viernes, 2 de diciembre de 2022

Medir la vida

Estaba terminando la autobiografía de Brian Wilson, la figura principal de los Beach Boys y, como me  ocurre con todo buen libro, sus ideas empezaron a contagiarme y me pregunté: ¿Cómo organizo el recuento de mi vida? En mis clases de América Latina siempre expongo la época pre-europea como si fuera un todo hegemónico de los antiguos habitantes. Luego, la llegada de los "españoles", que eran en realidad de toda Europa y de Africa, período colonial, Independencia, época contemporánea.

Tanto afanarse en la taxonomía, me digo, para luego darse cuenta de que el asunto es más complejo, que el antes es un futuro y el presente ya se ha ido (aunque muchos digan lo contrario). Y pensando en el libro de Wilson, en mis clases, en las luces sobre las paredes, los anhelos, me pregunté: ¿De qué manera puedo dar cuenta de mí mismo y por qué? 

Me he dedicado efímeramente a poner en páginas aquello que es temor de querer decir mucho (en realidad, lo vengo haciendo a mi manera desde hace más de treinta años) y también temor de alcanzar poco. Y ahora lo sigo pensando.

Pero, he aquí la versión rasa para medir la vida del hombre del sur que sigo siendo:

1. Nace y va a la escuela: los 60s

2. Crece y comete errores (amó mucho y no lo amaron): los 70s

3. Llama a esta primera etapa "la del Alfaro" y a la segunda "de la Católica": los 80s

4. Llega a Francia: 84-86

5. Regresa a Guayaquil y a Alausí, Riobamba y Cuenca: 87-88

6. Viaja a los EEUU y regresa... 88-90

7 Viaja a Illinois y Oregon y regresa... 90-93

8. Regresa a Oregon y va a Nueva York: 95-98

9. En NY desde el 98 

10. Luego de 3 años, por unos días regresa a Guayaquil...

10. Hace lo mismo por los próximos 10 años

11. En 2005 nace Fabia Matilde y su vida cambia (le teme a Dios y a la muerte)

12. En 2010 nace Fabiana y su vida cambia más (y le teme más a Dios y a la muerte)

13. En 2016 compra un casa y trata de vender otra para pagar la que acaba de comprar

14. No lee mucho, se preocupa del paso del tiempo, las deudas, Fabia que termina la secundaria y el aumento de peso

15. Temiendo a Dios y amando a sus hijas, soportado por su quejumbrosa mujer, siente una callada dicha.

16. Rebusca nuevamente en sus papeles algo que pueda recuperarse. Juega a ser Morelli, aun le disgustan los intelectuales farsantes (sobre todo esos que él llama "longos") y sabe que su suerte ya está echada. 

Quizá de esa manera pueda medir mi vida. De a poco. De a capítulo. De retazo en retazo o tranco en tranco, como dijo el cojo.

Decía que estaba terminando la biografía de Wilson, el de los Beach Boys, y recordaba mi reproche al libro de Miguel Donoso Pareja, que debía ser su autobiografía pero se convirtió en una recopilación de comentarios periodísticos. Nada de lo cual un hombre pueda a prender de otro hombre. Me quedé pensando en el robo emocional e intelectual que podría cometer. Por ejemplo, robarle a mi Fabia su experiencia, su dolor, su trauma: los niños son seres muy delicados y lo siguen siendo en la adolescencia. Una niña de su escuela, hace cosa de cinco años, se suicidó. Nadie sabe mucho del asunto, nadie ha preguntado. Fabia, me dijo que la niña siempre estaba en la bilblioteca, acompañada de libros y hablando con el bilbliotecario (quien nunca adivinó nada). En este pueblo pequeño y hermoso una niña hermosa y dulce se suicida de la nada. Al menos, nada nunca supimos. Y esa es una historia del trauma de mi hija que la va a perseguir luego, en algunos años, de la misma manera que me persiguen ahora mis muertos. Pero yo no puedo contar esa historia porque es de ella, es su dolor, su sufrimiento. Y eso es sagrado.

Y está Fabiana también, creciendo, siendo otra e igual a su hermana. Tan dulce y extremadamente inteligente como la mayor, y sin embargo muy diferente. Fuimos una vez a una de las haciendas de la zona, una de esas que aparecen en películas de campo y hay tractores y tienen un almacén grande en donde vende panes, pasteles, frutas, sopas naturales. En el salón de ventas, en otra mesa estaban una niña y una mujer mayor, casi una anciana. Fabiana la vio pero un rubor hizo que ninguna de ellas se saludara. Luego supe que la niña tenía a sus padres en la cárcel, por venta y consumo de drogas. Y la anciana era la señora que la tenía en su casa hasta que las autoridades resolvieran qué hacer con ella. Eso fue hace tres años. Fabiana quizá tenía 9 pero ya se daba cuenta de todo. ¿Qué hacer con ese dolor, ese cosa indecible de mi hija escuchó de labios de la otra niña, de la verguenza, del comportarse raro en clase y frente a otros? Estamos en EEUU, me digo, esas cosas no pueden pasar aquí. Y volviendo a mis fueros de barrio, de hombre del sur, comparo y concluyo que no hay dolor más fuerte ni aquí ni allá, ni hay colores no condiciones sociales cuando, con la luz apagada, el rostro de una niña se enfrenta al silencio de un Dios que no aparece.

Medir la vida, me digo, medir mi vida con lo que venga. Contarla de a poco. Quizá aquí, quizá en otro lugar, pero contarla porque hay cosas que no pueden morir en el silencio.