miércoles, 10 de octubre de 2018

Antes de Todorov ya existían Levinas y muchos otros



[La Conquista de América. El problema del otro, de Tzvetan Todorov, fue un libro que tuvo cierto impacto comercial hace más de tres décadas. Sin embargo, al ser un compendio y no una formulación teórica, reemplazó el esfuerzo intelectual y la complejidad del tema en un contexto de importación de perspectivas y vocabulario critic de Europa a EEUU. Este libro, especie de Wikipedia de esos años, aprovechó la moda del tema del otro y la otredad y la fama de semiólogo del autor, quien hasta esa fecha sabía poco o nada de America Latina. Pero, como ocurre comúnmente en nuestras latitudes, no es el rigor académico el que siempre decide publicaciones cuanto los contactos y amistades con el aparato publicitario. Las lineas siguientes son un recordatorio superficial del arduo camino en la formación de un especialista en el período colonial].





Los conceptos de otro y otredad fueron relativamente nuevos en el siglo XX, pero tuvieron un despliegue considerable en el discus social de occidente desde los años 80. Sin embargo, desde la llamada Edad Clásica (Grecia) ya se hablado del otro (exterior e interior, espirititual y psicológico, racial, étnico, sexualizado) como el diferente. Contradictoriamente, Sócrates, al promover la máxima “ conócete a ti mismo”, hizo la búsqueda del otro como un viaje al interior de nosotros mismos. Siglos después, la iconografía medieval mostró que ese otro era percibido como el diablo, lo fronterizo, el pagano. El Renacimiento español reproduce y desarrolla estas percepciones del otro en su encuentro con el indio, combinadas con las de el bárbaro, el moro, el negro, el judío y la mujer. La literatura emblemática de dicho período (Smith y Covarrubias) muestran la diseminación informativa a través de imágenes de gran peso referencial en la mente popular de la época.

En la España imperial de los Reyes Católicos, Carlos V y los Felipes (hasta terminar en Carlos II) encontramos formulado y discutido, desde diferentes niveles y puntos de vista, lo que hoy llamamos acaso ya de manera ligera: el Otro. Quisiera recordar algunas de esas perspectivas del período de Conquista y Colonización de América y cotejarlas con otras de la actualidad. Para ello, mencionaré la polémica de Las Casas y la Escuela de Salamanca y la identificación de su par correspondiente: el Mismo (Foucault).

Recordemos que el año 1492 es el de la llegada de Colón al Nuevo Mundo, pero también en de la expulsion de los judíos de España o su conversión al Cristianismo y el de la caída de Granada, último bastión árabe en la Península. De esta manera, se establecen el poder y la hegemonía de Aragón y Castilla sobre España e inmediatamente se da paso a la conceptualización de raza y territorio como conceptos baluartes del proyecto de expansión . El Cristiniamsmo se convierte en la ideología de la (Re) Conquista y la lengua castellana deviene en el idioma oficial del Imperio (Nebrija publica su Gramática Castellana).  La cohesión imperial desarrolla también una alta intolerancia cultural: lo que no encaja es asumido como “extraño”, enemigo,  desalmado o anti-Cristo. 


La experiencia de Las Cruzadas será traslada al proceso de conquistas interna y de ultramar.  Los tópicos retóricos que narran dichas aventuras de dominio y saqueo (y que hoy forman la base de los Estudios Coloniales) muestran la promoción de una visión eurocéntrica y pro-hispánica. A este respecto, han resultado principalmente útiles las herramientas teóricas elaboradas por Derrida (L’écriture de la difference), Levinas (Le temps el t’autre) y Foucault (Les mots et les choses) para dar cuenta de cómo el sujeto dominante Mismo se opone al Otro a través desde su producción cultural, género sexual, espacio geográfico y lengua que habla, luego de arrasar  militar y ecológicamente el territorio conquistado de la  alteridad.

Si en la Retótica, Aristóteles expone un programa ético y moral, Santo Tomás filtra el proyecto del griego en los postulados del Cristianismo. La esclavitud era “natural”, y la justificaba al decir que el esclavo era como un niño que necesitaba autoridad.  Tanto los bárbaros como los paganos hablan otra lengua, viven los por bosques y montañas, no en la urbe (polis), y sus actividades no están reguladas por normas sociales. Ni el bárbaro (medieval) ni el esclavo (de la antiguedad griega) dominaban sus pasiones, no usaban la razón. En términos religiosos, según Santo Tomás, el origen de esta imperfección era spiritual, resultado de su “caída” al desobedecer a Dios y ser expulsado del paraíso.

El bárbaro y el esclavo se oponen al hombre, ese zoom politikon comunitario. Ambos están en la última escala de lo humano y su única diferencia con la bestia es que pueden aprender la razón (Anthony Pagden en su The fall of natural men). La diferencia entre el esclavo/bárbaro y el hombre civilizado y Cristiano va desde la lengua que habla hasta la representación del cuerpo humano, siendo “el hombre” delicado, bien proporcionado, hermoso e inteligente, mientras el bárbaro/esclavo tenía un cuerpo fuerte, apropiado solo para las rudas labores en la naturaleza (44).

Los intelectuales imperiales españoles usaron las mismas categorías antropológicas para hacer una lectura cristiana del Nuevo Mundo, sobre todo desde Aristóteles, y justificar el modo de Conquista. La oposición de Las Casas a Ginés de Sepúlveda, resulta de la sagacidad en el debate canónico y la capacidad argumentativa con dichos fundamentos. Ver al indio americano como otra representación del bárbaro (a veces del mismo diablo), será respondida por Las Casas de manera convincente, puesto que “al ser los indios vasallos de la reina Isabel no se les podía hacer la guerra” (Pagden 31).

Argumentos y contra-argumentos hay muchos. Baste recordar unos pocos: los indios eran salvajes que ejercían un gobierno tirano al que había que destruir, eran incestuosos, vivían todos bajo una sola choza, lo cual incentivaba el libertinaje sexual.  El canibalismo y la sodomía practicada era castigadas con homicidio y negación al derecho de ser enterrado. Por otro lado, tenemos que se reconocia la capacidad de los indios de imitar artefactos (imitatio y mimesis eran conceptos importantes en el Renacimiento), poder cantar música europea, leer y escribir en latín o pintar cuadros, comunicarse con sus semejeantes modulando voces y usando expresiones adecuadas. Igualmente, se daba importancia a que su vida social estuviera marcada por festividades, ceremonias, matrimonios, eventos similares a los europeos. Es más: el mismo hecho de recibir con corte y galas a los europeos (los conquistadores) reflejaba su capacidad de moverse en el espacio social y articular formas de vida ordenadas. La edificación de ciudades, dato importantísimo en esta historia de robo y defensa entre el indio y el europeo, es otro argumento utilizado en su favor, pues Tenochtitlán y el Cuzco, entre otras ciudades, reflejaban un nivel avanzado de desarrollo.


Podemos ver que la asimilación del indio al esquema mental europeo se daba vía comparatio, imitatio y opotitio. El contexto global, la nueva naturaleza, la raza diferente y su organización social fueron los corpus en los que los españoles detallaron la identidad del otro. Este etno-espacio-logocentrismo europeo se va a afianzar según el grado de asimilación de los naturales a las reglas de los usurpadores. Pero ¿Cómo esa otredad filtró las expresiones ideológico-estéticas y culturales de la España imperial? ¿Qué fue lo nuevo y auténtico en ellas?

Emmanuel Levinas, en una charla de fines de los 30s, hablaba en términos de alteridad con estas palabras: “El Otro en tanto Otro no es solo un alter-ego: el Otro es lo que Yo no soy. El otro es tal, no por el caracterr del Otro, o la fisonomía o la psicología, sino por la concentrada alteridad del Otro. El Otro es, por ejemplo, el débil, el pobre, la viuda y el huérfano, mientras yo soy el rico o el poderoso” (El Tiempo, el Otro, 83).

Casi toda aproximación al tema del otro durante el siglo XX se presenta de manera binaria: subordinado/subordinador, débil /fuerte, rico/pobre, blanco/negro (o blanco/indio) europeo/aborigen, hombre/mujer, etc, percibidos desde el centralismo monopolizador. Por ejemplo, Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua Castellana o Española (1611 y 1674) al definir Mujer anota:

“Muchas cosas se pudieran decir de esta palabra, pero otros las dicen… lo que yo diré ahora se entiende de las que que huyendo la modesta compostura de su obligación, viven con desahogo, afloxando las riendas a su natural, para que corra libre, desbocado hasta precipitarse… Esto presupuesto digo con San Máximo que la mala es tormento de la casa, naufragio del hombre, embarazado del sosiego, cautiverio de la vida, daño continuo, guerra voluntaria, fiera doméstica, disfrazado de veneno y mal necesario”.



La descripción negativa de Covarrubias refleja la actitud predominante en su época (cuya herencia se multiplica en estos años de femicidios, neo-fascismo, corrupción, narco-tráfico, inmigracion descontrolada y caos global). De esta manera, desde el pensamiento centralista de la metropolis, se articula la alteridad de la mujer, junto a la del habitante del Nuevo Mundo. En su entrada de Otro, Covarrubias dice: “…vale tanto como segundo, porque ha de preceder uno”. Luego, en su entrada de Negro, incluye: “… opuesto al blanco. Es color infausta y triste, y como tal, usamos desta palabra, diciendo: negra ventura, negra vida, etc. Proverbio: ‘Aunque negro, gente somos’; no se ha de despreciar a nadie por humilde que sea.” Para Negra: “la mujer negra. Proverbio: ‘Callar como negra en baño’; en baño entran todos sin luz, assi no se puede distinguir cuáles son negros o blancos, si ellos no se descubren hablando”.

A estas entradas, se pueden añadir otras, como la de Afeminado (la edición facsímil del Tesoro de Covarrubias es libre acceso en internet) que permitirán renovadas lecturas de diversas formas de otredad colonial, así como su comparación con sus expresiones actualizadas en la cultura popular y el folklore en América Latina. De la misma manera, cualquier estudioso del teatro del Siglo de Oro estará de plácemes por las abundantísimas referencias a todas estas formas de identidad, de enorme peso actual. Por lo pronto, remito al lector al necesario libro de Oleh Manbur, The Wild Man in the Spanish Renaissance and Golden Age Theater.
 
En un segundo momento de este recuento bibliográfico, creo apropiado incluir a Michel Foucault quien, en su Las palabras y las cosas, anotaba que historia del orden  sería la historia del Mismo, de su hegemonía identitaria, como se verifica en la manipulación de la leyes, la historia como suma de hechos recopilados, ocultados, segmentados o reorientados a conveniencia de los dueños de paísesm etc. Criterios como la verdad, lo correcto, lo necesario, son fundamentos de un discurso civil que al final está a la disposición de quienes detendan el poder (y hay que ver lo que han hecho los supuestos defensores del socialismo con ese poder, desde la llegada de Chávez hasta hoy, días del ascenso del fascismo a nivel mundial).

Como siempre, toda discusión social debe ser contextualizada y aceptar la fluidez de los procesos humanos, pues ocurre a veces que nos enteramos que somos el Otro solo porque entramos en contacto con el Mismo, y vice versa: cuando pasamos de ser sujetos para volvernos objetos, o cuando el sujeto sale de su prisión racional cartesiana para aceptar otras formas de conocimiento, tal como lo entrevió Lévi Strauss al final de su El pensamiento salvaje.