sábado, 1 de junio de 2024

Relatos de Patrel

Hoy veo a Patrel recuperado en distintos tiempos, siendo mi viejo por ejemplo, allá por los 50s. Está cantando canciones en el desaparecido Bogotá o un cuchitril de la calle Riobamba, bebiendo cerveza con David y Maruri un 24 de Julio en el barrio Las Peñas, frente a la ría. Lo veo tomar un bus a la Península, más arriba de Olón, acostado frente al mar, detrás de unos troncos que resisten las olas de la marea alta (tuvo que ser un día temible en el que amor había muerto). Veo a Patrel también en Soria, pescando con su padre, desaparecido del colegio, contándonos al regreso de la oscuridad de la noche que nunca nos deja. (Soria, otro al que no volví a ver nunca más). No había hablado con Patrel desde que se metió al Juglar, un grupo de teatro de fines de los 70s.  De hecho, nos vimos muy poco luego de que lo expulsaran del Alfaro. ¿Cuántos años pasaron? ¿Cinco? ¿Siete? ¿Diez? Imagino a Patrel casado, quizá más claro en sus planes o cambiando su rumbo, de regreso a Manabí, esa suma de Alausí, jungla de poetas, tiera seca, Palmira, asesinos, pájaros y pumas. 

Cuando Cachato entró a La Cofradía con la caja de discos, la gente se puso contenta. La Huasa, que se había refugiado en un rincón, le gritó "ya sabes cuáles son las mías" y Lechuga, que andaba acicalado para el largo fin de semana, replicó "nada, primero elegancia y después llanto". Y así, luego de conectar el equipo puso a todo volumen Mexico de noche de Bebu Silvetti, seguido de The Love Theme de Barry White y Nica's Dream de la Sonora Ponceña.

Papa Chola había llevado varias cajas de Lowenbrau porque la cervecería seguía en huelga. El Chugo, que había comprado un congelador de segunda mano, presto las puso a helar. Detrás del pequeño mostrador, la negra Linda comenzaba a destapar las botellas mientras una humareda de carne asada se metía agobiante desde la calle.

            La Rubia Carlos Ríos acababa de regresar de su trabajo y saludó a todos con su amplia sonrisa. Yo estaba sentado junto a la barra, hablando con la Chocota que se seguía burlando de mis amores imposibles y desgranando historias ajenas. Pero, en realidad, yo estaba recordando con agobio las cosas que habían pasado desde que entré a la universidad: la derrota electoral del FADI, el asesinato de Roldós que quedó en nada, la guerra con el Perú que también quedó en nada, el trabajo con el Sindicato de Ferroviarios que murió con el fin de la huelga. Dos, tres años perdidos o de pesadilla. Ya ni sabía. ¿En dónde estarán los poemas cortos que escribí?  ("Majadeo de mis manos en tu cuerpo"). ¿Habrá guardado Ligia la carta de amor que le escribí con tanto énfasis? Pasaron esos desamores y solo quedaron los LPs de Coltrane, Stan Getz y Charles Mingus que ponía al llegar a casa, derrotado por el tiempo, el lodo del sur, la lluvia del trópico, el cansancio y el no saber a dónde ir. De madrugada por esas calles/ la triste soledad que me acompaña / mientras las sombras se van muriendo/ el ruido del recuerdo de tu amor escuchaba al fondo la voz de Tito Cruz con el Apollo Sound de Roena. "Ya pues, ya pues" reclamó otra vez la Huasa desde el fondo, "las mías te dije", con una voz que sonaba medio soronga.

La Cofradía estaba llena. El micrófono para los cantantes estaba listo. Con paso fino entraron el moreteado Kakoko y doña Ana (que era mucha pinta para el man, pero bueno, Dios le da barba al que no tiene quijada), seguidos de Don Chowa, Magoo y el loco Roberto. El Chulo Nevarez, que aún era un muchacho agradable y estaba de mesero, sentó a los recién llegados frente a la tarima y les trajo cervezas frías envueltas en largas servilletas.

Cachato puso Telephone Line de Electric Light Orchestra y luego Last Train to London con lo cual las parejas se tiraron al ruedo y el gajo de siempre, o sea Lechuga, la Huasa, el Chugo y la Rubia se juntaron en una esquina para bochinchear mientras veían las luces de colores dar vueltas en las paredes y a los bailarines sangolotear el esqueleto. But I really want the night to last forever/ I really wanna be with you mezclándose poco a poco con Men at Work diciendo I can't get to sleep/ I think about the implication / Of diving in too deep/ And possibly the complications... seguido de Joe Jackson que al piano cantaba we are young but getting old/ before our time/ we'll leave the tv and the radio behind… steppin' out tonight.

Dejé La Cofradía un rato y salí a la esquina. En el parque estaban Cocojox, Rodi Carabalí, el cacho Bardales y en negro Ojito. Galleta, vestido todo de blanco como santero, preguntaba si tocaba chupar Cristal o Patito. Y todos que no, que era solo viernes de conversación porque había partido de fútbol al día siguiente. "Pero yo jugador no soy", dijo  Galleta. "Cristal va y con limón".

La noche de noviembre estaba fresca, el cielo abierto y cargado de estrellas y una luna inmensa que se quería ocultar detrás de los árboles. Noviembre, mes extraño, con una fiesta añorada, a treinta días, en un tiempo que pasaba cámara lenta. Diciembre está por llegar, me dije, ese mes de temor cuando afloran penas y alegrías y la gente llora sin saber por qué. Volví a La Cofradía mientras taqueban la botella de licor, le sacaban el diablo y le metían limón.

El loco Roberto ya había cantado su repertorio de Los Iracundos. Al tomar Magoocito el micrófono se quedó un instante viendo a la nada y luego dirigió sus ojos hacia Cachato que de inmediato dejó sonar el karaoke, Magoocito calmadamente cantó pasa y siéntate, tranquilízate/ si ya que estás aquí, qué más te da / imagínate, que yo no soy yo/ que soy el otro hombre, que esperabas ver.

Al llegar a la barra con sorpresa vi a David, Maruri, Gutiérrez y Macuchi parados, mirando a todos lados mientras con un vozarrón se oía a Magoocito que terminaba ronco la canción y me marchooo para siempreeee. Me miraron y David me dijo en seco: "Mataron a Patrel". Me quedé en suspenso y pretendí no haber escuchado nada. Ellos pidieron unas cervezas mientras alguien más tomaba el micrófono.

Decía que la última vez que vi a Patrel fue en la esquina de Aguirre y Boyacá, recogiendo periódicos viejos y botellas vacías junto a Roosevelt Valencia, Lucho Mueckay y Mauro Guerrero. Se les había ocurrido hacer un grupo de teatro y necesitaban dinero para el local. Me acerqué a él con sorpresa pero seguro de no equivocarme. Ya no conservaba ese aire de viejo ni el parsimonioso hablar y educadas maneras colegiales. Me vio y se lanzó a darme un abrazo diciendo hermano, a los años. Nos reímos, hablamos un poco y quedamos en vernos. Y lo hicimos mientras se pudo, suficiente para alumbrarlo en la lucha proletaria. Luego vino lo del partido, las facciones, los replanteamientos, mi seguridad de que todo había sido una manera infame de perder el tiempo, mientras que para él, contrariamente,  solo se abría un nuevo camino, una nueva etapa, como me dijo en su momento.

No comenté nada más en toda la noche. Ni pregunté ni pensé mucho en el asunto, solo lo recordaba en el colegio, en las escapadas para irnos a casa mientras mi vieja nos esperaba con jugos y panes. Habrían acaso cruzado en mi mente los insultos del último debate, cuando le dije que era un foquista, que yo había estado equivocado por meterlo en esa mierda, y me dijo que no, que eso lo había salvado, eso y el teatro, y que esa era la etapa final y que luego todo sería diferente o como antes, y que él apostaba todo su dinero al cambio. En las calles del barrio la gente se veía animada. "Mataron a Patrel y no fue Febres-Cordero", dijo otra vez David que, justamente, había puesto sobre la barra un libro de poemas de Roque Dalton.