Una vez, caminando por la zona de Clichy, me dije: ya es hora. Entré a una iglesia, hablé con el sacerdote y me dio dos direcciones: la de los monjes trapistas (o trapenses) y de los benedictinos. Aceptaron mi visita ambos, poco antes de regresar a Ecuador (dizque con rumbo a EEUU, aunque ese viaje lo pospuse por dos años).
Arriba, el castillo de Beaupreau (o era Cholet, con su mágica, Calle del Fin del Mundo). Me recibieron luego de un viaje de dos horas en tren. Y así, llegué a la Abadía de Bellefontaine.
De estos días recuerdo todo claramente, siempre con mucha gratitud. Hoy Fabia juega a ser un monje y he recordado mis días de conversaciones con el padre Christian, mi trabajo en la selección de frutas y en la sala de huéspedes. Tiempo hermoso, el monje lo llevo dentro.