se entusiasmó cuando le pregunté quién cantaba.
elvis presley, contestó.
¿no es ray charles?
la esposa, que avanzaba delante de nosotros
el hombre revisó la lista y confirmó que era el pianista y me conversó
de las canciones que su hija le ponía en la lista.
mientras caminábamos me hablaba de su dieta,
de que antes hacían ejercicios en casa pero que les resultaba aburrido.
abajo, en las improvisadas canchas de raqueta, jugaban con entusiasmo.
eran los mismos desde que abrieron el gimnasio luego de dos largos años de epidemia
parejas que se reían y desafiaban con los golpes.
el hombre al despedirse me dijo: disculpe, yo sé que hablo mucho.
sonreímos y nos hicimos adiós con las manos mientras bajaban las escaleras.
me quedaba mucho aún.
la mujer obesa que iba delante de mí levantaba los brazos
y hacía movimientos circulares con las muñecas
tenía el pelo corto y rubio, ojos azules diminutos y una mirada tímida.
saludé también con otro caminante del tiempo ido
un hombre delgado y bajo, acaso mayor que yo, pero veloz
que a veces daba vueltas conversando con larry.
larry, el que tiene un hijo que vivió en guayaquil y luego se fue a puerto rico
y ahora está en new orleans. solo espero que consiga algún título universitario.
es lo único que le pido, me confesó
mientras su esposa nos dejaba atrás, preparándose para la maratón de la primavera.
éramos los últimos sobrevivientes del siglo de las máquinas
ellos y yo y los que jugaban raqueta y el hombre negro que nos pasó callado
con su gorra de veterano de guerra de vietnam.
y también las dos mujeres mayores que siempre conversan y saludan
y parece que viven su mejor edad.
por la tarde, en casa ya, esperamos a edgar
que vino para lo de la cocina.
todo era asunto de saludos, medidas de anaqueles y consejos para que luciera mejor
hasta que, sin darnos cuenta, nos empezó a conversar de su hija
que había fallecido al poco de dar a luz y ahora ellos cuidaban al niño.
un amigo que sabía lo ocurrido le dijo que si quería dejar de trabajar,
abandonarlo todo en ese momento e irse a casa, si le daba la gana
porque necesitaba tiempo para pensar en lo que había ocurrido.
lo escuchamos callados y un dolor se me fue armando en el pecho
uno de esos dolores rebeldes que aprietan desde adentro y desde adentro llaman
un dolor de voces y sollozos que solamente oyen los sordos.
he pensado en todo lo que nos contó y recordado a la gente que va al gimnasio
a sacarle tiempo al tiempo y el último soplo a la vida.
es como si todo se estuviera cayendo, me digo
(de alguna manera el mundo siempre se anda cayendo)
porque las muertes no cesan y el temor crece y también la sonrisa y la incredulidad.
por suerte, me digo, por costumbre o por pereza frente a la derrota.
¿qué hago escribiendo un poema? (yo que dije que ya no escribiría poemas).
no es un poema, me contesto, es solo una llamada de atención
la postal en blanco y negro de una ciudad que no conocí
que me acaba de llegar en el correo de la tarde.