La respuesta corta es: nadie sabe. La más larga: quizá Biden gane el voto mayoritario, pero eso no se traduce necesariamente en llegar a la Casa Blanca, dada la existencia del Colegio Electoral, grupo encargado de elegir al presidente. Hace años, la mayoría votó por Al Gore pero el CE votó por George Bush (con fraude demostrado). Hace cuatro años Hillary Clinton obtuvo más de tres millones de votos que Trump, pero el CE votó por Trump. ¿Cómo fue posible? Porque el CE es una representación injusta y desequilibrada de cada estado, instaurada hace más de doscientos años, que le da más delegados a estados con pocos habitantes, republicanos todos, pues son de la zona central de este país, conservadora y rural. Solo el Congreso (2 tercios) puede eliminarlo. Hasta ese entonces, las elecciones presidenciales en EEUU son un chiste. Pero volvamos a la pregunta.
Hace cuatro años, las encuestas daban como ganadora a Hillary Clinton. Pero estaban basadas en un modelo de trabajo anticuado, el cual siguen usando. En cambio, la gente de Trump hizo una campaña de micromanejo de la publicidad y confeccionaron diferentes slogans y ataques contra la demócrata, según el pueblo o ciudad. Algo nuevo y tremendamente eficaz para acabar con el enemigo. Al mismo tiempo, sus encuestas tradicionales se basaban en llamadas telefónicas de gente que tuviera tiempo para contestarles sus más de veinte preguntas. Otra locura que siguen haciendo. Solo un par de pequeñas e innovadoras empresas que utilizaban otro modelo (y concepto) de encuesta, percibieron que mucha gente iba a votar por Trump pero sin confesarlo en público. Esas mismas empresas hoy reafirman que Trump ganará nuevamente y por las mismas razones.
Súmese a todo esto dos errores graves que cometió Hillary Clinton: dar por contado el apoyo de sectores del pueblo que habían votado por Obama, a los cuales ni siquiera visitó en su campaña; y decir públicamente que los simpatizantes de Trump eran "deplorables", lo cual resonó mucho en la población blanca empobrecida de las zonas carboneras abandonadas y de pueblos cuyas fábricas habían cerrado camino a México y China, en busca de mano de obra barata. Es decir, millones de desempleados y gente sin educación superior (solo 1/3 de estadounidenses la tiene) fueron atacados por la candidata demócrata en vez de ser valorados, comprendidos y atendidos en su desesperación existencial. Algo como lo que ocurre en América Latina cuando los caudillos populistas pescan a río revuelto.
Hay que incluir aquí el no menos fundamental rol que jugó el aparato de jaqueo e interferencia de Putin, que hizo alianza con Wikileaks (Assange y Rafael Correa como directos apoyos) para divulgar información confidencial de Hillary Clinton que la dejó muy mal parada frente al electorado.
Por esas razones, poca gente confía en las encuestas que favorecen a Biden.
Además, hay que recordar que durante estos cuatro años, un consistente, férreo y claro 43% de votantes (información que la misma campaña de Biden acepta en su sitio de internet) se ha mantenido fiel a Trump, y tienen razones muy válidas para hacerlo: desde la mejora de la economía (algo que heredó de Obama, en realidad) hasta la disminución del desempleo y la atención a problemas que sirven también de propaganda política, como negociar un nuevo tratado comercial con México y Canadá, subir los impuestos a los productos chinos que usan acero, tratar de salir de Afganistán, mejorar la relación con Corea de Norte, impulsar la agenda de paz pro-israelí, chantajear a los europeos para que pongan más dinero para su defensa militar o debilitar la NATO, eliminar la inmigración ilegal en la frontera sur, entre otros. Para cada caso, siempre ha habido una objeción y muchas pruebas de lo poco o nada que Trump ha logrado en esos campos. Pero eso no le importa al 43% de votantes, quienes lo defienden a capa y espada. En otras palabras: gane quien gane, Trump no tendrá menos del 43% del voto. Lo cual puede escandalizar a muchos y generar cuestionamientos de los valores de la población de este país. Pero ese es otro tema.
Para terminar, la candidatura de Biden/Harris no ha sido recibida con mucho entusiasmo por el resto de votantes. Su estilo es más bien dejar que Trump caiga por sus propios errores e incapacidad de cerrar la boca, dejar de twitear o comportarse de manera adulta, inteligente o acorde a su puesto. Es en realidad como si en la Casa Blanca viviera una mezcla de Alvarito con Abdalá en versión gringa.
Por la pandemia, todo lo logrado en economía y empleo por Trump se fue a la basura. Sin embargo, sus más de 20 mil mentiras (el Washington Post las cuenta) y su clara y torpe desatención a la emergencia del Covid-19 por más escandalosa que sea, no ha reducido ese 43% de apoyo. Su respaldo público y promoción de grupos para-militares armados, fascistas y de ultra-derecha, que en otro tiempo eran impensables en este país, no son motivo de escándalo para sus seguidores. En realidad, literalmente, nada lo es.
Así llegaremos al día de las elecciones. Nadie sabe quién ganará. Todos esperan una lucha reñida y disputada legalmente (la amenaza del fraude y de alguna jugada de jaqueo de último momento no son descartables). No olvidemos el crucial rol del Colegio Electoral, cuya autoridad está por encima del ganador de la mayoría de votos.
Si gana Biden, la transición será muy dura y Trump estará listo para declararse dictador vías Corte Suprema (dominada por republicanos). Si gana Trump, no habrá de qué sorprenderse pues el electorado está dividido casi por la mitad (desde hace más de treinta años). Con Trump en la Casa Blanca, ya sabemos lo que puede pasar: cuatro años de lo mismo y de lo peor.
Yo, como un tercio de votantes, acabo de regresar de depositar mi voto. Hacerlo antes es mejor que esperar "el día de fiesta democrática" en estas elecciones que, como dije, por el Colegio Electoral, son un chiste.