martes, 5 de julio de 2016

Para no olvidar a Guayaquil

Dos sueños iniciaron mi recaída:

El primero ocurrió hace más de tres meses.

Caminamos tomados de la mano hacia el cine. La mañana terminaba y había sol por todas partes, era sábado. La puerta parecía la entrada a un parque de diversiones. El boletero era Cristóbal Garcés, uno de mis profesores de literatura en el Alfaro. Al vernos le presenté a mi compañía, una mujer del pasado. Entramos, nos sentamos y empezó la película. Luego ella se levantó y no regresó. Ese asiento vacío fue ocupado por un joven que tomó mi mano. Tan pronto como se dieron cuenta de eso, los guardianes se lo llevaron. Mientras lo alejaban en la oscuridad noté que llevaba una herida en la cabeza. Luego una mujer joven, rubia y hermosa, se sentó a mi lado. Me tomó también de la mano y así nos quedamos. Juntó su cabeza y olí la fragancia de su pelo hasta el leve despertar.

El segundo sueño tuvo lugar hace dos noches.

Camino nuevamente un alegre sábado por la mañana. Estoy en la zona de Rumichaca y Aguirre, en donde vendían discos de vinil en medio de interminables ferreterías. Toda la gente que compra es conocida, pero sigue distraída en la ágil actividad mientras el transporte pasa lentamente. Llega una cantante joven y voluptuosa. Está triste. Le digo que ninguna traición merece luto. Mi sobrina Helen aparece y al verla llora de alegría porque es una de sus artistas favoritas.  La mañana transitada sigue con el sol en lo alto de Guayaquil.




Al despertar de ambos sueños recordé unos versos que escribí hace mucho, celebrando el pasado, el sol y la mañana en el puerto. Días antes, una amiga me había preguntado si aún escribía, si publicaría algo. Que no le dije, ni lo uno ni lo otro; y proseguí con una queja sobre la pobreza humana en asuntos culturales y mercantiles, sobre todo en Guayaquil. "Pero siempre sale algo", terminé con falso optimismo.

Llamo mi recaída al hecho de pensar con énfasis en un Guayaquil que ya no existe, pues ciertamente el Guayaquil que amo es del pretérito. Y asumo que a eso se refería Fernando Nieto Cadena cuando me describía, hace más de veinte años, su alejamiento de Ecuador. Pero decir y escuchar es una cosa, vivirlo es otra.




El mes de Julio lleva esa tristeza de lo perdido aunque la gente aún festeja, a veces inclusive con residuos de lo que yo mismo viví (el partido de índor en la calle pintada de cal, la carrera de ensacados, el juego del palo encebado), quizá porque la mayoría de sus barrios aún son pobres y no hay manera de escapar. El mes de Julio me resulta cada vez más extraño, por decir lo menos: es el mes del Guayaquil que he perdido y busco en sueños, el de EEUU en su fiesta del 4 de Julio que borra todo lo malo cuando le gente se sienta a ver los fuegos artificiales y es el mes de Francia (Paris) por el 14 de Julio, pues desde esa ciudad y fecha vienen mis recuerdos de los destellos y candelillas lanzadas al cielo de la noche.

Así, el mes de Julio es tres lugares que a veces me son íntimamente ajenos pero que, sin embargo, son lo único que me queda cuando cierro los ojos. En ese mundo, como sabemos, el sueño es realidad, el pasado presente y una geografía la otra. La constante en esa trilogía topográfica son las personas que entran sin pedir permiso. Quizá deba añadir también la de mis tres mujeres que a veces asaltan mi otro mundo, aunque sin ser parte de la herida que llevo dentro.

Sé que volveré a soñar con esos amigos que en la U Católica leían a Freud debajo de una mesa, la montaña que el Conde, el poeta greco-chipriota y yo subíamos cada sábado luego de clases, el día en que terminé el colegio y el cuerpo no aguantaba más trago, los partidos de volleyball, el duro entrenamiento del equipo del barrio bajo la lluvia hasta el Puerto Marítimo, el primer beso detrás de la reja de una casa del sur, los malos y buenos profesores de la escuela Baltazara, el recorrido del bus de la 1, desde la Ciudadela 9 de Octubre hasta el Cerro Santa Ana, los veranos del 87 y 94, la interminable música con Ricardo Maruri y los alegres abrazos con mi olvidado cholo Cepeda...