La Municipalidad de Guayaquil, que salió del caos gracias a los derechistas social-cristianos Febres-Cordero y Nebot, desarrolló un modelo de re-urbanización que ordenó el aparato administrativo y desplegó la mayor cantidad de esfuerzo para pavimentar calles olvidadas, construir pasos a desnivel y adornarlos con parterres (o con murales en los que ellos mismo se retratan) que, en realidad, no ejercieron ningún beneficio directo a las grandes mayorías. Obviamente, no se trataba de eso cuanto de racionalizar el proceso de vida de la gente, siguiendo parámetros de eficiencia: buenas calles para que los buses saquen a la fuerza de trabajo, para que los estudiantes lleguen a tiempo a clase, agua para que el producto vital no sea un lujo, recolección de basura, alcantarillado para que la ciudad no colapse, etc; en contradicción con una visión más global, democrática y moderna de la calidad de la vida. En otras palabras: fue y es bueno, pero en un sentido muy limitado. Hoy, lastimosamente, ya es tarde, ya es cosa juzgada, no hay nada que hacer.
En los últimos 20 años, en Guayaquil la gente ha visto, paralelamente, el desarrollo de un modelo de construcción vía privada ("sólo para la gallada", como diría el mashi Correa) que busca rescatar espacios emblemáticos, adornarlos y funcionalizarlos de acuerdo a la lógica comercial del Municipio: el Malecón dejó de ser un sucio y largo parque lleno de muelles viejos y malolientes, infestado de ratas y personajes marginales, y pasó a ser un mall de comida rápida frente, con breves espacios verdes, parqueadero y una que otra distracción de temporada. Algo similar ocurrió con El Salado y sectores aledaños, sin olvidar aquello de maquillar la pobreza al obligar a pintar las covachas de colores vivos. Dentro de la ciudad propiamente, los pocos y viejos parques fueron limpiados, pintados y cercados. En ambos casos se hizo una amplia propaganda del supuesto beneficio para esas labores, algo que todavía dura pero convence menos. O, mejor dicho, se muestra como muy limitado a la hora de rendir cuentas.
Irónicamente, la clase media-alta y la vieja oligarquía de Guayaquil, cuando empezó este proceso, simplemente huyeron al otro lado del río: construyeron algo que llaman erróneamente Samborondón, a imagen y semejanza de urbanizaciones del sur de EEUU, desde Miami hasta San Diego, sin pensarlo dos veces.
¿Y qué tiene ahora Guayaquil, hablando del turismo? Nada que le interese al turista internacional y poco al nacional: un minúsculo parque con iguanas, si acaso. ¿Qué le falta? Demasiado: respeto al ciudadano, espaciosas veredas para caminar y descansar, parques y lugares públicos agradables, educación de conductores por aquello de que le tiran el carro a los peatones, hacen uso innecesario de pitos y no obedecen las señales de tránsito, espectáculos variados de calidad y a bajo precio, menos violencia verbal y práctica, etc. ¿Le interesa eso a la Municipalidad? Concediendo que la burguesía guayaquileña sea medianamente inteligente, diría que no le interesa, si fuera lo contrario otra sería la historia. No les interesa atraer turistas a Guayaquil porque eso supone tener una actitud de servicio al prójimo y de inversión a largo plazo (las buenas costumbres demoran en asimilarse), y no hay nada más mezquino en Guayaquil que un viejo ricachón o un nuevo rico. Les interesa creerse exclusivos y fingir que viven en una ciudad extranjera, así se explica todo lo que es y ocurre en Samborondón. Y hacer dinero de lo que se pueda, total, viviendo en la búrbuja, al otro lado del río, es innecesario perder el tiempo en gente e historias que no les afectan.
Estas son parte de las razones por las que Guayaquil no es y no será un destino turístico de importancia. Si acaso algún día esto ocurre será gracias a un cambio de visión e interés social muy grande de sus habitantes y autoridades. Y eso, ahora mismo, parece imposible.
Este caso de Guayaquil como destino no-turístico, genera mucha resistencia y pone a la gente a la defensiva. La inseguridad es tan grande que no nos gusta aceptar nuestros errores ni debilidades. Vemos lo mismo en otras áreas, como la educación: las universidades ecuatorianas son pésimas, en general y en particular, pero pocos quieren aceptarlo, no importa la evidencia. Es la misma inconsistencia que hemos visto año a año en el fútbol, de tanto interés para los guayaquileños: sea la selección nacional, Barcelona o Emelec, importa sólo si cumple el mínimo de calidad. Así, Guayaquil vive de improvisación en improvisación, de nerviosismo en nerviosismo. Personalmente, dudo que esto cambie con una nueva administración, pues, pese a que la actual está desgastada, la alternativa no reúne las condiciones para cambiar las cosas porque la matriz ideológica y estructural de las clases sociales es mucho más poderosa que las intenciones de un día.