Lo supe hoy. Me dicen que encontraron su cuerpo ya abandonado a las horas (o días). No quiero pensar más en esos detalles. Diré como Machado en su poema: "No puedo cantar ni quiero/ a ese Jesus del madero/ sino al que anduvo en la mar". Que los dioses te acompañen gordo querido, mucho nos diste en la vida, no espero más en la muerte.
Pongo estos sus poemas y una vieja entrevista que salió en
mi "El eco de un tambor":
NUEVOS SILENCIOS
(Fragmentos)
Alguien se conmueve por el buen uso de los paréntesis de un
poeta
lo chévere es que lo dice en serio sin aguafiestas ánimo
irónico
A veces soy yo quien se pregunta cómo se puede llamar a eso
crítica
cómo se puede publicar impunemente un adefesio así
Alguien se felicita por ser fan de un poeta que utiliza
admirablemente las comillas
otro se conturba con el sabio manejo de los desaprensivos
guiones
Me sigo cuestionando si eso es crítica yo podría escandir el
recurso de los
pronominales líricos como si se tratara de pantaletas en
desuso tras la pausa menstrual de una ferviente dispensadora de membresías
parnasianas
Alguien lee por sobre mi hombro izquierdo lo que desescribo
con la mano derecha
otro festeja los tachones sin escribir de la página en
blanco
…..
* * *
Ya sé me contento con poco
Ahora me preocupa echar un pie con el cuero más sabroso de
esa mulatez confesa
y en ejercicio de sabrosura que me acompaña hoy
vino a visitarme porque le dijeron que estaba solo
ejerciendo mi oficio de solitario
ella es mi paisana mi ñera esmeraldeña mi socia de catres y
otros danzoneste voy a prepará chupé de pescao con bolón de verdey lo cumple
literalmente literal sumando arroz con coco para que no te queje mi sangre para
que ya no diga que no se le quiere
Y plan rataplán marimba niche de caña gadúa
con todos los fierros mi pana paiserita del alma mi negra santa
cómo no voy a quererte si me seduces si me alegras si me
arrebujas entre tus
muslos si me llevas a los edenes de la muerte pequeñita y me
regresas por los acantilados de los engarces al desgaire mientras las congas el
bajo los bongós los timbales las campanas festejan nuestro bembé horizontal si
el oru nos despierta nos levanta nos lleva y trae baja Ochún se apropia se hace
uno en nuestros cuerpos madruga y anochece con nosotros y nos vemos plácidos
felices gozosos en espera de más y más pero no todo se ha de gastar en un día
Debemos irnos cada quien a sus territorialidades
doméstico-académicas
cada quien con su plante cada quien a sus respectivas
muertes intransferibles
…
* * *
Se dice en mi ciudad si es que se sigue diciendo habla serio
loco
y los políticos como siempre enriqueciéndose desaforadamente
y los curas como siempre llevándose a la cama cuanta beata
rica cae por la sacristía
y el papa como siempre jodiendo las mujeres no deben abortar
porque es pecado
-Habla serio loco
-Serio te estoy hablando
Supongo sólo supongo
no ha cambiado mucho mi ciudad
tal vez unos cuantos arreglos urbanos en su patrimonio
arquitectónico
unas cuantas modernizaciones para que no se diga que sólo la
capital es visitable
Veo fotos una revista
esa ciudad ya no es mi ciudad
la que nostalgizo a la que me aferro como tabla de salvación
no existe
sólo quedan residuos restos de naufragio
después de veinte y pico de años ¿qué me esperaba?
¿qué se iba a conservar tal como la dejé?
-Habla serio loco
-Serio te estoy hablando
Ayer por un choque el autobús permaneció una hora cuarenta y
cinco minutos
parado en espera que
se despeje la carretera
los pasajeros inician su ronda de elucubraciones
…
* * *
Te pones como quien dice en trance de inventario
notarizas los tiempos muertos los tiempos idos el óbito de
los recuerdos
te instalas en las equinas equinoccidades esquineras
te das tiempo haces pausa
plantas el callado cayado en la mitad del patio
Recobras un poco de aire aunque sabes que no hay sueste que
sople a esta hora
en la pizarra apuntas que los silogismos del sueño
patentizan dos bifurcaciones
retrocedes a la página donde subrayaste algo sobre los
manierismos posmodernistas
los humores los turbios humores los bajos humores se te
suben a media frase
Tu nueva amiga te dice voy a poner filósofo para saber que
este teléfono es tuyo
y la verdad que sí es nueva porque evidentemente tú no giras
de pensador
uno es lo que los demás determinan que es
atentti cuenta las veces ya escritas de ques no se debe
abusar no te amaches poeta
estadística I estadística II finanzas psicología laboral
taller de mercadotecnia
Tu próximo trabajo será marcar las ideas básica para la
mejor comprensión y
asimilación de un
texto
miro la triste mirada del tristísimo mirar los miramientos
entristecidos de la tristeza
las palabras aunque no lo creas descreído de mierda son
instrumento de poder
de poder a poder de qué poder se habla así no se va a poder
usar el poder del poder
Calma y nos amanecemos con este íngrimo pomo whiskero
por la salud de las ausentes diosas de los congales a
vosotras invoco mis guardianas
angelicales mis
venerables heroínas las únicas de verdad heroicas
por qué se mueven los pies por qué se acompasan en los
ladrillitos del alma
por qué los tambores las congas las flautas las claves
rumba pa ti mi negra rumba pa el que quiera bailarla con un
poco de inspiración
si todo el mundo lo está bailando porque no bailas mi rico
yambú pa gozá
Tinieblas telarañas en mi sesera
tanto Edipo suelto en la isla me distrae me abruma me
desconcierta
todos babeantes por su santa madrecita
todos engallados porque madre sólo hay una
todos en fila incestuosos incontinentes quién lo creyera tan
seriecitos que parecen
Camino por el malecón voy al mercado los autos no pueden
circular
puto embotellamiento se desgañitan los taxistas y camioneros
las bocinas a todo volumen lleve el regalo que nunca
olvidará su dadora de vida
bravo eso es de eso se trata hay que vender ahora es agosto
en pleno mayo
cruzo por el parque una mujer se planta frente a un hombre y
le exige le reclama
van para tres meses que no se haga el menso el que le
pellizcan las vírgenes porque debe dar la pensión que no manche
en el día de las madres he venido a felicitarte
tararí tarará yambeque otra vez hasta cuándo
un poco más y se arma la zafacoca de las mil putas sin
agraviar a las presentes
un poco más allá otra mujer se engarza con su perrísimo
hombre en un clinch sin
límite de hartazgo en un beso mordelón ahí namá a la vista
de todo cuanto dios cruza frente a la iglesia ¡cristo bendito!
despierta mami despierta mira que ya amaneció
hace rato que amaneció conchetumadre bocinero
Martes 10 en otros lugares se festeja a las madres el
segundo domingo de mayo
por puro gadejo o sea por lo mismo busco las novelas de
Fernando Vallejo
sobre todo La virgen de los sicarios y El desbarrancadero
para transitar por los
extremos edípicos mal resueltos diría el locuaz aprendiz
psicoanalista de pacotilla que anida en todo literato
ENTREVISTA A FERNANDO NIETO CADENA
Tu poesía empieza a
ser conocida durante los años 70, alrededor del trabajo del grupo Sicoseo. Pero
eso, en cierta medida, es el resultado de un proceso que se venía dando desde
los años 60. En tu caso, cuáles son las fuentes personales, artísticas,
ideológicas e intelectuales que estructuran ese proceso que desemboca en
Sicoseo.
De golpe, sin anestesia, caer otra vez en los recovecos de
una nostalgia prehistórica, me convierte en el animal memorioso y sentimental
de siempre, porque contestar la pregunta casi me obliga a realizar un
inesperado ajuste de cuentas (y cuentos) con algún olor a testamento pre-rigoris
mortis o como se diga en la jerga de los anticuarios con el latinajo a flor de
labios. Sea.
Se supone que debo
ponerle orden a la saudade.
a) Sobre las fuentes personales. Una mujer, Doris, bailarina
por entonces (el entonces se refiere a los años 60 o 61, en mis años de
adolescente con ojos boquiabiertos) estrella del Candy Boite Club (simple y
llano cabaret de puerto con una que otra influencia escenográfica de película
mexicana a lo Juan Orol) me dijo que yo tenía cara de poeta. Ofendido en mi más
insidiosa pubertad le contesté con el machismo ya atesorado a mi destierna edad
que a mi nadie me decía marica (todo esto al amparo de los amigos de la neivi
nativa que para evitar me haga cura –decían- por estudiar en el colegio San
José, La Salle, me llevaban a esos centros culturales nocturnos para que las
féminas me iniciaran en los embelesos de la cumbia horizontal. Después, romance
más o menos febril, ella me prestó libros de poesía porque curiosamente leía
poemas que por supuesto iban del medroso Bécquer al edípico Acuña por aquello
de ‘en medio de nosotros mi madre como un dios’. Entre esos libros me prestó
uno que me perdió para siempre, Los heraldos negros. Doris me explicó, teoría y
práctica, la vida de los poetas y que las costumbres hormonales nada tienen que
ver con este oficio que sí me gusta, matantirun tirulán.
b) De las fuentes artísticas que por lo mismo son
ideológicas e intelectuales. Por la edad risueña antes mencionada ya era un
lector más o menos voraz de todo cuanto pudiera ser susceptible de leerse,
desde los clásicos ilustrados de Novaro Editores, Barrabases, Life, Okey,
Ecrán, El llanero solitario, Tarzán, Superman y todos las historietas posibles
que llegaban a un puesto de revistas a cinco metros del hogar dulce hogar. Para
entonces ya me había leído todo el acerbo –que por lo visto no era mucho- de una
librería infantil que el municipio puso por la esquina noroeste del parque
Centenario. También por esa época había leído y me había atormentado sin saber
por qué con las Poesías escogidas de Medardo Ángel Silva en la edición francesa
con prólogo de Gonzalo Zaldumbide (lo de Medardo, marcó más que mi poesía mi
visión de la vida por ese pesimismo que dicen quienes saben que se parapeta en
mis textos. También leí Motke, el ladrón de cuyo autor nunca he logrado saber
ni recordar su nombre. Mi tío paterno me regaló El muro de Jean Paul Sartre que
contribuyó a incrementar mi confusión general y mi incipiente pero ya creciente
desdén por el mundo establecido que para entonces se resumía en la autoridad
civil, militar y religiosa. Después cayó en mis manos un libro de un francés de
quien tampoco recuerdo su nombre pero si el título de su libro, Corrientes
filosóficas contemporáneas, un estudio sobre el marxismo, el existencialismo y
el personalismo cristiano. Al rato leí Sobre la educación de Nina Kroskaia –o
algo así, luego supe que fue la esposa de Lenin. Paralelamente un amigo
militante de urje (unión revolucionaria de la juventud ecuatoriana) me invitaba
a su casa por las noches para escuchar los discursos maratónicos de Fidel
Castro que Radio Habana transmitía tras el triunfo guerrillero. Todo esto
mientras devoraba los cuadernillos de poesía de Simón Latino que me puso en
contacto con los principales poetas latinoamericanos, donde el inefable Neruda
incluido junto a Porfirio Barba-Jacob o José Asunción Silva me entusiasmaban
mientras iba descubriendo a Euler Granda, Jorge Carrera Andrade, Alfredo
Gangotena y en un suplemento, creo de El Universo, Un hombre muerto a puntapiés
de Pablo Palacio, y en Vistazo sale un reportaje sobre los Tzántzicos a
pretexto del Café 77. Justo terminó mis estudios secundarios y me trepó a Quito
para estudiar literatura en la Universidad Católica, donde me encuentro con
Raúl Pérez Reyes, Gustavo Cabrera y Julio Pazos. Los dos primeros tuvieron
prisa en fugarse de la vida, sobre todo Gustavo que se fue a comienzos de los
setenta. En la universidad conocí a Francisco Tobar García, con quien tuve
alguna desavenencia política y a quien nunca pude agradecerle por todo lo que
aprendí más que en sus clases en su poesía. A él le debo mi acercamiento a
Rilke, Novalis, Hölderlin, Stefan George, Takl, Michaux (Gangotena de por
medio),Ezra Pound, Eliot, Oscar de Lubicz Milozs, Ungareti, Seferis y el Ulises
de Joyce y Contrapunto de Aldous Huxley y la Feria de vanidades de Thackeray y,
dicho en términos mexicanos, un rechingo de obras como Cien años de Soledad y
Paradiso, a pocos meses de haber salido de las editoriales y a escritores como
Borges, Cabrera Infante, Juan Lizcano, Leopoldo Marechal, Vargas Llosa, Rulfo y
valga el lugar común, muchos más. Rayuela la leí en el 66 por culpa de un amigo
de Gustavo Cabrera que fue a México donde vivía un pintor ambateño amigo suyo y
regresó entre otras cosas con ese libro y la revista El corno emplumado. Por
culpa de esta revista supe de la generación beat, leí fragmentos de Aullido,
disfruté ya por mi cuenta de En el camino de Kerouac, de los nadaístas
colombianos (de ellos supe por una maestra de Estilística que provocó mi
primera lectura pública como poeta ante mis compañeros). Y así, en abril de
1970, regresé a Guayaquil, para iniciar el primer cierre de mi turno al bate
que dio lugar a Sicoseo de breve pero enjundiosa memoria, sobre todo por lo que
no hicimos (o no fuimos capaces de hacer) aunque eso sí nos sicoseamos y
sicoseamos sabroso el mate entre cerveza y cerveza para descomponer el mundo
que ni siquiera se dio por aludido. Fin de la primera llamada.
Dentro de ese proceso,
qué importancia tuvo y tendrá (luego ya, en Sicoseo, en el FADI –Frente Amplio
de Izquierda-, el Frente Cultural) la política, el marxismo, las dictaduras
militares y el rol de lo que Gramsci llamaba el intelectual orgánico? ¿Y de qué
manera tus poemas se ven afectados por esas coyunturas?
Bueno, creo que nuestro comportamiento era más de
intelectuales orgásmicos que orgánicos, con un venturoso ingenuo romanticismo
presuntamente de intelectual comprometido, a la manera de un siempre mal
asimilado Sartre, en espera de tropezarnos con la revolución a la vuelta de la
esquina estando muchos de nosotros (ah, los de entonces que ya no bebemos ni
escribimos la mismo) de regreso de donde nunca estuvimos. El candor juvenil
dirían los abuelos.
De pronto me vuelvo a encontrar sicoseándome el mate para
descubrir a balón pasado cómo la cuestión política se empiernó con mi trabajo
literario.
Desde hace mucho, desde que asumí mi elemental y primitiva condición de pobrecito poeta (a la
manera del fraterno Roque Dalton), algo así como un desescritor de
cotidianidades, mi consigna existencial ha sido que todo tiempo pasado siempre
fue peor. Trato de recordar y me encuentro que en realidad quiero saber si
existió algo que de manera tan solemne, grave y almidonada respondió al
membrete de fadi, como casi todo, imitación servil de lo que se hacía en otros
territorios, Uruguay concretamente. Lo del Frente Cultural fue una vaina de la
gente abrigada por La bufanda del sol, a la que Sicoseo correspondió por
aquello de que también los guayacos nos vestimos con las modas de la culta
izquierda que oraculizaban el advenimiento triunfal de esos tiempos que el
delirante/hilarante (hoy lo sabemos) Bob Dylan proclamó que estaban cambiando.
Y ya hemos visto cómo cambiaron. Eran los tiempos gozosos cuando el Che todavía
no era una camiseta de consumo de post adolescente clasemierdero y hasta nos
creímos que la palabra, la poesía era un arma de combate sin percatarnos de la
admonición anticipativa de lo dicho por Alberti a través de Serrat, se equivocó
la paloma. No porque haya sido un error abrazar el marxismo y abrasarnos con
sus enseñanzas que no pudimos, no quisimos o no supimos vivirlas más allá de la
pose a lo pensador de Rodin que tanto disfrutó mostrar como el mejor perfil de
nuestra infantil (Lenin al bate) militancia de intelectuales con pretensiones
de bocineros de los desheredados, ay, de la fortuna, uf.
Eduardo Galeano alguna vez dijo que los asumidos como
intelectuales de izquierda por nuestra propia cuenta y vanidad nos convencimos
que el pueblo (esa entelequia que nunca comprendimos bien qué denotaba el
vocablo) no sólo era mudo (por aquello de prestarle la voz) sino también sordo
ya que nunca escuchó nuestras iluminadas palabras y siguió votando por sus
explotadores de ayer, hoy y siempre. Sólo que ese indescifrable pueblo ni era
mudo ni era sordo. Sucedió que no servimos para ser la conciencia crítica de
nadie porque ni siquiera supimos ser conciencia crítica de nosotros mismos.
Esto resume, supongo,
y explica por que escribí lo que escribí y cómo lo escribí y por qué ahora
escribo lo que escribo y por qué escribo cómo escribo. Tal vez esto me salvó de
caer en el panfleto y me evitó la vergüenza de escribir loas y advenimientos de
insurrecciones triunfantes a punta de versos bien intencionados para conmover a
los comisarios de turno.
Cada vez que puedo
repito lo que el enfebrecido Hölderlin mascullaba en sus repentinos saltos a la
cordura, para qué poetas en tiempos de miseria. Todo mi trabajo literario
pretende ser más que una respuesta a esa pregunta, una constante indagación
para descubrir para qué la poesía en un país como el nuestro, dolarizadamente
corrupto, derrotado por la mediocridad cobarde de los cobardes mediocres. Lo de
dolarizado no significa que sólo a partir de la dolarización la clase
gobernante-dominante (para usar un viejo memorable estribillo de aquellos
edénicos tiempos cuando aspirábamos a ser algo así como los animales puros
entre los políticos animales del aforismo aristotélico) sea corrupta. Siempre
lo fue, desde mucho antes de inventarse a nuestro paisito de bolsillo.
Aunque siga siendo
cierto eso de que nosotros los de entonces ya no somos los mismos (reprise
nerudiano), lo que alguna vez dijo Willington Paredes sobre mi poesía es justo
recordarlo, es como hacer un hueco en la cotidianidad para mirar hacia dentro
de la cotidianidad (más o menos sic). Si mi trabajo siempre ha rondado las
esquinas de la cotidianidad es inevitable que eso que de algún modo reconocemos
como realidad exterior ha dictado, determinado, impuesto, sugerido mi
escritura. En los años setenta cuando padecimos las ridículas dictaduras de
pacotilla, mi poesía respondió a ese avatar (para usar la palabrita que tanto
onanizan los felizmente filosófica-política-poéticamente correctos).
Si de algo presumo y
conservo de aquellos fundacionales (je je) tiempos sicoseantes es mi capacidad
para seguirme indignando ante los desmierdes del mundo, conservo casi intacta
mi capacidad para pelearme y buscarme enemigos por el simple hecho de
contradecir la estupidez humana cuando osa tropezar conmigo. Como quien dice,
desde mi más temprana edad eso que llaman inteligencia emocional la mandé al
carajo. Y en esto algo o mucho tuvieron que ver los no muy sacros textos
marxistas que me convirtieron en la oveja roja de mi familia.
Esto nos lleva a
plantearnos cómo los filtros del mundo exterior se tradujeron en los filtros
poéticos de tu trabajo, cómo el mundo circundante fue también el mundo poético.
¿Hasta dónde el cartelismo, hasta dónde la proclama en tu poesía? ¿Cómo la
diferencias de poemas declarativos y simples reproductores de lo externo?
Uno de los textos que determinaron mi percepción de la vida
para el intento de elaborar mi personal cosmogonía poética, oh la la, fue La
feria de Juan José Arreola. Se sumó a lo que percutía en mi sicoseado cerebro a
partir de los textos de Joyce, del Trilce vallejiano y los cantares de Ezra
Pound. Todo este revoltijo junto a Rilke, Seferis, Aimé Cesaire, algo de Neruda
en sus residencias terrestres y la desmesura de los beats, se confabularon para
que mi poesía asumiera un cierto exteriorismo, a la manera de primer Ernesto
Cardenal, y se ocupara en recuperar viejas adolescentes obsesiones donde el
tañer de timbales, congas y bongós -sin haberlo sabido- percutían lo que
devendría mi pertenencia y presencia en estos costados del planeta. Por abrazar
y abrasarme en las indagaciones afrocaribes, uno de los cuestionamientos que me
hicieron fue que siendo un blanquiñoso de mierda cómo podía apropiarme de la
tradición musical afrocaribe. En un extremo racista a la inversa, que eso era
vaina de negros no de blanquiñosos. Puerilidades aparte, no creo haberme
revolcado –literariamente- en el cartelismo, para sufrimiento y desespero de
algunos comisarios del manualismo marxiano que vieron y deploraron en Sicoseo,
por aquello de la divina salsa, una expresión de colonialismo cultural, vaina
que sólo sus anteojeras partidistas de revolucionarios a la vuelta de la
esquina les hizo ver. Lo que hubo, supongo, o mejor dicho hay en mi poesía, la
de entonces y la de ahora, es una testificación del tiempo vivido con algo,
para no desdeñar viejos membretes, de conciencia social atestiguadora del
desmadre colectivo que es nuestro narcisista subdesarrollo político, económico,
cultural (en su noción vulgar como sinónimo de producción artística) y mental.
Los de entonces eran poemas exterioristas (si algo denota esta palabreja, un
poco a la manera de Cardenal y Nicanor Parra). Ahora, pienso, son intimistas
pero curiosamente su forma es un tanto épica en el sentido de pretender
construir una epicidad que rumie las entrañas más íntimas de una intimidatoria
cotidianidad no siempre lo suficientemente existencializada. Tal vez por eso se
piense que soy reiterativo, porque reincido una y otra vez en hurgar aquello
que menos conozco, los múltiples yos que se ensimisman y empecinan en resucitar
el cadáver que alguna vez llegaré a ser. No creo necesario insistir en que si
es cierta la afirmación ortegagasetiana del ser y su circunstancia, han sido
precisamente las circunstancias de una asordinada vida azarosa la que dicta
todo mi discurso poético, si no resulta excesivo y agobiante presumir de un
discurso personal no intransferible.
Ya en Sicoseo ¿Cómo se
redefinió tu trabajo poético, qué cambió en tu persona privada y artística?
¿Qué valor le das al breve lapso que duró el grupo y, no obstante, dejó algunas
cosas expuestas en el tapete?
Más que una redefinición de mi trabajo poético, Sicoseo fue
un punto de partida para esclarecer el cómo y por qué de un discurso que
trastabillaba sin encontrar una tradición que no sea la complacencia
perdonavidas de la mediocridad asfixiante. La fugacidad de Sicoseo sirvió para
desolemnizarme y mirar con desconfianza la vocinglería retórica, municipal y
espesa de esos tiempos que supongo fueron iniciáticos en más de un sentido para
quienes intentábamos encontrar una personalidad más allá del provinciano
aplauso que se regodeaba con el recuerdo de los tótems nutricios de una
ecuatorianidad nunca demostrada su existencia pero autosatisfecha en su
lamentación acomplejada. En realidad me ayudó a faltarle el respeto a los
nombres y mitos consagrados y definitorios dentro de eso que ahora la moda
llama canon y que no ha sido más que una triste procesión de nichos mortuorios
bobaliconamente venerados. De pronto descubrí que no tenía un pasado al cual
asirme por lo que debí fabular una tradición fuera de la patriótica histeria
historiográfica y encontrar apoyos en literaturas que después de todo nunca
fueron foráneas si es cierto eso de que la patria de los escritores es el
lenguaje. Contradictoriamente tal vez fui excesivamente cartesiano en eso de la
duda metódica aunque en realidad para mí la consigna precisa nunca fue el
cogito ergo sum sino el coito ego sum. Sospecho que lo más relevante de Sicoseo
fue que mantuvimos durante algún tiempo, unos más otros menos, una actitud algo
homogénea ante la literatura que por entonces fue también una actitud ante la
vida. No duro mucho porque la vida es intransigente y se dedicó a cooptarnos,
también a unos más y a otros menos, dentro de ese carnaval de vanidades bien
administradas que presuntamente es lo que de alguna manera llamamos carrera
literaria, como si fuera una carrera de galgos tras la liebre sinuosa de la
elusiva abusiva posteridad, es decir, la fama y sus oropeles grandilocuentes.
Por otra parte Sicoseo me ayudó a autoconvencerme que la única manera de
escapar al enmohecimiento literario era escapar del solar nativo para desde
lejos asistir a la parodia de país donde nacimos, sumido en un país (aquí donde
he decidido quedarme) que como bien se sabe tampoco canta mal las rancheras de
la mixtificación social.
Has mencionado
"timbales, congas y bongós", luego hecho mención a un
"ensimismamientos de yos". ¿Por qué esos referentes culturales? ¿Por
qué la salsa y lo afro (o africano) si, viniendo como vienes, del trópico
ecuatoriano, y de Guayaquil más concretamente, en esta ciudad los
contribuyentes son también indígenas andinos, montuvios (o montubios), es
decir, del campesinado costero, que no es precisamente negro? ¿Qué es lo que te
permite asumir lo afro en relación a la indagación interna de esos "yos"
que mencionas?
Te decía que de pronto me encontré con que no tenía,
literariamente, un pasado al cual asirme por lo que debí inventarme una
tradición fuera de la histeria patriotoide. Uno de mis descubrimientos, vía la
revisión de ese cuento de la patria, fue el hallazgo de unos recuerdos
infantiles donde la música afrocaribe era el armazón de unas noches marcadas
por las películas mexicanas de los años cincuenta, cuando Ninón Sevilla y María
Antonieta Pons, entre otras rumberas, eran las diosas tormentosas de mi futura
búsqueda de una identidad cultural fragmentada. Aquí lo chévere de todo es que
fueron películas no vistas sino oídas. En la primera mitad de los cincuenta mi
familia vivía en Lorenzo de Garaicoa entre Aguirre y Clemente Ballén (si nos le
han cambiado el nombre a esas calles). La pared trasera de la casa colindaba
con la parte trasera, justo por ahí debió estar la pantalla, del cine Apolo,
sito en la calle 6 de Marzo hasta el incendio punitivo con que el público
soberano redujo a cenizas (al cine Apolo, no a mi casa; dicho sea de paso, no
sé si todavía a los cines se les sigue diciendo teatro) porque el capitán del
ritmo, don Daniel Santos, no pudo cantar gracias a una excesiva dosis de
alcohol y marihuana –dixit la voz de dios o sea la voz del pueblo que nunca
miente. Bueno, sucede que mi dormitorio quedaba en la parte de atrás de la casa
por lo que estuve condenado a escuchar todas las películas que pasaban en ese
cine y de paso a los artistas que se presentaban en los intermedios de las dos
películas que usualmente se pasaban entonces en las funciones de matiné y
noche. Después supe que esa música era música de negros, una música que me
cosquilla los pies cuando los tambores reclaman el imperio de una sensualidad
aún no descubierta. Por otra parte, dentro de la blanquiñosidad familiar mi
mamá era la negra por su piel acanelada que de alguna manera me hizo pensar,
conocidas las leyes mendelianas de la herencia, que algún niche berraco en
alguna lejana generación de los Cadena Gudiño se empiernó con alguna antepasada
mía, o acaso fue un antepasado que pasó por sobre el ardoroso cuerpo de una
morena del valle del Chota (la sección materna de quien soy proviene del
Imbabura, de Atuntaqui). En fin, nunca me interesó la arqueología familiar ni
me preocupé de establecer ningún árbol genealógico. Sospecho que por algún
costado de la sección materna de mis apellidos la negritud se coló. Esto lo
asumí como explicación de por qué al escuchar esa música me tamborilea el
corazón y me arrastran esos tañidos hacia una necesidad de soñar en una edad
feliz –que no es la martiana- donde agazapados tótems nutricios tratan de
resucitarme una herencia desteñida por el tiempo. A partir de esto la
posibilidad de instalarme en la comodidad de un yo único, irreversible e intransferible
se perdió para siempre. Así empecé a desarrollar mi propio exilio, existencial
y literario, para arroparme con los yos necesario para ir articulando un
discurso presuntuosamente personal, como si tal despropósito fuera posible en
tiempos como los nuestros, bárbaramente poéticos –dixit Cardenal. En lo que se
refiere a Guayaquil. Alguna vez el lexicólogo cubano Juan José Arrom (desde
antes del triunfó de la revolución vivió en Nueva York, donde murió hace ya
algunos años que cada vez son muchos más) durante una charla en La Habana me
confirmó que la zona de influencia cultural del Caribe llegaba por el Pacífico,
en América del Sur, hasta Guayaquil. Sigo pensando que llega hasta Moquegua, al
sur del Perú, pero si él lo decía quién soy yo para contradecirle. Todo esta
vida fuera de Guayaquil me ha ratificado que Guayaquil, a pesar de estar en el
Pacífico es un puerto caribe. Como sabes nadie ni nada, en vainas de cultura y
razas es químicamente cien por cierto puro. Cierto, hay una presencia andina en
lo que podríamos llamar como, doblemente entrecursivado, cultura guayaquileña.
Sucede pues que si bien lo de la identidad es inevitable y quiérase o no uno
debe asumir su pertenencia a una identidad, yo, en pleno derecho de mis muy
personales-egoístas-contradictorios-irracionales derechos que me imagino algo
tienen que ver con mi libre albedrío, decidí alguna vez que el rasgo de mi
identidad cultural como guayaquileño –ojo. guayaquileño digo, no ecuatoriano-
que privilegio como factotum de mi ser y estar sobre este planeta es la parte
tangencial o diametral que tiene que ver con la afrocaribeñidad. Si esto no
convence, molesta o resulta incomprensible para algunos alguienes embadurnados
por el cordón umbilical de la patria equinoccial y su tricolor bandera de oro
azul y grana, peor para ellos.
Tienes referentes
culturales y literarios nacionales e internacionales, locales y clásicos, de la
"alta y baja" cultura. ¿Cómo describirías tu trabajo en el contexto
de esas influencias? ¿Qué es lo nuevo que tú crees ofrecer a Ecuador, a México,
a tus lectores y a ti mismo?
Supongo necesario para ir entrando en calor recapitular un
poco y enfatizar algo más sobre uno de los nombres que mencioné antes, el de
James Joyce, de quien suelo decir para remarcar lo mucho que le debo literaria
y vivencialmente que me copia mucho. Así resumo y presumo una de las más
fuertes influencias que he recibido, asumido y espero que asimilado.
La otra es la de César Vallejo. Hay una que ha pasado
desapercibida en Ecuador, fuera es lógico que no pudieran detectarla. La de
Medardo Ángel Silva, que para muchos podrá resultar contradictoria pero es la
que marca esa visión realista que los normales y políticamente correctos llaman
pesimismo en mis textos y que no es otra cosa que intentar la vieja enseñanza
de Pablo Palacio, el descrédito de la realidad presente o, regresando al
reviejo joven Joyce, evidenciar la futilidad y anarquía –yo diría
irracionalidad deshumanizada- de la historia contemporánea como dictaminó Eliot
al reseñar el Ulises por todos –casi todos- venerado. Supongo que lo novedoso
de mi propuesta fue el hecho de pedir prestado ciertas voces y ambientes de los
llamados marginales para instaurar un discurso lejano a las complacencias de
los hedonistas y estetas por resentimiento y confusión sociales. Por un lado
fue la comprensión de exilio –autoexilio sería más preciso- que se me vino de
golpe sin carnaval ni comparsa tras el saqueo a mansalva que hice de los textos
joyceanos que desde más o menos 1967 cayeron por mis manos, siempre en
fragmentos. En el descubrimiento de Joyce, nuevamente la culpa fue de Paco
Tobar, quien me prestó la versión argentina de la editorial Rueda del Ulises.
Para completar esta zona de agradecimientos debo apuntar que también a Paco
Tobar debo la lectura de Bajo el volcán de Malcolm Lowry, por 1968. Después
conseguí Dublinenses y el Retrato de un artista adolescente, el texto previo de
Stephen Hero, otra versión previa más del Retrato y otra más versión previa del
Ulises, todo por vía de la Editorial Rueda. Después leí Exiliados en Seix
Barral, Música de Cámara en Visor y las Cartas a Nora, Premiá Editores. De
Finegans Wake sólo tenía datos, referencias y la presunta constatación de la
imposibilidad de verlo traducido, por lo que en México pude comprarlo en la
versión de Penguin Book sin que haya podido avanzar mucho en su lectura pero
como soy creyente de los letrados críticos de las bellas letras comulgo con la
afirmación de que es la obra catedralicia de don Joyce, a quien pese a sus
poemas sigo considerando el escritor más importante de todos los tiempos, todas
las épocas y todas las lenguas. Si es una exageración, sí ¿y qué? a lo mucho lo
que demostrará es que mi ignorancia sigue siendo la mayor virtud que puedo
exhibir. Y eso que no soy socrático. En fin, lo que pude ofrecer de nuevo es
cosa que lo digan los críticos. De vez en cuando jóvenes escritores
guayaquileños me escriben y me confían que en mis textos encontraron asideros
para dedicarse a la literatura. Sigo pensando que el mejor comentario, la mayor
crítica que se le puede hacer a un escritor es que otro escritor le diga que se
hizo escritor por la lectura de sus textos. o como la crítica que me hizo un
anciano en el reclusorio de la ciudad de Celaya, Guanajuato, quien me dijo que
si seguía escribiendo como escribía –esto fue por 1984- terminaría por llegar a
escribir como Agustín Lara. Esto nos sitúa en la otra vertiente de mis
influencias o referentes culturales: la mal llamada cultura popular. Desde hace
muchos años por aquello de que veinte años no es nada, dejé de ponerle apellido
a la cultura. De todas maneras a mí me influyó mucho eso que el cervecero
Carlitos Marx categorizó como lumpem proletariat, que en él fue una categoría
descriptiva pero que sus epígonos y adversarios convirtieron en racismo, en
discriminación clasista. Todo esto porque tras vivir en la contra espalda del
teatro(cine) Apolo nos pasamos a vivir muy cerca, demasiado cerca del parque
Victoria, en Pedro Moncayo y 10 de Agosto. El mercado central estaba cerca,
frente a la casa se ponía una feria (en México les llaman tianguis) de
pescadores que para variar entre aguardiente Traguito, añejado como güisqui, y
marihuana vendían lo capturado en la madrugada. Entre ellos el hermano de un
entonces ya olvidado delincuente porteño, Noterrías. Susanboy fue otro
personajes de los llamados héroes populares. Y por supuesto aquí tiene que ver
el mano a mano entre Olimpo Cárdenas y Julio Jaramillo en el teatro (cine pues)
Central, debieron sacar altoparlantes a la calle para que el respetable público
que no pudo entrar pudiera escucharlos. Todo esto aderezado con el fulbito
callejero nuestro de los sábados y oh, prodigio y maravilla clase mediera, unos
amagos de béisbol en el abandonado y destartalado Reed Park. Por supuesto que
no faltó la sazón de los salones cerveceros donde la rokola era el altar mayor
para acercarse a la guarachita sandunguera o al bolero diván psicoanalista para
confesar fracasos de amor. Mi trabajo lírico se inserta no en un rescate de lo
popular sino en su aprendizaje, por eso se me hace difícil esbozar qué pude
ofrecer al Ecuador ya que fue mucho más lo que recibí de eso que
presuntuosamente seguimos llamando pueblo. Acá en México creo que si algohe
aportado ha sido por mi trabajo como coordinador de talleres literarios (dentro
de una perspectiva y metodología implementada por Miguel Donoso Pareja cuando
estuvo por estos costillares planetarios)) que podría resumir como ofrecer una
percepción distinta del hecho literario, donde la literatura sea una actitud ante
la vida, un modo de ser, vivir y actuar, y no un canibalesco torneo de cruzados
en pos de un nuevo peldaño más en el escalafón camino a la inmortalidad.
Después de todo para mí escribir es un sólo un oficio más para testimoniar la
vida cotidiana a partir de una experimentación lúdica del lenguaje sin
descuidar los contenidos semántico-ideológico-estéticos de ese lenguaje.
Completo la pregunta
anterior: ¿Cuáles son las diferencias entonces entre tu trabajo en Ecuador y en
México? ¿Cómo ha cambiado tu punto de vista y tu poesía? ¿Cuál ha sido o es el
resultado de ese viaje a tu interior que ocupa tu poesía?
Pienso que la
diferencia es más de orden formal más que cualitativo. Mientras estuve en
Guayaquil fue una visión exterior ya que estaba inserto en la vorágine de esa
esquizofrenia social de la presunta patria, nación, país o lo que fuere. No es,
espero, contradictorio que estando en el ojo del huracán histérico-histórico mi
expresión haya sido exterior a partir del humor, la ironía sobre todo y un cierto
desenfado ante las inclemencias del cruel destino que nos recetó una patria así
(los peruanos, creo recordar, dicen que ser peruano no es un sentimiento sino
un castigo, y eso vale también para nosotros). En todo caso fueron recursos más
bien para la supervivencia emocional e intelectual frente a tanto desmadre de
corrupción, hipocresía y oportunismo en todos los órdenes de la vida social,
política, económica y cultural. Y conste que nadie estaba libre de culpas para
soltar el primer madrazo, dicho en términos mexicanos. Esto quiere decir que el
cambio se dio hacia una introyección, un intimismo que no sólo ha servido para
intimar y/o intimidad a mis íntimas, sino para hacer una revisión de todo lo
vivido, y todo lo vivido va en función de la vida concreta y lo soñado y lo
deseado, lo alcanzado y lo fracasado. Es curioso, cuando era exteriorista, con
algún tinte cardenaliano –no cardenalicio, mi poesía no era de versos largos
pero poco a poco se fue extendiendo, hasta ser lo que ahora es, algo así como una
épica intimista sustentada en versículos cada vez más dilatados, anchos antes
que extensos. El resultado es lo que ahora perpetro. Para algunos será una
repetición de lo ya dicho por esta compulsiva y convulsiva obsesión de
regodearme en esta casi necropsia taxidermista de mi vida cotidiana. Ahora que
lo digo me convenzo en lo cierto de esa frase con brochazo de sabiduría
popular, el pez por su boca muere. Alguna vez dije que la insoportable levedad
de la poesía de Mario Benedetti era que se autoplagiaba, se copiaba a sí mismo.
Mutatis mutandis lo mismo digo de mi trabajo, sólo que en descargo rezongo que
no busco más que testimoniar los múltiples azarosos yos que me acompañan desde
mi más intrauterina adolescencia de escritor nacido en un país imaginario con
nombre de línea imaginaria.
Tu trabajo aborda la
crítica literaria y cultural ¿Qué temas, puntos de vista y autores se vuelven
fundamentales para ti? ¿Cuál es el límite de la crítica literaria, sobre todo
en relación a la seducción intelectual que representa y que ha hecho que muchos
poetas o narradores, finalmente, se concentren más en la crítica y dejen a un
lado lo creativo literario?
Comencemos por las obviedades. El tema que predomina en mis
escarceos intelectuales es la negritud con casi todas sus consecuencias, desde
el afroamericanismo pasando por la afrocaribeñidad y uno que otro tímido (por
la carencia documental ya que sé que se está trabajando no sé si poco o mucho
pero desconozco todo, bueno, casi todo –este casi no creo pase de un dos por
ciento de todo lo que se está haciendo) de lo afroecuatoriano. Los autores
fundamentales que continuamente releo son Joyce, César Vallejo, Ezra Pound,
Allen Ginsberg, Derek Walcott, Aimé Cesaire, Arthur Rimbaud, Rainer María
Rilke, Julio Cortázar -particularmente Rayuela, Pablo Palacio, Jorge Enrique
Adoum. He re regresado a mi vieja obsesión por la narrativa policíaca con la
obra de James Ellroy. Por ahora me interesa esclarecer hasta qué punto Fernando
Vallejo y Roberto Bolaño son los escritores rementados que son hoy por su
calidad y no por el exotismo escandaloso de su presunta niñez terrible. Como
ves son creadores los que me interesan no los teóricos ni los académicos de
quienes cada vez olvido más sus iluminados nombres. Me preocupa el presente que
es mucho más que esta vergüenza efímera que nos arrastra la insustanciabilidad
del tiempo y por ende del espacio. No me angustia el futuro ni sus grandes
cataclismos venideros por el derrumbe ecológico porque no estaré presente. Las
futuras generaciones ya sabrán qué hacer. No me siento partícipe ni asumo la
culpa colectiva por el deterioro del planeta. Hay otros mierdas que sí son
responsables y nada les dicen por su humanicidio, sólo que son presidentes,
reyes, primeros ministros o pontífices. Del pasado que siempre fue peor trato
de sacar alguna enseñanza para seguir tropezándome en la misma piedra. Los
límites de la crítica literaria sospecho son los mismo de cualquier otra
actividad humana, social pues. Nada contra el ser humano, todo si es a su
favor. mi candor me hace parodiar aquello de todo dentro de la revolución nada
contra la revolución. Y vale. Los límites de la crítica deben ser el de no
rebasar el pudor de la interpretación para degenerar en una bizantina
sobre-interpretación, en los términos que el siempre lúcido Umberto Eco planteó
durante unas conferencias en Inglaterra hace quién sabe cuántos años. El hecho
de que muchos escritores dejen de producir creativamente para devenir críticos
literarios es sólo una coartada para disimular, disfrazar o no reconocer su
esterilidad de manera franca, abierta y digna. Espero no me pase algo parecido.
Ahora tu experiencia
en México: ¿Cómo llegaste? ¿Cómo fuiste recibido? ¿Qué pasó en el DF y qué
cambios en Villahermosa e Isla del Carmen? ¿Cómo te ha servido ese cambio del
"centro" cultural a lo que podría ser "la periferia"? ¿Vale
la dicotomía?
Llegué a México, cesarvallejaniamente hablando, un día del
cual tengo ya el recuerdo. Fue el 26 de abril de 1978, abreviemos la anécdota,
justo cuando México enfrentaba en Madrid a España en un juego amistoso rumbo al
mundial de fútbol en Argentina. Pienso que he sido y sigo siendo bien recibido,
que nunca me he sentido extranjero en este país, ni siquiera cuando debo pagar
impuestos por el derecho de continuar residiendo aquí. Como siempre, mis fugas
dicen una que otra amiga cariñosa, generalmente han tenido que ver con rupturas
sentimentales en las que lo que siempre he perdido son libros y discos para
volver a comenzar casi de cero esa acumulación primitivo-obsesiva de capital
libresco. Mi salida del DF fue, además, porque repentinamente la nostalgia del
mar me castigó más de lo soportable. Fue así como salí para Villahermosa que
está a una hora del mar, y luego a la isla, ciudad y puerto del Carmen que ya
tu ves, isla al fin tiene al mar por todos sus costados, como sentenciaría el
docto doctor Perogrullo. El hecho de estar por estas playas de alguna manera es
un exilio dentro de un exilio mayor. Frente al exilio de la presunta madrastra
patria (lo de madrastra no es queja ni reproche sino simple descripción
constativa) busqué un exilio interior en una isla que lo es geográfica pero
también lo es existencialmente en dos sentidos: en uno, la isla es metáfora de
la mujer-isla que busco, encuentro y finalmente me desampara para que no se
cumpla el ritual edípico mariano del no me desampares de noche ni de día; el
otro exilio existencial es personal y por lo tanto intransferible, es mi
soledad-isla, con toda la tristeza a cuestas –nuevamente el cholo Vallejo-
porque en definitiva nunca he estado solo asó como nunca he estado triste.
Sucede que soy triste y soy un hombre solo. Lo que de ninguna manera justifica
ni garantiza ni avala que se diga que estoy triste o estoy solo. El cambio de
aires me ha servido para dedicarme a escribir a diestra y siniestra. Reviso lo
escrito y el cidi me dice que entre 1988 y el 2005 he escrito 27 poemas que en
realidad cada uno es un libro, entre 60-80 páginas tamaño carta a renglón
seguido en 14 puntos Times New Roman y 2.5 cms. de margen por lado, y con el
consabido versículo que hoy utilizo. A eso deben sumarse tres novelas (tríada
sobre la isla-ciudad), un libro de ensayos y una estrepitosa cantidad de
artículos, reseñas, ponencias, conferencias y una que otra carta de
recomendación para amigas y algún amigo. Debe añadirse uno que otro zafarrancho
seudo intelectual con las glorias municipales y bien espesas locales que no
cejan en ejercer su poco discreto encanto de mediocres cobardes esclerotizados
en la contemplación de sus neardenthalistas ombligos. En otras palabras, el
aldeano provincianismo es el mismo en México que en Ecuador, por lo tanto será
el mismo en el resto de América Latina y, como no me chupo el dedo, es lo mismo
en Estados Unidos y Europa, sin olvidar África, Asia y Oceanía, para completar
el atlas. La dicotomía pues funciona y es válida, con el agravante de que al
estar por acá si me invitan a un encuentro o foro en Monterrey, Guadalajara o
Cancún, como no tienen mi dirección mandan el oficio a los centros culturales
burocráticos de esta isla donde esconden el sobre o se olvidan que existo. De
todas maneras mantengo contactos con el mundo exterior y de rato en rato
participo en festivales, desencuentros o congresos para el lucimiento
intelectual y social de los intelectuales de pro. La dicotomía existe porque el
centralismo aunque esta sea una federación si no se vive en México o sus anexos
alrededores, uno no está en México. Casi es vivir en el DF o morir.
¿Qué te ofrece como
poeta y como hombre el vivir en Isla del Carmen? ¿Cómo te afecta o no la falta
de movimiento cultural que se encuentra en las grandes ciudades? ¿Acaso tu
futuro literario puede prescindir ahora de ese contexto más dinámico?
Con todas sus limitaciones, propias de una ciudad
petrolizada que no se resigna a asumirse como ciudad chica aunque le avergüence
seguir siendo pueblo grande, me permite la libertad de hacer lo que quiero
hacer con plena dedicación, al servicio de y para vivir en olor de
literaturalidad. Lo que no significa refugiarme en presuntos librescos
castillos babélicos sino el de participar con todo lo que soy en este riesgo y
audacia de pretender ser escritor en sociedades como las nuestras donde uno
debe justificarse todos los días por el desacato, la transgresión de escribir
¡en tiempos como estos, padre Nabor! dicen los mexicanos y lo asumo. Vivir por
estos playones me permite cultivar la nostalgia de lo que voluntariamente dejé,
la ciudad de de México que con todo lo que se pueda decir en contra me parece
una ciudad fuera de serie con un solo defecto, estar –en autobús- a seis horas
del mar, y eso sí es imperdonable para una ciudad que merezca ser habitable. El
escaso, ninguno, movimiento cultural no me afecta porque de todas maneras busco
actualizarme y mantenerme con los ojos abiertos para percibir las pulsiones del
‘mundo exterior’. Por lo demás la vida intelectual en esencia es la misma en
todos los sitios, pequeñas o mega ciudades, se vive en medio de la vorágine de
prejuicios, envidias, hipocresías, malversaciones mentales y muchos etcéteras
más que sirven para darle más sabor al mondongo reducido a una lastimosa feria
de vanidades. Esto no quiere decir que he logrado arribar a la cumbre del
cinismo estoico o estoicismo cínico que mira olímpicamente con desdén
dionisiaco las miserias de la antropofagia intelectual. No estoy más allá del
bien y del mal, no estoy de regreso de donde nunca estuve ni fui. No puedo, no
debo ni quiero prescindir del contexto mucho más dinámico y creativo de las
grandes ciudades. Es obvio que me afecta porque no puedo tener al alcance de
mis manos los libros que agobiantemente salen a diario pero, consuelo de tontos
talvez, me consuela que aunque estuviera en el DF tampoco podría satisfacer mi
voracidad de lector pantagruélico (como hace algunos años me describiste cuando
salió Los des(en)tierros del caminante), tampoco podría ir a los ‘actos
culturales’ que cada vez son más eventos sociales para exhibir los últimos
modelos copiados de algún figurín de tercera mano. por supuesto lo que sí
lamento es no poder estar en un clásico Chivas-América o en el clásico
beisbolero Diablos rojos –Tigres. A cambio, puedo salir en una lancha –cayuco,
en términos tabasqueños- a dar una vuelta alrededor de la isla y bajar en el
islote de los pájaros ver a los delfines saltar a menos de diez metros. Esto
que no tiene nada de bucolismo marino es sólo el ejercicio de mi realismo
pesimista para contrarrestar las carencias de la posmodernidad intelectual;
sobre todo si tengo a mano el siempre refrescante disfrute de la amiga cariñosa
que por hoy es la mujer de mi vida.
¿A dónde crees que vas
en tu vida poética? A más de escribir nuevos poemas, o participar en charlas o
talleres y otras actividades ¿Crees necesario un cambio de perspectiva o
sientes que "has llegado" o "estás cerca de ser lo que siempre quisiste
ser"?
Desde hace unos años
mis amistades de por acá me soportan con una cantaleta que en realidad es un
ensalmo. Antes de cumplir los cincuenta años decía que de esa edad no pasaba;
luego dije que de los cincuenticinco no pasaba, después que de los sesenta, y
ahora digo que de los sesenticinco. Esto suena a plan quinquenal y lo es. Me da
margen para desarrollar proyectos de escritura que van acompañados de amores
más o menos intensos pero siempre perecederos porque definitivamente no sirvo
para soportarme a mí mismo y menos para obligar a una mujer a soportarme. En
todo caso mientras viva la necesidad de escribir y amar, mi ensalmo-cantaleta
se irá prorrogando quinquenalmente. Esto significa que no he cerrado ninguna
posibilidad de conocer y experimentar nuevos conocimientos y medios expresivos,
siempre y cuando no me separen de esta isla donde hoy estoy aunque no sea de
donde soy –cosa que por otra parte me tiene sin cuidado el ser y no ser donde
quiera que esté. No me preocupa saber si llegué o no a alguna parte,
literariamente hablando. Hace poco escribí que no me interesa tanto que
comprendan lo que escribo sino que sientan el mismo placer que siento cuando
escribo. Si lograra esto podría pensar que estoy empezando mi cuesta arriba en
la rodada para pretender estar al menos en los inicios de ese oficio de
pesadumbres, nuevamente Huidobro, en los primeros pasos para esa larga odisea
del espacio que es aspirar a ser escritor, algo que siempre he soñado y he
deseado ser. Sospecho que alguna vez moriré en el intento porque, el chiste es
reviejo y qué, nadie saldrá vivo de este mundo.
¿Cuál es la pregunta
que quisiste responder y no te hice o han hecho?
En alguna oportunidad tuvimos un malentendido por un una
expresión tuya en un texto sobre mi poesía que después lo aclaramos. Lo traigo
a cuento porque acabo de ver en El pez que fuma una observación más general
sobre la ausencia en la poesía ecuatoriana del ámbito familiar y doméstico. En
mi caso es evidente y no se requiere ninguna perspicacia comprobarlo. Muy pocas
veces menciono a mi familia si no es sólo por alusión en ráfaga, sin
profundizar. Hago muy pocas menciones de mis hermanas, de mi hermano o de mis
papás. Creo que he hecho más alusiones de mi mamá que de mi papá. Esto
posiblemente hizo pensar a más de uno una supuesta ausencia paterna. Al
contrario. Uno de los modelos de hombre, por integridad, honestidad y entereza
que he tenido es precisamente mi papá. Lo mismo digo de mi mamá respecto a la
imagen de la mujer. Los dos, por si fuera poco, fueron un ejemplo de abnegación
y compromiso paternos para la formación de sus cuatro hijos. Ya sé que esto
ronda la huachafería entusiasta de no hay papás como los míos pero ni modos,
dicen los mexicanos. Es la verdad. Tal vez por esto, porque mi vida personal
respecto a lo doméstico es todo lo contrario de lo que experimenté
familiarmente, hay un poco o mucho de pudor que pienso más bien es respeto para
no mencionarlos como se lo merecían. Si no puse en práctica lo que ellos me
enseñaron no era muy lógico que escribiera textos con el peligro de terminar en
un libro de recortes familiar o en el álbum del nicho del recuerdo. Por eso
siempre mis alusiones siempre fueron en abstracto de la familia, ese animal
feroz que es la familia (para repetir un verso de una cubana, Georgina Herrera
creo). Además el mito o leyenda de mi proclive malafesidad irónica, volviendo a
lo del pudor y respeto, me impedía que mencionara ‘seriamente’ a mis padres o a
mis hermanos. De todas maneras me parece un tema, el de la ausencia de lo
doméstico-familiar en la poesía ecuatoriana contemporánea, muy pero muy
importante, tanto que los investigadores literarios podrán entretenerse sabrosamente
para documentar todas sus inquinas y proyecciones edípicas. Tema que por otra
parte seguirá siendo marginal en mi quehacer poético.