martes, 28 de mayo de 2013

Los intelectuales sólo leen sobre sí mismos

Nunca lo hago pero hoy, sin apuro, noté a la derecha del borrador de mi blog las estadísticas de lectura de algunas entradas. Las que se refieren a los intelectuales son las más leídas. ¿Por qué? Por razones obvias: de alguna manera el tema funciona como un espejo, una invitación a mirarse nuevamente en el ombligo. Cada pugna, cada polémica, cada chisme o bosquejo de un tema con intelectuales de por medio se perfila de éxito (debería hacerlo con más frecuencia, en una escena, digamos, no de Platón en "El Banquete", sino del Cholo Cepeda comiendo encebollado en una esquina, rodeado de intelectuales). Igualmente, no son las obras las que se imponen sino lo que las rodea: la biografía del autor, los dilemas y las querellas con su generación y otros, alguna caida existencial o la información oscura que su trabajo presenta.

A menudo quemo tiempo leyendo, a vuelo de pájaro, columnas de periódicos, artículos culturales o notas sobre la literatura o la política. Y noto algunas cosas: La doble intención de los titulares, los sesgos informativos (ya consagrados en la prensa ecuatoriana, de lado y lado), la lista de colaboradores y las propuesta ideológicas que siempre ocurren en el pantano de la subjetividad y, a la postre, son la reafirmación de cuán paralizadas están las artes en Ecuador (espero no en otros países), y cuán fácilmente se levantan mitos. Nombro el caso del suplemento cultural de El Telégrafo.

"Cartón Piedra" es un espacio en el que publican, por lo general, temas trillados internacionalmente mas no Ecuador, pero esta vez desde la pluma de autores nacionales -amigos de los editores, asumo, o de quienes los pusieron en esos cargos. Son largas partes de tesinas de maestría, generosas en la verborrea, llenas de lugares comunes en la investigación internacional. Digo esto porque, desde que vivo en EEUU, he tenido y tengo acceso a fuentes informativas que no existen ni siquiera en Europa, y me resulta fácil rastrear cómo se hace pasar como nuevo algo ya viejo. Este síntoma de poca creatividad se extiende a la Sección Cultural del mismo diario: Otro ejemplo: una entrevista sobre el Barroco de Indias a un joven estudioso nacional -cosa que en EEUU pasó en los 80s; en la misma Católica de Guayaquil, de la mano de Hausser, lo estudiamos a fines de los 70s, y en la academia hispana de EEUU hubo algo de interés a principios de los 90s. Incluyo en este ejemplo un tributo a Bolívar Echeverría, cuyo trabajo considero intelectualmente "menor", de poca importancia académica y cero impacto. Anoto: no es contra Echeverría, porque cada autor hace lo que puede en su vida, sino contra quienes lo auparon sin darse cuenta de la triste realidad del paso del tiempo.

Hace pocas semanas, en esas lecturas vagas a las que aludo, me vi enfrascado en un par de aclaraciones con un escritor de esos que creen que poner nombres no castellanos a sus obras los vuelve particularmente universales o interesantes, no se diga su estilo de abigarrar las páginas de palabras y cantaletas con disquisiciones filosóficas que, en lo personal, son para mí insoportablemente aburridas. Luego de eso me dije: "Esto de pelearse por tonteras es una broma, un mal chiste. Estoy quizá ya viejo para luchar contra la corriente". Y hace pocos días, nuevamente la abulia me llevó a enterarme de que dos personas se pusieron a pelear por el estilo de algo publicado en "Cartón Piedra": que si se debe escribir sobre el jazz (o cualquier otro tema) de tal o cual manera... Como si ese fuera el problema. El problema es la falta de creatividad, la falta de voluntad para analizar lo cotidiano con nuevos ojos, para aplicar teorías modernas a cuerpos ya establecidos, o para generar ideas de aplicación práctica sobre lo inexplorado. El problema, dicho desde el otro lado, es el facilismo, la vagancia intelectual del "copia y pega", el conformismo con la repetición de clichés, o el escapismo de mirarse en el espejo y decirse: ay, yo soy así, es mi opinión, es mi experiencia personal y me la respetan porque es mía...

En estos días de vago digo, en que la primavera comienza a ceder paso al verano, termino en lecturas paralelas los últimos libros de Eduardo Mendoza, armo un nuevo horario para pasar tiempo con mis diablas (acabamos clases), y espero en cuenta regresiva ese viaje a Guayaquil que tenemos por delante. El resto, esto que escribí arriba es sólo una excusa para decir nuevamente un par de asuntos que  me molestan. ¿Y los otros diarios? Pues nada, no tienen ni secciones culturales, peor suplementos.