lunes, 16 de junio de 2014

Marlon Brando: Una autobiografía

Durante algunos años la imagen de Marlon Brandon me ha llamado la atención: El último tango en Paris, El Padrino, The Freshment, Apocalypsis Now, etc, son algunas de las películas que recuerdo con énfasis. A más del gran actor de personajes intensos, me interesaba también saber de su persona, sobre todo por el rechazo a Hollywood, su reclusión, sus frecuentes viajes de Tahití, su defensa de los indios de EEUU y la merecida fama de irreverente social y símbolo sexual de los 50s, década de la expansión de la clase media norteamericana.  Así, me animé a leer las 468 páginas de su "Brando: Songs my mother taught me", resultado de una serie de entrevistas y conversaciones grabadas y llevadas al papel por el escritor Robert Lindsay y corregidas, editadas y autorizadas por Brando. (Dejaré a los expertos las discusiones sobre el status de la autobiografía como género literario y la realidad/verosimilitud de lo que cuenta).

Como nunca, me dediqué a leer el libro sin subrayarlo para disfrutarlo más libremente. Sus ideas y conclusiones, frases y afirmaciones sobre la vida y varios tópicos aparecen en cada página, pero no tienen la pesadez de ser dichas por alguien que cree saberlo todo. Al contrario: hasta el final de sus días Marlon Brando se confiesa como una persona curiosa, que quiere saber más, aprender más de gente diferente. Su vida empieza en una infancia marcada por una madre alcohólica y un padre (también alcohólico, pero funcional) autoritario, y por lo que él, años después, reconoocerá como el dolor de perder y no poder proteger a un ser querido que siempre estuvo ausente (su madre), lo cual repercutirá en sus diarias citas sexuales con diferentes mujeres a lo largo de su vida ("abandónalas antes de que ellas te abandonen" es el mandato subliminal). Bajo el mismo prisma, la relación con la autoridad es doble: de rebelde y promotor, pues va de un extremo a otro en diferentes campos: desde sus relaciones sentimentales a las laborales, desde su paso por la secundaria hasta el rechazo al Oscar. En este cuadro vital, Brando insiste en el beneficio que la terapia le ofreció, aunque, por haber pasado por varias etapas y terapeutas, reconoce a la gran mayoría de ellos como personas temerosas de sí mismas, incapaces de reconocer sus debilidades y empeñadas a mostrale a otros lo que ellos no pueden mostrarse.

En mi lectura me sorprendió la honestidad y coherencia de sus (buenas o malas) decisiones personales, como por ejemplo los motivos de algunos fracasos de películas que buscaban concientizar al público sobre las injusticias humanas y que desembocaron en pérdidas económicas, o como su diletancia personal aplazada sólo para ganar dinero y costear sus gastos anuales (una película por año y luego una cada cinco o diez años). Quizá era ese quemeimportismo el que me llamaba la atención en alguien tan talentoso. Como diría Brando: "no está mal para alquien que ni siquiera terminó la secundaria".

Me gustó también confirmar otras sospechas (contraria al romanticismo), como la de que el gran actor era también un gran artesano para interpretar/representar, siguiendo el método de Stellar Adler (quien lo aprendió de Constantin Stanislavski) que, como sabe la gente de teatro, demanda estudio e inmersion total en el personaje a representar, vivirlo a tiempo completo (cosa no siempre apropiada para quienes rodean a actores) y que se detalla en diversas áreas, como concentración, modulación de voz, habilidades físicas, memoria emocional (recordar algo personal que realmente haya ocurrido y usarlo en actuación), estudio dramático, etc. Y, corolario a esto, me agradó mucho leer de primera mano el testimonio de Barndo como un ávido lector que hizo las veces de co-director, guionista, director y productor de películas, en la fragua de la acción dramática, en el mismo tablado, en el mismo camerino: a él se debe el torturante y genial monólogo del Coronel perdido en Apocalipsis Now (no a Coppola), y a Brando se deben los cambios que el público jamás vio en The Freshmen. Es a Brando también que Elia Kazan debe algunos cambios y Coppola las gracias por haber hecho del inmortal Vito Corleone un hombre de integridad personal, de fuerza humana en defensa de su familia, y no un asesino vulgar y autoritario, como originalmente estaba en el guión....

Como ven, lo que escribo se queda corto frente a toda una vida bien vivida (dejo de lado lo de los indio americanos, Hollywood como negocio, el conflicto judío-palestino, las decenas de amantes y las anécdotas jocosas, etc). Y esto lo atribuyo no sólo a mi vagancia o talento, tiempo y espacio limitados, sino también a mi voluntad de dejar que fluya el río de la experiencia. La autobiografía de Brando es como un cuadro de Bosh donde cada quien puede detallar su búsqueda en cualquier momento, desde cualquier ángulo. Quiera Dios que otros tengan la oportunidad que he tenido de asomarme a esta vida.