miércoles, 6 de febrero de 2019

Los patriotas del norte


Ha llegado la nieve, tiempo de refugio interior, las calles blancas y frías obligan a que la vida siga puertas adentro. Algo sí va reflexionando Stevens mientras da vueltas a la pista del gimnasio. Yo lo oigo, camino detrás suyo y no siempre logro entender lo que me dice. Cerca de nosotros pasa corriendo la muchacha de cuerpo esbelto y se pierde rauda en la curva. Más adelante, casi topándoles los talones, la pareja del Sintra azul también conversa, aunque ella luego sigue su camino heroica mientras él se esfuerza en mantener el ritmo. Lo pasamos.
Abajo, en las canchas de basketball, varios grupos juegan tenis. Han puesto las pequeñas redes en el medio y golpean alegremente las pelotas con sus raquetas de madera. Gritan, se emocionan, se desafían, se hacen bromas. Stevens me dice que todos son jubilados, jóvenes aún, enfatiza riéndose. Otra mujer mayor, delgada, pelo rizado y lentes de profesora antigua, nos saluda amablemente, algo le dice a Stevens y sigue a paso rápido. Lleva un blujeans azul y un buzo verde. Paso constante lleva lejos, reflexiono. Stevens me dice que va a descansar un rato, que las piernas aún no se reponen de la operación. Yo sigo. A diferencia de los demás, no oigo música desde mi celular (lujo innecesario) sino desde una radio diminuta que compré en al supermercado. Las noticias van primero. NPR, la radio más decente. Emisión de la BBC de Londres. El mundo sigue igual. El pronóstico del tiempo augura más nieve, una semana de vórtice polar y luego temperaturas altas, las más calientes en 100 años. ¿Habra nieve en Navidad? me pregunto.
Sigo dando vueltas, distraído, acaso mirando a los tenistas desde arriba, imaginando cómo eran de jóvenes, en qué guerra pelearon, si en Vietnam, acaso Corea o Afganistán. Junto a mí pasa veloz un bombero. Hace años lo vi. Luce igual: el mismo bigote, la misma caminada de loco, moviendo los brazos a los costados, como queriendo bailar, la misma barriga pronunciada. No habla con nadie. Como muchos, vive en su propio mundo.
Stevens ha regresado al círculo. Camina esta vez un poco lento. Me dice que habló con su hija, que lo visita más desde que murió su esposa. ¿Y tu esposa? me pregunta repentinamente. En casa, le digo, ella hace sus ejercicios en casa, tiene una máquina. Ah, exclama, y repite lo de siempre: uno de estos días voy por tu casa a saludarlos. ¿Y las niñas? pregunta otra vez. En la escuela, le digo. Quiero seguir a paso más rápido. El corazón puede ser un cazador solitario pero el mío es un ante todo corazón viejo que necesita oxígeno, funcionar mejor no por amores muertos sino cuentas por pagar. Stevens está ahora cansado, se le nota en la cara. Suficiente, me dice. Nos vemos otro días. Nos damos un abrazo y se va.
Sigo dando vueltas en la pista del gimnasio. La muchacha de cuerpo esbelto sigue corriendo. Los viejos tenistas han cambiado de parejas y de canchas, están terminando también esta jornada. La radio del gimnasio siempre tiene música de los 70s, a veces de los 80s. Y en cada canción viene un recuerdo lejano, muy lejano. Se repite en espiral, en vértigo imaginario. Y luego aparece otro recuerdo. ¿Qué hay del presente? ¿Qué hace uno con los recuerdos? Va llegando la hora de terminar la caminata de hoy. Luego, salir a la nieve y al frío. La nieve es hermosa y temible. De pronto, mientras cambio de zapatos y me pongo los abrigos, aparece el sol y entra por los ventanales.
Regresaré el sábado, voy pensando rumbo al carro.  Sábado día de fiesta, cuando hacen torneos y celebran cumpleaños y hay niños corriendo abajo, saltando en las torres y juegos inflables. Sábado de gloria, me voy diciendo camino a casa.