lunes, 17 de abril de 2023

De Quentin Tarantino y su Cinema Speculation a Fernando Mieles



Este es un libro fresco, de rápida lectura y, sin embargo, de difícil seguimiento si el lector no pertenece a la cultura visual popular de los Estados Unidos, más concretamente: a la época de adolescencia del autor (70s). Las películas de acción, de vaqueros, policíacas, de horror, misterio, pornografía dura, artes marciales forman parte del universo formativo del joven Taratino, asiduo asistente a cines de segunda (o tercera), de la época en la cual la "doble función" era la norma.

Comentarios personales, datos autobiográficos, sumas de títulos y anécdotas de gente de cine son las característica de ese recorrido por su vida. Su lenguaje es sencillo, directo y ameno. Desués de leer el libro, uno entiende mejor sus gustos y preferencias temáticas, así como su punto de vista: abierto, popular, sincero, elaborado. El libro funciona como una larga explicación a las elecciones que él ha hecho en su vida y al tipo de cine que ha generado. Es, al mismo tiempo, una muestra de cómo se puede ser iluminado sin ser pedante, popular sin esforzarse, elaborado sin ser oscuro o abstracto.

Este es el universo de Pulp Fiction que, desde su nombre, hace un homenaje a la literatura policíaca de masas, de los 40s y 50s (no ese empeño de clase media latinoamericana que nunca salió del whodunit y a la cual el mismo hardboiled la resulta camino cuesta arriba, no se diga los trabajos de Rubem Fonseca o el humor de los españoles Mendoza, Olmo o Vásquez Montalbán) y se extiende a las imágenes de los comics, tan de moda en los 60s y 70s, a la crónica roja y al mundo del jet set de Hollywood. Así, se entienden mejor sus famosas  Kill Bill, Inglourious Basterds, Jackie Brown, Django Unchained, Once Upon a Time… in Hollywood, The Hateful Eight y Reservoir Dogs.

Mientras leía, como ocurre con todo libro motivador, me pregunté ¿qué pasaría si, por ejemplo, Fernando Mieles hiciera una película basada en los comics y las revistas que se leían en Guayaquil en los70s? (Chanok, Hermelinda, Memín Pingín, Tarzán, entre tantas). ¿Qué habría ocurrido si su maravillosa Descartes estuvira basada no en una película extraviada sino en las escenas de Cartuchito, el famoso, flaco y ocurrido payaso que apareció en El pantano de los cuervos (1974)?


¿Qué ocurriría si Mieles diera libre albedrío a su imaginación y nos metiera en el túnel del tiempo para recuperar los cines Presidente, Guayaquil, Apolo, acaso también los lugares que se fueron, como el Montreal, la cantina de los mellizos (gente del cerro, allá por la calle Pedro Carbo), El Chuzo Engredído y El Rincón de la Brujas? ¿Qué sería si Mieles se fuera al sur y le diera vida al Barrio del Astillero en imágenes, y los antros del glorioso Barrio Cuba? La reconstrucción de la memoria urbana lo demanda. Ese, creo es también el mérito de Tarantno y su libro: recuperar el tiempo, la gente anónima pero multitudinaria, esos personajes de quien nadie supo, como Floyd Ray Wilson, a quien Tarantino ahora sabe debió didicarle su Oscar.

Acepto que esta no es la primera vez que este afán se me cruza por la cabeza. Es en realidad una frustración por el Guayaquil ya ido y hoy en manos de la delincuencia, los Carteles de la droga y un presidente al que no saludo ni el pero de su casa. Y esta obra, que exige prontitud y mérito, solo puede ser encargada a quienes respiran el río y el Estero, a los que conocen el pasado (no se lo inventan o lo copian), a los que vivieron y crecieron ahí, no a los turistas internos o externos que, de la noche a la mañana, se multiplican y pescan a río  revuelto.





lunes, 23 de enero de 2023

Y de pronto, se hizo el cine

Ocurrió una noche, cuando fuimos en procesión desde mi casa hasta la zona del Rodillo. La casa esquinera no tenía verja y la amplia pared servía de telón para proyectar las películas. ¿Cuál era? ¿Marcelino, pan y vino? ¿El monstruo de la laguna negra? ¿El pantano de los cuervos? No importaba la película tanto como el rito y la aventura de sentarse a un lado, tirarse en cualquier parte de la calle o mirar desde el fondo las imágenes sucediéndose en la pared.


Esa misma aventura la repetíamos en la sala de casa, en un imaginado cine diminuto en donde los vecinos llegaban con almohadas y se acostaban en el suelo para desde ahí ver la televisión que nos enviaba series en blanco y negro, películas y programas de noticia. 

A la par que esperábamos ansiosos el nuevo episodio semanal de Johnny Yuma, el rebelde, Maverick, La rubia peligrosa, Marcado, Cita con al muerteLos intocables y los ya viejos capítulos de Cruz Diablo, aplacábamos la espera con los diarios capítulos de las telenovelas mexicanas: Rubí, Renzo el gitano, Muchacha italiana viene a casarse


Las películas de Guayaquil eran en realidad los cines de Guayaquil. De ahí tomaban su sello, su importancia, su caché. El Presidente, por ejemplo, era de la vieja oligarquía y gente mayor. El Victoria, en cambio, a pocas cuadras y bordeando la zona candela del centro, era para el pueblo sediento de  pornografía. El Guayaquil y su cafetería Pacha eran sinónimo de elegancia. El resto tenía una historia menor ya en los 70s: el gran Olmedo iba desapareciendo poco a poco, igual el Apolo, Metro, Fénix y el 9 de Octubre. Al mismo tiempo, otros aparecían, como el cine Inca, al sur de la ciudad.

El cine era lugar preferido de los enamorados, parejas que tibiamente se tocaban o se besaban esquivando la atenta mirada chaperona o la linterna de los guardias que acababan con el embeleso; rito romántico que pasaba a la carnalidad más brusca, por ejemplo en el Victoria o el Porteño, a veces el Quito.

Con la adolescencia, el cine se convirtió en regla forzada de la ceremonia de crecimiento urbano. Las películas seguían siendo de EEUU o México, raramente de Europa. Pero no importaba. Uno no iba a realmente a ver la película sino a pasarla bien con los amigos, a gritar, comprar algo para comer, buscarse con chiflidos en la oscuridad cuando se llegaba atrasado. Y hasta para llorar, como ocurría viendo películas largas, tristes y casi absurdas, como Joker, una película hindú que hizo llorar a César Noblecilla y Charles Mayorga en el Fénix mientras yo les veía las lágrimas chorrearles por las mejillas desde la fila de atrás. 

Pero el cine era también interactivo: la gente, contenta o enojada, establecía un diálogo directo con los actores, como si estuviéramos en el estadio viendo un partido de fútbol. Insultos, risas, preguntas, todo aparecía  mientras duraba la película. Recuerdo que a causa de la censura contra la pornografía, en un cine porno decidieron pasar Más allá del bien y del mal, de Liliana Cavani. A los pocos minutos, el público frustrado y enardecido comenzó a gritar en trailers trailers trailers y a tirar botellas a la pantalla. Luego, en un momento de respiro, mientras Dominique Sanda se desnudaba frente a su esposo, alcanzaron a verle el no muy pronunciado miembro viril a lo cual alguien gritó: "mira ese huevito" y todos se rieron y otra vez gritaron trailers trailer trailers y a tirar botellas.

Era en el cine también que encontrábamos a nuestros lejanos, cercanos o imposibles amores, en la complicidad de la penumbra que no revelaba el rostro y fomentaba ilusiones de belleza y coqueteo. Y afuera del cine se sellaba el encuentro con nombres, número de teléfono, con suerte una cita. O también con una pelea contra los del barrio local que había hecho del cine su punto de encuentro: Machucagente sacándole la madre al tristemente célebre Karate, un boxeador enanito belicoso del barrio Cuba que defendía a los aniñados del Centenario.


Para los solitarios, entrar al cine era entrar a una región de libertad mental interminable. Y así mismo, salir al terminar la función era volver a un mundo caótico y vulgar, con un exceso de luz que no servía para nada. El cine era el espacio para ser auténtico de muchas maneras. (El gran Medardo Angel Silva ha escrito de manera insuperable sobre esos detalles). 

En Guayaquil, ya para fines de los 70s, el cine había dejado de ser punto de reunión principal, aunque se mantenía gracias a los grandes éxitos comerciales. Los gustos habían cambiado. Y en ese cambio  la encantadora oscuridad de la sala se fue perdiendo, la costumbre de llegar a tiempo a una función, pensar si los trailers valían o no la pena, si la segunda película sería tan buena como la primera, se vieron desplazados por los temas y contenidos de las películas europeas e independientes que empezaron a llegar en festivales, funciones sabatinas (cine forum, entrada gratuita) o algún programa cultural de consulados o academias de lengua extranjera, como en las noches de verano en el patio de la Alianza Francesa, mientras pasaban L'homme qui aimait les femmes. 

En los 80s, esa reducción o desarticulación de este fundamental espacio urbano en la historia de la cohesión social de Guayaquil, la sucedió la llegada de los videocassettes que ofrecían más variedad pero también obligaban al gran público a desaparecer y reducirse a pequeños grupos. Ya no habría más aquellos gritos desaforados que se oían en los cines, ni las risas o comentarios por algún chiste u ocurrencia del público. No habría intermedios para comprar hamburguesas o sorbetes, canguil o refrescos.


Lo que se vive hoy es una prolongación de esa dinámica de los 80svía internet, pero de manera más radical y amenazante: hay más recursos para producir y consumir películas de toda índole y desde cualquier lugar del mundo, de gran o pésima calidad, como siempre. Pero no hay el bullicio, el movimiento humano tan propio del siglo anterior. Lo de hoy es más un acto privado que descarta diálogos o comentarios, bromas o risas. Es la muerte de la sala de cine propiamente. Y en ese cambio del gentío al sujeto solitario, sin duda mucho fuimos perdiendo. Hoy, acaso con suerte un fin de semana, la función ocurre en una casa, de manera discreta, entre pocos amigos, en donde, olvidándose de la película propiamente, uno se dedica más a disfrutar de la compañía de otros sin importar el resto.  




domingo, 8 de enero de 2023

Radiografía del barrio

No hay historia más complicada que la de nuestras repúblicas latinoamericanas. Parece ser una pieza de teatro en la cual siempre encontramos la dificultad de definirla como comedia, tragedia o drama, pues sus personajes son muchos, variados, contradictorios y cambian de una escena a otra a lo largo de la represetación. Esas fueron, más o menos, las palabras del padre jesuita e historiador Juan de Velasco en el período colonial tardío.

Dicha herencia de organizada rencilla y complejidad la heredamos de España y su agobiante sistema de definiciones de castas, razas y condiciones sociales. La podemos verificar en cualquiera de las tantas crónicas de conquista que describen duelos y discriminación entre gente de una comarca y otra, entre regiones del norte versus del centro o del sur. Nosotros, latinoamericanos herederos de bondades y maldades, a lo largo de 400 años le hemos puesto nuestro sello íntimo y personal. El barrio, ese microcosmos del país, es una muestra de lo que digo arriba. Veamos.


Soy del sur de Guayaquil, de la Ciudadela 9 de Octubre. Pero, como muchos, nací en el norte, en la meternidad que corresponde al cerro Santa Ana, y llegué a los dos años al otro polo de la pequeña ciudad. Ya he dado cuenta de las aventuras que vivimos en nuestra adolescencia en Los patriotas del sur. Quiero volver en este punteado sobre unas lineas esbozadas en El libro del barrio.

Mi barrio no era un barrio sino muchos barrios. Pero a muchos del barrio no les gustaba que así fuera, así como tampoco les gustaba la chabacanería de la palabra, a la cual desplazaban con "la esquina", "el parque", "de la cuadra", "de la manzana" o con el nombre de la tienda más frecuentada. La gente de mi barrio (que en realidad era solo una parte de la Ciudadela 9 de Octubre) era de la tienda La Gloria (equivalemte a La Favorita, que era la tienda los aniñados de otra zona). Todo eso, sin contar con las decenas de grupos menores que se formaban en cada cuadra y no se reconocieron nunca en ninguna descripción ni de aquí ni de allá, mucho menos los solitarios de cada sector, esos jóvenes que andan por las calles hasta encontrar un nicho en donde los aceptaran y fueran ellos como quisieron siempre ser.

Pero a la gente de La Gloria no le gustaba que fueran "a parar" otros que no eran del sector. Los miraban con enojo, celo y recelo, a veces hasta con desprecio, según el dinero que tuvieran (lo mismo ocurría en otros lados). La última generación de La Gloria, sin embargo, no recuerda que antes de ellos  estuvieron los fundadores: el viejo Pombar, Caballón, Pachequito, Gordillo, Huen Huen, Figurita, Suelazo (por los 60s); y que callejones más allá existieron también Bolita, los Monge, Pollo Enano; y del lado opuesto la gente del Rodillo: el negro Mina, el Conejo y Cachete en las filas de Platense que se enfrentaría al King donde jugaban los Martillo que eran de la Ciudadela pero también del Camal. Y también Leoncio Orellana, la gente del negro Georgi, Zapata, ñañito, la Feria, los hermanos Ron, Galo Ullauri.

He incluido otras geografías en el mapa barrial no a propósito sino de manera irremediable: mi barrio era la ciudadela, pero la ciudadela no era mi barrio porque no era mi propiedad sino la de todos: de La Gloria, de la plazoleta, del Rodillo y de La Favorita. En mi barrio también había divisiones de clase social, muchas veces traducida en membretes educativos: los de colegios religiosos (Cristóbal, San José, Javier) se reunían solo entre ellos. Pasaban por encima la amistad con el vecino con tal de mantener relaciones con gente de su nivel. Pero dentro de la misma casa había hijos de colegios públicos, a veces de no gran reputación. (Uno de los problemas de la enseñanza privada es que conduce a la discriminación social, uno de los problemas de la enseñanza pública es su radical mediocridad).

Así, a la falta de memoria y generosidad humana, notoria en los conflictos sociales, no se diga el permanente espíritu de competencia y secretismo propio de la adolescencia, se une el innegociable monopolio de la membresía. Por ejemplo, al fondo de la Calle 7 (sigo en Ciudadela) paraban: Gorilón, Kukuku, Miguel Marino, el negro Ojito, el colorado Benavides, Pajarito, Magoo, el longo Marcelo, el loco Mickey, la Cucufata, Chimbacalle (a veces también el longo Emilio), Frejolito, el flaco Quiroz. Y amigo de ellos era Cucho, que era mucho mayor y en realidad se pegaba más a los fundadores de La Gloria (o sea, la gallada del viejo Pombar). Entrar a cada uno de esos círculos era imposible, salvo afortunadas excepciones.

Pero la época de Cucho y su generación (poco antes de los 50s) fue a fines de los años 60s-principios de los 70s; la de Gorilón y los otros (nacidos por el 54) a mediados de los 70s. La última generación de La Gloria (nacidos por el 57), siendo la menor de todas, existió desde inicios y mediados de los 70s hasta hoy (aunque ya no queda casi nadie).


Si me preguntan cuál era mi barrio, diría los cholos del callejón E. Crecí junto a Manuelón, Monín, Puigoma, Ceviche, el loco Rey, Cuerito, Caimunga, Careplato, Pinina, Mirada de longo, el cholo Cepeda, 15 libras, padre Bazurco, Verruga, Vladi, El Amigo, 5 veces. Debería también decir Pluca, pero Pluca (sí, como la leche) no paraba en la esquina con nosotros. O sea, no era "del barrio". Pero frente a la esquina estaba el parque, en el cual se juntaban los ya desplazados de La Gloria (antes habían parado afuera de la casa de Cachato Jeff, debo enterarme más de los detalles de esos desalojos que los llevó hasta el parque) y algunos de ellos, sobre todo los menores, se juntaban con algunos de nosotros y vice versa. . Nosotros, que éramos menores, de colegios fiscales y callejones con casas pequeñas. Otros, como La Rubia y el Perro Bolivín, don Gachu, desertarían el busca de su propio rumbo popular.

En estas interminables anécdotas de personajes, lugares y aventuras, siempre me he quedado corto con historias ocurridas en otros puntos de la ciudadela (hay tanta vida y tanto por contar), con lo que decían las chicas, cómo vivieron y crecieron puertas adentro. No sé nada de sus amores ni de lo que fue de la hermosa muchacha que vivía junto a la farmacia Atenas, o aquella que andaba en una motoneta y pasaba veloz frente a nosotros. Alguien debería contarnos todo eso.

Con los años, la gente partió hacia otros rumbos (dentro y fuera de Guayaquil), algunos matuvieron el contacto, otros no. Los que se quedaron, asumieron la responsabilidad de mantener vivo el recuerdo de lo que alguna vez fueron o fuimos (no sé cuál es mi lugar ahora en el barrio, pues mis amigos cercanos ya han muerto o no viven ahí) y no es raro ver que ahora se envistan de una autoridad cultural que jamás tuvieron cuando jóvenes pero que el tiempo y el amor por el terruño les dio con justa razón. Tal es el destino humano: al final, los héroes son los que resisten el paso del tiempo, los últimos valientes. Con los años, de esa gran marejada humana que fueron los muchos amigos del barrio, pocos serán los que queden para siempre, o casi siempre. 

Me informaron hace poco que se van a reunir nuevamente, que enviaron una lista de 60 y pico, que no todos han sido invitados y los que han sido aun no han dado la contribución. No terminan de ponerse de acuerdo sobre quién es o no del barrio (o sea, su barrio, sus cuadras). Siendo del sur se reunirán en el norte, por seguridad y comodidad, asumo.  Así se ha fraguado y queda la vida de los que fuimos del sur, allá por los 60s y 70s. No sé quiénes irán finalmente a esa reunión. En todo caso: ¡salud!



 





viernes, 2 de diciembre de 2022

Medir la vida

Estaba terminando la autobiografía de Brian Wilson, la figura principal de los Beach Boys y, como me  ocurre con todo buen libro, sus ideas empezaron a contagiarme y me pregunté: ¿Cómo organizo el recuento de mi vida? En mis clases de América Latina siempre expongo la época pre-europea como si fuera un todo hegemónico de los antiguos habitantes. Luego, la llegada de los "españoles", que eran en realidad de toda Europa y de Africa, período colonial, Independencia, época contemporánea.

Tanto afanarse en la taxonomía, me digo, para luego darse cuenta de que el asunto es más complejo, que el antes es un futuro y el presente ya se ha ido (aunque muchos digan lo contrario). Y pensando en el libro de Wilson, en mis clases, en las luces sobre las paredes, los anhelos, me pregunté: ¿De qué manera puedo dar cuenta de mí mismo y por qué? 

Me he dedicado efímeramente a poner en páginas aquello que es temor de querer decir mucho (en realidad, lo vengo haciendo a mi manera desde hace más de treinta años) y también temor de alcanzar poco. Y ahora lo sigo pensando.

Pero, he aquí la versión rasa para medir la vida del hombre del sur que sigo siendo:

1. Nace y va a la escuela: los 60s

2. Crece y comete errores (amó mucho y no lo amaron): los 70s

3. Llama a esta primera etapa "la del Alfaro" y a la segunda "de la Católica": los 80s

4. Llega a Francia: 84-86

5. Regresa a Guayaquil y a Alausí, Riobamba y Cuenca: 87-88

6. Viaja a los EEUU y regresa... 88-90

7 Viaja a Illinois y Oregon y regresa... 90-93

8. Regresa a Oregon y va a Nueva York: 95-98

9. En NY desde el 98 

10. Luego de 3 años, por unos días regresa a Guayaquil...

10. Hace lo mismo por los próximos 10 años

11. En 2005 nace Fabia Matilde y su vida cambia (le teme a Dios y a la muerte)

12. En 2010 nace Fabiana y su vida cambia más (y le teme más a Dios y a la muerte)

13. En 2016 compra un casa y trata de vender otra para pagar la que acaba de comprar

14. No lee mucho, se preocupa del paso del tiempo, las deudas, Fabia que termina la secundaria y el aumento de peso

15. Temiendo a Dios y amando a sus hijas, soportado por su quejumbrosa mujer, siente una callada dicha.

16. Rebusca nuevamente en sus papeles algo que pueda recuperarse. Juega a ser Morelli, aun le disgustan los intelectuales farsantes (sobre todo esos que él llama "longos") y sabe que su suerte ya está echada. 

Quizá de esa manera pueda medir mi vida. De a poco. De a capítulo. De retazo en retazo o tranco en tranco, como dijo el cojo.

Decía que estaba terminando la biografía de Wilson, el de los Beach Boys, y recordaba mi reproche al libro de Miguel Donoso Pareja, que debía ser su autobiografía pero se convirtió en una recopilación de comentarios periodísticos. Nada de lo cual un hombre pueda a prender de otro hombre. Me quedé pensando en el robo emocional e intelectual que podría cometer. Por ejemplo, robarle a mi Fabia su experiencia, su dolor, su trauma: los niños son seres muy delicados y lo siguen siendo en la adolescencia. Una niña de su escuela, hace cosa de cinco años, se suicidó. Nadie sabe mucho del asunto, nadie ha preguntado. Fabia, me dijo que la niña siempre estaba en la bilblioteca, acompañada de libros y hablando con el bilbliotecario (quien nunca adivinó nada). En este pueblo pequeño y hermoso una niña hermosa y dulce se suicida de la nada. Al menos, nada nunca supimos. Y esa es una historia del trauma de mi hija que la va a perseguir luego, en algunos años, de la misma manera que me persiguen ahora mis muertos. Pero yo no puedo contar esa historia porque es de ella, es su dolor, su sufrimiento. Y eso es sagrado.

Y está Fabiana también, creciendo, siendo otra e igual a su hermana. Tan dulce y extremadamente inteligente como la mayor, y sin embargo muy diferente. Fuimos una vez a una de las haciendas de la zona, una de esas que aparecen en películas de campo y hay tractores y tienen un almacén grande en donde vende panes, pasteles, frutas, sopas naturales. En el salón de ventas, en otra mesa estaban una niña y una mujer mayor, casi una anciana. Fabiana la vio pero un rubor hizo que ninguna de ellas se saludara. Luego supe que la niña tenía a sus padres en la cárcel, por venta y consumo de drogas. Y la anciana era la señora que la tenía en su casa hasta que las autoridades resolvieran qué hacer con ella. Eso fue hace tres años. Fabiana quizá tenía 9 pero ya se daba cuenta de todo. ¿Qué hacer con ese dolor, ese cosa indecible de mi hija escuchó de labios de la otra niña, de la verguenza, del comportarse raro en clase y frente a otros? Estamos en EEUU, me digo, esas cosas no pueden pasar aquí. Y volviendo a mis fueros de barrio, de hombre del sur, comparo y concluyo que no hay dolor más fuerte ni aquí ni allá, ni hay colores no condiciones sociales cuando, con la luz apagada, el rostro de una niña se enfrenta al silencio de un Dios que no aparece.

Medir la vida, me digo, medir mi vida con lo que venga. Contarla de a poco. Quizá aquí, quizá en otro lugar, pero contarla porque hay cosas que no pueden morir en el silencio.






lunes, 21 de noviembre de 2022

Esos europeos...

Esos europeos que llegaron al Nuevo Mundo y que luego llamaron "América", para referirse tanto al continente, a los Estados Unidos o al sur de todos

Esos italianos que son en Brasil la comunidad más grande y le dieron a Uruguay y a la Argentina un nuevo acento, una voz diferente, un caló que nace y crece entre Napoles y Sicilia

Esos europeos que salieron de España por el franquismo y dejaron Galicia, Euskadi, Cataluña y Andalucía para regarse por todo el continente más allá del Atlántico

Esos europeos pobres o perseguidos que dejaron barrio, amigos, familia, sueños, memorias

Esos que llegaron de otros lados más antiguos, que fueron arrancados de sus geografías para ser esclavos o sirvientes

Esos que fueron perdiendo poco a poco o de un solo golpe, allá y acá, y que solo se quedaron con unas fotos en blanco y negro, acaso una dirección en un sobre o una imagen en una película sin sonido

Esos amuletos, tatuajes y rincones del pasado se presentan a veces ante mí y lo hacen de las maneras más descabelladas, en canciones por ejemplo, en páginas de un libro que no avanzo y no sé por qué mismo. Aparecen en las páginas de los "Clásicos Grolier Jackson" que fue la primera colección que leí por entero (temo ahora abrir esas páginas nuevamente)

Esos europeos con sus libros y sus historias que solo Borges pudo compendiar desde el futuro ya no son solo eso. Ahora buscan afanados el carbón, la macilla, el camino del rebaño en el campo, las talabarterías

Los he visto siempre, he crecido con ellos, he hablado con ellos. Muchos no saben quién son ya, si el sonoro canto de los pájaros en la mañana o los mismos pájaros en el funeral de Leon Hi Fong

Esos europeos se fueron haciendo mandiga sin saberlo, se anclaron en páramos, se escribieron en  "cuadernos de bantú" y encontraron sus posesiones en bazares del centro de una ciudad junto al río

Y siendo por una parte los mismos que eran antes, dejaron de serlo simultáneamente para alegar otras palabras. Redescubrieron el amor que era el mismo amor de sus abuelos, igual de cercano a la tierra, con las mismas imperfecciones y los errores de los adolescentes (no importarles nada, vivir por vivir, reirse de todo, hacer de la rapidez la receta para las enfermedades)

Esos europeos, por ejemplo, aún se van de sus pueblos, cruzan nuevamente el Atlántico. Con una sonrisa dicen que trabajarán en tal parte, que los esperan. Pero hay otros que se quedan, más que tristes preocupados porque ya no va quedando nadie y es una sensación que desde la antípoda ya vivimos hace mucho: las casas vacías no nos son ajenas

Esos europeos, generaciones posteriores, de pronto regresan al lugar de donde salieron sus mayores, pero ya son otros, están irreconocibles porque vienen de "las tierras del nuaymás" en donde lo único que crece es el polvo con el sol y la violencia con la incertidumbre


Carta de León Iturburu (el ancestro) que desde Francia le escribe arrepentido a Veitimilla haber dejado "el Guayaquil", después de vivir allí tantos años y en donde tenía sus amigos y su vida, todo para sentirse extranjero en "la Francia":





domingo, 30 de octubre de 2022

Illia Ponomarenko: Corresponsal de guerra de Ucrania



[Pubicado en el diario Kyiv Independent, Octubre 30, 2022]

¡Saludos!

Hola, y gracias por recibirme esta noche.

Acabo de llegar de Kyiv y fue un viaje bastante largo que duró 30 horas, así que espero que tengamos una conversación sincera e íntima sobre las cosas que nos preocupan a todos.

No estoy aquí para sermonear a nadie o decir: "¡Debes hacer esto y aquello, nos debes!" o algo así.

Estoy aquí para hablar de esperanza y buena fe.

Me alegro de tener la oportunidad de hablar con los holandeses porque tenemos mucho en común, aunque estamos en lados opuestos del continente.

 

Hubo una vez en que yo era un estudiante en la ciudad de Mariupol. Solía ​​trabajar en una terminal de carga. Hubo una vez en que volví del trabajo a mi dormitorio y abrí mi computadora portátil para ver las noticias.

Cuando lo vi, me dije una frase en ruso: "Довоевались, уроды". Lo que puede interpretarse más o menos como: "Mirad lo que habéis hecho con vuestra guerra, monstruos".

Me refería a las personas que habían derribado el MH17 ese día

El derribo del MH17 fue un momento decisivo para muchas personas en Ucrania en 2014, así como para mí. Abrió un nuevo capítulo en la guerra. Nos demostró que la barbarie puede no tener límites.

Ya no es un conflicto regional localizado.

Han pasado más de ocho años desde ese momento.

Ya no soy estudiante.

Hoy soy periodista representando a mi país en el mundo. Sin embargo, todavía estamos peleando la misma guerra. En los últimos ocho años, y especialmente en los últimos ocho meses, han sucedido cosas increíbles.

Mariupol se convirtió en montones de ruinas. Mi ciudad natal de Volnovakha acaba de ser arrasada. La ciudad a la que estoy a punto de mudarme, Bucha, se ha convertido en un símbolo internacional de fosas comunes y ejecuciones.

Y los criminales del MH17 aún no han sido llevados ante la justicia.

Como periodista, he visto cosas increíbles que nunca olvidaré.

He visto a Kyiv, el corazón de toda la nación, de pie a solo dos pasos de su caída ante el avance de los ejércitos rusos.

Los soldados de las 72 Brigadas Mecanizadas de Ucrania se sacrificaban para detener el avance ruso en Kyiv cerca de la ciudad de Moschun, a pesar del derramamiento de sangre.

¡A fines de febrero, en los primeros cinco días, estábamos tan cerca de la caída!

Ese sería el final de tantas cosas preciosas y queridas para nosotros, para mi generación: los valores de la Revolución EuroMaidan, todas las reformas democráticas y la resurrección de la cultura ucraniana moderna.

El fin de nuestro mundo como lo conocíamos.

Y he visto algo increíble. Ucrania logró derrotar la guerra relámpago rusa, agotar su poder y revertir el curso de la guerra.

Ahora no estamos hablando de si Kyiv caerá dentro de las 72 horas. Estamos hablando de si podemos retomar Kherson en las próximas seis semanas y qué debemos hacer a continuación en esta guerra.

¿Por qué estamos donde estamos hoy, en contra de todas las expectativas?

Los muchachos de mi medio de comunicación, Kyiv Independent, me sugirieron que escribiera un libro sobre esta guerra. Estaba pensando: ¿cuál es la cosa más esencial de esta guerra, la conclusión más importante?

Ha habido muchas cosas importantes para los militares y la política. Pero me di cuenta de que lo más esencial es el aspecto moral.

Esta guerra me ha enseñado una cosa: actuar siempre de acuerdo con la mejor conciencia en el momento más oscuro. No importa lo difícil y aterrador que sea. Será difícil, pero al final del día, siempre será la única solución correcta.

La forma aparentemente más fácil siempre es incorrecta. Los tratos con el diablo,  hechos desde la debilidad y el deseo de esconder los problemas debajo de la alfombra, nunca terminan bien.

Por supuesto, no estoy descubriendo nada nuevo. Es un principio muy básico. Pero en la realidad de una guerra catastrófica, donde la vida normal de millones de personas se está derrumbando, es más fácil decirlo que hacerlo.

Pero esta es la elección moral que tuvo que hacer la nación ucraniana en esta guerra.

La nación hizo su elección, y las personas individuales también lo hicieron.

El primer día de la invasión, decidí que tenía que cuidar a mi madre. La hice salir de su ciudad en el este de Ucrania en vísperas de la invasión. Tuve que llevarla a un lugar seguro en el oeste de Ucrania.

Mi compañero de piso, Iván, tiene coche. Así logramos salir de Kyiv. La ciudad estaba sumida en el caos: tanques, enormes atascos de tráfico, sonidos de lucha.

Llegamos a un pequeño pueblo justo en la frontera con Moldavia, a 600 kilómetros de Kyiv.

Cuando llegamos, estaba tan exhausto que llegué al sofá más cercano caí y me quedé inconsciente.

Pero luego, por la mañana, surgió la pregunta: ¿qué sigue? Mi amigo Iván estaba conmocionado y asustado. No podía comer, no podía dormir, no dejaba de repetir: "Hombre, no voy a volver, nunca, nunca".

Yo también estaba asustado. Las cosas no pintaban bien en ese momento. En el mejor de los casos, podría esperar volver a Kyiv solo para ver la batalla por la ciudad y, con suerte, tratar de huir con vida mientras la ciudad cae.

Mientras tanto, el 25 de febrero, en Kyiv, los militares entregaron miles de rifles AK a gente muy normal, a todo el mundo dispuesto a luchar hasta el final, solo en las calles.

(Puedes encontrar fácilmente videos de eso en Internet).

Fue un acto desesperado. Todos esperaban un gran avance ruso en Kyiv desde el norte.

La gente común en Kyiv, solo civiles sin entrenamiento, tomaron la decisión de agarrar las armas y luchar en sus calles contra un ejército regular invasor.

Mi amigo Iván y yo, al ver esto, también tomamos una decision: “No nos vamos a rendir y no nos importa”. Y esa fue la decisión más correcta de mi vida.

Y regresamos a la ciudad bajo ataque.

Entramos a las calles vacías y oscuras. Los sistemas de defensa aérea ucranianos intentaban interceptar los misiles rusos entrantes, sin éxito.

Vivíamos en un piso cerca del campo de batalla de Bucha e Irpin, compartíamos la comida y nos despertábamos y caíamos con el sonido de la artillería. Trabajé como periodista de Kyiv Independent y mi compañero de piso era mi conductor.

Esta fue la batalla de Kyiv.

 

Pero no se trataba solo de gente común como yo.

Siempre he sido bastante crítico con Volodymyr Zelensky. Antes de la gran invasión, era bastante desordenado y no se tomaba lo suficientemente en serio su trabajo.

Pero cuando llegó la hora más oscura, también tuvo que tomar una decisión importante.

Su propia administración le rogó que huyera de Kyiv antes de que fuera demasiado tarde. Los líderes occidentales ofrecieron su ayuda en la evacuación.

Pero dijo que no. Y decidió quedarse en Kyiv, diciendo: "Necesito munición, no un aventón".

Lo más probable es que esta frase sea solo una leyenda.

Pero, no obstante, ahora conoces a Zelensky como un destacado líder de guerra de este siglo.

No como otro "presidente en el exilio" bueno para nada y haciendo declaraciones sin sentido y dando entrevistas en el extranjero.

Y gracias a la unidad nacional en Ucrania y las fuerzas armadas, estamos donde estamos ahora. Y no hay ninguna bandera rusa ondeando sobre la plaza Maidan en Kyiv.

Y ahora están perdiendo terreno en Ucrania.

Y Vladimir Putin está pensando en cómo permanecer en el Kremlin, cómo evitar una derrota catastrófica en Ucrania. Y ahora mismo, no está pensando en lo que quiere tragarse a continuación.

¿Por qué pasó esto? ¿Cómo es que se las arreglaron para estar tan equivocados acerca de Ucrania?

A menudo llamo a esta guerra una de las guerras más tontas y absurdas de la historia humana.

De hecho, con toda seriedad, los líderes del país más grande del mundo pensaron que Ucrania simplemente caería en sus manos.

[Los rusos] Mintieron tanto que creyeron sus mentiras.

Estaban delirando y pensaron que nada estaría allí para detenerlos.

Todo el sistema se basó en el hecho de que tienes que decir lo que tus superiores quieren oír de ti.

Y también se suponía que los superiores siempre les decían a sus superiores lo que querían escuchar. Es como funciona la cosa en los pasillos del Kremlin hasta llegar a lo alto.

Estaban ciegos. La mentira los cegó.

No vieron que Ucrania ya no es la misma vieja república soviética. Durante los últimos 30 años, Ucrania se ha convertido en una nación independiente.

Estaban delirando y pensaron que nada estaría allí para detenerlos.

El exceso de confianza ruso fue más que espantoso.

Querían afianzarse fácilmente cerca de Kyiv en el aeródromo de Hostomel y luego aterrizar en el centro de Kyiv. Luego, simplemente mate o arreste a los líderes ucranianos en la zona del gobierno de Kyiv.

Convoyes de largo avance se movían a lo largo de nuestros bosques apenas protegidos.

Lo que terminamos viendo en los campos de batalla de Ucrania fue un ejército indigente, absolutamente negligente con la vida de sus soldados. Muy primitivo y sencillo.

Al carecer de tácticas sofisticadas, en muchos sentidos está peor equipado que el ejército ucraniano.

Pero aún así, este ejército es grande. El legado soviético les dio miles de tanques, piezas de artillería y rondas de municiones. Desperdician su mano de obra sin pensarlo dos veces.

Las hordas rusas ingresaron a Ucrania desde nueve direcciones, con solo 150,000 soldados, lo que definitivamente no fue suficiente.

El Kremlin sugirió repetidamente que se detuvieran las hostilidades si Kyiv se rendía incondicionalmente.

Pero el general Zaluzhny, el máximo comandante militar de Ucrania, también tenía una esperanza.

Sabía que las fuerzas armadas ucranianas deberían permitir que Rusia se adentrara profundamente en el territorio ucraniano y luego empantanarse, con su mala logística descarrilada, en un duro combate.

Los convoyes rusos que se desplazaban por las carreteras de los bosques ucranianos fueron emboscados por unidades ucranianas de gran movilidad. En muchos casos, las fuerzas ucranianas dejaban pasar los tanques rusos y luego atacaban los camiones de combustible que seguían a los blindados pesados.

Muy pronto, los tanques rusos despojados de combustible tuvieron que detenerse, listos para ser capturados intactos.

Para hacer frente al avance de las hordas rusas, el ejército ucraniano descentralizó el sistema de mando y control y otorgó más autoridad a los líderes sobre el terreno, que conocen mejor la situación.

Las formaciones ucranianas estaban usando tácticas de unidades pequeñas y altamente móviles para evitar convertirse en objetivos grandes y fáciles para Rusia.

Las unidades de combate ucranianas estaban mucho más motivadas, flexibles y efectivas. Porque también tenían esperanza, y sabían que nada está predestinado, y eso puede y dará pelea a Rusia.

Un paso tras otro, este fue el camino hacia la victoria en la Batalla de Kyiv.

En algún momento entre mayo y junio, el ejército ucraniano se había quedado sin munición de artillería estándar soviética.

Sin armamento pesado, Ucrania no tendría ninguna posibilidad a largo plazo. Pero nuestro ejército, nuevamente, encontró una salida. En un período de tiempo muy corto, logró cambiar en gran medida al uso de sistemas OTAN de 105 mm y 155 mm proporcionados por Occidente, abriendo una nueva página en la historia militar de Ucrania y dando un nuevo aliento para la guerra.

En este momento, Ucrania sufre los continuos ataques rusos contra nuestra infraestructura civil crítica. El Kremlin no puede derrotar a nuestro ejército en los campos de batalla, por lo que quiere obligarnos a rendirnos despojándonos de calefacción y electricidad en invierno.

Hay una batalla en curso entre los misiles rusos, los drones kamikaze de fabricación iraní, por un lado, y los trabajadores ucranianos que reparan la red eléctrica todo el tiempo. El público ucraniano apoya en gran medida esta campaña: ahora es un buen detalle ahorrar electricidad y abstenerse de usar lavadoras durante las horas pico.

En Podil, el epicentro de la diversión y el ocio en Kyiv, las luces de las calles no están encendidas después del anochecer. Pero la noche del viernes continúa. Los músicos callejeros tocan versiones de Oasis, la gente baila y pasa el rato en la oscuridad de la calle.

¿Sabes lo que hacen nuestros muchachos de Kyiv Independent durante el tiempo de alerta aérea? Salen de la oficina y se dirigen a un pub de cerveza artesanal que se encuentra en un sótano. Así que es un refugio y un bar.

La vida y la esperanza siempre encuentran un camino.

Los líderes occidentales también tuvieron que hacer esta elección moral hacia la esperanza y la superación de las dificultades en lugar de esconderlas debajo de la alfombra.

Occidente se ha abierto camino desde los inciales intentos de "salvar la cara de Putin" y "encontrar un compromiso para la paz" hasta este firme apoyo que estamos teniendo ahora.

Hemos hecho nuestra guerra con jabalinas y NLAW para la resistencia guerrillera bajo la ocupación rusa, luego con sistemas de artillería para una guerra en toda regla, ahora estamos consiguiendo instalaciones de defensa aérea.

Más de 10.000 soldados ucranianos tuvieron que morir para demostrar que la causa ucraniana vale la pena, que la ayuda a la defensa funciona y que Ucrania puede y ganará esta guerra si Occidente la apoya.

Necesitamos más ayuda, pero nuestra confianza en el apoyo occidental es ahora más fuerte que nunca.

Al igual que tantos en Ucrania, los líderes occidentales también tuvieron que tomar decisiones históricas en un momento histórico y elegir la victoria de Ucrania sobre el apaciguamiento de Rusia.

Pero seguimos escuchando voces en Occidente: “¿Por qué no hay negociaciones? No queremos morir congelados en invierno o morir en un ataque nuclear, como amenaza Putin. ¿Por qué debería importarnos Ucrania?”

Estas voces sugieren que vayamos por el camino más fácil: cerrar los ojos sobre Ucrania a cambio de lo que parece ser olvidar el problema por un tiempo.

Alimentar el apetito de un dictador solo alentará su expansión y demostrará que el chantaje nuclear y la extorsión funcionan. Y eso no es solo Vladimir Putin, sino también muchos otros regímenes canallas en el mundo.

No tomará tiempo emitir nuevas demandas y una guerra aún mayor.

Como dije al principio, los tratos con el diablo nunca salen bien.

Si permitimos que Putin devore a Ucrania, obtendría enormes recursos de esta tierra, como un control aún mayor del mercado mundial de alimentos, y más confianza en su expansión militar.

No estamos tratando con líderes razonables que actúan de buena fe. Nos enfrentamos a una mafia que continuará mientras no encuentre resistencia. Están fallando y están tratando de disuadir a Occidente de que no nos ayude.

No tenemos elección entre la guerra y la paz.

Tenemos que elegir entre un trato vergonzoso con el diablo que solo empeorará las cosas, y ayudar a Ucrania a detener al Kremlin ahora.

Rusia ahora bombardea ciudades ucranianas, provocando nuevas oleadas de refugiados. En este sentido, también hay una opción. Ustedes pueden decir estamos cansados ​​y queremos que esto termine, o pueden ayudar a Ucrania a adquirir defensas aéreas y proteger sus ciudades.

Espero que nos mantengamos en este camino. Ayudar a Ucrania funciona. Si no fuera así, ahora mismo estaría en una fosa común con las manos atadas a la espalda.

Los organizadores del evento me pidieron que dijera una o dos palabras sobre si creo que la reconciliación entre Ucrania y Rusia es posible en el futuro. 

Todos en Ucrania hicimos nuestra elección, y los rusos también tendrán que hacerlo, si quieren seguir siendo una nación. 

También enfrentarán esta elección moral de si van por el camino fácil, diciendo "Solo estaba cumpliendo órdenes", buscando excusas, acusando al mundo de lo que sucedió, o reevaluando su historia, su vida, su culpa y cambiando su país para bien.

Si lo hacen bien, en un futuro lejano quizá haya una oportunidad también para ellos.

Entonces, que haya esperanza y buena fe en lo que hacemos.

 

Nota del autor:

¡Hola! Mi nombre es Illia Ponomarenko, el tipo que escribió este artículo para ti.

Espero que te haya resultado útil e interesante. Trabajo día y noche para traerte historias de calidad de Ucrania, donde Rusia está librando la mayor guerra en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Mi pequeña patria, Donbas, es ahora el escenario de los peores combates. Estamos ayudando a mantener al mundo informado sobre la agresión rusa. Pero también necesito la ayuda de cada uno de ustedes: para apoyar el periodismo ucraniano en tiempos de guerra haciendo una donación al Kyiv Independent y convirtiéndose en nuestro patrocinador.

Juntos, podemos ayudar a traer la paz a Ucrania.

 

Autor:

Illia Ponomarenko es reportero de defensa y seguridad del Kyiv Independent. Ha informado sobre la guerra en el Este de Ucrania desde los primeros días del conflicto. Cubre temas de seguridad nacional, así como tecnologías militares, producción y reformas de defensa en Ucrania. Además, se despliega en la zona de guerra de Donbas con formaciones de combate ucranianas. También ha tenido despliegues en Palestina y la República Democrática del Congo como reportero integrado en las fuerzas de mantenimiento de la paz de la ONU. Illia ganó la beca Alfred Friendly Press Partners y fue seleccionado para trabajar como reportero invitado de USA Today en el Departamento de Defensa de EE. UU.

lunes, 8 de agosto de 2022

Hay un árbol en Guayaquil

 


[De Google Earth]

Hay un árbol en Guayaquil que crece en el parque del barrio o en la vereda resquebrajada de la esquina, en las cuartas que dividen el cemento y donde los niños juegan a la raya, junto a la yerba que aparece en el invierno tropical. Es el mismo árbol de las canciones y las borracheras, el que desaparece agobiado por casas y construcciones pero vuelve a surgir heroico cuadras más adelante. Lo he visto irremediable detrás del estadio Capwell y luego por la zona de Ayacucho y Tungurahua, frente a una ventana que sirve de clandestina tienda de abarrotes mientras rompe con raíces lo que se le vaya poniendo por delante.

[En: https://fundacionlaiguana.org/arboles-patrimoniales-guayaquil/]

Ese árbol es el único cuadro que pinta Servio Zapata, una y otra vez, como ese loco que hace mucho garabateaba paredes y veredas en el desaparecido malecón de Guayaquil (vivía en un almendro, recuerdo, y colgaba ollas y ropa de las ramas). Es el árbol infinito, me dijo el pintor en su estudio, como si hablara del universo o de la arena. Nunca se pinta el mismo árbol dos veces, solo basta cambiarse de lugar, juntarlo con otro y solito se van reproduciendo. Mientras hablaba yo pensaba en el Pierre Menard, autor del Quijote y en Funes, el memorioso ambos empeñados en reproducir el mismo objeto en tiempos diferentes porque, si a Zapata de verdad le interesara pintar un bosque (que es lo que muchos piensan) no estaría siempre pintando el mismo árbol, ese desafío de la razón y el equilibrio emocional.

A Zapata no le perdonan que pintando el mismo árbol gane dinero, y más aún que ese árbol siendo uno sea también otros. Lo he invitado a propósito a pintar los árboles de los Adirondacks, al norte del estado de Nueva York, para que siga haciendo dinero y conocimiento de la mismidad que lo apura.

[Un cuadro de Zapata]

A mí los árboles nunca me interesaron porque crecí con ellos en el sur. Eran laureles, ceibos, pinos, almendros, acacias convertidos en residencias de iguanas, nidos y panales. Pero sirvieron también de andarivel a una muchacha que se afanaba en coger guayabas y acaso ser la musa del poeta treinta y pico de años antes morir el siglo. Los árboles estaban a la mano o los teníamos que ir a cazar en diciembre a la hacienda el Guasmo y decorarlo con metales brillosos y falsos regalos para lucir en la esquina. (Si los árboles hablaran nos habrían pegado algunas puteadas hace mucho por las orquetas que hicimos de sus ramas). Su presencia está atada a la vegetación del trópico, tan nuestra en nuestra infancia, corriendo hacia la ría, saltando entre troncos derrumbados para ganar la orilla. Pero ¿Por qué entonces ahora tanta alaraca? Porque, de pronto, lo sobreentendido no resulta suficiente.

Mi primer supuesto acto de conciencia del árbol nace en el norte de California, allá por el 92, cuando estuve frente a los monumentales secuoyas. (El hombre es un ser diminuto, se nota a todas luces, pero puede causar tanta destrucción en un instante). El segundo, quizá cuando una mujer me contó que su madre abrazaba árboles para recuperar energía. Me pareció raro, casi invento, pero tenía sentido, después de todo, los árboles anteceden al género humano. El tercero ocurrió leyendo la trilogía de El señor de los anillos, cuando uno de los árboles gigantes aclara que los ents son árboles con memoria.

Pero, en realidad, no existe tal caer en conciencia de las cosas, como nos decían en los 70s. Hay solamente un recuerdo aplazado, un hecho negado por conveniencia o una ignorancia tremenda que usualmente esconde el infaltable temor. Porque, si de los árboles venimos y a los árboles regresamos, ¿para qué empeñarnos en una lección de aprendizaje?

La misma realidad y preocupación por el árbol es la que tenemos por el río y el mar, pues el árbol simbólico de los manglares se transforma en el golfo, abriéndose al océano y, en una mirada interior, deviene en el eucalipto andino (Alausí y Cuenca en el corazón) y las olorosas campanillas que son su fruto. Y ese mismo árbol  está más allá también, siendo arbusto, madera que devuelven las olas y la marejada en la playa. Así, a la inimitable amazonía que se apodera de efímeros países latinoamericanos la sucede el fondo del mar con sus desconocidos arrecifes y criaturas de las profundidades.

He desvariado a propósito en las líneas anteriores porque el árbol del pasado efímero subsiste junto a otras realidades naturales. Y no hay ser humano que escape a su amor o furia. Ahora lo sabemos. Ahora, solo nos va quedando el recuerdo privado o la imaginación del pintor que con tristeza ve que aquella distopía escuchada en su infancia se va haciendo nefasta realidad.

 


[En: https://fundacionlaiguana.org/arboles-patrimoniales-guayaquil/]