miércoles, 14 de mayo de 2014

Un recital de poesía en Plattsburgh

En general, no me gusta dar recitales, tampoco asistir a ellos. Me aburro por el largo tiempo que demoran. Sin embargo, como parte de una deuda que Alexis Levitin y yo teníamos con nuestro libro de poesia ecuatoriana traducida al inglés (Tapestry of the Sun), aceptamos una invitación de la Galería Rota, un grupo de Plattsburgh, ex-estudiantes del Dto de Inglés de la universidad (uno de ellos ahora da Composición). Jueves 8 de Mayo del 2014.

El local era pequeño y dio cabida a unas 15 o 20 personas. La noche estaba hermosa: cálida, silenciosa y con un cielo muy azul. Conversé con unos jóvenes que llegaron con anticipación, saludé con dos conocidos e intercambié frases con otros asistentes. Alexis leyó en inglés y yo en español y contamos breves anécdotas de los poetas y el proceso de traducción. La lectura propiamente duró unos 45 minutos. Al final nos hicieron preguntas, sobre todo acerca los poetas jóvenes de Guayaquil y Ecuador. Luego se dio paso al público, micrófono abierto, para que leyeran sus poemas. Y ahí aparecieron los anónimos poetas locales que se encuentran en cualquier parte del mundo: un joven tenía una serie de poemas irónicos cuya palabra principal era "Strawberries", otro más joven aún leyó con una voz casi apagada dos poemas cortos, el segundo en español, y sonaban como baladas; luego leyó un hombre serio, alto, flaco, en jean y camiseta blanca y una gorrita. Con Alexis coincidimos en la bondad de su último poema, cuya línea principal decía "I didn't agree with the death of my mother..." (No estuve de acuerdo con la muerte de mi madre...)

Ya eran las 9:30 pm y había sido suficiente. Quería regresar a casa (a esas horas duermo). Me despedí mientras seguían leyendo, salí a la noche encantadora y encendí mi van. Pero tan pronto como lo hice sentí un olor que no era el del transporte y el trajín diarios sino el de una noche antigua en Guayaquil. Automáticamente recordé las veces en que tomaba la van de mi hermano, allá por el 80, y, junto al Conde Martillo, conducía por un Guayaquil de sueños rotos y cansancio. Recordé cuando sacábamos el vehículo del parqueadero, tomábamos la Domingo Comín rumbo al norte, pasábamos por el Malecón y doblábamos por el Cerro hasta llegar al Cementerio y de allí nuevamente al sur, con una parada definitiva en el King, cantina de todos los triunfos y derrotas de esos años. Mientras regresaba a casa en Plattsburgh, cosa de cinco minutos más, escuchaba en la radio las viejas canciones con las que crecí y fui el joven poeta de veinte años, tan joven como los muchachos de pelo largo que leían sus poemas en Plattsburgh.

Ya en casa me quedé pensando, inquieto, atento a lo que sentía en ese momento. Reviví los recitales, la tarde interminable del verano pretérito que se repite en el norte, a tanta luz y tiempo de distancia, y lo que acababa de ocurrir en la Galería Rota: los jóvenes irreverentes, tímidos, vestidos como visten los de su tiempo, preguntando por otros poetas en otra parte del mundo, si acaso viven de la poesía, si acaso escriben lo mismo que ellos, si acaso son felices o trabajan...

Y luego dormí con el peso de una nostalgia viva, de algo inacabado que me estaba llamando, quizá sea el poema que aún me busca para escribirlo o quizá la vida misma revisada.