Hoy ha muerto mi sobrino Augusto Iturburu Carabajo, y alargo su nombre porque así aparece Carmen, mi cuñada, su madre, que también nos dejó hace poco. Decimos en casa (una casa a la distancia) que ha ido a reencontrarse con ella porque, al final, las almas se buscan para seguir siendo una sola ("de la matriz venimos y a la matriz regresamos") y dejar el juego de las divisiones. Entonces, en esa amargura que ni hoy ni mañana se me quita, avizoro brevemente que, de alguna manera, jugamos a estar hoy juntos y mañana no. Jugamos porque, en realidad, sabemos que al final acabará este paseo lúdico y encontraremos algo que la fe llama "vida eterna".
Hoy ha muerto mi sobrino Augusto y algo de mí también ha muerto, o quizá mucho de mí, no estoy seguro. Podría decir que con él también han muerto mi ciudad, mi barrio, el callejón F del sur, los poemas de Fernando Nieto Cadena (que es otro muerto que llevo atado a los ojos). Podría decir con resignación que de los recuerdos ya nadie vive. Pero sé que no existen los recuerdos. Estoy seguro de que lo que llamamos "recuerdos" es en realidad una imagen que sacamos del archivo de la memoria, que siempre está ahí: presente, activo, generando nuevas imágenes, ideas y sentimientos. Y así vamos por este lado de la realidad: abanderando iniciativas y reciclando abrazos y saludos.
Quiera Dios, ese Dios que nos da siempre una de cal y otra de arena, que de alguna manera el fin de nuestro tiempo nos alcance reconciliados con los que quisimos y que los dejemos protegidos del inicuo. Yo puedo decir con toda certeza que ese fue el caso de mi sobrino Augusto, "a quien tanto quería".