lunes, 10 de septiembre de 2018

Cinco formas de asesinar a un escritor


Hay varias maneras de asesinar a un escritor (poeta o escritora). De las principales, menciono cinco:

1- Hacerlo que se convierta en funcionario: Al poco tiempo el ímpetu y la creatividad se habrán convertido en mecanismos de sosiego para las labores diarias o parte de la agobiante rutina, hasta desaparecerla o dejarla para uso exclusivo de pocas ideas chispeantes, ocurrencias o chismes que de tiempo en tiempo aflorarán. Kafka temía, entre otras cosas, esta muerte por "burocratización de lo imaginativo" (Kenneth Burke).

2- Alabarlo: La vanidad propia del oficio (aquella vulgar y aceptada creencia de que un escritor es un "aprendiz de brujo" "pequeño dios creador" y más frases clichés) hace que confunda bondad de su obra con despliegue de genialidad, pues nunca es ni lo uno ni lo otro: los cambios de tiempo y la historia literaria demuestran cómo caen los nombres que un día fueron famosos para pasar al silencio. En esta muerte por vanidad se encuentran aquellos que hablan de sí mismos en todo acto público o se afanan por vestirse de personajes marginales de su propia obra. Aquí entran, por ejemplo, los que Jorge Martillo denominó "poetas malitos" de Guayaquil.

3- Olvidarlo: Muchos de los escritores de ayer (digamos, de un país de bolsillo como Ecuador), hoy han desaparecido y solamente se los recuerda por algún amigo, viejo también, en alguna columna literaria incrustada en un diario; incluyo aquí a todos los escritores de los años 70s que leí en el colegio y de los que ya nadie habla, siendo el caso de Carlos Béjar Portilla, posiblemente el mejor de ellos, junto a Jorge Rivadeneira y Fernando Nieto Cadena. Pueden hablar a boca llena de él en borracheras o reuniones de co-idearios, acaso de su obra, pero en general pasa al olvido, sometido al cruel mundo de la fotografía instánea (el aburrido selfie) que nadie le toma o a la folklorización de su nombre.

4- Fomentarlo sin razón: Gente que de la nada saltó a la fama, quizá fruto de algún taller literario o el tener mucho dinero o influencias (porque con dinero o influencias cualquiera publica lo que sea, cuando sea y donde sea, dejémonos de hipocresías), de pronto se ve en la fugacidad del qué dirán -acaso por "15 minutos de fama", acaso por un día- y eso gusta y regusta. Oh, ha conquistado el cielo, decimos. Y así vive, cual personaje de novela del siglo XIX, ensimismado en un valor literario que nunca tuvo y en una fama desmerecida. La tristeza mayor de esta muerte está en que esta persona, en realidad asesinó al escritor que pudo haber sido, con disciplina, trabajo y comprensión del oficio. Esta muerte es, en cierta manera, un suicidio consciente basado en la inseguridad.

5- Celebrarlo en la ignorancia: Muchos escritores han encontrado la muerte del escritor que llevaban por reproducir ideas vacías, calcadas o plagiadas de escritores mayores. Esto, que también puede ser catalogado de vanidad o inseguridad, lo atribuyo a la ignorancia porque este escritor, muerto desde que nació, cree que no hay problema en el robo de ideas, que es normal porque todos lo hacen, o que nadie se da cuenta de lo infantil de sus afanes. En vez de encontrar y desarrollar su voz, anda como huérfano por el mundo de las letras, buscando padres y estilo para refugiar su vagancia, su ignorancia de la manera en cómo funciona el mundo.

A mi edad, he visto lo uno y lo otro y, sin temor a equivocarme, mi felíz opción es la de ser, en lo externo: un padre de familia; y en lo interno: un hombre que camina libre de oficio por las calles de Plattsburgh, un pueblo en el norte del estado de Nueva York.