La lectura ha sido mi primera actividad desde los 15 años. Sin embargo, mi biblioteca ha sufrido tres veces los ataques de mi pobreza y desapego a Guayaquil: cada una de mis largas salidas del Puerto estuvo marcada por la venta parcial de mis libros, los que había leído y no volvería a leer, como la Obra Completa del Che Guevara y otros marxistas, antes de ir a Francia, en 1984); o como los de Crítica Literaria y del "boom" que aún me quedaban del período de la Católica, en mi viaje a EEUU, en 1990. Mi tercera traición ocurrió en el 95, cuando decidí que ya no regresaría a Ecuador.
Para compensar, me traje mis libros más cercanos (sobre todo de literatura clásica, francesa y americana del siglo XX, algo de crítica social, la edición de la Biblia de los Testigosde Jehová, entre otros) y me siguen acompañando en mi oficina. Dejé también encargados otros que aún están en mi casa de Bellavista. Pero como la ciudad que fue mía ya no existe y Ecuador está tomado artística y culturalmente por lo que considero mi antítesis, pedí que me trajeran los viejos y escuálidos tomos de la colección Ariel ecuatoriano, publicados en los 70s, de enorme valor sentimental y documental para mí. Así, celebro libros y lectura como rito, actividad diaria y herida personal.
Esa trilogía que menciono arriba se verifica a veces de manera trágica: por ejemplo, trato de completar lecturas por cerrar un ciclo, busco volver a ser el que fui en ese pasado para dejar de serlo definitivamente: hoy terminé un librito maravilloso y sobrio de Theodor Adorno llamado "Mínima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada", fragmentos escritos en varios tiempos del fervor nazi, bajo el acoso y el temor de quien asume con valentía el peligro de su tiempo. (Subrayé muchas líneas y escribí comentarios marginales con la esperanza de que algún días mis hijas los encuentren y continuen este diálogo con ellas). Hoy, muchos ingenuos ven con entusiasmo el crecimiento del nacional-socialismo en Estados Unidos y se alegran de que este país pueda caer en manos del odio y la pillería. De hecho, creen que América Latina se beneficiará del racismo de Donald Trump, cosa que también pensaron en su momento los fascistas latinoamericanos durante la II Guerra Mundial.
En un descanso de mi lectura de Adorno, cayó en mis manos José de la Cuadra (el mejor escritor ecuatoriano) y con alegría confirmé que mi herida personal se encarnaba también en sus cuentos (El Cóndor de Oro, Los monos enloquecidos, por citar dos obras). Y supe que no era casualidad que él y Adorno hubieran unido el tono personal con el relato inconcluso y la reflexión sobre situaciones concretas con episodios imaginarios.
He venido leyendo de esta manera desde hace muchos años: tres o cuatro libros a vez, o en una sola jornada, como aquel dia de lectura de siete libros que me dejaron molido, triste, cansado y viendo estrellas mientras caminaba con mi bicicleta por las calles de Eugene, Oregon. También he leído con largas pausas -la vida ha cambiado tanto- en estos últimos años en Plattsburgh, New York. Con seguridad, lo seguiré haciendo, a lo mejor de manera más enfática, ahora que tengo los tomillos de Ariel y se mezclan con apuntes de esto y lo otro. (Enfatizo: "apuntes", no obras ni proyectos).
A veces me preguntan si sigo escribiendo. La respuesta es no. Sólo leo. Quizá cuando tenga algo que decir, lo diga. Vivo esta situación de desgano de mucho porque escribir lleva tiempo, y escribir mejor lleva mucho más tiempo. Y ya he escrito lo que quería. No siempre hay algo que decir, y cuando hay, vale pensarlo bien pues eso ya ha sido dicho de mejor manera por otros. Pienso que es mejor dejar que el tigre siga su camino en vez de pretender que un animal que más tira a perro pretenda suplantarlo (esta es una imagen de Borges, el mejor de todos).
Pero hay muchas cosas que simplemente no leo, por ejemplo lo que escriben los ganadores de concursos y premiados en genral (son tantos ahora, uno más desconocido que otro, uno más devaluado que otro pero todos injustamente promocionados). Hay que ser caradura para publicar ciertas cosas, me digo. Es tanta la repetición, la deshonestidad intelectual y artística, la mediocridad, no sólo en Ecuador sino en todas partes, que no pierdo nada al no entrar al ruedo.
Así, la celebración de la lectura va de la mano del réquiem por la escritura. En mi caso, es una lección aprendida: más vale leer cosas buenas que escribir cosas malas.