viernes, 27 de junio de 2014

Ecuador eliminado del Mundial: a pensar en los errores





Dijo Marx que "la religión es el opio del pueblo". Igual se podría decir de los deportes y, en este caso, del fútbol. Como ejemplo, veamos el caso de Ecuador.
Este drama tiene varios actores: el presidente de la Federación Ecuatoriana de Fútbol (FEF), Rueda, el entrenador de la selección, y los jugadores. Como espectador participante, el mismo presidente Correa, ya veremos cómo.
Desde hace muchos años, Chiriboga es dirimente, siempre a su favor, en el juego político de los dirigentes deportivos. Como tal decide, elige, saca y pone a los actores. Siempre con la sombra de su propio hijo, agente de jugadores, acusado desde hace años de favorecerse de negociaciones de fútbol al convencer a su padre de que los ponga en la vitrina (los partidos) para proyectarlos internacionalmente. ¿Es verdad esto? El silencio y las alineaciones así lo confirman. Pero éste es el menor de los problemas.
La selección de Ecuador, tan variable en sus convocatorias, se mueve con los intereses de este hábil personaje que unas veces hace de Iago, otra de Orfeo, otras de Macbeth y hasta de Otello. El es el que decidió, como lo hizo antes con otros, que Rueda fuera el Director Ténico de la Selección.
Y Rueda, que es humano y hace lo que cree conveniente, le quedó muy corto a las demandas de calidad de las selecciones colombiana y ecuatoriana. Agarró a Honduras -un país en fútbol menos débil que sus colegas centroamericanos (quienes, dicho sea de paso, tiene al beisbol como primer deporte o deporte nacional)- y lo hizo clasificar. Y hasta ahí llegó.
Los otros actores, los jugadores propiamente, son asunto aparte y tienen su propia dinámica que tira más al caos: inconsistentes en sus equipos, acaso lograron un partido interesante durante las eliminatorias y los amistosos. Los cambiaron de puestos en los permanentes experimentos del DT y se llenaron de una vanidad extrema que los hizo esconder y regatear su única herramienta de trabajo: la calidad por la cual fueron convocados. La selección tuvo dos etapas para ir al Mundial, la segunda fue la de su muerte: logró cupo con las justas, en medio de un descalabro increíble (y no anoto la pérdida de Benitez, a quien nunca consideré un gran jugador, cuanto muy hábil con la pelota pero que hizo que su egocentrismo anulara cualquier beneficio).
Así, con un presidente oportunista y sempiterno, que ni siquiera tiene la valentía, la honradez de mostrar las cuentas de la FEF, del sueldo del DT, de su propio sueldo, de los beneficios que recibe, etc, con un DT de dudosa calidad y jugadores en franca caída (salvo Enner y Paredes, acaso el arquero) era fácil pronosticar una presentación insignificante. Cuando algunos dijimos eso nos tacharon de antipatriotas, de malagueros, de sarcásticos, irónicos, etc.
Ya para el Mundial, el patrioterismo que la selección encendía era ciego, peligroso y, sobre todo, un espejismo. Luego vino la derrota con Suiza en un juego que no estuvo mal pero que dejó ver que Ecuador no tenía un DT que les recordara los fundamentos del fútbol: retener la bola o dar un pase seguro, o al arquero salir por lo alto en un centro, sobre todo si mide 1.92, o que hay que patear la pelota frente al arquero, sea como sea, antes de que se la quiten, etc.
Y después vino el triunfo contra Honduras, más por incapacidad de un rival y los aciertos de Enner que por el juego colectivo, que jugó peor que con Suiza. El patrioterismo volaba por las calles y los pueblos de Ecuador. ¿Por qué, si era tan obvio que contra Francia había grandes posibilidades de ser eliminado? Ah... es que la esperanza es lo último que se pierde, todos decían.
Desde las redes saltaban los comentarios, los augurios, los empeños. Y todo fue en vano. Al final, una Francia que hizo descansar a sus jugadores principales, simplemente se conformó con el 0-0. Pero el patrioterismo, ese otro opio del pueblo, herido no dejaba que se dijera nada malo de la selección, un equipo que fuera de Quito puede hacer un papelón (adiós, ventaja de la altura, el próximo es en Rusia, no en los Andes). Pero, de todos modos, algunos comenzaron a pedir la cabeza de Chiriboga y Rueda... Ah, mas el patrioterismo seguía ahí. Ante esto, el actor principal y su bufón aprovechando la coyuntura e inmediatamente declararon que querían quedarse en sus puestos, que el objetivo había sido clasificar al Mundial y se había logrado, que hasta Enner Valencia fue descubierto por el mismo Rueda y que ahora la selección es de jóvenes, asegurado el cambio para un futuro promisorio.
¿Y qué tiene que ver Correa en todo esto? Bueno, el presidente -lo cual fue un error a todas luces desde el principio en que se dejó aliar con una FEF y un DT cuestionables- en varias ocasiones habló linduras de Chiriboga y Rueda, les dio respaldo público, casi de amigo solidario, conocedor del fútbol y sus pasiones. Esta grave falla, resultado de su ceguera deportiva (ya ha demostrado también en otras áreas de la política ser timorato a la hora de ver y reconocer los enemigos de su círculo) ha hecho que la gente, sobre todo quienes lo odian, hagan ecuación de su deseo por ser reelecto con un Chriboga que se hace reelegir cuantas veces le de la gana.
De esta manera, el caso de la selección ecuatoriana nos muestra los síntomas de la cultura popular y de cómo el fútbol ecuatoriano, su dirigencia y el oportunismo de sus actores dice mucho más que un resentimiento o tristeza de todo un pueblo. La eliminación de Ecuador del Mundial de es la saludable bajada de la nube a la cual el patrioterismo y el ideal de "unidad nacional" nos habían subido. Y eso es muy bueno.
Para aquellos que aún se afanan con este tema, quizá la intervención del Ministro de Deportes Cevallos, que sabe bastante de estos asuntos, sea la única posibilidad de acabar con la mediocridad de la FEF, los técnicos que contrata y el devaneo de los jugadores... pero éste es un deseo que choca con el discurso que el presidente impuso en su agenda política-deportiva...En conclusión: muy pocas son las posibilidades de que las cosas mejoren.

lunes, 16 de junio de 2014

Marlon Brando: Una autobiografía

Durante algunos años la imagen de Marlon Brandon me ha llamado la atención: El último tango en Paris, El Padrino, The Freshment, Apocalypsis Now, etc, son algunas de las películas que recuerdo con énfasis. A más del gran actor de personajes intensos, me interesaba también saber de su persona, sobre todo por el rechazo a Hollywood, su reclusión, sus frecuentes viajes de Tahití, su defensa de los indios de EEUU y la merecida fama de irreverente social y símbolo sexual de los 50s, década de la expansión de la clase media norteamericana.  Así, me animé a leer las 468 páginas de su "Brando: Songs my mother taught me", resultado de una serie de entrevistas y conversaciones grabadas y llevadas al papel por el escritor Robert Lindsay y corregidas, editadas y autorizadas por Brando. (Dejaré a los expertos las discusiones sobre el status de la autobiografía como género literario y la realidad/verosimilitud de lo que cuenta).

Como nunca, me dediqué a leer el libro sin subrayarlo para disfrutarlo más libremente. Sus ideas y conclusiones, frases y afirmaciones sobre la vida y varios tópicos aparecen en cada página, pero no tienen la pesadez de ser dichas por alguien que cree saberlo todo. Al contrario: hasta el final de sus días Marlon Brando se confiesa como una persona curiosa, que quiere saber más, aprender más de gente diferente. Su vida empieza en una infancia marcada por una madre alcohólica y un padre (también alcohólico, pero funcional) autoritario, y por lo que él, años después, reconoocerá como el dolor de perder y no poder proteger a un ser querido que siempre estuvo ausente (su madre), lo cual repercutirá en sus diarias citas sexuales con diferentes mujeres a lo largo de su vida ("abandónalas antes de que ellas te abandonen" es el mandato subliminal). Bajo el mismo prisma, la relación con la autoridad es doble: de rebelde y promotor, pues va de un extremo a otro en diferentes campos: desde sus relaciones sentimentales a las laborales, desde su paso por la secundaria hasta el rechazo al Oscar. En este cuadro vital, Brando insiste en el beneficio que la terapia le ofreció, aunque, por haber pasado por varias etapas y terapeutas, reconoce a la gran mayoría de ellos como personas temerosas de sí mismas, incapaces de reconocer sus debilidades y empeñadas a mostrale a otros lo que ellos no pueden mostrarse.

En mi lectura me sorprendió la honestidad y coherencia de sus (buenas o malas) decisiones personales, como por ejemplo los motivos de algunos fracasos de películas que buscaban concientizar al público sobre las injusticias humanas y que desembocaron en pérdidas económicas, o como su diletancia personal aplazada sólo para ganar dinero y costear sus gastos anuales (una película por año y luego una cada cinco o diez años). Quizá era ese quemeimportismo el que me llamaba la atención en alguien tan talentoso. Como diría Brando: "no está mal para alquien que ni siquiera terminó la secundaria".

Me gustó también confirmar otras sospechas (contraria al romanticismo), como la de que el gran actor era también un gran artesano para interpretar/representar, siguiendo el método de Stellar Adler (quien lo aprendió de Constantin Stanislavski) que, como sabe la gente de teatro, demanda estudio e inmersion total en el personaje a representar, vivirlo a tiempo completo (cosa no siempre apropiada para quienes rodean a actores) y que se detalla en diversas áreas, como concentración, modulación de voz, habilidades físicas, memoria emocional (recordar algo personal que realmente haya ocurrido y usarlo en actuación), estudio dramático, etc. Y, corolario a esto, me agradó mucho leer de primera mano el testimonio de Barndo como un ávido lector que hizo las veces de co-director, guionista, director y productor de películas, en la fragua de la acción dramática, en el mismo tablado, en el mismo camerino: a él se debe el torturante y genial monólogo del Coronel perdido en Apocalipsis Now (no a Coppola), y a Brando se deben los cambios que el público jamás vio en The Freshmen. Es a Brando también que Elia Kazan debe algunos cambios y Coppola las gracias por haber hecho del inmortal Vito Corleone un hombre de integridad personal, de fuerza humana en defensa de su familia, y no un asesino vulgar y autoritario, como originalmente estaba en el guión....

Como ven, lo que escribo se queda corto frente a toda una vida bien vivida (dejo de lado lo de los indio americanos, Hollywood como negocio, el conflicto judío-palestino, las decenas de amantes y las anécdotas jocosas, etc). Y esto lo atribuyo no sólo a mi vagancia o talento, tiempo y espacio limitados, sino también a mi voluntad de dejar que fluya el río de la experiencia. La autobiografía de Brando es como un cuadro de Bosh donde cada quien puede detallar su búsqueda en cualquier momento, desde cualquier ángulo. Quiera Dios que otros tengan la oportunidad que he tenido de asomarme a esta vida.