Hoy, ese libro es "No te vistas que no vas" de Helga Ayala. 141 de páginas en las que se describe y cuenta en breves párrafos y anécdotas a un Guayaquil dominado por identidades fallidas. Un mundo desconocido contado desde adentro, con conocimiento de causa, con el sello de verosimilitud que, al final, solo lo puede poner quien ha vivido la vida. Y también contado con vitalidad y tristeza. No hay fiestas, solo destrucción del cuerpo. No hay revolución socialista ni burócratas que triunfan en las elecciones. Aquí no hay elecciones.
Hay varios méritos en este hecho editorial: el que la voz que narra es de una mujer real (no una "escritora famosa" o alguien que pretende ser todo menos ella), que no se inventó un mundo de la nada, de lo que otros vivieron o de las modas literarias sino de lo que ha acumulado como experiencias de dolor y amenazas. (Y frente a ese mundo solo quedan la risa y la violencia). Es una gran contribución por su estilo y el punto de vista, por la honestidad literaria, tan ausente de las letras desde hace unos cuarenta años.
El segundo mérito del libro es que desmonta indirectamente las instituciones más sagradas: la amistad, el pudor, la prudencia, el control, la familia, las clínicas psiquiátricas, el amor y, en menor medida, la represión social y sexual, la jerarquización de oficios, las tertulias, la estética y el futuro. En ese sentido, cualquiera que haya leído "El nacimiento de la clínica" de Foucault fácilmente podrá encontrar contexto para las ideas del filósofo francés pero en Guayaquil. No es un ataque contra nadie en particular, como podría pensarse, sino contra todos los locos de la nave, empezando por los lectores, fieles y deslumbrados voyeristas de la catástrofe.
Hay también en esta corta novela (o selección de párrafos hilados, ya no importa el membrete) un aquí y un ahora, una secuela de incesantes bofetadas, como lo hemos encontrado en el Reynaldo Arenas de "Antes que anochezca" o en la "Trilogía sucia de la Habana" de Pedro Juan Gutiérrez, la Colombia de Fernando Vallejo; el detective del español Eduadro Mendoza y claramente en el mejor Rubem Fonseca (sobre todo el de El Cobrador); y posiblemenete mucho antes en el viejo Henry Miller de los "Trópicos". Hemos encontrado ese tipo de discurso en todos ellos, pero nunca antes en una mujer de Guayaquil y ciertamente de Ecuador, acaso exceptuando a la llorada Ileana Espinel de sus últimos poemas. Una rareza en América Latina y en lengua castellana.
"No te vistas que no vas" es una colección de anécdotas ágiles, tristes, jocosas, terribles y atemorizantes. En las pocas páginas que tiene acaba con todo mito que se pone por delante mientras que, al mismo tiempo, busca afanosamente mantener un sentido de equilibrio por venganza, de balance por demolición de lo que no funciona: una experiencia tras otra se descubre la fragilidad de la vida y la razón. Frase a frase, la autora demuestra que, de alguna manera, en esta sociedad todos estamos enfermos. No hay culpables, solo víctimas jugando a veces a ser superiores a otros.
Helga Ayala ha entrado pateando puertas y eso los escritores y escritoras, los poetas y las poetas (o poetes) nunca se lo van a perdonar. Ella ha cruzado el umbral sin pedirles permiso, ha mostrado al Guayaquil visto no por los constructores de mitos sino por ella, derrumbadora anti-romántica del romanticismo modernista. No le van a perdonar que no sea la musa sino la asesina.
Y para eso el silencio es el mejor aliado que tienen.
Pero queda el libro. Un libro sin odios pero que no esconde nada. Pizarnik y Plath no fueron grandes por sus caídas personales sino por su talento puesto al servicio de la causa de contarnos de ese mundo, de decirnos cómo es el otro lado, sin inventos, sin amagues, sin barnices
El libro de Helga Ayala (¿debo mencionar a estas alturas que es mi cuñada?) se inscribe en esa herida, en ese trauma y en esa lucidez de sus mayores.