miércoles, 28 de mayo de 2014

Cuatro afirmaciones que siempre oigo y son mentiras

La primera es aquella de que el fútbol no tiene lógica. Todo tiene lógica o, más exactamente dicho: su propia dinámica. Los que afirman semejante barbaridad no quieren recordar que se trata de actividades físicas humanas y que las variantes se evidencian sólo en los momentos de la práctica misma: por eso un partido siempre es diferente a otro y, por ponerlo de manera exagerada, el mismo equipo es otro semana a semana. Lo "accidental" (el estado de preparación mental y física y la aplicación de técnica, por ejemplo) en realidad alteran "lo estable" (el pedigree de los jugadores, por ejemplo).

La segunda afirmación es aquella de que la mujer es un misterio. Como soy enemigo de jueguitos verbales y abstracciones, anoto solamente lo que Mariana Gómez escribió al respecto:  "Sólo a los que no saben leernos les resultamos un misterio".

La tercera es que Dios no existe. Los que se afanan en "demostrar" que Dios no existe por el simple hecho de que "no se lo ve" son los mismos que aún reflexionan si el amor existe. No entro en discusiones sobre si debe durar mucho o no, ni sobre los tipos de amor, sólo anoto un paralelo. Dios es una realidad mental, emocional y simbólica. Existe porque lo sentimos, lo soñamos, lo imaginamos y lo necesitamos. Esto lo saben las personas desde hace muchos siglos, sea en su manifestación rústica como ingobernable fenómeno natural o en su versión privada más controversial: la de los "raptos" que ocurren siempre a los santos... y a varios millones cuando se quedan mirando fijamente al horizonte. Pedirle a la Ciencia que explique la existencia de Dios es pedirle al vecino que cancele lo que le debemos al banco. Sin embargo, debo recordar que solamente el ser humano tiene la capacidad de generar desde sí mismo un sentimiento hacia Dios... Pero no abundemos tampoco en asuntos en los cuales la ciencia está en veremos.

La última de las afirmaciones mentirosas es menos conocida y más especializada, otro flaco invento de algunos despistados (ah, estos escritores del tercer mundo, creyéndose la mamá de Tarzán). Hace unos veinte años mi sobrina Katiuska (ayer Simisterra hoy Scoggin) me preguntó en una entrevista universitaria qué le enseñaba la literatura al periodismo. Me reí y le dije que era lo contrario, aquí resumo mi respuesta: 1- Los periodistas deben escribir, es parte de su trabajo, no necesitan "inspirarse" (como los escritores) sino redactar una noticia/reporte/artículo; es decir: enseñan disciplina y a luchar contra el tiempo y el espacio para las palabras; 2-  Los periodistas salen a buscar la noticia, no se sientan como vagos a esperar que los pajaritos les susurren al oido sobre qué escribir; 3- Los periodistas tienen un lector concreto a quien le escriben: el gran público (con nivel social e intelectual específicos), contrario a los folklóricos escritores que se inventan o sueñan con un "lector ideal" y por ahí mismo las más disparatadas "teorías de la recepción"; 4- Los periodistas viven en un medio laboral de tensiones pero, al final del día, deben salir airosos de esa batalla para llevar pan a la mesa, deben haber producido lo demandado porque tienen que pagar sus cuentas, contrario a "los escritores" que, por lo general, viven evadiendo responsabilidades de adultos. Y basta. Prefiero leer una buena noticia publicada, digamos, en el New York Times (o el New Yorker) que una larga y aburrida novela "bien escrita" por algún ávido empeñoso que quiere demostrar que el sol no sale de día.