miércoles, 4 de abril de 2012

Recuerdos de Semana Santa

No son precisamente santos los recuerdos, cuanto tristes o nostálgicos.

Emparentada al fin de las vacaciones escolares, la Semana Santa era el aviso de que las cosas se reanudarían en un mes, que había que jugar más a prisa los partidos de índor, correr más, vivir más la vida porque había de empezar a cortar la indisciplina de quedarse en la calle, vagando con los amigos. O había que acomodar el horario porque algunos tenían que trabajar y estudiar a la vez, siendo niños o adolescentes. Y, en ese sentimiendo de cambio las lluvias eran menos frecuentes, hasta perderse en los primeros días del verano y el sol inaudito y entrañable del trópico, ya entrados en el ritmo de la vida escolar que iría de Mayo hasta Diciembre o los primeros días de Enero.

Algo similar ocurrió en la Católica, que nos dejaba libres los meses de Enero-Marzo en los cuales con mis amigos de adolescencia y alguno que otro de la universidad (Ramoncito, Jaime Franco, un serrano que alguna vez nos acompañó a beber unas cervezas a Jorge Martillo y a mí, pero que desapareció sin dejar rastro) salíamos a conquistar el mundo de esos años en nuestro Guayaquil querido.

Los días se Semana Santa eran también para irnos con el cholo Cepeda a algún pueblo playero o ciudad de la sierra: un viaje a Posorja, a la casa del cacho Bardales que, temprano en la mañana, a la voz de "descuenten hijueputas, a cargar agua" nos levantó de la cama. O eran días de, ya en la Católica, vagar por la ciudad vacía, tan hermosa y extraña, en un largo fin de semana en el cual se configuraba su otra geometría y emergía de ella la verdadera ciudad, esa que lejanamente aún se respira en las calles del norte (me refiero a la ciudad, a lo que hoy llaman Zona Rosa) pero existe siempre en "El Rincón de los Justos" y "Desde una oscura vigilia", dos libros maestros de Jorge Velasco que, según yo, siguen los gloriosos pasos de "Las cruces sobre el agua" y el único bloque de escritores que marcó la literatura ecuatoriana y ha sido referente internacional: el Grupo de Guayaquil y la Generación del 30 (Pablo Palacio incluído, para molestia de los amargados y resentidos con Guayaquil).

Así, el rito por la celebración de Muerte y Resurrección de Cristo, con sus misas y desfiles de niños, cambiado en los años de la adolescencia y la madurez, con el tiempo devino en una llamada de atención que nos decía las cosas cambian, todo cambia.

Y con los años mi vida cambió, así como los lugares en los que he vivido. Esos meses que corresponden a la estación de la lluvia (lo que con extrema libertad llamados en el trópico "el invierno") en mi vida se transformaron en meses de invierno, de nieve y frío, y de una primavera que nunca me ha convencido ni resultado atractiva (tiene mucho de inestable y sirve para que la gente se enferme, aunque beneficia a los demás seres vivos). Extrañamente, el verano que le sucede en el norte a esas dos estaciones, y que corresponde al verano seco y venteado de Guayaquil, a veces da paso a fuertes aunque breves aguaceros. En esos momentos, recuerdo con ansiedad la lluvia del trópico, esa que tanto estrago y marcas emocionales ha logrado en todos.

Hoy mismo es primavera en el norte, hace sol y el clima está templado. Existe, esta vez, la rutina del trabajo y la casa. Ha sido un gran cambio en el tiempo vivido. Ahora puedo ver en la distancia el pasado y sus detalles, los paseos por las calles de Guayaquil, acaso alguna rockola en un bar solitario, a mis amigos y parientes. Hoy es nuevamente el momento de espera porque junto con El Todopoderoso empezará el ciclo que nunca muere, aunque ajusta cuentas con todos.