miércoles, 21 de junio de 2017

Tardes de sol en Plattsburgh

Blaise Cendrars es el más americano de los escritores franceses, escribió Henry Miller. Lo recordé mientras hablaba con Margaret. Me voy a Niza, dijo ella contenta. Hablamos un poco más de los problemas del trabajo pero se me quedó en la mente la frase de Miller. Ten cuidado le dije, ese Buda que sostiene tus libros se puede caer, mientras le mostraba la estatua al borde de la percha. No, dijo aún sonriente, es muy pesado. No si está junto a Camus o Balzac, repliqué. Le conté que Serafita y Luis Lambert eran dos libros favoritos de Miller. Ah, tendré que leerlos. Nos despedimos. Me metí a la oficina e inmediatamente sonó el teléfono. Era Phil. Nos vemos el viernes, dijo. Seguro, te llevo esas cervezas baratas y malas te gustan. Ok, terminó.



Lo vi temprano en su casa. Como siempre, tenía las puertas de los garages levantadas dejando divisar las herramientas colgadas en las paredes, el Mercedes convertible, la podadora y la Ford blanca doble cabina. Junto a él, el nuevo inquilino: Martin, un perro labrador que había rescatado de Texas dos semanas atrás. Como Phil, Martin era "un gigante delicado". Sólo bastaba acercársele y él ponía su cabeza en el regazo y se quedaba inmóvil, recibiendo caricias.  La primera vez que Phil me vio arreglando el jardín puso junto a la puerta una sierra de cortar ramas. Le fui a agradecer. No hay de qué, yo tengo dos y esa pertenecía al anterior dueño de casa. Ese árbol en tu patio, de joven yo podía escalarlo sin problemas. Pero no ahora. Tengo la espalda hecha pedazos. Mira, dijo, mostrándome las cicatrices de las operaciones. A veces el dolor me llega a las piernas. Ya llevo mucho así pero este será mi año de recuperación porque no me puede ir tan mal por tanto tiempo, concluía mientras limpiaba unas piezas del carro.



Phil vivía al cruzar la calle. Al lado derecho vivía una familia de tres que incluía al pequeño Thomas. Mientras hablaba con Phil lo veíamos andando en su monopatín a toda velocidad. Dos veces había hablado con él. La primera fue para decirle que no golpeara el pequeño árbol que habíamos sembrado, y la segunda cuando me preguntó si quería verlo andar en su monopatín. Claro, contesté, mientras iba veloz y contento desmostrando pericia a lo largo de la vereda. Muy bien, añadí casi saber qué más decir. ¿Tienes padre? preguntó. Sí, le contesté, pero ya es muy viejo. ¿Eres un buen padre? Trato de serlo, contesté. Yo tengo un padre, continuó, pero es un mal padre. Y partió veloz nuevamente mientras yo agarraba las fundas de compras y me metía a la casa.

El verano había demorado en llegar. De hecho, estábamos a finales de Junio y solo habíamos tenido un par de días de calor insoportable. El viernes fuimos donde Phil. La tarde estaba hermosa,  tranquila y soleada pero el lago aún frío. Las nenas jugaron con Martin y la madre bebió unas cervezas. Me tiré al cesped, junto a un árbol, viendo las nubes. Estaba ya muy lejos de todo. El tiempo y su geografía eran recuerdos cada vez más lejanos. Solo quedaban las nubes. Y, a lo mejor, ni siquiera eso.