sábado, 2 de abril de 2011

Del insulto y sus ingratas consecuencias


“Ven para mearte, hijo de puta” (Nebot, alcalde de Guayaquil)
“Esa vieja pelucona” (Correa, presidente del Ecuador)

Década del 80, parque del barrio, Ciudadela 9 de Octubre, Guayaquil: Leonardo Ricaurte y Charles Mayorga han estado peleándose e insultándose a diestra y siniestra a favor y en contra de León Febres-Cordero y Abdalá Bucaram (¿o era Rodrigo Borja?). Hacía rato habían dejado cualquier consideración personal y estaban listos para irse a los puños. Han pasado veinte años de eso y, nuevamente, asistimos a una disputa política entre amigos, familiares y vecinos, que están a favor del gobierno o la oposición. Cuando el insulto gana a la razón y los personalismos se imponen al debate, lo único que resulta es una fragmentación interna y grupal, muchas veces de graves consecuencias.

Recuerdo que poco antes de que cayera la dictadura de Somoza, en Nicaragua, los diarios contaban que muchas familias estaban divididas y que, inclusive, hermanos de una misma madre no se podían sentar a la mesa porque terminarían matándose, como lamentablemente ocurrió en varias ocasiones. Cuando Al Gore decidió no disputar el recuento de votos en EE.UU., ante la fuerte sospecha de fraude electoral, una herida quedó abierta en los estadounidenses, pues la mitad de la población votante quedó totalmente marginada de la participación y consulta, y la otra mitad en el poder (republicanos) empezó su meteórica carrera que tiene hoy al “coloso del norte” (la frase es de Rubén Darío) a las puertas de una recesión que hace estremecer al mundo, junto a dilapidación del legado de Clinton, escándalos políticos y acelerada pauperización de la clase media y los más pobres, inversión en la guerra “contra el terrorismo”, destrucción del sistema de soporte social vías reducción de impuestos a los que más tienen y desarticulación del aparato estatal, entre otras razones. Esa mitad marginada, y una nueva generación de votantes, decidirán este año lo que vendrá. Pero la herida sigue abierta en la conciencia.

Hace pocos días, recibí un email de un poeta a quien considero una persona culta, agradable, con un rabioso mensaje contra Correa y a favor de Nebot. La semana pasada una amiga me contaba que iba a ver a un psicólogo porque le afectaba mucho oir las mentiras que se dicen de Rafael Correa, presidente del Ecuador. Mi hermana Elsa, en cambio, reacciona con vehemencia apenas piensa en la posibilidad de que Correa se convierta en un nuevo Hugo Chávez y Ecuador en otra Venezuela. Una querida amiga de dicho país me escribe diciéndome que eso de atentar contra la vida del presidente siempre lo viven diciendo los que apoyan al presidente. Fabiola, mi esposa, insiste en que apoye a Correa. Una gran amiga sugiere que lo que yo escribo parece haber sido dictado por gente de Nebot. Hace pocas horas, otra persona, luego de decir que era imposible dialogar conmigo de política (no recuerdo que lo haya intentado), añadió que yo debería estar deseoso de dejar “el imperio” y regresarme al lindo “paisito” que Correa está preparando para los ecuatorianos. Esto me hizo recordar lo que los esclavistas sureños de EE.UU. decían a los negros, en épocas de la lucha por los Derechos Civiles: “¿por qué no se regresan a Africa?”, y lo que en los setentas alguna vez dijo Gloria Stefan de Rubén Blades: “Si tanto le gusta Cuba ¿por qué no se va a vivir allá?”, igual a lo que les dicen los “americanos” a los inmigrantes del sur (legales o no): “¿Por qué no se largan de aquí?”.

Estas semanas de fuerte insulto entre los políticos de América (del norte, centro y sur, y de Ecuador, obviamente), estos días de odios y temores que salen a flote con todo lo malo que llevamos dentro (esa partecita nuestra que siempre queremos negar), veo que los primeros responsables son los políticos involucrados, llamados a elevar el nivel de confrontación (no sé qué extraña perversión les hace pensar que la mediocridad en el debate los vuelve más atractivos). Los segundos responsables somos nosotros mismos, sus seguidores, tan poco acostumbrados a ponernos en el lugar de los demás. A pesar de que la “historia” justifique y documente el insulto político como algo “normal” –hasta risible- en los procesos de fuerte confrontación, hay otra historia, como siempre, que es la base de datos de nuestra manera de ser como personas. En esa información desconocida, el insulto tiene muy poco de agradable, pues puede fracturar a varias personas de manera irreversible.

Nosotros, tan acostumbrados a creernos superiores, seguramente pensamos que nuestros ex-abruptos corresponden a las finezas verbales de los lores ingleses, que discuten en el Parlamento en medio de risas y hábil manejo retórico, en forma de punteo-contrapunteo verbal. Pues no, lo siento: NO somos así. Lo nuestro es más brutal, más ciego, más autoritario, más vulgar e ignorante. Y eso es un problema que los líderes hacen cada día mayor.

¿Por qué no estoy a favor de Correa o Nebot? Porque el mundo ni empieza ni se acaba en ellos (ni en sus seguidores, ni en sus "cuestionadores"), porque la vida es más compleja que dos posiciones políticas y que dos proyectos sociales, porque firmemente creo que un ser humano no debe renunciar al cuestionamiento de los mecanismos de poder en cualquier sociedad, en cualquier época y en cualquiera de sus formas y, quizá también, porque, siguiendo mi frustrado anarquismo, pienso en el fondo que el poder corrompe, pues es algo que rebasa la capacidad humana. ¿Por qué no estoy a favor de Correa o Nebot? Porque no tengo compromiso ni con ellos ni con sus afiliados. De ellos no he recibido nunca nada y tampoco me interesa recibirlo. Ni me he favorecido de la derecha ni de la izquierda. He recibido regalos de mis amigos y parientes (ahora de mis mujeres: Fabiola y Fabia), y a ellos no les puedo pagar lo mucho que me han dado. Muchas veces la soledad es mejor que la adhesión ciega. Se vive con más incomodidad pero ese es el costo de la libertad de pensamiento. Esto tampoco lo he inventado yo: lo sistematizó y desarrolló Edward Said, quien vivió a caballo entre un deseo de bienestar para su gente y un país que nunca fue suyo, porque su país ya no existía y el mundo era ya el espacio de emigraciones globales de los más pobres.

[Publicado el domingo 27 de Enero del 2008]