Este es un libro fresco, de rápida lectura y, sin embargo, de difícil seguimiento si el lector no pertenece a la cultura visual popular de los Estados Unidos, más concretamente: a la época de adolescencia del autor (70s). Las películas de acción, de vaqueros, policíacas, de horror, misterio, pornografía dura, artes marciales forman parte del universo formativo del joven Taratino, asiduo asistente a cines de segunda (o tercera), de la época en la cual la "doble función" era la norma.
Comentarios personales, datos autobiográficos, sumas de títulos y anécdotas de gente de cine son las característica de ese recorrido por su vida. Su lenguaje es sencillo, directo y ameno. Desués de leer el libro, uno entiende mejor sus gustos y preferencias temáticas, así como su punto de vista: abierto, popular, sincero, elaborado. El libro funciona como una larga explicación a las elecciones que él ha hecho en su vida y al tipo de cine que ha generado. Es, al mismo tiempo, una muestra de cómo se puede ser iluminado sin ser pedante, popular sin esforzarse, elaborado sin ser oscuro o abstracto.
Este es el universo de Pulp Fiction que, desde su nombre, hace un homenaje a la literatura policíaca de masas, de los 40s y 50s (no ese empeño de clase media latinoamericana que nunca salió del whodunit y a la cual el mismo hardboiled la resulta camino cuesta arriba, no se diga los trabajos de Rubem Fonseca o el humor de los españoles Mendoza, Olmo o Vásquez Montalbán) y se extiende a las imágenes de los comics, tan de moda en los 60s y 70s, a la crónica roja y al mundo del jet set de Hollywood. Así, se entienden mejor sus famosas Kill Bill, Inglourious Basterds, Jackie Brown, Django Unchained, Once Upon a Time… in Hollywood, The Hateful Eight y Reservoir Dogs.
Mientras leía, como ocurre con todo libro motivador, me pregunté ¿qué pasaría si, por ejemplo, Fernando Mieles hiciera una película basada en los comics y las revistas que se leían en Guayaquil en los70s? (Chanok, Hermelinda, Memín Pingín, Tarzán, entre tantas). ¿Qué habría ocurrido si su maravillosa Descartes estuvira basada no en una película extraviada sino en las escenas de Cartuchito, el famoso, flaco y ocurrido payaso que apareció en El pantano de los cuervos (1974)?
Acepto que esta no es la primera vez que este afán se me cruza por la cabeza. Es en realidad una frustración por el Guayaquil ya ido y hoy en manos de la delincuencia, los Carteles de la droga y un presidente al que no saludo ni el pero de su casa. Y esta obra, que exige prontitud y mérito, solo puede ser encargada a quienes respiran el río y el Estero, a los que conocen el pasado (no se lo inventan o lo copian), a los que vivieron y crecieron ahí, no a los turistas internos o externos que, de la noche a la mañana, se multiplican y pescan a río revuelto.