viernes, 29 de noviembre de 2013

De por qué Guayaquil no es un destino turístico

Algunos libros, como los celebrados "A la Costa", "Las cruces sobre el agua" y "El Rincón de los Justos", nos informan de cómo se dio la emigración a Guayaquil desde otras partes del país, sobre todo desde la sierra central. Otros libros, ya en prosa como en verso, en los años 60 y 70, detallan la presencia de sectores discriminados, marginados y desplazados hacia tugurios o zonas periféricas de la urbe más poblada de Ecuador. De manera indirecta, textos menores, como canciones viejas, pasillos y valses principalmente, dan cuenta de "la manera de sentir" de dichos grupos, y elaboran un mundo vivido, imaginado, acaso deseado, que forma parte de la visión que algunos tienen o perciben de Guayaquil. Y ese Guayaquil, forjado de manera cruenta, en procesos brutales de lucha por la vida, tiene también su arquitectura, su "urbanismo", por llamarlo de alguna manera. Las fotos que he posteado hace pocos minutos (mirar más abajo) muestran cómo, en la carencia de infraestructura, en la falta de parques y veredas, calles amplias y espacios verdes, ha transcurrido y transcurre la vida de los guayaquileños. Y esta faltante, que atañe a la mayoría, no es atracción turística.
La Municipalidad de Guayaquil, que salió del caos gracias a los derechistas social-cristianos Febres-Cordero y Nebot, desarrolló un modelo de re-urbanización que ordenó el aparato administrativo y desplegó la mayor cantidad de esfuerzo para pavimentar calles olvidadas, construir pasos a desnivel y adornarlos con parterres (o con murales en los que ellos mismo se retratan) que, en realidad, no ejercieron ningún beneficio directo a las grandes mayorías. Obviamente, no se trataba de eso cuanto de racionalizar el proceso de vida de la gente, siguiendo parámetros de eficiencia: buenas calles para que los buses saquen a la fuerza de trabajo, para que los estudiantes lleguen a tiempo a clase, agua para que el producto vital no sea un lujo, recolección de basura, alcantarillado para que la ciudad no colapse, etc; en contradicción con una visión más global, democrática y moderna de la calidad de la vida. En otras palabras: fue y es bueno, pero en un sentido muy limitado. Hoy, lastimosamente, ya es tarde, ya es cosa juzgada, no hay nada que hacer.
En los últimos 20 años, en Guayaquil la gente ha visto, paralelamente, el desarrollo de un modelo de construcción vía privada ("sólo para la gallada", como diría el mashi Correa) que busca rescatar espacios emblemáticos, adornarlos y funcionalizarlos de acuerdo a la lógica comercial del Municipio: el Malecón dejó de ser un sucio y largo parque lleno de muelles viejos y malolientes, infestado de ratas y personajes marginales, y pasó a ser un mall de comida rápida frente, con breves espacios verdes, parqueadero y una que otra distracción de temporada. Algo similar ocurrió con El Salado y sectores aledaños, sin olvidar aquello de maquillar la pobreza al obligar a pintar las covachas de colores vivos. Dentro de la ciudad propiamente, los pocos y viejos parques fueron limpiados, pintados y cercados.  En ambos casos se hizo una amplia propaganda del supuesto beneficio para esas labores, algo que todavía dura pero convence menos. O, mejor dicho, se muestra como muy limitado a la hora de rendir cuentas.
Irónicamente, la clase media-alta y la vieja oligarquía de Guayaquil, cuando empezó este proceso, simplemente huyeron al otro lado del río: construyeron algo que llaman erróneamente Samborondón, a imagen y semejanza de urbanizaciones del sur de EEUU, desde Miami hasta San Diego, sin pensarlo dos veces. 
¿Y qué tiene ahora Guayaquil, hablando del turismo? Nada que le interese al turista internacional y poco al nacional: un minúsculo parque con iguanas, si acaso. ¿Qué le falta? Demasiado: respeto al ciudadano, espaciosas veredas para caminar y descansar, parques y lugares públicos agradables, educación de conductores por aquello de que le tiran el carro a los peatones, hacen uso innecesario de pitos y no obedecen las señales de tránsito, espectáculos variados de calidad y a bajo precio, menos violencia verbal y práctica, etc. ¿Le interesa eso a la Municipalidad? Concediendo que la burguesía guayaquileña sea medianamente inteligente, diría que no le interesa, si fuera lo contrario otra sería la historia. No les interesa atraer turistas a Guayaquil porque eso supone tener una actitud de servicio al prójimo y de inversión a largo plazo (las buenas costumbres demoran en asimilarse), y no hay nada más mezquino en Guayaquil que un viejo ricachón o un nuevo rico. Les interesa creerse exclusivos y fingir que viven en una ciudad extranjera, así se explica todo lo que es y ocurre en Samborondón.  Y hacer dinero de lo que se pueda, total, viviendo en la búrbuja, al otro lado del río, es innecesario perder el tiempo en gente e historias que no les afectan.
Estas son parte de las razones por las que Guayaquil no es y no será un destino turístico de importancia. Si acaso algún día esto ocurre será gracias a un cambio de visión e interés social muy grande de sus habitantes y autoridades. Y eso, ahora mismo, parece imposible. 
Este caso de Guayaquil como destino no-turístico, genera mucha resistencia y pone a la gente a la defensiva. La inseguridad es tan grande que no nos gusta aceptar nuestros errores ni debilidades. Vemos lo mismo en otras áreas, como la educación: las universidades ecuatorianas son pésimas, en general y en particular, pero pocos quieren aceptarlo, no importa la evidencia. Es la misma inconsistencia que hemos visto año a año en el fútbol, de tanto interés para los guayaquileños: sea la selección nacional, Barcelona o Emelec, importa sólo si cumple el mínimo de calidad. Así, Guayaquil vive de improvisación en improvisación, de nerviosismo en nerviosismo. Personalmente, dudo que esto cambie con una nueva administración, pues, pese a que la actual está desgastada, la alternativa no reúne las condiciones para cambiar las cosas porque la matriz ideológica y estructural de las clases sociales es mucho más poderosa que las intenciones de un día.

lunes, 11 de noviembre de 2013

¿Quién le entiende a Correa cuando habla inglés o francés?

Una pregunta así escribieron hace poco en mi muro de facebook con motivo de la charla del presidente Correa en la Sorbona (no recuerdo si era Sorbona la Nueva, aunque de ser así seguro le quitarán méritos los exquisitos). Como la persona que lo hizo odia profundamente al mandatario, asumo que es otro de los argumentos que se repiten en las redes sociales. Mi respuesta fue corta y quisiera ampliarla en estas líneas que vienen.

1- En EEUU, que es donde vivo y enseño español, hace muchos años los gringos dejaron de preocuparse por "el acento" de los extranjeros cuando hablan inglés porque lo importante no es tal (cosa por demáas social, regional e histórica) sino la claridad con la que se comunican las ideas y se logra la intercomunicación. Cuando la mala pronunciación impide comprender el mensaje, se trata de un problema real, humano, pues es la relación humana misma que está en juego. Ejemplos de esta molestia y confusión hay millones, cuento sólo uno personal: en un viaje a Londres una policía inglesa me ordenaba en francés: PA-LA, a lo cual yo me movía hacia el extremo opuesto del lugar que ella señalaba; ella volvía y repetía con ánimo y molestia, ya gritando: PA-LA, PA-LA, y yo hacía lo mismo. Luego me di cuenta de que ella quería decír PAR LA, es decir: por allá; y no: no aquí, que era lo que yo entendía. En algunos casos, más vale tratar de pronunciar bien las cosas para evitar problemas (aunque al poder nunca le interesa hablar claro). Muchas veces, los hispanos quedamos pagando en eso pues hay sonidos que simplemente no tenemos en la lengua de Cervantes, la "i" del inglés it por ejemplo, que suena más bien tirando a "e". Algo parecido ocurre con la doble e en inglés y su pronunciación: una exagerada y clara "i", como en la palabra "fino"... etc etc. Pero el nivel de tolerancia linguística del inglés es más amplio que el del español y el francés. ¿Por qué entonces la resistencia a los "acentos" en países como Ecuador, o de los ecuatorianos cuando otros ecuatorianos hablan en una lengua extranjera?

2- El caracter conservador de los hispanoamericanos en relación a la ortografía y a la pronunciación del español se fraguó desde el siglo XIX, aunque no descarto que haya sido desde muchos antes, desde la época colonial misma, pues eso explica en parte que el español hablado aún por algunos grupos ultra explotados, como los indios y los campesinos, sea un español pre-moderno que muchos confunden con "incorrecto" (cuando en realidad es el buen español de esos siglos): ellos lo aprendieron a sangre por aquello de que "la letra con sangre entra" (era la lengua del imperio, en ese entonces) y hoy por hoy es huella de un proceso de culturización violento, salvaje, pero que se mantiene y ha forjado una identidad, cuestionable quizá pero real. Este mismo conservadurismo nos lleva a ser menos tolerantes con los extranjeros que hablan español. Pero no sólo eso: ocurre lo mismo cuando hablamos "mal" una lengua extranjera: inmediatamente alguien se burlará de nuestra pronunciación. Ese alguien, contradictoriamente, también habla con acento esa lengua extranjera, si es que la habla. Pero eso no importa, siempre vemos la paja en el ojo ajeno, nunca en el nuestro. Consecuentemente, se ve como un logro que un adulto hable "sin acento", y quizá lo sea porque reproducir sonidos foráneos con un órgano y cuerdas vocales que han sido reentrenadas y forzadas a producir sonidos para los que ya no estaban preparadas es digno de elogio, pues lograrlo toma mucho tiempo, práctica y contexto. Así, los hispanoamericanos somos más papistas que el papa en esta aplicación casi atávica de la defensa de un español puro, que realmente no existe. ¿Cómo es eso?

3- En mis años en la Católica tuve una compañera de Guayaquil (nacida y crecida, como se dice) que pronunciaba las zetas y ces, al más puro estilo castellano. ¿Por qué hablas así? le pregunté una vez. Su respuesta: ¡porque así debe hablarse! respondió. Ella no sabía que más de la mitad de España no habla así y que nuestra pronunciación varía simplemente porque fuimos "conquistados" por andaluces y gente del sur en varios períodos de manera simultánea, o por gente de Castilla y el norte, en otras ocasiones. Eso explica que el acento del Caribe, de una ciudad como Barranquilla por ejemplo, esté más cercano a la pronunciación de los guayaquileños y costeños de Ecuador que a la de los bogotanos. Y que la de Quito, por ejemplo, sea más parecida a la México DF que a la de Veracruz. A este empeño interiorizado cabe otra razón: el notable impulso dado por el franquismo y la ideología fascista protohispana (generalmente cirstiana del Opus-Dei, anti-judía y anti-árabe) en los años posteriores a la República, que tanto caló en las burguesías locales latinoamericanas, siempre alienadas, mirando al exterior.

4- Termino: ¿Quién le entiende a Correa cuando habla en inglés o francés? Cualquier persona natural de esas lenguas y cualquiera que los hable bien. Nunca hay problema de acento cuando lo importante es el contenido expresado de manera gramaticalmente correcta. El caso del presidente de Ecuador, en este sentido, es ejemplar: es un tipo que ha bregado mucho por estar en donde está y que no se dio tiempo de aprender a hablar "sin acento" porque tenía otras prioridades. Para él, es obvio, hablar otras lenguas nunca fue un fin sino un medio: el de su superación académica, política, profesional... aunque algunos encontrarán siempre cómo quitarle el mérito a quien lo tiene por razones que no vienen al caso pero que las visten de sensatez. Un conocido ecuatoriano que vive desde hace más de 30 años en la ciudad de NY, y habla inglés desde niño, me confesó que al principio le interesaba mucho hablar "perfecto", pero que luego se hostigó de eso y desde entonces habla con "su" inglés, y quiere dejar en claro que no le interesa ya más ni la perfección y, menos aún, pasar por gringo.

Hay muchas cosas en las que no comulgo con el presidente Correa, pero es un honor tenerlo como primer mandatario en el contexto que señalo arriba, sobre todo con la biografía que tiene (sumo el haberse ido a vivir con los indios y aprender quichua, con acento o sin él, a enseñarles matemáticas y español) sobre todo al ser de Ecuador, un país saqueado por los viejo y nuevos piratas, un país que, no obstante, como dijo Thomas Merton: "es un niño sabio hambriento, un niño antiguo, como el niño de los proverbios bíblicos que estuvo jugando siempre en el mundo frente al rostro del Creador..."


lunes, 4 de noviembre de 2013

Dos pinturas de Mauricio Valdiviezo


Este pintor ecuatoriano me ha llamado poderamente la atención por su diálogo con la tradición pictórica contemporánea (estadounidense, sobre todo) y renacentista, pero desde un claro sabor local, guayaquileño y ecuatoriano. No abundo en lo obvio e invito a que cada uno elabore su propia lectura en los detalles.