 40 años? (No voy más lejos porque antes la historia es claramente diferente). Esta es la pregunta del año, pues se vienen elecciones seccionales que afectarán notablemente el panorama. Y, hasta hoy, no hay una sola persona que crea que los demócratas ganarán. Ni una sola.

En lo personal, los niveles de irracionalidad, normales en los republicanos y trumpistas de hoy, me recuerdan los momentos de fervor del peor nacionalismo y anti-comunismo en Ecuador, cuando solo bastaba insultar a alguien de "resentido social" o "peruano" (en tiempos de guerra) para ser atacado con burlas por los amigos o con golpes por los enemigos. La agresividad en la vida diaria y los altos niveles de confrontación en todas las esferas de la vida pública y privada, junto a los estragos de la epidemia, han convertido estos últimos años en una inédita pesadilla con la que nadie contaba. 

Ahora que las fuerzas del oscurantismo y el racismo han sido desatadas y están en claro proceso de apoderarse del mundo, para entender mejor las cosas es necesario informarse, votar, ser mejor profesional y ciudadano, decir lo que uno piensa. Mucho me temo que de no hacerlo, por cansancio o falta de interés, el costo será muy alto, y no habrá manera de volver. Esto no es cíclico. Esto es una crisis que viene ocurriendo desde hace 70 años, con nombres y apellidos: Hitler, Mussolini, Stalin, Franco, Castro, Maduro, Putin, Bolsonaro y tantos otros que mejor no recordar.  



sábado, 30 de octubre de 2021

Kafka y lo que hacemos al regreso


Beber, a veces desconsoladamente, por el tiempo que ya se fue o por los amigos que nunca más volveremos a ver. Llorar por los familiares que se nos adelantaron. Visitarlos quizá en donde duermen sin temor a molestarlos, poco menos que deseando despertarlos. Conversar con ellos nuevamente, seguir ese diálogo que se quedó trunco la última vez que se vieron. 

Cuando uno regresa, en verdad no regresa. Solo visita. Se sabe con un pie aquí y otro allá por unos días. Escucha a veces las voces de los otros como distantes, como si las dijeran desde el otro lado de la calle, a lo mejor más lejos aún, como si fuera un eco.

Uno trata de ponerse el día y van saliendo chismes, anécdotas, recuerdos, ocurrencias, alguna imagen se reactiva en la mente. A veces un dato nuevo reafirma lo sabido, otras veces lo cambia y altera la percepción de las cosas, porque siempre se puede cambiar el pasado.

Las formas de volver y hundirse en la geografía original que uno ya perdió ocurre de varias formas: Unos van a su casa (o lo que queda de ella) o a la de sus parientes o amigos, que son con quienes vivió un gran tramo de su vida. Otros se pierden en aventuras de cantinas o pueblos lejanos, en vecindarios clandestinos que los demás ignoraban o simplemente se van de viaje a alguna localidad pequeña en pos del descanso o las alegres vacaciones. 


A veces, los que regresan esconden esa llamada del pasado en la excusa de fiestas patrias o un  cumpleaños familiar, el aniversario del fallecimiento de un ser querido o el tan dulce y cruel mes de diciembre, con la calidez de las luces de colores, el arbolito del barrio, los muñecos gigantes que replican desde España, los cohetes y el nuevo año que pronto llega.

Y a veces, esa llegada es también una implosión de muchos sentimientos, tantos que cualquier vocabulario queda corto para describirlo. Acompañan la ceremonia comidas típicas, cervezas heladas, bailes, gritos, abrazos y llanto.

El regreso al otro lugar es siempre callado, quizá de calmado respiro, y posiblemente cerrado con la promesa de volver. Tal es el vaivén de los millones que dejaron sus tierras y se fueron a otro lado. 

Oro por aquellos que nunca pudieron volver al lugar donde nacieron para cerrar el libro de sus días.





martes, 12 de octubre de 2021

Crítica del libro "Galápagos. Imaginarios de la evolución textual en las islas encantadas" de Esteban Mayorga

[Publicada en Revista Iberoamericana. Vol. LXXXVII, Núm. 276, julio-septiembre 2021]



Este libro de 208 páginas es originalmente una tesis doctoral. Consta de una introducción llamada “Narrativas insulares”, siete capítulos, conclusión, anexo, notas, obras citadas, índice alfabético y dos páginas en inglés y español acerca de la publicación y su autor.

Las preocupaciones centrales son la manera en la que se han construído diferentes percepciones de la islas Galápagos y el lugar que éstas ocupan en “el imaginario” internacional y ecuatoriano. Son recurrentes las nociones de modernidad, nation building e identidad nacional en la relación archipiélago-Ecuador y viajeros.  El libro “propone que los textos que intentan representarlas responden a intereses que no se manifiestan de modo evidente en una primera lectura. La intención no es mostrar estas relaciones, sino trazar vínculos entre ellas y los textos que viajeros, exploradores y escritores compusieron” (1). Este libro es fundacional dentro y fuera de Ecuador y, como es lógico, está expuesto a falencias e inacabados aciertos propios de todo debate nuevo y rico en variaciones.

Para “trazar vínculos” se analizan obras de varios períodos, géneros y objetivos; colonial: Cartas a su majestad de Tomás de Berlanga (c. 1535) e Historia de los Incas de Sarmiento de Gamboa (c. 1572); siglo XIX: The Voyage of the Beagle de Charles Darwin (1839), The Encantadas, or The Enchanted Isles de Herman Melville (1854) y El pirata del Guayas de Manuel Bilbao (1855); siglo XX: Galápagos a la vista de Bolívar Naveda (1952); siglo XXI: Galápagos: huellas en el paraiso del cantautor Hugo Idrovo (2005). Esta variedad extrema en los textos seleccionados pondrá a prueba la destreza en la aplicación teórica desplegada en el libro. 

El punto de vista analítico se desprende, principalmente, de algunos conceptos provenientes de los “estudios culturales”. El lenguaje utilizado se caracteriza por abstracciones y elucubraciones metatextuales que, sobre todo en los primeros tres capítulos generan una sintaxis hermética que desvirtúa el propósito original de mostrar lo que no es evidente en el diálogo que se busca entre textos canónicos y locales sobre las Galápagos. Por lo tanto, este rasgo estilístico, familiar en publicaciones de teoría postmoderna, en Galápagos Imaginarios de la evolución textual en las islas encantadas será una virtud y una limitación.

Como virtud tenemos: a- la inclusión de un tema inexistente en la crítica ecuatoriana y poco estudiado en la literatura internacional, b- el esfuerzo por hacer uso de teorías y críticos relevantes en la investigación académica contemporánea, c- la heterogenidad de los textos comentados que claman por un abordaje interdisciplinario, d- el deseo de establecer un diálogo entre escritura literaria y la  importancia geopolítica de las Galápagos y el ecoturismo, e- el esfuerzo por darle  coherencia y sistematización a la contrucción imaginaria de las Galápagos en situaciones discursivas que desafían los límites entre ficción y realidad, tiempo pasado y tiempo presente, nacional e internacional, f- medir los alcances y la recepción de textos sobre las Galápagos, establecidos internacionalmente (los de Darwin y Melville) que se oponen a textos menores, coincidentemente escritos en español.  

La primera limitación del libro es la falta de descripciones detalladas de los textos y autores que analiza, lo cual dificulta lo que se trata de establecer. Esto, a ratos se quiere compensar con citas que, en realidad refuerzan estratégicamente las tesis del autor mas no ayudan con la comprensión del análisis.

La preferencia por el lenguaje abstracto, acaso vago, que domina la primera parte del libro y pasa a segundo plano en la segunda, reaparece en la larga conclusión. Un ejemplo: “La enunciación del postulado evolutivo sugiere más de una conexión a considerarse con la filosofía de Berkeley, especialmente con relación a la cualidad primaria como grado de diferenciación en cuanto a la posibilidad de describir un objeto que se deba a la impresición de, por dar ejemplos, el sentido de la vista confrontado con el del tacto, o el auditivo con el olfativo, en cuyo caso la experiencia vuelve  a configurarse” (51). El mensaje cifrado y la autoreferencialidad reducen el número de lectores potenciales del libro y desvía la atención de las ideas centrales.

La orientación teórica y el afán investigativo del libro se hacen sobre dos grandes ausencias. La primera es del corpus literario y las convenciones retóricas del período renacentista y sus estudiosos (Siglo de Oro, sobre todo) que es el macrocosmos de la literatura colonial, pues temas como utopía, diastopía, el salvaje, viajes hacia lo desconocido, naufragios, nunca son puestos con contacto con la tradición a la que se deben. Se omite también la novela Robinson Crusoe de Daniel Defoe (publicada en 1719) referencia necesaria en todo relato de viajes, así como se ignora la voluminosa bibliografía sobre las obras de Darwin y de Melville. Algo similar ocurre con la obra de Julio Verne. No queda claro tampoco por qué, por ejemplo, la novela Galapagos de Kurt Vonnegut, no es analizada, siendo un referente literario mundial sobre las islas y cuyo argumento y estilo están en coordenadas de la globalización, y corresponden directamente a la preocupación del libro de dar cuenta de cómo viajeros internacionales han impuesto su visión de las Galápagos.

La segunda gran ausencia es la información histórica, tan necesaria en el mundo hispano cuando se estudia obras anteriores al siglo XX. Esto se desprende del uso meramente táctico de las citas bibliográficas y conceptos -que se confirma la lista final utilizada- algunos sacados de fuentes secundarias (como ocurre con de Certeau, Derrida y Kristeva). El libro menciona a algunos historiadores de Quito que han publicado sobre las islas, pero se ignora por completo la obra de especialistas en los períodos analizados, como Las ambiciones internacionales por las islas Galápagos (1985) de Jorge W. Villacrés Moscoso. Se incluye el nombre de Margret Witmer en la bibliografía (¡en alemán!), pero no se analiza su libro Floreana, lista de correos. Una familia Robinson en las islas Galápagos”, publicado en 1976, referencia frecuente en la información del archipiélago. Los límites de la información histórica se explican también en la falta de investigación en archivos, bibliotecas y hemerotecas de Guayaquil (el mayor puerto ecuatoriano de intercambio con el archipiélago) o de archivos de Quito, abundantes en datos marinos e información sobre el intercambio entre el continente y las islas.  

La conclusión del libro recoge algunos aciertos del análisis, pero introduce nuevos nombres y citas de críticos y abraza el estilo de metaescritura de los capítulos iniciales: “la diferenciación entre la impostada estabilidad o su ausencia, tanto en el nivel imaginario como en el de la identidad política, está asociada a varios de los niveles discursivos que subyacen al discurso hegemónico dominante” (141). 


Galápagos. Imaginarios de la evolución textual en las islas encantadas, como todo nuevo esfuerzo, abre camino para una discusión más detallada y con mayor conocimiento tanto de las tradiciones literarias y sus “imitaciones” (de imitatio), como del contexto histórico en las que fueron producidas. Así, ese deseo de “trazar vínculos”, anunciado en la introducción (“Narrativas insulares”), unido a un sistema teórico menos atomizado, podría traducir en el texto la madurez intelectual que el objeto de estudio reclama. 

[MAYORGA, ESTEBAN. Galápagos. Imaginarios de la evolución textual en las islas encantadas. West Lafayette, Purdue UP, 2019].





sábado, 9 de octubre de 2021

Opciones para escribir


Hay muchas, casi infinitas.

Uno puede optar por el diario (intimista o no), cualquier otro género literario, o publicar lo que investiga o se le cruza por cabeza. Para hacerlo puede, igualmente, acudir a incontables tácticas: ser serio, ser payaso, decir la verdad, decir una mentira, fabricarse una verdad (solo el que fabrica su verdad tiene miedo de su propia realidad), creer que propone algo, etc. ¿Por qué hacerlo? Esta pregunta es, en realidad, el filtro del empeño. Me explico abajo.

Las razones muestran por qué una persona hace algo. No hay nada más. El resto es invento o, como decía mi querido Fernando Nieto: "paja a dos manos". ¿Qué hace que uno escriba de una u otra manera? ¿Qué hace que uno elija tal o cual material? Los réditos personales. Nada más. Si estos son económicos, psicológicos, espirituales, políticos, etcétera, es lo de menos. Aquella idea que tanto venden los artistas, sobre todo los escritores, esa frase manida y estúpida que repiten siempre: "es lo único que sé hacer", solo demuestra su pobre y muy bajo nivel de desarrollo mental. ¡Es mentira! Uno hace lo que hace porque recibe a cambio algo que necesita. En nuestras repúblicas tercermundistas, puesto que allí un artista siempre vive en la poquedad, ese algo se llama seguridad personal, reconocimiento, sentido según los otros o, como diría algún bolero: que me quieran un poquito.

No conozco a un solo escritor, a un solo artista que, siendo sincero y maduro, niegue esto que digo. Obviamente, la mayoría de los actuales, jóvenes que copan redes sociales, creen que han descubierto el oro de los alquimistas, viven mareados en la gloria conseguida con amarres personales y mediáticos. Asumen con sinceridad que son diferentes, mejores que los demás porque escriben de lo que nunca se escribió (risas aquí). ¿Y qué es aquello nuevo? Nada. Literalmente, nada. Lo que se hace en arte desde hace muchos años, quizá desde que Kafka, Joyce y Borges (y similares) dejaron de existir, es prescindible, aburridos afanes por bailar en una fiesta a la que llegaron tarde. 

Peco de injusto, dirían algunos, porque no estuve ni aquí ni allá, ni entre los grandes ni entre los chicos, ni entre los de antes ni los de ahora. Tienen razón. Pero ni la injusticia es ciega ni lo que digo es de ahora. De hecho, si me preguntan o presionaran a la voz de a ver, qué mismo escribes, muestra, les diría que no escribo nada, que ya me aburrí, que no tengo tiempo, que mis inseguridades han sido satisfechas con la vida que llevo (que en realidad no da tiempo para perder). Así, me perdono de mis caídas y mala calidad literaria (si es que algo queda). Nunca de una inseguridad que no existió pues desde siempre pagué el precio de no ser conectado, ni lameculo de periódicos, peor de presidentes. No he andado vendiéndome en Ecuador como extranjero y ni en el extranjero como ecuatoriano.

Respeto aún a los que quedan. Me aburren los nuevos. No los leo. A lo mejor un par de poemas hace años de una mujer talentosa de la cual su nombre ya no recuerdo. Me aburren tanto que se llenen la boca de poses y discursos sobre lo buenos/as que son, tanto como las palancas y los amarres de los que viven.

En música: dos hermanos del Carchi que tocan pasillos (un requinto bárbaro), Okan Yoré en salsa y la gran Karla Kanora. 

En pintura rescato a un joven negro que me gustó hace algunos años, lo que hacía Velarde y los cientos de árboles que son uno solo de Servio Zapata, de quien asumo tiene la película clara.