viernes, 11 de octubre de 2019

Amor y proyección de Las Tierras del Nuaymás

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Cuando mis primas Nelly, Nancy y Bella llegaron a casa, la casa cambió. Ya no solo entraban los vecinos y los amigos sino también los primos y amigos de Nelly y Nancy. Bella ya era reina de no sé qué liga de fútbol y la venían a ver en carro, a llevársela de madrina de equipos a otras ligas, y una vez hasta de invitada especial en una emisión de pasillos de Radio Cristal. En casa no había espacio para tanta gente, pero sí en el corazón. Y como el corazón era una volquetada de fertilizantes, pues todos contentos cuando llegaba la cosecha.
Escribía esto y me dije, no, las cosas no fueron así. Había gente que moría a cada paso, la dictadura mataba por matar y esa era la consigna. Era un tiempo viejo, muy viejo ya, casi antiguo. Y, sin embargo, nuevo en la mente de los que ya hace mucho cruzaron el océano, el viejo mar. El gordo Paez, por ejemplo, estaba allá y acá, era de Guayaquil pero era de Liga de Quito. Gordo soplasable. Luego nos veríamos en el Cabo Rojeño. Pero decía que las cosas no fueron así, y en verdad no lo fueron. Por ejemplo, Mildred terminó conmigo pero no porque mami le dijo que terminara, sino porque Mildred quería vacilar con otros, la muy puta. ¿Cómo lo sé? Años después, ella misma me lo dijo sin darse cuenta: ¿Y qué querías que hiciera? preguntó cuando la increpé sobre su pasado.
Llega un sueño: Hay una bicicleta que no puedo manejar. De hecho, está atrapada en los recovecos de una casa vieja, colonial, pintada de blanco, con piedras en las calles y balcones de hierro pegados a las paredes. Quiero en el sueño que sea mi Cuenca amada, pero no, es Quito, la ciudad que desprecio. No saco mi bicicleta del sueño ni de la trampa. Llego a un segundo piso y aparece Maldonado, del MRIC. Una vez estuvimos en su casa, digo estuvimos porque hablo de todos nosotros, los que creímos en las tierras del nuaymás. Total, en su casa, una primorosa casa antigua, colonial, no de estilo solamente sino de espíritu, apretujada de ventanas y desniveles con pisos de madera y rincones con velas y luces bajas. Ahí estuvimos todos cantando y hablando. Pero yo ni hablaba ni cantaba, solo bebía y veía las ventanas, como si fuera una casa de Ancón, frente al mar, de esas del campamento inglés que bordea el arrecife de Santa Elena. Fin de sueño. Estaba en el trópico ahora y la gente se estaba matando nuevamente.
No, las cosas no fueron así. Nelly salía con mi hermana Leticia, Lupe con Bella y Nelly con Elsa. Y ahí, hechas las amigas, las primas se iban a bailes. Me fui con ellas dije, de malilla, porque Armenia quería que las sapeara, investigara y reportara todos lo que había pasado esa noche. Se movían en las luces oscuras. Bailes hippies, les decían. Me daba igual: ahí las estaba cufeando. Mira para allá hermanito, me decía sonriente Leticia mientras se meneaba a un rincón, riéndose, con su enamorado. Te llaman, me gritaba Nelly, acolitando. Ajá, me dije, ahora le cuento a Armenia. Pero era mentira. Yo sabía que Armenia, en realidad, me enviaba para saber lo que hacían y que ellas confiaban en que no diría nada de lo que hacían. Ojos que no ven, corazón que no siente, me dijo El Uruguayo.
Alausí. Pueblo de mis amores. Ahí también vi a las muchachas tumbar corazones. Caminando sobre la hierba, en el campo andino, se iban a escondidas mías as besarse. Y de pronto, en el campo andino digo, yo que era un niño todavía, vi a la niña más hermosa del mundo caminando por los prados, el páramo y la plaza. La vi sonreirme, correr, desaparecer en las escaleras de la iglesia. La vi en su uniforme y la fui a buscar por las ventanas de su escuela. Las muchachas se besaban y yo pensaba en la niña que había corrido veloz, sonriente, con la frente limpia y veloz, a  mi lado.
En Las Tierras del Nuaymás había un hombre. Apareció y desapareció. Hoy nadie lo nombra, los que se acuerdan se hacen los pendejos y cambian la conversación. Yo les puedo decir en primera persona: chuchesusmadres: Jorge Rivadeneira es el autor de Las Tierras del Nuaymás, la mejor novela que se escribió en este país de juguete en los últimos 70 años.
Silencio.
Se han molestado.
No sé si por la verdad o por la puteada. Así son. Así caminan y así hablan guevadas. Longos a la verga. Que solo son, al final, a la verga, porque para ser longos de verdad, deben ser primero chagras, arrechos, de pueblo, no coloraditos cagones de colegios pelucones (digo, los que tienen plata, porque hay esos chiros y mentalmente esclavos que sin empleo creen de viejos aún tener lo que papi les dio en adolescencia). Pero no aspiro a una diatriba anti-longa: Si la calidad  de este borrón se implanta, no habrá necesidad de llamar burros a los burros. Sigamos.
Prima Nelly, ¿qué carajo haces besándote con ese hijo de puta? Piedras al hijueputa. Voy donde los cholos de la esquina: muchachos, cargar piedras, tenemos una misión. Sir Dángala, que ya se había puesto una bandana sobre la frente, dijo: dónde y cuándo. Allá estaban besándose aún los enamorados.
Prima Nelly, grité desde lejos, hazte a un lado. Ella, como buena muchacha de pueblo, se dio cuenta de lo que pasaba y salió corriendo. Piedras llovieron sobre la humanidad de ese gusano. Medio longo era. Longo hijo de puta, besar a mi prima Nelly, de Puerto Bolívar. Longo chuchetumadre.