Quiero dejar en claro un par de cosas para establecer la universalidad de la poesía de Antonio Preciado. La primera es el dilema literatura afro vs literatura blanca. Empiezo por nombres.
Varios son los estudiosos de la obra de este gran poeta ecuatoriano, entre ellos destacan: Michael Handelsman, Rebecca Howes, Elizabeth Vargas Holguín y José Pabón. Sin excepción, ellos se hacen eco de dos preocupaciones de Preciado: su lugar en la diáspora africana y el cuestionamiento que el mismo poeta hace de la membresía a la tradición literaria afro, la cual es solo una parte de su poesía, la de sus años mozos, cosa común al inicio de una carrera literaria.
Como ocurre en el arte y en la investigación, una tendencia no excluye a otra. En realidad, siempre se pone en perspectiva la obra de un escritor: su generación es marcada por el contexto, su individualidad por los sucesos en su vida privada. Sumar las variaciones a estos dos universos que pasan por varios filtros, etapas y corrientes que fluyen y se redefinen, según lo dicten las circunstancias. Eso en relación al poeta. En lo que concierne al objeto artístico propiamente, el poema, lo más saludable es pelear por su relativa autonomía y leyes internas con lo construyen, y recordar que es al final solo un receptor concreto quien le da o quita validez, y que todo eso se debe nuevamente ver en un contexto histórico. Así, en vez de encerrarse en una posición a favor de una supuesta verdad estética total, lo más apropiado es mantener una mente abierta a las variaciones, las cuales de todos modos tienen un valor relativo. Pongo un ejemplo:
Desde hace algunos años, Preciado viene luchando contra el encasillamiento que se ha hecho y hace de él como representante de la poesía negra, de su pertenencia al movimiento de la negritud y de ser el mejor poeta negro del Ecuador. Es triste que el reduccionismo, que muchas veces pasa como asunto positivo, tenga que ser motivo de aclaración por quien tiene como prioridad la poesía, no las disquisiciones teoréticas que tanto distraen a las mentes lúcidas. Ecuador, como los demás países, tiene también ideólogos del segregacionismo, más o menos sofisticados; esos que creen hacen un favor cuando encasillan. Tener que pelear por la validez de su trabajo, distrae y desvía la atención hacia lo parcial y secundario, y nos hace olvidar lo que ocurre en otras geografías. Amplío abajo.
En Estados Unidos, por ejemplo, la única manera de hacer entrar a escritores y artistas no-blancos y no masculinos en el gran mercado del consumo y la investigación fue a través de políticas institucionales, como la creación de cátedras de Literatura afro-estadounidense (o de hispana, femenina, Queer, etc). Es decir, solo gracias a esta imposición, los escritores de EEUU que pertenecen a dichas comunidades han sido descubiertos, integrados y estudiados para ampliar el concierto las voces literarias. Consecuentemente, se crearon publicaciones, revistas y editoriales que promueven básicamente a autores que se deben a esas poéticas (etnopoéticas o dinámicas de género, como las llaman). Si no lo hacían de esa manera, nada habría cambiado.
Mientras es verdad que, hoy en día, hay un margen mayor para cuestionar los membretes y separarse de éstos, no hay que olvidar que ese derecho solo le pertenece a los artistas que viven en carne propia esas circunstancias. Así que, mientras nadie habla de "literatura blanca" (porque lo que había antes era solo "literatura blanca") es legítimo hablar de literatura afro (o latina, o gay, etc). Lo que Antonio Preciado cuestiona en Ecuador, en ese sentido, en EEUU simplemente no funciona igual porque las circunstancias son muy diferentes. (Y sin embargo, los meses actuales han demostrado el peso de la propaganda racista desde la Casa Blanca y Trump: hoy mismo los miles de simpatizantes del movimiento de lucha de los afroamericanos, Black Lives Matter, se enfrentan en las calles con las milicias y vigilantes racistas blancos, muchas veces apoyados por la policía local).
La segunda cosa que quiero dejar en claro es que, en arte, lo local nunca se opone a lo universal. De hecho, todo arte que conocemos como tal tiene fuertes raíces socio-históricas, está imbuido del ethos de su tiempo (Bajtin y sus contemporáneos ya lo establecieron). Los crímenes que tanto le dieron a Shakespeare ocurren en Dinamarca o en Venecia, El caballero de Olmedo de Lope de Vega tiene lugar en Medina del Campo (Castilla), el oceánico Don Quijote de Cervantes recorre La Mancha y la geografía catalana, James Joyce nos narra casi en dialecto 24 horas en la vida de Leopold Bloom y Molly en Dublin, y Kafka, que desarrolló sus narraciones en arrabales, hizo que sus personajes caminaran también por tortuosos y muy concretos espacios y arquitecturas agobiantes: un castillo, una corte, una colonia penitencia, una America diferente. Y el bibliotecario del universo, el que se debe a todos, Jorge Luis Borges, monta sus historia en el sur (al cruzar la avenida Rivadavia), en las pampas, en los pueblos, en las vidas de compadritos, cuando el tango se tocaba con guitarra. ¿Todo para qué? Para empotrar en esos lugares escenas que ocurrieron en otras épocas, con otros actores, pues, al final, el tiempo circular al que se refiere es la aventura humana que se repite. Cambian los nombres pero los objetos inanimados cobran vida y nos dan vida. Esos recuerdos almacenados en la memoria de Funes, despiertan a nuestros ancestros. La obra de Antonio Preciado, aún en su filiación juvenil y radical por la poética de la negritud es universal. Y Antonio Preciado, el ser humano de carne y hueso, ese negro jututo de Barrio Caliente, es el mismo Borges visto en otra geografía. No comprenderlo revela solo nuestra falencia, es discriminatorio, teóricamente errado y humanamente torpe.
Leo a Preciado y encuentro al mejor Lorca del Romancero Gitano que es el mismo Lorca de Poeta en Nueva York. Su prioridad en ese momento es otra, pero sigue siendo el mismo. Encuentro al Vallejo de Trilce pero también al de España, aparte de mi este cáliz, encuentro la Comala de Rulfo. Pero, sobre todo, en lo que Preciado escribe, recuerda y comenta de su entrañable Barrio Caliente, encuentro al Borges que habla de sus abuelos, que escribe sobre los gauchos y su poesía (poesía gaucha, no gauchesca, que es igual a decir poesía negra, no negrista). Preciado es el mismo Borges reconstruyendo la vida de sus amigos y vecinos, nombrando la calidez de la tarde, el amor por los libros y la palabra. Y es también la misma actitud de saber tanto pero sentir que sigue siendo muy poco para sus afanes. La fundación mítica de Buenos Aires es igual a la fundación de un mar en el Chota; y el largo y hermoso poema a Juan García es el mismo tono de elegía en Emma Zunz detrás de la venganza al padre muerto. La divagación y la elucubración metafísicas, tan queridas al argentino, reaparecen en los últimos poemas de Antonio Preciado, que nos hablan de la vida y de la muerte, de su nieta y de la sangre.
Amo lo que ha escrito Borges, tanto como lo que ha escrito Preciado. A ambos les debo mucho, de ambos tengo el olvido.