viernes, 11 de mayo de 2018

De "Aquellos ojos verdes"


Estás desorientado y no sabés qué trole hay que tomar... Santiago, preguntó Cepeda: ¿Cuándo terminó la revolución? Nunca empezó, le contesté. Era un sueño, una utopía. Las paredes se fueron cayendo de a poco y al final solo quedó un campo abierto, un desierto, un afiche de película con los de siempre sin saber en dónde estábamos. En esas me encontraba, ya con un par de cervezas en la cabeza, cuando empezó la lluvia. Trae dos más Gato, escuché que gritó Cepeda. Al rato llegó su hija, la gatita, con dos botellas frías. Las abrimos y frente a nosotros la lluvia se instalaba ¿o era solo una fina garúa? Ya no importaba. Aguatábamos la inclemencia del tiempo sentados en los escalones de la vieja casa. El Gato se acercó desde adentro hacia la ventana. Nos miró, inspeccionó el vecindario, las calles vacías, otras casas abandonadas. Luego volvió a perderse detrás de la cortina que separaba la sala del resto de la casa.
No volví a ver a Lucía. Recordaba su figura, su firme cuerpo tallado hermosamente en la oscuridad, su aliento. La había perdido de manera consciente porque todo se había acabado de manera clara e inapelable. Caminamos un día cerca del estadio, más allá del Forestal, besándonos entre los árboles que arruinaban las veredas, los viejos bloques del Seguro rumbo al sur. David estaba junto a Sofía y Ricardo con Ana. Corramos, recuerdo que dijo David, dejémoslas solas y vámonos corriendo. Me reí y le dije: si lo hacemos a la vuelta de la esquina ya habrán encontrado nuevos amantes...
Santiago, dijo Cepeda entusiasmado, bebe por la maldita. Volví a la certeza de la lluvia esa tarde de tangos y boleros. Vivo solo sin ti, sin poderte olvidar ni un momento nomás. No haía otra manera de matar el tiempo. Llamaré a Clara, pensé, el amor de todos, el amor también perdido.  Sin amor uno envejece pronto, la vida no se llama vida. Me sentía ya un anciano, como si hubieran pasado muchos años, muchos. Cepeda me hablaba casi desde la lejanía. En mi mente solo desfilaban títulos de cientos de libros, nombres de calles poco transitadas, barrios pobres en donde transcurrí, fotos del colegio Eloy Alfaro, rostros de compañeros que habían huído, muerto o desaparecido. ¿Qué será de Antonio? El era un muchacho del campo, alto y flaco, que vi por última vez por el centro de la ciudad. Vamos a otro lado, le dije a Cepeda. No, contestó, con esta lluvia de aquí no me muevo. Me miró fijo y añadió: todo pasa pana, solo debes ser paciente, mantener la mente ocupada.
Gato, gritó nuevamente, dos más, y ponte una música alegre que acá el hombre anda kikiri.