Ocurrió hace una semana, justo cuando estaba por regresar al norte.
Ricardo Maruri fue un amigo muy cercano y querido. También fue un excelente poeta, intelectual no-orgánico y músico a tiempo completo (como cantante conocedor de varios géneros musicales) a quien le fascinaba aprender nuevas lenguas (fue profesor de inglés, idioma en el cual era diestro; sin olvidar su dominio del portugués y familiaridad con el alemán). De hecho, su formación artística y filosófica lo acerca a lo que generalmente llamamos "un hombre del Renacimiento".
Mientras compartí con él experiencias de la vida, amores olvidados, lecturas incesantes, nuestro breve paso por los círculos "de izquierda", llegué a conocer al amigo: sus valores, debilidades y fortalezas, y su permanente tranquilidad, así como la escandalosa aceptación de la vida como le llegaba. Eso fue, sobre todo, en la década del 80. En esos años también caí en cuenta de que Ricardo tenía una inteligencia excepcional, un IQ muy elevado. Algo que no se ve con frecuencia en los artistas ecuatorianos, salvo el caso de Miguel Chávez, el (todavía) joven narrador guayaquileño.
Con los años nos fuimos distanciando por cosas del destino, del tiempo (o el destiempo), por mis viajes y la pereza de mantener una amistad frecuentada, aunque así es la vida y los laberintos humanos nos llevan a otras situaciones y contextos. De hecho, en algún momento nuestros gustos ya no fueron los mismos y tuvimos una discrepancia en cuanto al tipo de poesía que estaba escribiendo. Pero eso no importó porque el pasado ya estaba cimentado y nos mandábamos cualquier mensaje por facebook, aludiendo siempre a algo compartido.
Ahora que Ricardo ha muerto lo recuerdo nuevamente en esos años de nuestra gran amistad y complicidad. Lo veo visitando mi casa en la Ciudadela 9 de Octubre, trotando en la mañana por las calles del sur de Guayaquil, terminando con afán todas las cervezas que se pusieran por delante de nosotros en esos "días y noches de amor y de guerra", compartiendo la música que traje de Paris y la que él trajo de Rio de Janeiro, las bromas, las locuras que hicimos (ir a buscar a una joven dama de Guayaquil que se parecía a Doña Bella, una noche que no dieron la telenovela), los interminables bailes y nuestros infaltables "vicios masculinos".
Ha muerto Ricardo Maruri y recuerdo al amigo pero valoro también al intelectual que llevaba dentro y que no pudo desarrollarse en ese medio mezquino y subdesarrollado, en donde la preocupación por figurar hace que los artistas se vendan al mejor postor, como artistas y como seres humanos (o Correa o la derecha). Ricardo ha muerto y la pérdida es grave y a varios niveles. Ojalá ahora no salgan "los poderes" a apropiarse de su recuerdo, tal como lo tratan de hacer con los libros de Carlos Calderón Chico (quieren sus libros pero no a su dueño), otro intelectual que se acaba de ir en este cruel Enero.
En todo caso va, para Ricardo, la mejor celebración con jazz, salsa y mucha música brasileña. Ya nos encontraremos.