A la entrada de la biblioteca de mi universidad hay un estante pequeño  con libros en venta. Los de pasta dura cuestan 50 centavos, los de pasta  suave 25. Rara vez encuentro uno de los primeros que me interese. Pero  un día aparecen un tomo de Somerset Maughan, una Historia de las Guerras  Griegas y la poesía completa (en francés) de Guillaume Apollinaire.  Entre los más baratos encuentro, en cambio, Toni Morrison, Dos Passos,  antologías americanas de cuento y novelas cortas, poesía zen, García  Márquez, chistes y escritos de Woody Allen y las obras de los  medievalistas Huizinga, Auerbach y Curtius. Esto, a 25 centavos de  dólar, repito. 
Muchos libros ya los tengo y/o los he leído, y  reposan en mi casa en Guayaquil, pero cumplo con la manía de comprarlos  nuevamente porque guardo la esperanza de regalárselos a alguien que  también los pueda devorar en inglés, aunque, como bien me lo recuerda  Fabiola, "esos libros ya son de Fabia".
Afuera de Borders tienen  varias mesas con libros de remate, generalmente entre los 4 y 10  dólares. Allí encontré una antología de Bukovsky a 5 dólares (400  páginas) y una excelente edición de la Obra Completa de Shakespeare.  Cuando voy con mis ladies aprovecho también para sentarme en la  estupenda cafetería, beber algo y conversar un poco con ellas mientras  se comen una galleta de chocolate y beben un café helado con crema. En  realidad, los cafés, dulces y refrescos resultan, a veces, ser más caros  que los libros. La sección de lenguas extranjeras tiene una excelente y  lujosa edición de Don Quijote a menos de 10 dólares, y varios libros de  autores que no leo.
El sistema de compras Amazon me permite  adquirir la poesía de Allen Ginsberg en menos de 8 dólares (el libro  costaba en realidad sólo 4) y un Reader de Ring Lardner a 3 dólares (más  3 del envío). Otro almacén, de esos que venden todo por un dólar, tenía  escondidos ejemplares de Phil Jackson, el gran entrenador de Michael  Jordan, Shaq O'Neil y Kobe Brian, tres de mis jugadores favoritos, y  también unas novelas de Graham Greene.
Debo incluir aquí una  edición en inglés de "Los poderes del horror", de Julia Kristeva (un  análisis de la obra de Ferdinand Céline) en una surtida librería de  segunda mano en una calle de Nueva York, la Poesía Completa de Edgard  Lee Masters en una tienda diminuta de Carbondale-Illinois, varios libros  de Teoría Literaria encontrados en Eugene y Portland (Oregon), mi  última visita a la vieja librería de Plattsburgh, acompañado de Cristian  Cortez (que se llevo un volumen de teatro), y cinco novelas del  infatigable Tomas Wolfe (pero el bueno, el de los años 30), en una  cafetería cerca de Boston.
Todo esto que señalo es sólo la  continuidad de una vieja afición que empezó en las calles de Guayaquil,  en la zona de los cachineros, en las librerías/imprentas populares que  existían en los años 70s, y en ese pequeño zaguán, cerca de la U.  Estatal, en el cual encontré libros del Agustín Vulgarín. No olvido las  frecuentes visitas a la librería "del colorado", sobre la cual ya  escribí en mi primer libro del Cholo Cepeda. 
Todo esto que  señalo es también la continuidad de mis desaforadas aventuras por las  calles de Paris, en busca de libros, tiempo, arte y amor.
Hoy que  leo los escritos del gran pintor Kandinsky (900 páginas, a 3 dólares,  en una feria de remate, aquí en Plattsburgh) pienso en los costos y los  libros como si pensara en la necesidad de vivir de manera decente y la  posibilidad de comprarse una casa. 
Las miles de personas que visitan los mercados y ferias de libros del mundo, mis hermanos lectores, saben a qué me refiero.
[Publicado el jueves 10 de Julio del 2008]
