sábado, 1 de febrero de 2014

Al Desconocido Dios del Amor




When shadows fall
And trees whisper, "Day is ending",
My thoughts are ever wending home.
When crickets call,
My heart is forever yearning
Once more to be returning home.

When the hills conceal the setting sun,
Stars begin a-peeping, one by one.
Night covers all,
And though fortune may forsake me,
Sweet dreams will ever take me home.
(Canción Home, de Peter Van Steeden / Jeff Clarkson / Harry Clarkson, 1931)

a ellas

Y entonces empecé a soñarme muerto. Y luego, a pensarme muerto. Y luego ya era la muerte misma dentro de mí y arreciando en caminos y alturas. Y en lo bajo del paisaje, desde mi vuelo, vi a Fabia y Fabiana corriendo y peleando, riéndose a través del campo de trigo, bordeando el lago de su infancia. Y ellas, que a veces salían de sus juegos, me saludaron desde la distancia. Padre, por qué no juegas con nosotras, me preguntaron. Juguemos a que visitamos una ciudad que no conocen, que es la ciudad en donde padre fue un niño y luego un hombre joven. ¿Por qué?  reclamaron, eso es aburrido. Y me costó convencerlas de que no era así, y tuve entonces que construir con el poder que tenía (que era mucho, pues ya estaba muerto) y la imaginación de un ciego, la ciudad de las iguanas que siempre me ha habitado. Vamos a Guayaquil, les dije. Cierren sus ojos, denme sus manos y corramos hacia el tiempo perdido.
Ahora, están sólo con su padre, el que las adora, el que ha vuelto de la muerte por ellas. Cuando abrimos los ojos estábamos frente a la iglesia de la virgen de Monserrate. Pero no había misa y las puertas estaban cerradas. No hay, no puede haber puertas cerradas para mis niñas, me dije valiente, y la puerta se abrió. La iglesia estaba en silencio y les dije: su padre se arrodillaba de niño, rezando y cantando a un Dios desconocido, y se alegraba cada diciembre porque nacía el niño junto con las lluvias y las vacaciones. Ellas corrieron nuevamente y se pusieron a jugar al vale, libremente. Y fueron felices metiéndose entre las largas bancas y detrás de las imágenes de los santos. Salimos y reparé en la mañana fresca y nublada y en la plazoleta y calles vacías. ¿No vive nadie aquí? Me preguntaron con asombro. Viven todos, siempre viven, sólo deben imaginarlo. Y tan pronto como lo hicieron notaron los grafitis detrás de la escuela Baltazara, corazones de enamorados que el tiempo no borraba y muchos nombres que ellas no conocían. ¿Quiénes son? ¿Los conoces papá? preguntó Fabiana. Son los amigos de la infancia repliqué, los patriotas del sur. Están allá, a la vuelta de la esquina. Y al virar la cuadra vimos a los muchachos jugando pelota en canchas pintadas con cal. Una detrás de otra, a lo largo de la calle 7ma.  
Y encontramos al Príncipe Kakoko y las niñas se tiraron a sus brazos. El me vio, nos dimos un abrazo y con sorpresa me preguntó: ¿También estoy muerto? Sí, le contesté, pero eso ahora no importa. Sí importa, me dijo con tono desafiante, porque entonces la muerte me ha traído aquí también, y ahora mismo estoy por llamar a mis nietas para que jueguen con las niñas. Que vengan entonces, dije contento. Y así, por arte de magia, aparecieron las rosas más lindas de la Florida. Ahora serán  primas, en la vida y en la muerte, sentenció el moreno Príncipe del Más Allá. Lo que sea, le dije al apuro. Y luego las niñas se quedaron viendo el partido del barrio: en el arco Ceviche de Concha Chichuribe, en la defensa Sir Dángala y el Cholo Cepeda, en la media el Pájaro Villagra, en la delantera Manuelón y el Oso, al cambio por el Padre Bazurco. En el otro equipo: Vladi en las dos piedras, Pastora y Carechancho en la defensa,  Capiello en el medio, 15 libras en una punta y Cuerislai en la otra. Petete de árbitro. El Cuervo en el banco, con zapatos de cuero y medias hasta la canilla. Y así volvimos mientras Fabia y Fabiana se aburrían. Hey, les dije al verles la cara, vamos al parque infinito. Y yo, que era tan joven como ellas, corrí en medio del crecido monte y algunas sandías que habían nacido con las lluvias. Llevémoslas al Guasmo, dijo el Príncipe de Haití. ¿Qué es el Guasmo? Preguntaron en coro. Es un campo abierto, ahora inundado por las lluvias, contestó. Es Febrero, recuerden. No si ellas no quieren, le dije al Príncipe del Caimito, puede ser Julio, como lo era al salir de la iglesia. Nos tomamos de la mano como en un juego y estábamos ya en media planicie, con el sol de la mañana amenazando. La tirrea era seca y cuarteada como en la vida y en las páginas que escribí. Fabia, Fabiana, por aquí también corrió su padre cuando el terreno escondía sabandijas. Un día que ya es pasado esto será casas, calles, gente que emigró de muchos lados. Pero en este mismo momento es el gran terreno en donde los patriotas del sur jugamos a la guerra y a la paz, tumbando panales y huyendo de las culebras. Y luego fue un terreno poco agradable, porque crecimos y la maldad llegó a nosotros. Un día ustedes crecerán y también deberán huir de aquel que todo lo destruye. Pero ya hablaremos de eso. Vamos a la ciudad, les dije, mientras me despedía del Príncipe del Adiós y sus nenas con un más tarde volveremos.
En la ciudad, por la zona de Ayacucho y Los Ríos, había unos árboles frondosos cercados por veredas. Crecieron fuertes e invencibles. Fabia, Fabiana, ustedes serán esos árboles y la vida el tiempo y las veredas. Luego de esto, les mostré unos cuartuchos abandonados donde vivía el maligno y había cuerpos dormidos, sucios, drogados y arrebatados a la vida, y mis hijas sintieron mucho miedo. Vimos también círculos y cruces pintados con hojas de almendro por El Matemático. Son las mismas que vi hace mucho tiempo, les dije para tranquilizarlas. Las hizo un hombre enloquecido que sólo Jorge Velasco pudo entender. ¿Quién es Jorge Velasco? preguntaron las diablas con los ojos muy abiertos. Es la memoria de una ciudad que perdimos, les dije. Y en ese momento Velasco apareció con dos guitarristas, una fundita de fritada y el pelo largo y plateado sobre los hombros. Los tres se pusieron a cantar canciones de Daniel Santos y Julio Jaramillo. Yo me reí. ¿De la Cofradía del Bolero? pregunté. No de La Lagartera, respondió Velasco casi al descuido. Pero las nenas no entendieron lo del Matemático y cerrando los ojos nos llevamos a Velasco a su estudio. Una vez ahí, se puso los quevedos y hurgó entre páginas y papiros. Cuando encontró una lámina gritó eureka. ¿Eureka? Velasco, nadie dice esa palabra. El de los quevedos me miró molesto y dijo: déjame decir como me dé la gana. Eureka queda entonces, repliqué mientras las diablas se reían.
Apenas nos mostró la lámina, una luz se reflejó en nuestros rostros, y vimos en secuencia rápida  imágenes de Fabia y Fabiana creciendo en muchos lugares. Velasco enrolló la lámina y nos dijo: por ahora es suficiente. ¿Podemos regresar al barrio? me preguntaron las diabliquillas. Sonreí y frente al parque vieron una mujer venía hacia nosotros sonriente. ¿Quién es esa niña? preguntaron. No es niña, les dije, ese es su porte y le decimos la Chocota.  Los muchachos aún jugaban el partido de índor.